domingo, 11 de mayo de 2014

Los hipócritas

Lo primero que piensas al leer el cartelito que porta la mujer de Obama, es que Twitter se va a forrar con esto, de una u otra manera. Hasta la frase está pensada, con el símbolo del hashtag de entrada, para arrasar en esa red social en la que, si no estás, no eres absolutamente nada. “Bring Back our girls”, cuando en realidad debería ser “Bring our girls back”. Lo segundo que te pasa por la cabeza es la parafernalia, el montaje que conlleva realizar una campaña como esa. Los americanos son muy serios para esas cosas, porque saben que hacen mella en las conciencias de todo el mundo. Algún experto en expresiones ha estado varias horas con la señora Obama, cobrando una buena cantidad por ello, asesorándola, para que adopte una expresión “triste, pero con cierta dureza”. Ni siquiera algunas de las fotos de las niñas que circulan por ahí sn auténticas, como puedes leer en este enlace: 

http://www.abc.es/internacional/20140510/abci-fotos-bring-back-girls-201405091921.html 

Lo tercero, piensas en la forma en que algunos, muchos, se subirán al carro. En efecto. Pocas horas después de la fotografía de la señora Obama, aparecen otras personas, actores, actrices, políticos de todo el mundo, con el mismo cartelito en la mano. Algunos pensarán que muy bien, que ya está de nuevo Occidente movilizándose ante una causa justa. Qué orgullo, el de pertenecer al primer mundo, para poder ocuparse de solucionarles la vida a esos pobres tercermundistas que son incapaces de organizarse por sí mismos.

¿Y las niñas? ¿Alguien se ha puesto, de verdad, seriamente, a pensar en esas niñas, absolutamente inocentes? ¿Le importa a alguien, en realidad, lo que pueda sucederles?

La esclavitud está permitida en los países árabes, y consentida por las grandes potencias que dependen del petróleo. Existen más de treinta millones de esclavos en todo el mundo, muchos de ellos niños. Pero no nos engañemos. Muchas de esas niñas, si es que nadie se ocupa de verdad de recuperarlas, algo que parece ya lejano dado el tiempo que ha pasado desde su secuestro, acabarán en Europa, y algunas de ellas en España, en algún polígono industrial, o en la Casa de Campo. En cualquier lugar al que acudan esos enfermos de nuestra sociedad que buscan alivio rápido a sus impulsos sexuales. Acabarán probablemente como Edith Napoleon, la chica que acabó asesinada y descuartizada como un animal, tal y como nos cuenta Lorenzo Silva en esta magnífica entrada:


Asqueado por tanta hipocresía, mezclada con el oportunismo de unos cuantos a los que lo único que les mueve en estos días la conciencia son esas grotescas elecciones europeas que están a punto de celebrarse, cambio de canal, y me encuentro con un reportaje de comercio justo en el que se menciona a los niños esclavos que recolectan cacao en Sierra Leona. Por un sueldo miserable, que apenas les llega para comer, pasan todo el día trabajando, de sol a sol, con la infancia robada para que los niños occidentales disfruten de la suya con un buen vaso de chocolate. La solución a todo esto pasa por comprar cacao de comercio justo. El fina eso está en nuestras manos, como siempre. En lugar de hacer un boicot a nivel institucional a todas las grandes empresas europeas que compran cacao a precios irrisorios, descarguemos el problema en el consumidor, que no se entera de nada. El que quiera estar con su conciencia tranquila, que compre en el comercio justo, a pesar de que eso sea una gota en el océano comparado con los ingentes beneficios que comporta lo otro.

El problema es que, mires donde mires, veas el canal que veas, al final llegas a la conclusión de que el tercer mundo está cada vez más esquilmado, cada vez más explotado por ese hipotético primer mundo al que pertenecemos. Sigue siendo el tercer mundo, y cada día más, pero a algún iluminado, a algún experto en márketing, se le ha ocurrido llamarles “países emergentes”, que suena menos duro. Un entrañable gesto para volver a tranquilizar las conciencias de los que nos importa una mierda ese mundo que parece pertenecer a un planeta diferente al nuestro. ¿Qué más nos da que para fabricar nuestro teléfono móvil se utilice el coltán, que provoca guerras en los países productores al objeto de controlar sus yacimientos? ¿Qué importa que tras ese diamante que con tanto placer exhibe una mujer, haya corrido la sangre de unos cuantos niños guerrilleros? Se trata de África, y lo que ocurra allí, o en la India, o en cualquier otro lugar que no sea nuestro sacrosanto occidente, no nos tiene que importar una mierda.

Vivimos en el momento más floreciente de la información, pero no sabemos, o no queremos, utilizarla de forma adecuada. Podemos seguir perfectamente por Internet el rastro de unas zapatillas deportivas carísimas, hasta llegar a esa fábrica del tercer mundo en el que los niños esclavos las fabrican en condiciones infrahumanas, pero no nos apetece hacerlo. ¿Qué culpa tenemos nosotros de lo que ocurra fuera de nuestras fronteras?

A eso, a no querer ver las cosas, algo en lo que los europeos nos estamos volviendo unos expertos a causa de nuestra cada vez más grande cobardía, se le llama hipocresía.