jueves, 7 de marzo de 2024

EL POR QUÉ DE TODO ESTO

¿Por qué cuando veo una película que me gusta, o un documental, o un concierto, o una exposición, o lo que sea, siento la necesidad de escribir sobre ello? ¿Por qué incluso a veces me pongo a escribir sobre un tema de actualidad, o del pasado, o sobre mi forma de pensar, de sentir, o de vivir? ¿Por qué escribo en un blog?

Preguntas, preguntas, a veces sin respuesta, en ocasiones retóricas, necesarias cuando el ánimo flaquea y me paso una buena temporada sin escribir nada, sin sentir esa necesidad de transmitir. Es en esas ocasiones cuando sigo escribiendo, pero no para compartir en redes, sino por el simple placer de hacerlo. Placer entre comillas, porque no sé si es muy justo llamar placer a algo que es más bien una necesidad, una adicción, o como diría un poeta del romanticismo, un castigo divino.

Desde que empecé con el blog, en Diciembre de 2007, mucha gente me ha hecho a veces esa pregunta, y lo cierto es que nunca he tenido clara la respuesta, porque las razones por las que lo hago han ido cambiando desde entonces, del mismo modo que cambia nuestra forma de pensar, nuestra naturaleza, nuestra alma. En aquel momento suponía una válvula de escape ante una situación familiar delicada y muy intensa, en la que pasábamos en un instante de la euforia más desatada a momentos de bajón, que nos parecían infranqueables hasta que aparecían otros peores. Vivíamos en una montaña rusa, pendientes de resultados médicos, de síntomas, de novedades, y el blog me ayudaba a sobrellevar todo eso, como una especie de terapia, de desconexión de la dura realidad, aunque sólo fuera durante el tiempo que empleaba en escribir la entrada. Ya por aquel entonces escribía sobre películas, sobre directores de cine, con unas ilustraciones que me enviaba un magnífico acuarelista, Juan Valdivia. El blog no estaba separado por temas, como ahora. Se mezclaba el pensamiento con los comentarios de películas. Hubo muchas lagunas temporales, sobre todo a partir de Agosto de 2008, en la que publiqué una entrada sobre el accidente en Barajas de Spanair, y no volví a retomarlo hasta febrero del año siguiente. Después, en el 2014, hubo un vacío de casi cinco años, hasta el 2019, y desde entonces hasta ahora, con mayor o menor frecuencia y con algunos cambios sustanciales, he seguido dando la paliza con mis cosas.

Algunas personas de mi entorno han aventurado las razones por las que ellos suponen que alguien puede decidirse a exponer ante los demás sus ideas. Todos ellos reflexionaban sobre ello casi siempre en primera persona, “yo no necesito que me aplaudan”, “yo no necesito escribir para forrarme”, “ni necesito ni me gusta caer bien a la gente”, como dando a entender, de una manera implícita, o incluso explícita, que esas son las razones para hacer lo que hago, extrapolando de esa manera hacia mí los motivos por los que probablemente ellos lo harían.

No, lo cierto es que no son esas las razones. Creo que hace ya mucho tiempo que perdí la necesidad de caer bien a la gente. De hecho es algo que no me importa porque no espero nada de nadie. El no tener expectativas te da, o al menos en mi caso creo que es así, la facilidad para mostrarte tal como eres, porque no necesitas estar fingiendo, ni crearte un “yo” que no eres, para cautivar al prójimo. Me dan mucha lástima las personas que viven una vida en la realidad, y otra muy distinta en redes, más atractiva, más interesante, pero también mucho más superficial, y sobre todo falsa. No, no es el caso, no es mi caso. Por otro lado, alguien me dijo también que mostrarte como eres te hace más vulnerable, te pueden hacer daño con facilidad. La verdad es que, al no tener expectativas de nadie, es muy difícil también que nadie te haga daño. No me cuesta nada escribir sobre lo que pienso, sobre lo que soy, sobre lo que siento ante un determinado suceso, ya sea algo triste o alegre. Escribir sobre eso, y esa sí es una de las razones por las que lo hago, me ayuda de alguna manera a sobrellevarlo, a asimilarlo y digerirlo de una manera más tranquila que si no lo plasmo en el papel. Es un tópico que se utiliza mucho para hablar sobre los que escriben, pero en mi caso es verdad que el traspasar al papel los problemas me ayuda a que se queden ahí, y no en la cabeza.

Tampoco escribo para forrarme, por supuesto. No nos engañemos, nadie en su sano juicio escribe para forrarse. Hace poco escuché a Landero en una entrevista hablar sobre este punto. “Si escribes para forrarte, lo mejor es que dejes de hacerlo, porque aunque sólo sea por estadística, no vas a llegar a nada. Pero si lo haces porque no puedes dejar de escribir, porque para ti es como una necesidad casi física, sigue escribiendo”. En sus mejores momentos, este blog era leído por setecientas, ochocientas personas como mucho. Al retomarlo en 2019, esa cifra pegó un bajón terrible, entre otras razones porque había abandonado Facebook por salud mental, y ahora es muy raro que una entrada sea leída por más de cien personas. No, no me voy a forrar escribiendo, eso lo tengo muy claro, como también tengo claro que de hecho no he hecho nunca nada en la vida para forrarme, más que nada porque ni valgo para eso ni me interesa.


Hace unos días se puso a la venta un libro que cuenta la vida de Edward G. Robinson (“Todos mis ayeres, una auttobiografía”, traducido por Ananda Segarra). Hablando con ella, con Ananda, le conté que ese actor era el preferido de mi padre, y que cada vez que ponían una película suya en la televisión, se ponía como loco contándonos lo buena que era, y que teníamos que verla.

Es curioso. Parece mentira que una simple charla despierte un recuerdo, y que ese recuerdo, a su vez, arrastre de otros recuerdos similares, como si una vez liberado, sacado del abismo de la memoria, tirara cuerdas invisibles para que se liberen sus compañeros. Aquella charla con Ananda me trajo a mi padre, y recordé otra vez, como si hubiera ocurrido ayer, la tarde en que me llevó entusiasmado al cine a ver “Ulises”, con Kirk Douglas, en una de aquellas sesiones dobles de cine de barrio que, por supuesto, repetimos en otras muchas ocasiones. Recuerdo también cuando me contaba, con los ojos brillantes, escenas de películas que después, cuando las veía en pantalla, me parecían más aburridas que la versión que me había escenificado mi padre. La escena que precisamente Edward G. Robinson protagoniza “Seis destinos” me la sabía de memoria cuando la vi, porque me la había contado.

Le ocurría lo mismo con la literatura, con la música, con todo. Su coletilla era siempre la misma: “Tenéis que escuchar esto”, “tenéis que leer este artículo”, “no os podéis perder esta película”. Gracias a ese mantra, en mi casa sonaba “Carmen” a todo trapo y a todas horas, se veían muchas películas en blanco y negro en la 2 de Televisión española, y se leían libros, tebeos y todo lo que cayera en nuestras manos. ¿Cómo iba yo a conocer si no a Flash Gordon, al Principe Valiente o al Hombre enmascarado cuando sus aventuras empezaron a ser publicadas por Buru Lan, si no hubiera sido porque mi padre me había hablado antes miles de veces de ellos?

Y esa es la razón, el porqué de todo esto. La charla sobre Edward G. Robinson me trajo a la memoria a mi padre, y a su gran pasión por compartir lo que le gustaba. Ese es el motivo, y ayer lo comentaba con una buena amiga: el deseo de compartir. 

No sé si una pasión se puede inocular, o viene ya de serie en el ADN, pero en mi caso ha sido así prácticamente desde niño. Me ocurre exactamente lo mismo que a mi padre cuando veo algo que me gusta. Me encantaría que lo viera todo el mundo, y por eso lo comparto por medio de este medio. A pesar que muchos dicen que mi criterio no es fiable, porque me gusta todo (y no es que me guste todo, sino que siempre encuentro algo positivo e interesante), creo que seguiré escribiendo cuando me encuentre con algo sobre lo que merezca la pena escribir, y con que tres o cuatro personas de las que leen esto me digan que lo que he escrito les ha motivado para ver una determinada exposición o una película, me daré por más que satisfecho.

Lo que más me apena de todo esto es que en la época de mi padre no existieran los medios que tenemos ahora para expresarnos. Habría reventado Blogger con sus recomendaciones, ya lo creo