No me gusta la novela negra. O mejor dicho, no me gusta la novela negra por sí sola, como no me gustan la novela romántica, la histórica, el western, el terror, la fantasía... Puedo hacer una excepción con la novela de ciencia ficción, que me ha encantado siempre como estilo, básicamente por culpa de Philiph K Dick, Bradbury y Clarke, pero el resto de géneros, de etiquetas, no me gustan. Lo que sí admiro y disfruto siempre son esas novelas que trascienden el género, que se burlan de las etiquetas que muchos lectores, editores, críticos y expertos se empeñan en colocarle de una manera casi obsesiva y enfermiza a cualquier producto que sale de la imprenta. No creo que nadie se atreva hoy en día a etiquetar "El Nombre de la Rosa", por ejemplo, la novela que engrandece todos los géneros por igual. Es una novela inclasificable, total, que bebe de todos los estilos y de ninguno. Es LA NOVELA por antonomasia, perfecta, eterna, inmortal.
Me encapriché de "Nada que
perder" por un párrafo que alguien colgó en Twitter:
"Hay un episodio en la
Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de
andrajos, y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin
fuerzas. Ocurre en el canto XX. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta
los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las
pronuncia al oido la diosa Atenea: "Aguanta, corazón". Y esas dos
palabras lo salvan".
Los que me conocen saben que soy
incapaz de sustraerme al embrujo de todo lo relacionado con la Ilíada, La
Odisea, y sobre todo Ulises. El mismo día que leí ese párrafo encontré el
libro, y a punto estuve de abandonarlo en su estante cuando leí en la contraportada
"Un thriller impactante que te sumerge...". Ahí estaba. La
circunscripción al género, la coletilla de siempre, con letras amarillas,
luminosas. Por suerte, el "Aguanta, corazón" de Ulises acabó
venciendo su batalla contra la frivolización de la literatura, y compré el
ejemplar.
Me sumergí prácticamente desde la
primera página en la manera de narrar de Susana Fortes. Cualquiera que haya
vivido una temporada en Galicia sabrá que existen elementos allí que se te
meten con fuerza hasta los huesos. Es algo indefinible, relacionado con la luz,
la humedad, el brillo de las piedras cuando llueve, el musgo, el eterno color
verde oscuro, los símbolos ancestrales por todas partes. Todo esto, y más, está
en el libro. En las primeras páginas ya aparecen mariscadoras, castros, capazos
de mimbre, salitre... A medida que leía revivía como si hubiera ocurrido hace
pocos días sensaciones que tuve hace más de veinte años, fuertes fragmentos de
la memoria que surgen de la misma forma que las cerezas, como Susana dice en el
libro, tirando unas de las siguientes.
Estaba sintiendo la misma paz, el placer
que tuve este verano leyendo otro libro. Blanca, Hugo y Nico, una chica y dos
chicos, disfrutando y viviendo su infancia, despertando a la vida a base de
curiosidad (porque la infancia es mirar, dice Susana), en un entorno a
priori bucólico, con una complicidad encantadora entre ellos, me recordaban
vagamente a Scout, Jeremy y Dill, los protagonistas de "Matar a un
ruiseñor". Esta sensación encuentra su explicación hacia la mitad de
la obra de Susana, cuando nos revela que Magnus, el padre de Blanca, admiraba a
Atticus, el padre de Scout y Jeremy.
A medida que leía se confirmaba la
certeza. "Nada que perder" es una novela negra, sí, pero no es
sólo eso. Es mucho más. Entra de lleno en esa categoría de novelas
inclasificables, totales, perfectas, que atrapan y no te dejan soltarte hasta
que las has terminado. Tal y como describe Susana la naturaleza de Blanca,
aquella niña ya mujer que vuelve a As Covas para reencontrarse con su pasado,
resulta casi imposible no pensar que todo aquello no le ocurrió a ella misma.
En los agradecimientos finales la autora hace referencia a "las
personas que me alentaron y han hecho posible la escritura en un año
especialmente difícil". Siempre he pensado que es precisamente durante
las circunstancias difíciles cuando un escritor vuelca en su escritura lo mejor
de sí mismo, cuando se escribe desde las mismas entrañas, cuando se muestra el
alma sin sombras, en toda su plenitud, y creo que Susana ha conseguido eso
creando un personaje tan atractivo, tan peculiar y tan profundamente humano
como Blanca Suances. Por su forma de mirar, de analizar, de recordar, de vivir
y de amar, tan intensamente descritas, se deduce, o al menos eso me ha parecido,
que hay mucho de Susana en Blanca.
¿Y qué decir del otro protagonista,
el periodista Lois Lobo? este hombre debería ser el protagonista de una saga de
libros tan prolífica como mínimo como lo fue la del comisario Wallander en su momento.
Desgarbado, inclinado hacia adelante, con cierto parecido a Richard Burton,
su manera de acompañar a Blanca en una aventura tan dolorosa como la que ella
está viviendo es digna de admiración y respeto. Lobo es el hombre perfecto, que
escucha sin dar consejos, que abraza cuando tiene que abrazar, llora cuando
tiene que llorar y ríe cuanto toca reír. Sus silencios, sus miradas, sus
detalles con Blanca son más elocuentes que cualquier otra cosa. Es la parte
pragmática de la historia, en perfecta armonía con el lado intensamente
emocional que representa Blanca, pero aún así, es capaz de empatizar
completamente con una mujer en permanente lucha con sus recuerdos, tanto los
presentes como los ocultos, que van surgiendo como latigazos a medida que
avanza la trama.
El tercer protagonista es el
silencio. Ese "Allá cada quién", que se repite como frase
suelta, como otras muchas, a lo largo de la novela.Un recurso literario que me
ha parecido maravilloso. El silencio vergonzoso y vergonzante de una sociedad
en la que todos parecen tener algo que ocultar, lo que les obliga a callar. Esa
cobardía tan nuestra, tan de Galicia, pero también tan española, de no hacer
nada para no meterse en líos. Ese justificar cualquier injusticia que
presenciemos con un "algo habrá hecho" que sólo sirve para
tranquilizar nuestra conciencia de seres cobardes. Un silencio que oculta como
una negra nube los fantasmas que van apareciendo a medida que, Blanca con sus
recuerdos, y Lobo con sus pesquisas, van apareciendo.
La más que interesante psicología de los personajes, la memoria, los
ambientes, los olores tan perfectamente descritos que a veces pareces sentirlos, el intimismo casi constante, una naturaleza tan singular como opresiva a veces,
la trama tan perfectamente construida, e incluso los objetos cotidianos (la
alusión a las cajas metálicas en las que se guardaba todo despertó mis
recuerdos), convierten a "Nada que perder" en algo mucho,
muchísimo más importante y trascendente que una simple novela negra. Es más,
incluso, que una novela. Es una perfecta obra de arte.