Triste, porque lo he terminado. Feliz, porque lo he vivido.
Creo que esta
reflexión resume perfectamente lo que sentí anoche cuando leí la última frase,
soberbia, de "Todos mis ayeres, una autobiografía", escrito por
Leonard Spigelgass a través de los testimonios directos de Edward G Robinson, y
traducido magistralmente por Ananda Segarra. Esa frase pertenece a un discurso
del actor, un alegato final impresionante, que se lee manteniendo la emoción a
flor de piel, en el que se refleja perfectamente su inmenso amor a la
profesión, que para él era sin duda lo más importante de su vida.
Compré el
libro a primeros de marzo. No sé si habéis visto "Chocolat", con ese
alcalde puñetero interpretado por Alfred Molina, que mira de vez en cuando de
reojo y con mirada golosa los pasteles expuestos en el local de Juliette
Binoche, hasta que no puede más y se pega la gran comilona. Pues algo muy
parecido me ocurrió a mí con "Todos mis ayeres". Lo puse en cola,
después de un libro que me tenía que leer para un club de lectura, y de uno de
Landero, el último, del que llevaba un par de capítulos. Cada noche, al dejar a
Landero, veía a Edward, con esa mirada entre sonriente y displicente, con el
puro en una mano, y la otra apoyada en una repisa sobre la que había un objeto
de arte de los que tanto le gustaban. "Tienes que esperar un poco, amigo",
le decía, y él afirmaba sonriendo. A la tercera noche ya no sonreía. Me
chistaba, interrumpiendo mi lectura, y me decía con su voz peculiar "deja
ese bodrio. Te estoy esperando". "No es un bodrio, es una joya".
"Hasta que no te metas aquí no vas a saber lo que es una joya".
Pasaron varios días, y al final, cuando llegó un momento en el que no me
concentraba en el Landero, y me pareció que Edward estaba a punto de sacar una
pistola de algún rincón de su elegante chaqueta roja, dejé lo que estaba
leyendo y me zambullí de lleno en "Todos mis ayeres". Me ha pasado
eso otras veces, que un libro se cruzara en mi camino y tuviera que dejar lo
que fuera para ponerme con él, pero creo que nunca con tanta fuerza como con
este. Tenía razón Edward en abroncarme, el libro es una joya.
Lo empecé el
catorce de marzo, y lo terminé ayer. Han sido veinticinco días no sólo de
lectura intensa, probablemente la más intensa que haya tenido nunca, sino de
búsqueda, de análisis, de visionado de películas... Porque "Todos mis
ayeres" no es sólo una autobiografía, un libro de memorias lleno de
anécdotas jugosas, que también, pero no sólo eso. El libro refleja la
trayectoria vital, el viaje lleno de altibajos, tragedias, éxitos y fracasos de
una persona que, saliendo de una situación prácticamente en la miseria de su
Rumanía natal, alcanzó la cumbre en los Estados Unidos.
Resulta
imposible leer el libro sin indagar y buscar las innumerables referencias a
obras de arte que contiene. El actor fue probablemente el coleccionista más
importante de su país, y el libro nos relata esa faceta suya, sus incontenibles
deseos de comprar cuando veía algo que le gustara, normalmente de la época
impresionista, o el placer que sentía al colgar sus cuadros en su casa de
Beverly Hills. Observando los cuadros que le atraían, desde las primeras
referencias a obras que reflejaban esa Nueva York neblinosa y sombría que tanto
le impresionó a su llegada desde Rumanía, creo haber detectado un gusto por lo
melancólico, lo sobrio, colores discretos, una madurez en los temas que
probablemente fuera fiel reflejo de su carácter.
Hay que
destacar también las continuas referencias a libros, a obras de teatro, a
autores, a directores... También me ha resultado imposible no interrumpir la
lectura de vez en cuando para ver alguna de las películas interpretadas por él,
muchas de ellas desconocidas para mí, y todas ellas interesantes.
Edward G
Robinson era un actor, pero también era un coleccionista de arte, un mecenas,
una persona comprometida con las causas que consideraba justas, muy generoso y
empático, y me ha resultado una sorpresa muy agradable descubrir también que
todo ello lo asimilaba y difundía con un sentido del humor muy especial.
Resulta muy sencillo dejarse impregnar por su tremendo humanismo, procedente
sin duda de la dureza de sus comienzos, y que le convirtieron en ese hombre del
Renacimiento adaptado a la modernidad, e incluso muy adelantado a su tiempo.
Resulta
sorprendente también su visión política, tan actual, tan aguda, tan
comprometida con todo lo que pueda aliviar al ser humano. En este sentido ha
resultado un gran placer leer todo lo relativo a la época de la caza de brujas,
en la que debido a sus ideas políticas tuvo un especial protagonismo. Edward es
capaz. con su forma de contar, de transmitirnos su tristeza, la decepción y el
desasosiego que le produjo una situación absurda, fruto del miedo y de la
sinrazón, que estuvo a punto de acabar con Hollywood por una perversa
manipulación de las conciencias. No me resisto a copiar aquí unas frases suyas,
llenas de impotencia, de razón y de dolor, que me han parecido además
perfectamente extrapolables a la realidad actual:
"¿Cómo se
atreven a sugerir que sólo los comunistas se preocupan por las víctimas de los
nazis, por los negros, por los okies, por la discriminación, por Sacco y
Vamzetti?... ¿Cómo se atreven a sugerir que preocuparse honestamente por la
humanidad, es sinónimo de comunismo?".
El libro se
lee de una manera cómoda, ligera, amena. La traducción de Ananda Segarra es
perfecta, y aunque ella probablemente lo niegue, se trasluce al leer la pasión,
pero sobre todo el amor que ha volcado en ella. Ananda también ha
contribuido mucho a convertir en placer la lectura, al compartir en redes su
entusiasmo por el actor, colgando fotografías, vídeos, anécdotas, y hasta
una curiosa publicidad relacionada con la última película protagonizada por
Edward. Ha sido un placer, y seguirá siéndolo sin duda, ampliar el inmenso
legado que ya de por sí nos proporciona el libro, con las generosas y continuas
aportaciones de Ananda.
Al principio
dije que lo había cerrado, pero no, creo que me he equivocado, porque
"Todos mis ayeres" es uno de esos libros, pocos, que pasan a formar
parte de nuestro bagaje, de nuestra mochila de vida, que permanecen y van a
permanecer para siempre abiertos en nuestro corazón.