miércoles, 28 de junio de 2023

LIBRES

La utilidad, una obsesión que marca nuestra vida prácticamente desde que nacemos. Porque, ¿para qué sirve un ser humano?

En 1939, los nazis se preguntaron lo mismo, pero en pasiva. Decidieron que los retrasados mentales, los inválidos, los nacidos con malformaciones, no sólo no servían para nada, sino que además le costaban un dineral al estado. Exactamente 60.000 marcos anuales, como se puede ver en el cartel que adjunto a esta entrada. Los nazis encontraron rápidamente una solución a este problema. Una operación, la AKTION T4, que consistía básicamente en cargarse a estos ciudadanos que no servían para nada. Se trata de un episodio poco conocido, poco divulgado, porque las víctimas eran los propios ciudadanos alemanes. Las ejecuciones se llevaban a cabo en clínicas de Alemania y Austria, como Grafeneck, Hadamar o Sonnestein, siniestros lugares que cesaron su actividad en 1941, cuando los obispos de Berlín protestaron por estas ejecuciones. Siniestros lugares que se convirtieron en campos experimentales de todo lo que vino después, cuando los nazis se preguntaron ¿para qué sirve un judío?, o ¿para qué sirve un gitano?.

Sin llegar a los expeditivos métodos de los nazis, al menos de momento (todo futuro puede ser incierto), incluso a día de hoy nos hacemos a menudo preguntas similares. ¿Para qué sirve un anciano, por ejemplo?. No podemos evitar pensar que los ancianos, en realidad, no aportan nada a la sociedad, porque no hacen nada.

Y esa es precisamente la clave de la propuesta que Santos Blanco y Javier Lorenzo, director y guionista, nos ofrecen en su película, “Libres”. Porque en ella aparecen personas que han tomado la decisión de SER, no de HACER. En el coloquio posterior a la película, Javier Lorenzo nos confiesa que le descolocó bastante que una de esas personas, interna en un monasterio de clausura, le dijera que ellos rezaban, sí, pero para sí mismos, porque no consiste en hacer algo por los demás, sino en ser una criatura de Dios, del mismo modo que lo es un retrasado mental, un inválido o una persona nacida con malformaciones.

Sorprende casi desde el primer momento la convicción con la que estas personas, hombres y mujeres, decidieron abandonar el mundo, su familia, su lucrativa profesión en algunos casos, para abrazar la clausura cuando sintieron esa “llamada” de la que hablan algunos de ellos. Cuesta entender, desde nuestra perspectiva de integrados en ese mundo, en esa sociedad que ellos dejaron, que alguien pueda tomar una decisión así, pero eso ocurre, y a medida que transcurría la película me di cuenta, porque nosotros estamos tan inmersos en nuestra forma de vida, que lo único que valora es el hacer, el ser útil a la sociedad, que no somos capaces de entender sus razones. Desde el respeto más absoluto, sin mostrar ese lado oscuro o cuando menos pintoresco que le atribuimos por desconocimiento a un monasterio de clausura, Santos y Javier nos sumergen de lleno en esa realidad, usando para ello una fotografía y una música espectaculares.

Uno de los monjes manifiesta
al principio que “el brillo del mundo material no te llena, nunca te llena, pero consigue distraerte, y puede estar distrayéndote durante toda tu vida”. En algún momento de su vida sintió la llamada, y el mundo material dejó de tener importancia para él. En ese momento alcanzó la victoria, le perdió el miedo a la muerte, el miedo a todo, ese miedo, que nos atenaza en la sociedad, a cosas a las que no deberíamos tenerle miedo por lo poco importante que son. En ese momento sintieron a Cristo formando parte de ellos.

Los testimonios son diferentes, pero todos tienen el nexo común de proceder de una decisión muy meditada y prácticamente imposible de obviar. Cuesta entender las razones, cuesta entender las circunstancias que han llevado a cada uno de ellos a ese lugar, pero no cuesta nada dejarse llevar, dejarse irradiar por la enorme paz interior que muestran en todo momento.

La película transcurre como un ejercicio de meditación, de comprensión, de empatía cada vez más acusada. A la incredulidad inicial, nacida de un prejuicio, de una especie de temor a lo desconocido, le sigue, a base de testimonios, imágenes, música, silencios y sonrisas, la apertura a un mundo, a una forma de pensar que seguramente ninguno de los espectadores habíamos pensado a priori que nos iba a impactar de esa manera. No se trata de una película religiosa, sino, sobre todo, espiritual. Lo resumió muy bien una espectadora en el coloquio final, “Aquí no se habla de Iglesia, ni de sus desmanes, ni de sus problemas, ni de sus pecados. No se trata de ser creyente o no, porque a cualquiera, sea o no creyente, no le puede dejar indiferente la enorme espiritualidad de estas personas

No se trata de juzgar, ni de opinar, ni tan siquiera de tratar de entender. De lo que se trata en realidad es de abrir el alma a una forma de entender la vida que conecta directamente con lo más puro del ser humano como parte de la naturaleza que nos rodea. Y sobre todo, de dejarse llevar por esa paz interior que irradia la película desde el principio hasta el final.

Y para que, de alguna manera, dejemos de seguir preguntando para qué sirve un ser humano.

sábado, 24 de junio de 2023

Buena Gente, Gente de Bien


Parece igual, pero no es lo mismo, ni mucho menos. No es lo mismo, ni de lejos, la Buena Gente, que la Gente de Bien. La Buena Gente, como en la canción de Presuntos Implicados, podría definirse así:

Gente, que se despierta cuando aún es de noche

y cocina cuando cae el sol

Gente, que acompaña a gente en hospitales, parques
Gente, que despide, que recibe a gente
En los andenes
Gente que va de frente
Que no esquiva tu mirada
Y que perciben el viento
¿Cómo será el verano?
¿Cómo será el invierno?

Unas pocas frases que sin embargo nos muestran con fuerza lo que para muchos es la Buena Gente. Solidaria, empática, que piensa en los demás, que comparte, que disfruta de su cultura, de su país, de su gente, y a la que le gustaría que todo el mundo pudiera disfrutar de lo que disfruta ella.

Gente creyente, o no creyente, de derechas o de izquierdas, es igual, porque ni sus ideas ni su religión constituyen el motor principal de su vida, de su forma de pensar. Gente que duda, que razona, que analiza, que asume que se equivoca cuando alguien les debate con criterio o un punto de vista diferente una idea, o una creencia. Gente que lee, que se informa, que indaga cuando algo no le cuadra, que no se sienta frente al televisor a que le vomiten noticias pasadas por el tamiz de la mentira y la manipulación más infame.  

Gente, que pide por la gente en los altares
En las romerías
Gente, que da la vida
Que infunde fe
Que crece y que merece paz
Gente, que se funde en un abrazo en el horror
Que comparte el oleaje de su alma
Gente que no renueva la pequeña esperanza
De un día
Vivir en paz

Buena Gente, que no está convencida de que Dios los prefiera a ellos, como sí está convencida de ello la Gente de Bien. Gente que, quizá sin pretenderlo, quizá sin saberlo, quizá sin presumir de ello, mantiene viva la llama de un cristianismo verdadero, que se debe a los demás, frente a otra forma de creencia egoísta, sectaria y basada en la muerte de su principal profeta. Una creencia que no perdona al enemigo, basada en un libro, la Biblia, que no escribió Dios, sino un ser humano. Es la creencia de esa Gente de Bien que puede pecar porque está iluminada por la Gracia de Dios, puede robar porque está legitimada para ello, y puede despreciar, esclavizar, asesinar, colonizar, violar y destruir, en nombre de un Dios que no es Dios, a los que no son como ellos.

Para vivir así
En miradas transparentes
Recibir su luz
Definitivamente
Nubes van
Y van pasando
Pero aquella luz
Nos sigue iluminando

Gente de Bien, que se creen Gente de Bien porque se pegan a la Gente de Bien, porque la secta de la Radio y la Televisión vomita continuamente mentiras, bulos, patrañas e idioteces que la Gente de Bien tiene que interiorizar, a pesar de que la realidad sea muy diferente. Gente de Bien que deja automáticamente de serlo cuando protestan por sus derechos, por los derechos de los demás, o porque se les ha caído la casa por las obras del metro. Gente de Bien que es desalojada porque un fondo buitre ha comprado entero el edificio donde vivía. Gente de Bien que justifica los desmanes y los vicíos de la Iglesia, que mantiene tradiciones ancestrales y salvajes, que quiere cambiarlo todo, con un gatopardismo suicida, para que todo siga igual que hace trescientos años.

Que fresca es la sombra que ofrecen
Que limpia el agua dulce de sus miradas
Es por ti que empiezo un nuevo día
Hay Ángeles entre nosotros
Ángeles entre nosotros

Buena Gente, Ángeles entre nosotros que a pesar de todo, de las restricciones, del desvío de fondos, de la corrupción, mantienen con entereza su labor, sin medios, pero con coraje. Enfermeros y médicos que lloran de impotencia frente a la falta de medios mientras Gente de Bien se lucra indecentemente precisamente con esos medios. Gente de Bien que grita y se queja de la falta de mano de obra todavía más barata, más miserable, más explotable. Gente de bien que escucha a los mismos fariseos que Cristo expulsó del templo, que lo único que buscan es enriquecerse a costa de los demás.

Puedes ver cada mañana a la Buena Gente en el metro, en las paradas de los autobuses, en la calle, dirigiéndose a sus lugares de trabajo. Vestidos de maneras muy diferentes, pensando de manera muy diferente, pero luchando por su vida sin pisotear, sin insultar, sin escupir a nadie a la cara. Buena Gente que no se merece una izquierda revanchista y revolucionaria, ni una derecha que baila el vals del terror con una ultraderecha sanguinaria, inculta y tercermundista. No, la Buena Gente que yo conozco, con la que hablo, con la que trabajo, con la que vivo, con la que leo y debato lo leído, con la que disfruto de exposiciones, cine, teatro y conciertos, a la que saludo cada día en la puerta de mi portal o en el supermercado, no se merece ni de lejos que esa Gente de Bien, que no se harta de decir que lo es, le robe su vida, se meta en su manera de pensar o de actuar, y le aniquile la libertad. Esa Buena Gente no se merece que una Iglesia corrupta o unas leyes mal aplicadas les destroce la infancia a sus hijos mediante violaciones o manipulaciones psicológicas. Esa Buena Gente no se merece que sus hijos tengan que emigrar forzosamente a otros lugares en los que la Educación es algo mucho más importante que aquí, a pesar del enorme talento que tiene la juventud. Esa Buena Gente no merece que se desprecie la cultura, que se expolie o se deje caer a pedazos el Patrimonio, que sean los ignorantes, los interesados, los mentirosos y los que sólo saben odiar los que manejen los medios, la opinión pública y, en definitiva, la Democracia.

Esa Buena Gente no se merece que, cada vez que este país despunta por algo en el mundo, asoma la cabeza en lugares como la economía, la investigación o el arte, o empieza a salir del pozo de ignorancia, incultura y fanatismo en el que llevamos metidos desde hace siglos, aparezcan de nuevo las hordas siniestras de la Gente de Bien para empujarles otra vez al vacío.

Escuchad la canción, y no dejéis que os roben la libertad de vivir vuestra vida como la estáis viviendo, como queréis vivirla:

https://www.youtube.com/watch?v=kUhByWqLJ_U&ab_channel=WarnerMusicSpain

 

lunes, 5 de junio de 2023

PARA SU TRANQULIDAD, HAGA SU PROPIO MUSEO

Hace muchos, muchos años, más de los que quisiera recordar, estuve en una exposición de Sebastiao Salgado. Después vendrían más, pero creo que fue la primera que se hizo en Madrid de este fotógrafo. Salgado es un experto en reflejar el lado más duro y cruel del trabajo humano. Sus imágenes de Minas Gerais, en Brasil, de los desmontadores de barcos, muchos de ellos niños, en Bombay, o de otros muchos lugares en los que el ser humano vive completamente anulado y explotado, son demoledoras. Sin embargo, recuerdo que, mientras veía aquellas fotografías, de rostros endurecidos y cuerpos devastados por el dolor y el sufrimiento físico, había algo que me llamaba mucho la atención, que no pude identificar en un primer momento. A la salida, al firmar en el libro de visitas, leí una frase que jamás olvidaré, porque me reveló de golpe lo que yo no había sido capaz de identificar. “Fijaos en sus ojos. ¿Habéis visto alguna vez ojos tan cargados de vida en el mundo occidental? A veces pienso que son ellos los que están vivos, y nosotros llevamos mucho tiempo muertos…”.

Recordé esa frase a medida que avanzaba la película “Para su tranquilidad, haga su propio museo”, de Ana Endara Mislow y Pilar Moreno, proyectada la semana pasada con coloquio posterior de esta última. Lo primero que percibí fue la inmensa paz que transmite, potenciada sin duda por el uso del sonido que recopila diferentes ambientes del lugar en que se desarrolla la acción, Paritilla, un pueblo de Panamá perteneciente a la provincia de Los Santos, en el que una mujer, Senobia Cerrud, decidió una vez, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, crear su propio museo, al que denominó “El Museo de Antigüedades de Todas las Especies”. Pilar Moreno, directora de la película, conoció a Senobia a través de su nieto. Interesada en el Arte espontáneo, completamente vocacional y encuadrado siempre fuera de los circuitos habituales del Arte tradicional, se quedó impresionada con el museo que Senobia había ido formando a lo largo de su vida, compuesto tanto de objetos de uso habitual, como tansistores, micrófonos, reproductores de cintas de casette o teléfonos de sobremesa, como de pequeñas obras de arte creadas por ella misma a base de telas, pequeñas piezas de madera natural, botones de colores, frutas naturales, etc.


¿Y por qué recordé la frase que había leído en la exposición de Sebastiao Salgado? Porque tuve exactamente la misma sensación que entonces. Senobia había encontrado la manera perfecta de permanecer viva, en primer lugar a través de su arte y de los escritos que iba pegando por las paredes de su casa, que recogían sus pensamientos, muy cercanos a la filosofía profunda, pero sobre todo por el camino de vida que había elegido, que había escogido libremente y con todas sus consecuencias y dificultades en una sociedad como la suya. Pilar Moreno nos lo desvela en el coloquio que tuvimos tras la proyección. Senobia había conseguido con su arte, con sus escritos, con su enseñanza, transmitir a la directora el testigo de su arte, con lo que de alguna manera su legado no se pierde, y Senobia permanece viva.

En la película salen otras muchas mujeres de Paritilla, que además de conocer a Senobia, nos relatan sus inquietudes, su recuerdos, sus vivencias, con una expresividad y un sentido del humor que contrasta profundamente con la dureza que tanto la naturaleza como la situación de su país les ha impuesto desde tiempo inmemorial. Son mujeres duras, fuertes, sin dobleces, naturales, transparentes, con esa forma de ser que solamente pueden tener los seres humanos que no viven en un universo de luces, ruidos, plástico y prisas. Hay que desembarazarse del estrés, pararse a pensar, cerrar los ojos y respirar profundamente para entender, aunque sólo sea por un segundo, la enorme vitalidad de estas mujeres. Es algo que jamás vislumbraremos siquiera los occidentales, paridos y crecidos en un mundo en el que no falta de nada y sobra de todo. Estas mujeres viven al día, disfrutan cuando toca disfrutar y sufren cuando hay que sufrir, porque eso es lo que hay.

Desde el primer momento me relajé en la sala del cine, gracias al canto de los pájaros y los sonidos de la jungla, disfrutando del arte de Senobia, intentando memorizar las frases que escribió a lo largo de su vida, y escuchando a esas mujeres, todas con el mismo vestido (un detalle simpático de la directora de la película que algunas aceptaron mejor que otras) y mirando a la cámara con esa vitalidad fuera de lo común que se mantiene perpetua hasta el momento de la muerte. E incluso más allá, como en el caso de Senobia Cerrud.


Probablemente hubiera resultado sencilla una iniciativa como la de esa mujer en otro entorno, más occidental, más hipotéticamente “civilizado”, con más suavidad en el clima y en la economía, pero en el caso de Senobia, en ese mundo, en ese lugar, y en la época que le tocó vivir, fue toda una hazaña, fruto de una decisión tomada con una fortaleza de espíritu muy por encima de la media de la gente.

Otra vez hay que dar las gracias a los cines Zoco por esta iniciativa, y a Pilar Moreno porque con sus película y sus palabras supo impregnarnos del espíritu de Senobia Cerrud, alguien que sin duda ya nos ha dejado en el alma una huella imborrable.

 

domingo, 28 de mayo de 2023

JUSQU´ICI, TOUT VA. LA HONESTIDAD

 

— Hombre, tú por aquí. ¿Qué tal va todo, qué tal el finde?

No le había visto venir. Estaba tan concentrado en el café de media mañana, que ni siquiera cuando se sentó a mi lado noté su presencia.

— Hola Julián. Bien, bien. Ha merecido la pena.

— ¿Has hecho algo especial, o lo de siempre?

Es el tono habitual de Julián, entre irónico y ligeramente hiriente. Hay que quererle como es, a pesar de todo.

— Ya te digo que ha merecido la pena. El viernes vi una película soberbia, de esas que te cambian muchos esquemas.

— ¿Ah, sí? ¿Qué película?

— Jusqu´ici, tout va

Hizo un gesto como de escalofrío inmediato, abriendo mucho los ojos y fingiendo un temblor de sorpresa.

— Ostia, macho, vaya titulito, como para acordarse… ¿Y dónde la viste?

— Donde siempre, en los cines Zoco de Majadahonda. Bueno, donde siempre no, donde siempre desde un tiempo a esta parte.

— Mucho vas tú últimamente a los Zoco. Por algo será, porque lo que es precisamente cerca de esos cines no vives…

Me encojo de hombros

— Voy por varias razones. En primer lugar, porque tardo menos desde mi casa en ir a esos cines, que a los Renoir de Princesa o a los Verdi, por ejemplo, que son los que me gustan. En segundo lugar, porque no es sólo cine. Son eventos, charlas con directores, conciertos de jazz, presentación de varios cortos… Son personas con una inquietud cultural tremenda, que me contagiaron desde el primer momento, y me encuentro muy cómodo allí.

— ¿Y cómo fue meterte a ver esa película precisamente?

Sonrío al acordarme

— Pues precisamente por eso que te digo. Habíamos quedado Pilar y yo para meternos a ver una película, sin habernos decidido entre la de Morgan Freeman o la francesa, cuando me encontré con Jesús, uno de los directivos del Zoco, cargado con una televisión de plasma, y me saludó “Hombre, Félix, ¿qué tal estás?. ¿Vas al evento”. “¿Qué evento?”, le pregunté, y ahí empezó todo. Me contó a grandes rasgos el tema principal, me dijo que después había coloquio con el director, después vino Pilar, se lo conté, nos convencimos los dos mutuamente, y nos metimos a verla. La culpa fue de Jesús, por haber estado en ese momento en ese lugar y cruzarse conmigo.

— Mira, una de esas casualidades que conducen a algo bueno.

— Así es, esa es la verdad.

— Bueno, ¿y de qué va?

— Pues mira, la verdad es que empieza de una manera que me despistó por completo. Una chica bañada con una luz roja intensa, bailando frenéticamente un ritmo muy fuerte. Me recordó a “Titane”.

— ¿”Titane”? No me jodas… Recuerdo que me dijiste que te saliste a media película.

— Sí, es verdad. Será muy buena, pero no me gustó nada. El caso es que ese comienzo no me cuadraba con lo que me había contado Jesús. “Cine dentro del cine”, me había dicho, y ya sabes también que ese subgénero me encanta. “La noche americana”, por ejemplo, es una de mis películas de referencia.

— Sí, lo sé. Y “El crepúsculo de los dioses”, también. Me has dado la brasa con ella varias veces.

— Exacto. Por suerte ese baile dura poco, se trata de una escena que están rodando el director y su equipo. El director, por cierto, y protagonista también de la película, es Francesc Cuéllar, un hombre de treinta años con un talento especial

. Aparece Cuéllar dando unas indicaciones a las que nadie hace caso, y alguien le dice que le está esperando Lola, la actriz principal, para hablar con él. No muy convencido, y estresado porque le queda menos de una hora para rodar los tres planos que tiene que rodar, acude al encuentro con Lola. Después de unas frases corteses, de compromiso, Lola le dice que no está dispuesta a rodar la escena de desnudo que al parecer habían pactado que iba a rodar, y ahí empieza todo.

— Parece interesante. ¿Al final se desnuda?

— Julián, lo que empieza es una conversación de casi una hora. La película es la conversación de Lola y Francesc.

— ¿Una hora de conversación? No me jodas…

— No, no es una hora de conversación. Es una hora de reflexión, de introspección, de un intimismo tan absoluto por parte de los dos, Lola y Francesc, que te repites a ti mismo a cada frase, a cada gesto, a cada giro del guión, que estás asistiendo a algo grande, muy grande. Los dos personajes están tan magistralmente interpretados que no parecen personajes, sino seres humanos reales que están discutiendo delante de ti. Porque discuten, Julián, y hablan de un montón de temas que, por culpa del estrés, o si quieres por culpa del lastre que cada uno nos echamos encima aunque no queramos, tenemos perfectamente olvidados.

— ¿Cómo cuales?

— Pues mira, hablan por ejemplo de ese miedo a la mediocridad, que nos empuja a hacer, y hacer, y hacer por hacer, buscando siempre el reconocimiento de los demás, cuando la mediocridad, y eso es algo que comentó después Francesc en el coloquio, no tiene por qué ser algo directamente a despreciar. Hablan del miedo a decir que no, porque Lola dice que no va a hacer el desnudo, pero tampoco está tan convencida de que su decisión sea la correcta, y apela continuamente al sentido de ser humano de Francesc, cuya única razón a priori para meter ese desnudo en la película era que “molaba”. Poco a poco, frase a frase, Lola consigue que el alma de Francesc se desgarre, y se muestre tal como es, con sus miedos y sus miserias, con sus tristezas y sus alegrías. Y lo consigue porque sabe que en el fondo, muy en el fondo quizá, Francesc no ha podido perder la honestidad que le había demostrado al principio de su carrera, porque los dos llevan mucho tiempo trabajando juntos y se conocen perfectamente. Se puede decir que la película es un canto sublime a la honestidad al hacer las cosas, a no rendirse a lo que se lleva, o a lo que en teoría se debe hacer. A no tenerle miedo a decir que no, porque, tal como dice Lola, “decir que sí te compromete, pero decir que no te define”. Es un canto a la honestidad, y también un canto a la libertad de cada uno para elegir lo que quiere ser en la vida. En el coloquio nos dijo Francesc que tiene un amigo que hace cine comercial y gana dinero, mientras que él se gasta su dinero en hacer el cine que quiere hacer. Es lo que tantas y tantas veces hemos hablado, Julián, la vocación frente a la ambición, la plenitud frente a la banalidad, tener una vida propia frente a tener una vida fabricada por otros. Lo dice también Francesc, con una madurez brutal que no solemos atribuir, muchas veces como en este caso de forma equivocada, a personas de treinta años, “Se cataloga a las personas por su profesión, no por lo que son”. Francesc es director de cine, actor, director de teatro, escritor, filósofo y muchas cosas más de forma vocacional, lo que convierte automáticamente su profesión en su forma de vida, en su vida, en definitiva. Cuando contó la anécdota de su amigo que hace cine comercial, me recordó a Howard Roark.

— Ya. El arquitecto protagonista de “El manantial”. Otra referencia tuya

— Pues sí, porque creo que es así, que el creador de verdad no busca la fama, ni el dinero, ni tan siquiera el reconocimiento. Lo que busca el creador de verdad, y Francesc Cuéllar lo es, y de los buenos, es simplemente crear, y hacer de su creación su vida.

— Vamos, que me la recomiendas.

— Joder, Julián, si después de la brasa que te he dado, todavía dudas, es para matarte. Yo no puedo recomendar películas, sólo te digo que esta película ha hecho que se tambaleen algunas de mis convicciones, si es que me quedaba alguna sin tambalear, y ha consolidado la idea de que siempre se puede descubrir algo interesante. Y mis convicciones se tambalean del mismo modo que se tambalean también las de Lola y Francesc a medida que hablan, porque otra clave importante que tiene la película, en un mundo en el que nadie escucha ni cambia sus convicciones, es que una buena conversación, que apele al lado humano de cada uno, es capaz de hacerte cambiar de idea por muy enraizada que esa idea pueda estar en tu conciencia. En fin, Julián, ya sabes lo que suelo decir en estos casos.

— Ya, ya lo sé. Que debería ser una película de obligada visión.

— Exactamente

lunes, 22 de mayo de 2023

JULIAN VALLE. EL MISTERIO DE LAS COSAS


Lo que ha creado Julián Valle en el espacio OLumen, Claudio Coello 141, no es una exposición al uso. Se vive más bien como un viaje, como una introspección al interior de cada uno, o como una experiencia en la que el tiempo se detiene para mostrarnos la perfecta comunión del artista con la naturaleza y consigo mismo. 

Impone ya desde el principio el espacio, una iglesia desacralizada cuya majestuosidad no se intuye en absoluto desde el exterior, con un magnífico crucifijo enclavado entre tres paramentos de ladrillo oscuro llagueado de blanco, y techos inclinados de madera. Impone también la luz, perfecta, matizada, adaptada por el autor a la obra que ilumina, como formando parte indisoluble del conjunto. Impone, por último, el silencio, que contrasta, y eso es algo que percibes nada más entrar, con el exterior agresivo. 

Sin conocer todavía a Julián, emprendo desde el primer momento un viaje interior, nada más ver la obra de la entrada. El espacio que representa, una oquedad iluminada vislumbrada desde el exterior, me evoca momentos del pasado en el campo, sensaciones casi olvidadas de mis paseos por los parajes de Burgos o Guadalajara, alguna que otra película, aquel día en las Médulas cuando me dejé llevar por el placer de estar allí y tardé veinticuatro horas en regresar a Madrid. 



Antes de la visita guiada me presento a Julián. Mira a los ojos cuando te habla, con una voz suave pero intensa, y sobre todo, algo a lo que no estoy muy acostumbrado, escucha, y escucha con mucha atención, además. Tras unos minutos de cortesía, nos reunimos en corro junto a él, y Julián nos empieza a hablar de su arte, de su vida, más bien, porque su arte es vida, y su vida es arte. 

Una de las primeras cosas que se me quedan grabadas de lo que dice, es el papel que nos otorga a los espectadores. Para Julián, cada espectador crea su propia obra a partir de la suya, su propio viaje a su interior, su propia comunión con la naturaleza. Él no quiere mostrar algo dado por sentado, porque, según sus propias palabras, el arte se expone, no se impone. Es la simbiosis perfecta entre artista y espectador. 

Otra característica que me impresiona es su capacidad de improvisación, unida también a la de observación, que le permite crear un proyecto nuevo y personal a partir de un proyecto encargado. Nos habla de la materia, y de cómo deja que se exprese y le muestre a veces un camino, en su propio lenguaje, en el que probablemente no había reparado a priori. Nos habla de los eremitorios rupestres que se muestran en gran parte de las obras expuestas, a través de acuarelas sobre tela y maquetas, y de la sensación de formar un único ser con la naturaleza cuando los visita. Nos habla de las huellas del pasado visibles, intuidas o sentidas en el presente, y de la impresión que produce una zarza, o unas cuantas hojas muertas, cuando rellenan una antigua tumba al aire libre horadada en la piedra. 

Julián nos habla, y nos habla con sumo respeto, y nos transmite su pasión, ese trabajo, por llamarlo de alguna manera, que realiza de una manera vocacional y sumamente admirable. Un trabajo que más que eso es una vida, una vida propia, y plena. Una vida como debería ser la vida.

El tiempo pasa volando escuchándole, o puede más bien que incluso se detenga, por la agradable comodidad que sentimos los que escuchamos. Escuchamos, sentimos, revivimos aquellos paseos de otoño en las Fragas del Eume, cuando caminaba despacio sobre una cuna de hojas de roble, de orballo, muy parecidas a las que Julián a recubierto de porcelana azul para crear una obra que remueve el alma. 

Y por último, sus cuadernos de campo, que son obras de arte en sí mismos. Un increíble recorrido por la naturaleza con dibujos hechos a veces con elementos naturales, como bayas, higos o madera mojada, y una tipografía cuidada y especial en cada hoja. Algunos de esos dibujos, acaben o no conformando una obra de arte, reflejan perfectamente el placer que estaba sintiendo Julián en aquel momento en aquel lugar.

Parece que durante un tiempo que no hemos sabido o no hemos querido medir, hemos viajado a otro mundo, muy diferente al que solemos vivir, o más bien malvivir, cada día. Ha sido una experiencia inmersiva en el lado probablemente más enigmático de nuestra naturaleza cercana, que nos ha llevado a su vez al rincón más representativo de nuestro propio ser, de nuestra propia alma. 

 Escuchemos a Julián: 

En “El silencio del arte”, Ramón Gaya nos dice que “la obra no es un fin, sino un tránsito”, un lugar de paso. Lo podemos entender también desde la transformación espiritual que acompaña una actividad que desde siempre fue vía de conocimiento. No aspira a un decir, no se le puede añadir nada desde fuera: “el arte no es vestir, sino desnudar”

Una experiencia que no te puedes perder, porque no puedes dejar escapar la profunda huella que va dejar en el camino de tu vida.

viernes, 5 de mayo de 2023

LA CORTA VIDA DEL CORTO

Ocurrió ayer, en los Cines Zoco de Majadahonda, uno de esos pocos lugares que trascienden su propio concepto, en este caso “cine”, para transformarse en algo mucho más importante, más comprometido, más humano. Una pequeña “aldea gala” en la que los que la gobiernan luchan con vocación, y una pasión absoluta por lo que hacen, contra los embistes de una industria que valora más vender palomitas que buen cine. Un lugar vivo en el que se organizan debates, coloquios, conciertos de jazz, encuentros con los directores… Un lugar para personas que viven de lleno su afición a la cultura.

El evento estaba comisariado por dos personas, Beatriz y José Luis, en cuya concisa tarjeta de visita figura el título “Gestoría cultural”, y en letras más pequeñas “gestión, inmersión y difusión”, además de la sugerente frase "persistencia, detalle y alma" que encabeza su página web, https://www.jlbea-gestioncultural.com/ . Consistía en la emisión de cinco cortos, de temática diferente pero unidos por un nexo común: en cada uno de ellos se hacía alusión a un libro, en ocasiones de forma explícita y en otras de una forma más sutil. Tras las primeras explicaciones, en las que ya se intuía el amor por lo que estaban haciendo, se proyectaron los cortos, con un intervalo entre uno y otro de unos diez segundos en el que el público aplaudía

El primero era “The following year”, de Miguel campaña, un inquietante planteamiento de ciencia ficción que atrapa desde el primer momento, con reminiscencias de las historietas que aparecían en los años ochenta en revistas como Totem, Vampus o 1984. El segundo, “Franceska”, de Alberto Cano, propone en clave de animación una visión humorística y transgresora de la historia de Frankestein, de Mary Shelley. La imagen en blanco y negro y el ligero parecido entre este Igor y el interpretado en su día por Marty Feldman me recordaron “El jovencito Frankestein”.

El tercero fue “Lo efímero”, una maravillosa historia de Jorge Muriel, en la que dos hombres, que arrastran un pasado complicado, determinarán su futuro cuando se encuentran durante un fugaz trayecto en un vagón de metro. La fotografía, las interpretaciones, los silencios, la música… Pura poesía. Para mi gusto, el más interesante y cautivador de los cinco. El cuarto, “Adam Peiper”, de Mónica Mateo, nos muestra un futuro distópico en el que la explotación del ser humano por el ser humano sigue siendo el motor económico y político. Por último, “Casitas”, de Javier Marco, que con un punto de infinita tristeza aderezado con sentido del humor, nos sumerge de lleno en una deliciosa oda a la empatía.

Los cortos fueron interesantes, nos cautivaron a todos por completo y nos dejamos llevar por las sugerentes historias que nos contaban, pero lo mejor vino al final, cuando los dos organizadores nos comentaron diversos aspectos de la realización de cada uno de ellos, con anécdotas de rodaje, entresijos del guión, del montaje, etc. Disfrutaban de lo que contaban y lo transmitían con facilidad a los que escuchábamos, lo que supuso que se prolongara la magia del encuentro casi hasta las once de la noche.

Mientras veía los cortos emprendí un viaje al pasado, a aquellos lejanos años ochenta en los que la cultura del corto formaba parte de nuestro ADN. Recordé que antes de cada película se proyectaba siempre un corto, y que aquellos cortos se comentaban a veces con tanta pasión o incluso más que las películas a las que precedían. Aquello desapareció de nuestra cultura, como poco a poco fueron desapareciendo otras muchas cosas.

A nuestra generación se le fueron robando descaradamente un buen número de manifestaciones culturales, y no precisamente en la época dura de la dictadura, sino más bien en plena democracia. Poco a poco los cines de sesión continua fueron cerrando, llevados por la corriente de los bingos. A veces le recito de memoria a mi hijo las salas  que había en mi barrio y le parece algo increíble, impensable hoy en día. También fue cambiando radicalmente el aspecto de los kioskos, escaparate en una época de gran cantidad de publicaciones de todo tipo, comics, revistas de ciencia ficción, etc, que de repente un buen día desaparecieron del panorama cultural, como desaparecieron también los numerosos cine-forum que había en Moncloa, en las facultades, o los conciertos de los colegios mayores, o incluso actualmente los talleres de escritura que promocionaban algunas bibliotecas municipales y que hoy, alegando falta de presupuesto, han pasado a mejor vida.

Nos robaron muchas cosas, y nos hemos dejado robar, y cuando de vez en cuando, como ayer, se te reaviva en el alma la nostalgia de lo perdido, se despierta la tristeza. Al preguntarles a los organizadores la razón por la que ya no se emiten cortos antes de la película, como se hacía antes, comentaron que se trata de una razón puramente económica, porque a las salas les interesa más poner publicidad, que les aporta más ingresos. Por otro lado, la carrera del corto es corta. A las distribuidoras lo único que les interesan son los festivales de cortos, o el ganar algún premio importante. Al parecer, resulta muy complicado ver, por no decir imposible, el corto “Arquitectura emocional”, a pesar de haber ganado el Goya este mismo año. Se trata de un corto que, muy al contrario, debería emitirse incluso en colegios, dada la carga emotiva y de valores que posee, y sin embargo no es así debido al estado del mercado de cortos.

Hace unos días, una persona de un grupo de personas con inquietudes culturales entre las que orgullosamente me encuentro, colgó una entrevista a Johann Hari, en la que venía a decir que nuestro modo de vida frenético y absurdo está acabando con nuestra capacidad de atención. Es algo muy serio, y muy triste, que sin embargo se puede aliviar dependiendo menos del teléfono móvil o de la insistente tentación de hacer varias cosas al mismo tiempo. Añadiría, además, que deberíamos hacer el ejercicio, en la medida de nuestras posibilidades, de intentar recuperar lo que con tanta desvergüenza se nos ha robado sin que apenas opusiéramos resistencia. Yo iría de cabeza, por ejemplo, y con una fidelidad casi religiosa, a un cine en el que en lugar de anuncios emitieran un corto antes de la película. Es necesario primero recuperar la capacidad de atención, y después exigir que se le otorgue a la cultura un trato muy diferente al que se le está dando. Iniciativas tan atractivas como la de los gestores culturales de ayer deberían convertirse en permanentes, ser promocionadas e incentivadas por todo aquel que pudiera hacerlo, porque llegan directamente al alma de quien tiene la suerte de participar en ellas, y alimentar el alma, además de no resultar nada sencillo, tiene la virtud de crear mejores personas.

Una velada muy agradable, y muy de agradecer iniciativas como la de ayer. Bienvenidas sean siempre.

 

viernes, 7 de abril de 2023

LA PIRÁMIDE DE MASLOW Y LA CREATIVIDAD

 


Primero la teoría: Abraham Maslow (1908 ç 1970), psicólogo humanista, buscaba mejorar el desarrollo personal y entender qué hace la gente “feliz”. Entrecomillo lo de feliz porque la definición de lo que significa la felicidad para cada persona ya de por sí me parece algo indefinible. El caso es que su teoría, que se publicó en 1943, nació en forma de pirámide, una pirámide que lo que hace es jerarquizar las necesidades humanas, tal como se muestra en la imagen. Para Maslow, a medida que el ser humano va satisfaciendo las necesidades de la parte baja de la pirámide, que son las básicas, se van desarrollando nuevas necesidades y deseos. Se considera una teoría motivacional porque la persona se tiene que motivar para subir un nivel en la pirámide.

Creo que la imagen es lo suficientemente gráfica como para entenderla fácilmente. Lo primero, la base, es lo primordial, es decir, respirar, comer, tener relaciones sexuales… y la homeostasis, que no es otra cosa que mantener todo esto de una forma constante y equilibrada. Después pasamos a un nivel en el que sentimos seguridad en lo que tenemos, en nuestro trabajo, en nuestra propiedad privada… Una vez conseguido eso, podemos pensar ya en conseguir la amistad, el afecto… Aquí ya empezó a chirriarme el concepto, porque siempre he pensado que este nivel, el tercero, tenía que ser en realidad el segundo. Pero bueno, seguimos subiendo.

Pasamos al cuarto nivel: autorreconocimiento, confianza, respeto, éxito. Lo del éxito no termino de entenderlo, porque creo que ocurre lo mismo que con la felicidad. Son conceptos muy diferentes para cada persona.

En el quinto nivel, la cumbre, aparecen la moralidad, la creatividad, la falta de prejuicios, la resolución de problemas, la aceptación de hechos… las metas del pensamiento humanista, vaya.

Me hablaron de la pirámide de Maslow en una de esas charlas motivacionales que de vez en cuando se encargan de darte en tu empresa. Recuerdo que en aquella charla, en aquel momento, hacía poco tiempo que había pasado por uno de los peores trances de mi vida, la perdida de mi mujer, y si bien escuchar a Emilio Duró (os lo recomiendo) me ayudó mucho en otros sentidos, el tema este de la pirámide me dejó pensando, y mucho, porque no terminaba de verlo, hasta que ayer, viendo el documental “Albert Camus en Menorca”, de Filmin, y habiendo leído hace unos días el libro “Del color de la leche”, de Nell Leyshon, conseguí dar con las razones por las que no me parece válida la tan famosa pirámide.

En primer lugar, creo que es bastante sencillo saltar del primer al segundo nivel, pero muy complicado, para muchísima gente, pasar del segundo. ¿Y por qué ocurre esto? Porque cada vez las personas tienen más inseguridad. Inseguridad de todo tipo. Laboral, económica, afectiva… Y además, curiosamente, a medida que más se tiene, se puede tener también más inseguridad. Esto provoca que se quiera poseer más, en una carrera hacia ninguna parte (la carrera de la rata, de Kiyosaki), que nos empuja a hipotecarnos, a adquirir bienes que nos proporcionen una sensación de felicidad cuando lo que provocan en realidad es una dependencia al consumismo, a comulgar con unas condiciones laborales cada vez más perversas para seguir manteniendo ese hipotéticamente maravilloso nivel de vida que no es otra cosa que nuestra claudicación y nuestro abrazo encantado al materialismo perfecto.

Esa seguridad no llega a alcanzarse porque las “necesidades básicas” cada vez son más numerosas. Muchos se pasan la vida deseando no ya un coche, sino el último modelo de la marca más cara, y para ellos supondrá una frustración si no lo consiguen. Esa hipotética seguridad, que debería valorarse con muchas menos cosas de las que se poseen, no llega nunca, con lo que el paso al tercer nivel no interesa, porque además supone un esfuerzo, y el único esfuerzo que se permite mucha gente es el de acumular lo máximo posible. ¿Cuántas veces hemos escuchado “es que yo no pude estudiar porque me tuve que poner a trabajar muy joven”? Y no me refiero a una época en la que por necesidad puede que fuera verdad que todos los miembros de una familia tuvieran que trabajar para poder sacar a la familia adelante, no. Me refiero a nuestro entorno cercano, a personas que podían haber estudiado y no lo hicieron porque preferían tener un sueldo para salir de noche o comprarse una moto, y sobre todo, no lo hicieron porque suponía un esfuerzo.

El tercer nivel ya he comentado que para mi gusto tendría que ser en realidad el segundo, y el cuarto probablemente sea el que más sentido tiene, porque significa quererse a uno mismo, tan sencillo y tan difícil como eso.

Y llegamos al último nivel. Según Maslow, para que se desarrolle la creatividad, la espontaneidad, la falta de prejuicios o la resolución de problemas, tienes que haber pasado por todos los niveles anteriores. Y es aquí cuando Albert Camus viene a decirnos que no, que ni de coña, que la creatividad puede darse perfectamente en el nivel más bajo.

Camus era pobre. Pero pobre de pasar hambre en su Argelia natal, de tener que trabajar en casa y en otros lugares desde niño. Gracias a la escuela pública y su método de enseñanza consiguió aprender a leer y a escribir. Cuando le concedieron el Premio Nóbel, le agradeció a Louis Germain, su tutor en la infancia, todo lo que le había aportado.

Cuando supe la noticia del premio Nobel, mi primer pensamiento, después de mi madre, fue para usted. Sin usted, sin esa mano afectuosa que tendió al chico pobre que era yo, sin sus enseñanzas y su ejemplo, nada de esto hubiera ocurrido

Camus pone en duda también el concepto de felicidad cuando, además de la terrible vida que llevó con enfermedades continuas, desastres sentimentales y varios intentos de suicidio, nos transmite su inmenso amor a la vida diciéndonos

No hay amor por la vida sin desesperación por la vida

Y ahí, en esa frase, está la clave de todo en mi opinión, y no en la pirámide de Maslow, porque sin seguridad, sin las necesidades básicas cubiertas, sin autorreconocimiento y sin nada de eso, Camus, como otros tantos escritores y artistas a lo largo de la Humanidad, fueron capaces de crear, de donarle al mundo un universo de creatividad y de amor por la vida que no se hubiera dado sin esa desesperación por la vida.

Es el mismo caso de Mary, la protagonista de “Del color de la leche”, que en cuanto aprende a escribir escribe desde la desesperación la historia que quiere que sepamos, su historia. En un mundo de analfabetismo y oscuridad, de personas que viven para trabajar sin otro horizonte, ella surge con una luminosidad brutal, y grita su desesperación con la única intención de que la conozcamos, y esa es la definición perfecta de la creatividad.

No estoy nada seguro, más bien todo lo contrario, de que la creatividad surja de un estado de felicidad. Es más, creo que para que se produzca, tiene que darse esa desesperación por la vida, que unida a un potente amor a la vida les empuja a crear a los que crean. Y creo que dejarse atrapar por esa creatividad de otros nos ayuda a amar la vida como la aman ellos.

 

domingo, 12 de marzo de 2023

COMO NIÑOS

El video lo colgó una persona en el grupo del club de lectura. Se trata de la charla que da un maestro, José Antonio Fernández Bravo, a un grupo de oyentes. Es de esos videos de la serie “Aprendiendo en línea” que está difundiendo BBVA en las redes, seguro que lo podéis encontrar en internet y verlo. No obstante, os dejo por aquí el enlace.

https://www.facebook.com/100063716043247/videos/aprendiendoenl%C3%ADnea-un-maestro-nunca-deja-de-aprender-fuente-bbva/509377791104563/

En su charla, José Antonio nos viene a decir, resumiendo, que a su edad, con su mochila de maestro, todavía sigue aprendiendo de los niños. A medida que le escuchaba había, sin embargo, algo que no me cuadraba, que me chirriaba. Y no era que de vez cuando denominara a los niños con el apelativo “tesoro”, que también, sino algo más profundo. Descubrí qué era cuando dijo una frase que, siendo cierta, me dio la clave:

Muchas veces decimos que no razonan, porque desconocemos la causa por la cual se expresan

Me di cuenta en ese momento. José Antonio habla en el video de los niños a los que da clase, unas veces bien, otras veces riéndose de sus ocurrencias y provocando la risa de sus oyentes. Una veces con respeto, otras con admiración, otras con condescendencia… Pero siempre, y eso es lo que me resultó claro desde casi el principio, desde fuera del concepto de niño. José Antonio aparece, o a mí me lo pareció, como esa persona adulta, que ha sido o se ha hecho adulta en un determinado momento de su vida, dejando en ese momento de ser niño, y que ahora, por alguna extraña circunstancia del destino, o de su vida, ha descubierto que los niños no son tan tontos como parecen, o como a él le parecían cuando dejó de ser un niño. Digamos que José Antonio está volviendo, desde fuera, a recuperar ese alma de niño que en algún momento de su vida se había disipado sin saber muy bien cómo.

Los hay, claro que sí. De hecho, la mayoría de las personas son como José Antonio. Mucha gente confunde la madurez con el hecho de ser adulto, cuando una cosa no tiene nada que ver con la otra. Se puede tener madurez manteniendo siempre ese espíritu. Lo dice muy sabiamente Luis Landero en su libro “El huerto de Emerson”, en su capítulo titulado “El niño y el sabio”:

Un artista, un escritor, un científico, un filósofo, pero también cualquiera que aspire a alcanzar lo mejor de sí mismo, o un buen gustador de la vida, es el que prolonga de algún modo su infancia, y de algún modo su inocencia. Después, con los años, con la observación, con el estudio, cada cual a su modo llegará a ser un poco sabio. Pues bien, el sabio y el niño llegarán a formar un magnífico dúo. ¿Y qué puede aportar el niño al negocio común? Algo esencial para cualquiera que aspire a vivir la vida de primera mano: la intuición y el asombro. La incansable capacidad de asombro. Del asombro nace el conocimiento, como nos indica Platón”.

Siempre me han sorprendido, desde niño, esas personas que presumían de saberlo todo, de estar de vuelta de todo, de ser más adultos, más “mayores” que el resto de sus compañeros. Conozco personas que desde niños querían ser como sus padres, incluso físicamente, y abandonar ese mundo infantil que les correspondía por edad. Ahora también me encuentro con gente a la que ya no le queda nada por aprender, que han perdido esa capacidad de asombro, esa curiosidad infinita que le lleva a uno a seguir disfrutando cuando viaja, cuando se enfrenta con lo desconocido, cuando vive, en una palabra. Me cuesta asimilar esa madurez impostada que en muchos casos lleva a hacer en la vida “lo que hay que hacer, porque es lo que se debe hacer”, que lleva a muchas personas a sumergirse de lleno en una situación de infelicidad, simplemente porque han perdido no sólo esa necesaria prolongación de su infancia, sino también ese punto de rebeldía que tiene el niño ante lo que no le cuadra. Conozco gente “con la vida resuelta”, cuando la vida no se resuelve, sino que le resuelve a uno con los palos que le pega de vez en cuando. Conozco personas que no son capaces de ver que la vida te puede cambiar en un suspiro, y que de no tener esa capacidad de asombro, esa curiosidad insaciable por lo nuevo que te pueda venir, lo vas a pasar fatal por muy maduro que te creas, por muy controlado que creas que lo tienes todo.

El video de José Antonio me ha dado mucho que pensar. Hace pocos días, una persona de ese mismo club de lectura, que creo con una gran vida interior, me preguntó si sabía de dónde me venía una supuesta capacidad de introspección que ella me supone, y que realmente no sé si tengo o al menos no era consciente de que la tenía. Soy consciente de la insaciable curiosidad que tengo y he tenido durante toda mi vida, probablemente heredada de mi padre, que a día de hoy, a mi edad, me sigue impulsando a conocer personas que me puedan aportar conocimientos, sensaciones, sentimientos, alegrías y tristezas. Soy consciente de la capacidad de asombro que me produce todavía a día de hoy tirarme a la piscina por alguien que me parezca interesante, y que el riesgo de que salga mal me importe mucho menos que la oportunidad que posiblemente me hubiera perdido de no haberlo hecho, porque hasta esas cosas que salen mal forman parte de la vida, y te asombran, y te enseñan a seguir tirándote a la piscina las veces que haga falta, porque el problema surgirá, y también soy consciente de ello, cuando se disipe la curiosidad por conocer personas, lugares, momentos memorables, y se me quiten esas ganas de tirarme a la piscina.

Soy consciente, en definitiva, de que mi alma de niño sigue intacta, a pesar de todo lo vivido, de todo lo sufrido, de todas las alegrías y tristezas que he tenido, o precisamente gracias a todo eso. Soy consciente, y eso me asombra, de que mi curiosidad no sólo no disminuye, sino que se hace más potente a medida que pasan los años. Me asombro de mí mismo y me asombran los demás, con sus alegrías, sus tristezas, y su vida, y creo, sinceramente, que ese asombro, y esa curiosidad, son los que mantienen mis ganas de vivir.

Creo que nunca he dejado de aprender, porque nunca he dejado de ser niño, y cuando soy capaz de descubrir, mediante una conversación, o por una sonrisa, o por un repentino brillo de ojos ante una determinada frase, al niño o la niña que se sienta a mi lado, o pasea junto a mí, soy feliz, y me asombro, porque me siento vivo, y me siento entre los míos.

 


 

 

sábado, 21 de enero de 2023

COSAS DE LIBROS. COSAS DEL ALMA


En cada uno de los días de mi vida, desde que tengo uso de razón, en algún momento de la noche me ha arropado un libro. Cada día, desde siempre, incluso en los momentos más tristes y duros, cuando dormía en el sofá de la habitación del hospital en el que estaba ingresada Pilar, con esa extraña sensación de no poder o no querer dormir por si ella necesitaba repentinamente algo. Pues incluso en esas noches, esas muchas noches en ese sofá, en algún momento me arropó un libro. 

Tengo muchas cosas que agradecerle a mi padre. Infinidad de ellas. Podría vivir una vida entera dedicada exclusivamente a agradecerle la forma en que me construyó, los valores que me inculcó, y la libertad de pensamiento y obra que supo transmitirme, no sé todavía, y creo que no lo sabré nunca, si consciente o inconscientemente. Una de esas cosas a agradecer es la encantadora manera con la que consiguió que me interesara por la literatura, por los libros, por los tebeos. Me contaba a su manera el libro que preside esta entrada. Como si fuera un cuento, recorría con su dedo la ruta que siguió Ulises en su viaje, y justo cuando se suponía que iba a llegar a Ítaca, y el Dios Eolo desvió su barco con una tempestad, mi padre decía “mira, parece que va a llegar, ya está llegando, ya va a volver a ver por fin a Penélope y a Telémaco, pero espera… ¡Noooooo…!! ¡¡Eolo está soplando, la tempestad lo aleja!! Y vuelta a empezar”, y señalaba con su dedo justo la curva que estoy señalando yo en la fotografía, dibujada en el interior del libro. En mi recuerdo, ese libro fue el primero, y con ese libro nos pasamos mi padre y yo las horas muertas, leyendo y analizando los dibujos, sufriendo cuando el cíclope Polifemo se come vivos a unos cuantos compañeros de Ulises, y disfrutando cuando Ulises consigue por fin llegar a Ítaca y saluda a su perro Argos y a su fiel criado Eumeo. 

Después vendrían más, muchos más libros. Y tebeos, infinidad de tebeos. De hecho, hubo más tebeos que libros, lo que de alguna manera inquietó a mi padre hasta el punto que un día se las arregló para entrar al patio del colegio en el que yo cursaba, con ocho años, tercero de primaria, y coger por banda a don Jesús, mi profesor, para decirle que su hijo le preocupaba porque leía muchos tebeos. Don Jesús, sin inmutarse, le contestó “que lea tebeos, o libros, es indiferente. Lo importante es que lea”, dejando a mi padre mucho más tranquilo ya para siempre. 

Para mí, ir de visita a casa de mis primos, consistía sobre todo en coger un libro o un tebeo de su librería (mis primos también han sido siempre muy buenos lectores), y aislarme en un sillón leyendo, y rezando para que la visita no terminara antes de que yo acabara mi lectura. Y lo más curioso es que no recuerdo que nadie nunca me recriminara esa especie de insociabilidad congénita. Mis tíos y primos ya parecían tener asumido que nada más llegar iba a sacar de debajo de la cama de mi prima el cajón de madera repleto de tebeos antiguos de Bruguera, tales como Tío Vivo, Pulgarcito o DDT, a dos colores, o los libros gordos de PELÍCULAS de Walt Disney con el lomo blanco con letras doradas en casa de mis otros primos, y me sentaba para devorarlos sin ninguna consideración. 

Recuerdo una charla que Emilio Duró nos regaló a todo el personal de mi empresa. Además de las muchas ideas motivadoras que nos transmitió, se me quedó grabado lo que dijo acerca de las personas más o menos positivas, con más o menos un buen nivel de autoestima, de equilibrio anímico. Dibujó una línea recta en la pizarra, que representaba la trayectoria mental de una persona positiva. De repente bajó la línea en picado. “Aquí aparece un momento fatal, una tragedia, un suceso incontrolado en la vida de nuestra persona positiva, y la moral se va por los suelos, aparece la ansiedad, la depresión, la tristeza. La persona toca fondo, pero por poco tiempo. Nuestra persona, más tarde o más temprano, irá recuperando poco a poco su manera de ser (en ese momento dibujaba con la tiza la línea hacia arriba), hasta alcanzar el mismo nivel de felicidad que tenía antes de la tragedia, del tremendo mazazo que le ha dado la vida. Y siempre, pase lo que pase, y se hunda lo que se hunda, acabará remontando y recuperando ese nivel”. 

Creo que en mi caso siempre se ha cumplido esa regla, y de hecho, se ha vuelto a cumplir. El año pasado, después del verano más feliz y completo de mi vida, que da para otra entrada o incluso para una buena novela, tuve un periodo de cierto bajón, en el que a veces me levantaba con la famosa frase “Buenos días, tristeza”, con una sensación, y me he dado cuenta ahora que por fin he conseguido volver a coger la perspectiva que siempre he tenido sobre mi propia vida, de una ligera pérdida de autoestima, de confianza en mí mismo. Como digo, ni siquiera he sido consciente de ello hasta ahora, y lo soy porque he alcanzado otra vez, como tantas otras veces a lo largo de mi vida, la línea horizontal de mi felicidad. 

Alguien me preguntó, precisamente en ese periodo de cierta pérdida de confianza en mí mismo, si era feliz, y la verdad es que no contesté, o contesté de mala manera. Ahora soy consciente que sí, que soy feliz, y que también era feliz en ese momento, si bien posiblemente debido a la incertidumbre del trabajo era feliz un ocho en una escala de cero a diez, y era feliz porque en algún momento de la noche, durante mi estado de duermevela o en la inconsciencia, un libro me arropaba.

Salvo en esos períodos, normalmente cortos, en los que, por lo que sea, por las circunstancias o los hechos que me rodean, no soy consciente de que soy feliz, el resto del tiempo, como ahora, creo que lo soy plenamente. Hasta en esos momentos ligeramente tristes, sé que más tarde o más temprano volveré a ser el que era, el que he sido siempre. 

¿Y cómo consigo recuperarme más o menos rápido, más o menos bien, más o menos airoso, de esos períodos de tristeza? Hace bastantes años, cuando sucedió lo de Pilar, llegó un momento en que creía que no podía más, en que me costaba un mundo levantarme y afrontar el día a día, y fui a una psicóloga. A la tercera visita me dijo “tienes recursos de sobra para afrontar y superar tu tristeza. No te hace falta un psicólogo”. Salí de allí entre aturdido y relajado. Aturdido porque no era consciente de tener recursos para remontar, y tranquilo porque, si lo decía un profesional, debía de ser verdad. 

Ahora soy más consciente de esos recursos. El año pasado sufrí un mazazo relacionado con el trabajo, y lo superé visitando una exposición de pintura en la Casa de vacas del Retiro. Esa fase de tristeza que he mencionado que tuve a finales del año pasado, relacionada en parte precisamente con el trabajo, la he remontado gracias a mis charlas con Chateaubriand, a compartir las miserias y grandezas de Rafael Chirbes, a comentar con Timandra sus encuentros con Alcibíades, y a la contemplación de la belleza en bastantes, muchas exposiciones. También me han acompañado en mi penar Delibes, Flotats, y los delirantes personajes de Harold Pinter que integran ese “Retorno al hogar” que te deja de todo menos indiferente. He caminado por mis sombras al lado de Kit, y del mismo modo que ella, cuando abandona el fuerte en el que ha muerto Port, su marido, y emprende su aventura con los hombres azules por las arenas del Sáhara. Además de la familia, como siempre, me han arropado los libros. 

No es una fórmula, no es la panacea, no trato de escribir un tratado psicológico para superar la tristeza. Funciona en mi caso, porque lleva funcionando toda mi vida, pero no sé si funciona en otras personas. Lo que sí puedo decir, porque creo que es así, es que no solamente somos lo que leemos, sino que lo que leemos nos ayuda a recuperar el sentido de nuestra vida cuando por alguna razón se desvía. Y si por alguna razón, por alguna extraña circunstancia, perdemos temporalmente esa comunión con la lectura, no debemos preocuparnos, porque algo de todo lo que hayamos leído a lo largo de nuestra vida vendrá a arroparnos cada noche, hasta que recuperemos nuestra verdadera esencia, nuestra verdadera alma.