¿Cómo era aquello?... Me cuesta recordarlo… A ver… Unos tipos se metían en un caballo de madera, se dejaban llevar al interior de la ciudad, y después, por la noche, mientras la ciudad dormía, la conquistaban. ¿Quién era su líder? A, sí, un tal Ulises…
Me ocurrió a la salida de la película “Troya”, hace ya bastantes años. Un adolescente, entusiasmado porque probablemente era la primera vez que tenía contacto con los héroes de la antigüedad, le decía a su padre que le había encantado conocer a Aquiles, a Agamenón, al astuto Ulises, a Héctor, a Paris, que había causado todo aquel tinglado por amor, por puro y simple amor… Recuerdo que el padre, con gesto de sobrado, le contestaba a su hijo “son historias para niños”.
Aquello me dejó pensando. Hoy, viendo que los informativos de la televisión llevan todo el santo día haciéndose eco del encarcelamiento de Blesa y de su salida de la cárcel de Soto del Real, he recordado la frase de aquel padre, y de repente, creo que he dado con la clave de todo esto. Es muy sencillo. Simplemente, hemos pasado de adorar a héroes humanos que se atrevían a desafiar a los Dioses, a adorar a Dioses que se atreven a desafiar a los seres humanos “de a pie”, por denominar de alguna manera a todos los que estamos sufriendo los desmanes de todos esos seres que se han fabricado su Olimpo particular a costa de los demás mortales.
¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cuál es el mecanismo por el que les hemos permitido a unos pocos seres instalarse en el poder y disponer a su libre albedrío de las vidas, sueños, ilusiones y economías de los que nos dejamos la piel para llegar a fin de mes? No lo sé. Puede que sea algo tan antiguo como la Humanidad, o al menos tan antiguo como esa época de oscurantismo que llegó tras la época de esplendor de los héroes a los que antes hacía mención, por culpa del fatalismo de las religiones y de la exaltación de la ignorancia y la incultura que propiciaron.
Blesa sale de la cárcel. Viste un jersey marrón, una camisa blanca, y vaqueros. Se mete en la parte de atrás del coche de sus abogados, para lo cual entra por la puerta de delante mientras uno de ellos reclina el asiento. La imagen, repetida hasta la saciedad, deja su lugar a otra imagen, la de un buen número de informadores esperando en la puerta del domicilio del banquero, situado en una lujosísima urbanización. Hasta la saciedad aparece también el titular “Apenas ha pasado 24 horas en la cárcel tras pagar dos millones y medio de euros”. ¿Acaso alguien dudaba de que se iba a pagar a tiempo la fianza? ¿Existe alguien capaz de pensar que reunir una cifra así supone un gran esfuerzo para un individuo, para una persona como Blesa? No nos engañemos. Blesa, como muchos otros, pertenece a otra especie, a otra casta, a la de esos Dioses que han adquirido poder, vaya usted a saber por qué causa, ya sea política, económica, o porque haya sido tocado por la Gracia de Dios. Nos sorprende ver a una persona con esa categoría en vaqueros, escondiéndose de las cámaras, saliendo de la cárcel. ¿Por qué nos sorprende? ¿Por qué nos fascina que alguien que probablemente sea culpable de los grandes agujeros de Bankia tenga esa dimensión humana? Precisamente porque inconscientemente hemos elevado a las alturas a toda una casta de banqueros, financieros, altos consejeros de empresas y demás fauna a una categoría que está muy por encima del ciudadano de a pie.
Por más que lo intentemos, lo único que podemos hacer es sorprendernos, disfrutar con las imágenes, soñar con que probablemente se haga justicia, con que probablemente se abra la caja de Pandora. No nos cabe otra que esperar a que alguien se atreva por fin a ponerle el cascabel al gato, a llamar a las cosas por su nombre y a aplicar las leyes a humanos y a Dioses por igual. Sólo podemos elucubrar, porque nos resulta imposible analizar, meternos en la mente de una persona con poder. Sólo podemos imaginar, entrever a través de una nube el profundo desprecio, el desapego, la absoluta falta de empatía que debe de sentir uno de estos seres hacia cualquier ser humano que no forme parte de su familia, su clan o su lobby. Recuerdo la frase de Orson Welles desde la noria de Viena, en “El tercer hombre”, mientras contempla a la gente que pasea por debajo. “Son sólo hormigas, puntitos que se mueven, No pasaría nada si de repente unos cuantos puntitos de esos dejaran de moverse”. Para ellos la Humanidad es eso, hormigas, puntitos a los que se les puede robar, mangonear, exprimir hasta la saciedad, y además estarán encantados, porque no se enteran, porque ellos, los Dioses, están en otra esfera, en su Olimpo particular.
Ojalá fuéramos capaces de recuperar a los héroes de verdad, a los que se merecen ser admirados, a los que dedican su pensamiento y su vida a hacer un mundo mejor a través de su profesión, de su solidaridad o de su esfuerzo. Ojalá fuéramos capaces de contemplar a estos Dioses como seres humanos que no son dignos de ocupar los cargos que ocupan, que no son dignos de ostentar el poder que ostentan, que tienen que ser estudiados, analizados, controlados por verdaderos profesionales. Ojalá que nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestras vidas, estuvieran en nuestras propias manos, y esos Dioses no sirvieran para otra cosa que para contemplarlos en la televisión o en las revistas del corazón.
Puede ser un primer paso, o quedarse todo en agua de borrajas. O puede que sea la mecha que nos haga salir de nuestro letargo. Sólo el tiempo lo sabe.