Lo primero que piensas al leer el cartelito que porta la
mujer de Obama, es que Twitter se va a forrar con esto, de una u otra manera.
Hasta la frase está pensada, con el símbolo del hashtag de entrada, para arrasar en esa red social en la que, si no
estás, no eres absolutamente nada. “Bring Back our girls”, cuando en realidad debería ser “Bring our girls
back”. Lo segundo que te pasa por la cabeza es la parafernalia, el
montaje que conlleva realizar una campaña como esa. Los americanos son muy
serios para esas cosas, porque saben que hacen mella en las conciencias de todo
el mundo. Algún experto en expresiones ha estado varias horas con la señora
Obama, cobrando una buena cantidad por ello, asesorándola, para que adopte una
expresión “triste, pero con cierta dureza”. Ni siquiera algunas de las fotos de las niñas que circulan por ahí sn auténticas, como puedes leer en este enlace:
http://www.abc.es/internacional/20140510/abci-fotos-bring-back-girls-201405091921.html
Lo tercero, piensas en la forma en
que algunos, muchos, se subirán al carro. En efecto. Pocas horas después de la
fotografía de la señora Obama, aparecen otras personas, actores, actrices,
políticos de todo el mundo, con el mismo cartelito en la mano. Algunos pensarán
que muy bien, que ya está de nuevo Occidente movilizándose ante una causa
justa. Qué orgullo, el de pertenecer al primer mundo, para poder ocuparse de
solucionarles la vida a esos pobres tercermundistas que son incapaces de
organizarse por sí mismos.
¿Y las niñas? ¿Alguien se ha puesto, de verdad, seriamente,
a pensar en esas niñas, absolutamente inocentes? ¿Le importa a alguien, en
realidad, lo que pueda sucederles?
La esclavitud está permitida en los países árabes, y
consentida por las grandes potencias que dependen del petróleo. Existen más de
treinta millones de esclavos en todo el mundo, muchos de ellos niños. Pero no
nos engañemos. Muchas de esas niñas, si es que nadie se ocupa de verdad de
recuperarlas, algo que parece ya lejano dado el tiempo que ha pasado desde su
secuestro, acabarán en Europa, y algunas de ellas en España, en algún polígono
industrial, o en la Casa de Campo. En cualquier lugar al que acudan esos
enfermos de nuestra sociedad que buscan alivio rápido a sus impulsos sexuales.
Acabarán probablemente como Edith Napoleon, la chica que acabó asesinada y
descuartizada como un animal, tal y como nos cuenta Lorenzo Silva en esta
magnífica entrada:
Asqueado por tanta hipocresía, mezclada con el oportunismo
de unos cuantos a los que lo único que les mueve en estos días la conciencia
son esas grotescas elecciones europeas que están a punto de celebrarse, cambio
de canal, y me encuentro con un reportaje de comercio justo en el que se
menciona a los niños esclavos que recolectan cacao en Sierra Leona. Por un
sueldo miserable, que apenas les llega para comer, pasan todo el día
trabajando, de sol a sol, con la infancia robada para que los niños
occidentales disfruten de la suya con un buen vaso de chocolate. La solución a
todo esto pasa por comprar cacao de comercio justo. El fina eso está en
nuestras manos, como siempre. En lugar de hacer un boicot a nivel institucional
a todas las grandes empresas europeas que compran cacao a precios irrisorios,
descarguemos el problema en el consumidor, que no se entera de nada. El que
quiera estar con su conciencia tranquila, que compre en el comercio justo, a
pesar de que eso sea una gota en el océano comparado con los ingentes
beneficios que comporta lo otro.
El problema es que, mires donde mires, veas el canal que
veas, al final llegas a la conclusión de que el tercer mundo está cada vez más
esquilmado, cada vez más explotado por ese hipotético primer mundo al que
pertenecemos. Sigue siendo el tercer mundo, y cada día más, pero a algún
iluminado, a algún experto en márketing, se le ha ocurrido llamarles “países
emergentes”, que suena menos duro. Un entrañable gesto para volver a
tranquilizar las conciencias de los que nos importa una mierda ese mundo que
parece pertenecer a un planeta diferente al nuestro. ¿Qué más nos da que para
fabricar nuestro teléfono móvil se utilice el coltán, que provoca guerras en
los países productores al objeto de controlar sus yacimientos? ¿Qué importa que
tras ese diamante que con tanto placer exhibe una mujer, haya corrido la sangre
de unos cuantos niños guerrilleros? Se trata de África, y lo que ocurra allí, o
en la India, o en cualquier otro lugar que no sea nuestro sacrosanto occidente,
no nos tiene que importar una mierda.
Vivimos en el momento más floreciente de la información,
pero no sabemos, o no queremos, utilizarla de forma adecuada. Podemos seguir
perfectamente por Internet el rastro de unas zapatillas deportivas carísimas,
hasta llegar a esa fábrica del tercer mundo en el que los niños esclavos las
fabrican en condiciones infrahumanas, pero no nos apetece hacerlo. ¿Qué culpa
tenemos nosotros de lo que ocurra fuera de nuestras fronteras?
A eso, a no querer ver las cosas, algo en lo que los europeos
nos estamos volviendo unos expertos a causa de nuestra cada vez más grande
cobardía, se le llama hipocresía.