miércoles, 20 de enero de 2021

El hogar de los libros de Umberto Eco

 

Ayer vi este video en Twitter. Se trata de Umberto Eco, paseando por su biblioteca:

https://www.youtube.com/watch?v=bF9tG5Q6NTA&ab_channel=PlzAle

Bien es verdad que en Twitter no se veía como en este enlace. Se reproducía sin música, lo que lo hacía aún más inquietante. Inmediatamente me surgieron varias preguntas. Sentí una especie de desasosiego bastante difícil de explicar, y no supe el por qué prácticamente hasta hoy. ¿Se trataba de su casa, de su hogar? Si es así, ¿dónde están los signos que marcan un hogar? Se veían cuadros, mesas, e incluso un perchero con un par de sombreros. “No – pensé aiviado -. No es su casa, es una oficina, seguramente su oficina, donde trabaja gente y ha metido todos sus libros”. Me quedé más o menos tranquilo, hasta que hoy, indagando, he leído varias páginas en las que se habla de esta biblioteca.

En efecto, era su casa, en concreto la de Milán, donde Eco tenía una colección de unos 30.000 libros, y 20.000 más en su casa de veraneo, cerca de Urbino. Un “hogar” que, más que suyo, era de los libros que coleccionaba. Cuando alguien le preguntaba “¿Los has leído todos?”, Eco contestaba “no, estos son los que tengo reservados para fin de mes. Los que he leído los tengo en mi despacho”.

Analizando el video, he llegado a varias conclusiones, relacionadas con el tema de la acumulación de cosas, con el desasosiego, con la despersonalización del “hogar” cuando te sacude una afición coleccionista, y con el propio Umberto Eco. Vayamos por partes, y empiezo por el último punto.

Umberto Eco era una persona excepcional, y un autor brutal. Escribió “El nombre de la rosa”, probablemente la mejor novela que haya leído jamás. La devoré en un mes, mientras estudiaba, y recuerdo que la leímos juntos varias personas. Nos juntábamos en el estanco de un amigo, y la comentábamos como se comenta hoy “Juego de tronos” entre los aficionados a la serie. Si alguno de los amigos había avanzado una noche algo más, y empezaba a destripar la trama, le dábamos la paliza a base de gritos y codazos para que se callara, para que no hiciera “spoiler”. Disfruté un montón de la novela y de las circunstancias en la que la leí, en un tiempo en que leer empezaba a ser algo vital para mí.

Después vino “El péndulo de Foucault”… Y ya no fue lo mismo. Me gustó, pero no era para mí como “El nombre de la rosa”. Luego leí “Baudolino”, y me ocurrió otra vez. “El cementerio de Praga”, siendo fantástica, tampoco llega a la altura de la rosa. “La misteriosa llama de la reina Loana” me entusiasmó, e incluso me inspiró una trama parecida, pero tampoco era lo mismo. Y mi pregunta era, a partir de entonces, ¿pensará igual Umberto Eco? ¿Escribirá bajo la losa de haber escrito lo mejor que puede escribir una persona? ¿Vivirá toda su vida condenado, agotado por la presión de tener que superarse a sí mismo? Viéndole pasear en ese video con los hombros cargados, a ese paso más o menos rápido, como a la búsqueda de algo, esas preguntas volvieron a mi mente, y de ahí al desasosiego hubo sólo un paso.


Una de las páginas que he leído hoy habla de la Antibiblioteca, compuesta por todos esos libros de una biblioteca personal que no se han leído, y que muchas veces tiene más libros que los que realmente se han leído. Es como una especie de reconocimiento, se decía en esa página, de todo lo que nos queda por aprender, de todo lo que nos queda por leer. La certeza palpable de que lo que hemos aprendido hasta el momento es una gota en el océano comparado con lo que no sabemos. He dejado volar la imaginación y he visto a Umberto Eco paseando eternamente por esos pasillos de la biblioteca de su casa, vaga imitación de la que aparece en su mejor novela, buscando la idea que le empujara a escribir algo más grande que “El nombre de la rosa”. Inquietante.

Me gustan los libros, no puedo negarlo, y los que me conocen lo saben. A veces he comprado libros por el aspecto, o por las ilustraciones, o porque era una edición que me gustaba más que la que tenía. Tengo tres “Nieblas”, cuatro “El río que nos lleva”, etc. Pero de un tiempo a esta parte, no sé si será por la edad o porque el pensamiento y las ideas van cambiando por un proceso natural de nuestro cerebro, no le doy tanto valor a acumular. De hecho estoy organizando seriamente la venta de un montón de libros. Hace poco, con motivo de una vivienda que tuvimos que vaciar la familia, que estaba también llena de libros, hicimos varios viajes al Retiro para dejarlos en las hornacinas que hay cerca de la estatua de Galdós y en los jardines de la casa de fieras. Llevamos un montón de libros, y no me dio ningún reparo en deshacerme de ellos. Hace tiempo que prefiero acumular experiencias, sensaciones, momentos entrañables con familia o amigos, cenas, viajes, exposiciones, paseos… Y sigo teniendo muchos libros, por supuesto, pero soy consciente de que muchos, muchísimos de ellos, no los voy a leer, y no me importa, porque seguiré leyendo y disfrutaré de los que me dé tiempo.

El caso es que estuve todo el día con el desasosiego, porque las respuestas de la gente al video eran de admiración, de aplauso al hecho de tener esos libros, en esos pasillos interminables de estanterías hasta el techo. Parecía no haber nadie con esa sensación inquietante que había tenido yo, hasta que Rosa Montero respondió más o menos que de qué servía todo eso, que Umberto se había muerto igual, y añadía unas palabras de Simone de Beauvoir: “Lo que más me tortura son todos esos libros que he leído, todo lo que he aprendido, que desaparecerá en la nada”.

Al leer la respuesta de Rosa tuve dos sensaciones. Una de consuelo, al no ser el único al que le había parecido inquietante ese video, y otra de certeza de que Rosa había escrito el tuit en un momento de bajón, porque si bien estaba de acuerdo con la primera parte de su pensamiento, que no sirve de nada acumular, no compartía ni mucho menos esas palabras de Beauvoir.

No, Rosa, en eso no puedo estar de acuerdo, porque lo que tú has leído, lo que has vivido, se plasma de alguna manera en “La hija del caníbal”, o en “la ridícula idea de no volver a verte”, o en “Te trataré como a una reina”, o en muchas otras, que mucha gente hemos leído y nos han marcado, como otros muchos libros tuyos. Porque lo que leyó Eco se plasmó en sus libros, y los que los hemos leído los hemos disfrutado y hemos aprendido. Nada de lo que leas o aprendas se pierde, porque siempre habrá alguien que lo haya asimilado simplemente por tu forma de ser, que probablemente se deba a muchos factores que nada tengan que ver con la lectura, pero también a ella. No tiene nada que ver aprender, leer, estudiar, con el hecho de acumular libros, que no es más que un síndrome de Diógenes del que poco a poco hay que ir curándose. Entre el Umberto que escribe, y el Umberto que tiene libros, indudablemente me quedo con el primero.