viernes, 10 de enero de 2020

Lluvia Fina, de Luis Landero


¿Se puede decir algo mejor de un libro que el hecho de que te lo hayas leído de un tirón, que no podías dejarlo ni para comer, que lo terminaste una noche a las cinco de la mañana, diciendo a cada página “ya lo dejo, mañana seguiré”, sin poder hacer nada, tan sumergido como estabas en su lectura? Pues eso me ha ocurrido con “Lluvia fina”, de Luis Landero.

Fue un regalo de reyes. Me gustó nada más desenvolverlo. Soy un poco fetichista de los libros, y me gustan los libros de Tusquets, sus portadas, siempre sugerentes. Además era Landero. “Vaya, mi viejo amigo”, pensé, del que no leía nada desde “Caballeros de fortuna” pero del que sin embargo recordaba que me había gustado. Ojeé unas líneas, me gustó su prosa, siempre inquieta, siempre precisa, con ideas que se materializan en cuatro palabras. Una prosa que engancha. Me pasé el día 7 de Enero dudando. Tengo otros libros abiertos en mi mesilla, pero me apetecía meterme con Landero. El día 8 de Enero lo abrí por la primera página. Error. Me atrapó como las sirenas hubieran agarrado a Ulises de no haber taponado sus orejas con cera. Empecé a leerlo y ya no pude parar. Lo acabé anoche, a las cinco de la mañana, pensando “esto no puede ser, tienes que dormir”. Recordé aquellos tiempos de estudiante, cuando me quedaba hasta que amanecía, o las noches en la playa o el pueblo, cuando un libro me atrapaba hasta el final, cuando después de acabarlo, como sucedió ayer, los cerraba, el libro y los ojos, y pensaba “Joder, qué gran libro he leído”, con un placer que sólo pueden entender los que leen por necesidad, por vicio. Ayer me ocurrió eso, algo que ya pensaba que se había perdido hace muchos años, porque la vida nos lleva muchas veces por otros derroteros que no te permiten hacer locuras como la de quedarte leyendo hasta las cinco de la mañana, entre otras razones porque con la edad se te caen los párpados y te quedas dormido mucho antes.

La trama es sencilla. Gabriel y Sonia se casan en 1966, y tienen tres hijos: Sonia, Andrea y Gabriel, nacidos por ese orden. El padre, que era la personificación de la alegría, muere cuando los tres hijos son pequeños, y la madre, que en muchos aspectos recuerda a Bernarda Alba, se ata los machos para sacar a su prole adelante. La madre, de carácter tenebroso, decía que la alegría “trae mala suerte, porque detrás de la alegría viene siempre la desgracia”. Imaginaos la infancia que tuvieron las tres criaturas.

La novela arranca con la idea de Gabriel de reunir a la familia para celebrar el ochenta cumpleaños de la madre. Para ello, desoyendo los consejos de Aurora, su mujer, llama a su hermana Sonia para organizar el evento. Aurora, la mujer de Gabriel, es el personaje bondadoso al que todos, tanto los hermanos como sus cónyuges y la madre, le cuentan sus cosas, sus rencores, sus pequeñas mentiras que llevan fabricando desde su más tierna infancia, esos recuerdos que muchas veces no sabemos si son reales o inventados, esa vida fabricada en la que se culpan unos a otros de lo que les ha deparado la vida, ese “si tú no hubieras…” tan repetido, sobre todo en el caso de Andrea, un personaje muy conseguido, con una bipolaridad extrema en la que unas veces es víctima y otras verdugo. Aurora, por su bondad, por su mirada, por su silencio, es el paño de lágrimas de todos ellos. Esa primera llamada de Gabriel a Sonia desencadena otras llamadas, otras confidencias, una catarsis de recuerdos que se va desarrollando sin que Aurora pueda hacer otra cosa que escuchar a uno y a otro, sin juzgar, sin saber a ciencia cierta si lo que le cuentan es real o un sueño, y con la sensación, cada vez más más acusada, de estar asistiendo a la formación de una tela de araña familiar sin poder hacer nada.

Landero propone en su prosa conceptos muy interesantes relacionados con las palabras. En su inicio, ya nos dice que los relatos, ni siquiera los que se producen en el sueño, son del todo inocentes, que las palabras entrañan una amenaza y que no es cierto que el viento se las lleve tan fácilmente. Quedan ahí, larvadas y a la espera de desarrollar su poder, de reavivar rencores y heridas que jamás han quedado del todo cerradas. Con mucha ironía y un sentido del humor en cierto modo negro, Landero nos habla, por boca de Aurora, de ese “montón de palabras que todos tenemos que son como fieras enjauladas y hambrientas que están rabiando por salir a la luz”, o esas “cosas que se dicen pero que en realidad no se sienten, ideas fijas momentáneas”, o las “conversaciones que dicen poco pero que confirman la continuidad y la dulzura de los hábitos”.

Todos tienen algo, algún fantasma, un trauma infantil, un recuerdo distorsionado por el tiempo y una imaginación desbordada. A medida que avanza la novela descubrimos más de cada personaje y aparecen otros nuevos, como Horacio, que vive en una especie de mansión encantada llena de juguetes y cómics y se convierte en el primer marido de Sonia hija, o Roberto, su segundo amor.

Leyendo la crítica de la novela me entero de que Landero la escribió en cuatro días, como un fogonazo de imaginación que tuvo tras conocer una noticia en un periódico. Se nota la pasión, la velocidad en la escritura, la revelación en cada frase, ese estado de frenesí que suele provocar que lo que se escribe se haga con el alma, del tirón, y eso es precisamente lo que hace que la novela enganche. No os fieis mucho de la guarda que la editorial ha colocado en los ejemplares como reclamo publicitario, en la que se compara esta novela con “Patria”, de Aramburu. No tiene nada que ver, en absoluto, o al menos a mí me lo parece. “Patria” es la reflexión, la hondura, el compromiso. “Lluvia fina” es el torrente, la catarsis, el pasado que hace daño sin ninguna injerencia exterior, como en “Patria”. En lo único que probablemente se parecen un poco es en la perfección, en la humanidad con la que están construidos los personajes, aunque para mi gusto los de Landero son más interesantes por sus picos de carácter y sus puntos de inflexión.

Una novela más que recomendable, de esas que te hacen pensar en tu propia existencia, reflexionar sobre muchos aspectos de tu vida, e indagar en las causas del porqué de muchos de tus comportamientos vitales, tomando conciencia de los episodios de la infancia en los que pudieron tomar forma.