— Hombre, tú por aquí. ¿Qué tal va todo, qué tal el finde?
No le había visto venir. Estaba
tan concentrado en el café de media mañana, que ni siquiera cuando se sentó a
mi lado noté su presencia.
— Hola Julián. Bien, bien. Ha
merecido la pena.
— ¿Has hecho algo especial, o lo
de siempre?
Es el tono habitual de Julián,
entre irónico y ligeramente hiriente. Hay que quererle como es, a pesar de
todo.
— Ya te digo que ha merecido la
pena. El viernes vi una película soberbia, de esas que te cambian muchos
esquemas.
— ¿Ah, sí? ¿Qué película?
— Jusqu´ici, tout va
Hizo un gesto como de escalofrío
inmediato, abriendo mucho los ojos y fingiendo un temblor de sorpresa.
— Ostia, macho, vaya titulito,
como para acordarse… ¿Y dónde la viste?
— Donde siempre, en los cines
Zoco de Majadahonda. Bueno, donde siempre no, donde siempre desde un tiempo a
esta parte.
— Mucho vas tú últimamente a los
Zoco. Por algo será, porque lo que es precisamente cerca de esos cines no vives…
Me encojo de hombros
— Voy por varias razones. En
primer lugar, porque tardo menos desde mi casa en ir a esos cines, que a los
Renoir de Princesa o a los Verdi, por ejemplo, que son los que me gustan. En
segundo lugar, porque no es sólo cine. Son eventos, charlas con directores,
conciertos de jazz, presentación de varios cortos… Son personas con una
inquietud cultural tremenda, que me contagiaron desde el primer momento, y me
encuentro muy cómodo allí.
— ¿Y cómo fue meterte a ver esa
película precisamente?
Sonrío al acordarme
— Pues precisamente por eso que
te digo. Habíamos quedado Pilar y yo para meternos a ver una película, sin
habernos decidido entre la de Morgan Freeman o la francesa, cuando me encontré
con Jesús, uno de los directivos del Zoco, cargado con una televisión de
plasma, y me saludó “Hombre, Félix, ¿qué tal estás?. ¿Vas al evento”. “¿Qué
evento?”, le pregunté, y ahí empezó todo. Me contó a grandes rasgos el tema
principal, me dijo que después había coloquio con el director, después vino
Pilar, se lo conté, nos convencimos los dos mutuamente, y nos metimos a verla.
La culpa fue de Jesús, por haber estado en ese momento en ese lugar y cruzarse
conmigo.
— Mira, una de esas casualidades que
conducen a algo bueno.
— Así es, esa es la verdad.
— Bueno, ¿y de qué va?
— Pues mira, la verdad es que
empieza de una manera que me despistó por completo. Una chica bañada con una
luz roja intensa, bailando frenéticamente un ritmo muy fuerte. Me recordó a “Titane”.
— ¿”Titane”? No me jodas…
Recuerdo que me dijiste que te saliste a media película.
— Sí, es verdad. Será muy buena,
pero no me gustó nada. El caso es que ese comienzo no me cuadraba con lo que me
había contado Jesús. “Cine dentro del cine”, me había dicho, y ya sabes
también que ese subgénero me encanta. “La noche americana”, por ejemplo,
es una de mis películas de referencia.
— Sí, lo sé. Y “El crepúsculo
de los dioses”, también. Me has dado la brasa con ella varias veces.
— Exacto. Por suerte ese baile dura poco, se trata de una escena que están rodando el director y su equipo. El director, por cierto, y protagonista también de la película, es Francesc Cuéllar, un hombre de treinta años con un talento especial
. Aparece Cuéllar dando unas indicaciones a
las que nadie hace caso, y alguien le dice que le está esperando Lola, la
actriz principal, para hablar con él. No muy convencido, y estresado porque le
queda menos de una hora para rodar los tres planos que tiene que rodar, acude
al encuentro con Lola. Después de unas frases corteses, de compromiso, Lola le
dice que no está dispuesta a rodar la escena de desnudo que al parecer habían
pactado que iba a rodar, y ahí empieza todo.
— Parece interesante. ¿Al final
se desnuda?
— Julián, lo que empieza es una
conversación de casi una hora. La película es la conversación de Lola y
Francesc.
— ¿Una hora de conversación? No
me jodas…
— No, no es una hora de
conversación. Es una hora de reflexión, de introspección, de un intimismo tan
absoluto por parte de los dos, Lola y Francesc, que te repites a ti mismo a
cada frase, a cada gesto, a cada giro del guión, que estás asistiendo a algo
grande, muy grande. Los dos personajes están tan magistralmente interpretados
que no parecen personajes, sino seres humanos reales que están discutiendo
delante de ti. Porque discuten, Julián, y hablan de un montón de temas que, por
culpa del estrés, o si quieres por culpa del lastre que cada uno nos echamos
encima aunque no queramos, tenemos perfectamente olvidados.
— ¿Cómo cuales?
— Pues mira, hablan por ejemplo
de ese miedo a la mediocridad, que nos empuja a hacer, y hacer, y hacer por
hacer, buscando siempre el reconocimiento de los demás, cuando la mediocridad,
y eso es algo que comentó después Francesc en el coloquio, no tiene por qué ser
algo directamente a despreciar. Hablan del miedo a decir que no, porque Lola
dice que no va a hacer el desnudo, pero tampoco está tan convencida de que su
decisión sea la correcta, y apela continuamente al sentido de ser humano de Francesc,
cuya única razón a priori para meter ese desnudo en la película era que “molaba”.
Poco a poco, frase a frase, Lola consigue que el alma de Francesc se desgarre,
y se muestre tal como es, con sus miedos y sus miserias, con sus tristezas y
sus alegrías. Y lo consigue porque sabe que en el fondo, muy en el fondo quizá,
Francesc no ha podido perder la honestidad que le había demostrado al principio
de su carrera, porque los dos llevan mucho tiempo trabajando juntos y se
conocen perfectamente. Se puede decir que la película es un canto sublime a la
honestidad al hacer las cosas, a no rendirse a lo que se lleva, o a lo que en
teoría se debe hacer. A no tenerle miedo a decir que no, porque, tal como dice
Lola, “decir que sí te compromete, pero decir que no te define”. Es un
canto a la honestidad, y también un canto a la libertad de cada uno para elegir
lo que quiere ser en la vida. En el coloquio nos dijo Francesc que tiene un
amigo que hace cine comercial y gana dinero, mientras que él se gasta su dinero
en hacer el cine que quiere hacer. Es lo que tantas y tantas veces hemos
hablado, Julián, la vocación frente a la ambición, la plenitud frente a la
banalidad, tener una vida propia frente a tener una vida fabricada por otros. Lo
dice también Francesc, con una madurez brutal que no solemos atribuir, muchas
veces como en este caso de forma equivocada, a personas de treinta años, “Se
cataloga a las personas por su profesión, no por lo que son”. Francesc es
director de cine, actor, director de teatro, escritor, filósofo y muchas cosas
más de forma vocacional, lo que convierte automáticamente su profesión en su
forma de vida, en su vida, en definitiva. Cuando contó la anécdota de su amigo
que hace cine comercial, me recordó a Howard Roark.
— Ya. El arquitecto protagonista de
“El manantial”. Otra referencia tuya
— Pues sí, porque creo que es
así, que el creador de verdad no busca la fama, ni el dinero, ni tan siquiera
el reconocimiento. Lo que busca el creador de verdad, y Francesc Cuéllar lo es,
y de los buenos, es simplemente crear, y hacer de su creación su vida.
— Vamos, que me la recomiendas.
— Joder, Julián, si después de la
brasa que te he dado, todavía dudas, es para matarte. Yo no puedo recomendar
películas, sólo te digo que esta película ha hecho que se tambaleen algunas de
mis convicciones, si es que me quedaba alguna sin tambalear, y ha consolidado
la idea de que siempre se puede descubrir algo interesante. Y mis convicciones
se tambalean del mismo modo que se tambalean también las de Lola y Francesc a
medida que hablan, porque otra clave importante que tiene la película, en un
mundo en el que nadie escucha ni cambia sus convicciones, es que una buena
conversación, que apele al lado humano de cada uno, es capaz de hacerte cambiar
de idea por muy enraizada que esa idea pueda estar en tu conciencia. En fin,
Julián, ya sabes lo que suelo decir en estos casos.
— Ya, ya lo sé. Que debería ser
una película de obligada visión.
— Exactamente
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