domingo, 12 de abril de 2020

Amén, de Costa Gavras. Disciplina de partido, disciplina de vida


“Amén” es una película de Costa Gavras rodada en el año 2002, que nos cuenta la historia de dos luchas diferentes durante los años del holocausto alemán. Por un lado, la de Kurt Gerstein, un personaje real, integrado en las SS, que cuando ve lo que sus compañeros nazis están haciendo con el gas Ziklon B que él mismo está suministrando a los campos de concentración, decide denunciarlo a las autoridades, a la prensa extranjera y a la iglesia a la que pertenece como practicante, jugándose la vida y la de su familia en el empeño. La otra lucha es ficticia, y la emprende Ricardo, un jesuita que se opone a la matanza, y a cuyo dolor hace oídos sordos el Vaticano. La película narra, de una forma magistral, la indiferencia de todos aquellos que sabían lo que estaba pasando, y decidieron callarse.

Hoy me he acordado de esa película porque recuerdo que, cuando la vi en el cine, lo que más me impresionó de la misma, y me pareció un acierto de guión y un recurso increíble para provocar angustia en el espectador, era que cada pocas escenas salía un tren, cargado de judíos, rumbo a Auschwitz. Una imagen que apenas duraba unos segundos, pero de una enorme carga emocional. Los dos protagonistas hablaban con sus superiores, enviaban cartas, veían que se les abrían unas puertas y se les cerraban otras, pero cada día que pasaba, inexorables, inevitables, seguían circulando con su carga humana esos trenes de la muerte rumbo a Auschwitz.

He recordado la película, esa escena de los trenes en particular, porque me parece una metáfora perfecta de la situación que estamos viviendo estos días. No importa lo que se diga en los medios, lo que acuerden los partidos políticos que gobiernan y los que no, lo que ocurra en los hospitales y en las residencias. Cada día, inexorable, como una losa, sin que nadie pueda evitarlo hasta el momento, hay una cifra de fallecidos que varía, a veces a más, a veces un poco más baja, pero siempre muy superior a las cifras a las que estamos acostumbrados.

La situación es dantesca. Dado el peligro de contagio, la mayoría de esos fallecidos no han podido ser despedidos por sus familiares, que posiblemente ni siquiera les hayan visto días o incluso meses antes de su ida. Se van solos, sin compañía, sin lágrimas de despedida, sin el afecto de los suyos que tan necesario es en un trance tan duro como lo es el dejar la vida. Se van sin más, en silencio, sin compañía, dejando en los suyos, y en los sanitarios y médicos que presencian su último suspiro, un hueco en el alma y una desazón que va a resultar muy complicada de reparar.

Y mientras ese caudal de fallecidos sigue circulando ante nuestros ojos cada día, como ya he dicho inexorable, constante, fatídico y con toda su carga de dolor y desconsuelo, se alzan voces en muchos lugares, en muchos partidos, en muchas redes sociales, que tratan de encontrar la causa, la culpa, la responsabilidad ante esas muertes. Es muy sencillo: el culpable es el partido político del signo contrario al que sigo como sigo a mi equipo favorito de fútbol, a muerte, y nunca mejor dicho. Entre esas voces también las hay de carroñeros, de oportunistas para los cuales cualquier acción, por muy REPUGNANTE que sea, es válida para vomitar su odio contra el partido que gobierna, bien en la nación o en cada comunidad autonómica, en un intento desesperado por arrancar el poder de manos de quien lo ostenta en este momento. Esos carroñeros no dudan ni un segundo a la hora de realizar montajes fotográficos, utilizando ataúdes situados en determinados lugares más o menos emblemáticos, más o menos simbólicos, para desatar la ira contra el contrario de los que están con ellos por esa obscena manera de hacer política, y la repulsa de muchas otras personas, entre ellas muchos de sus propios votantes, que no están de acuerdo en utilizar a los fallecidos como arma arrojadiza. Pero a estos carroñeros prefiero no prestarles ni un segundo de atención. Su propia estupidez, y esa constante apología del odio, les pasará factura en un futuro más o menos incierto.

Los partidos políticos en nuestro país, y probablemente en muchos otros lugares del mundo, se han convertido en entes absolutamente deshumanizados, en lugares en lo que lo más importante no es el bienestar de la población, sino la propia disciplina de partido que dicta, además, que hay que hacer la guerra al oponente, sacar a la luz el máximo posible de trapos sucios del mismo, para robarle votos, porque para los partidos ya no somos personas, sino simples votos. Cuando se hacen elecciones en España esos partidos ocupan lugares destacados en tres posibles instituciones diferentes: gobierno central, gobiernos autonómicos, y ayuntamientos.

Y es ahí donde reside el problema. Llevamos muchos años comprobando que en muchas ocasiones, el gobierno autonómico o el ayuntamiento está ostentado por un partido de signo opuesto al que lleva el gobierno de la nación. Seguro que más de uno ha tenido alguna vez un problema administrativo y ha escuchado “no, eso es competencia del Ayuntamiento”, “es competencia del gobierno central”. Las fronteras a la hora de tomar decisiones no están muy claras, y esos organismos se desmarcan de sus competencias muchas veces culpando al contrario. Lo vimos hace poco con el tema del hacinamiento de chavales en las residencias de MENAS. La Comunidad culpaba al Ayuntamiento de la situación, y viceversa. Podemos imaginar fácilmente que, cuando ocurre eso, tanto la Comunidad le pondrá zancadillas al gobierno central, como el gobierno central a la Comunidad. Se paralizarán actuaciones por parte de uno y del otro simplemente por esa disciplina de partido que antepone su interés de joder al contrario, al interés por hacer un buen servicio a la comunidad. Se pondrán innumerables zancadillas administrativas para que el otro fracase, se taparán trapicheos, se contratarán fastos carísimos a personas afines a la institución correspondiente, o al familiar que precisamente se dedica a fabricar farolas, que tanta falta hace cambiar en toda la ciudad. Es inevitable, estamos acostumbrados a esas trampas, a esas “travesuras” políticas de unos y otros, a esa lacra mezcla de picaresca, ambición y estupidez.

El problema es seguir haciendo eso mismo en una situación como esta.

Ese es el problema. Paralizar un envío de material sanitario en la frontera “por una cuestión administrativa”, simplemente porque lo haya pedido para una determinada Comunidad un partido de diferente signo, es un problema. Comprar material defectuoso con un dinero que no te pertenece, es un problema. Esos aviones de material sanitario que no terminan de llegar, son un problema. Esos respiradores que misteriosamente no se homologan por parte de Sanidad, son un problema, y todos esos problemas, que habría que resolver de un plumazo, con coraje y decisión, están costando vidas.

Es imprescindible, urgente como jamás lo ha sido, y una cuestión de sentido común, que los partidos políticos en su totalidad abandonen su disciplina de partido y se pongan de una vez a trabajar por el bien común, por la salud del país, por la VIDA de las personas. No pueden seguir dedicándose impunemente a sus trapicheos, sus zancadillas, sus insultos al contrario, su “y vosotros más” al que nos tienen acostumbrados, porque eso, señores, está costando vidas. No se trata de buscar culpables en estos momentos, porque eso no soluciona nada. Ya llegará el momento, en un futuro más o menos incierto, de investigar si esos respiradores fueron retenidos por una cuestión administrativa o una negligencia, o si los contagios se produjeron en los aviones cargados de pasajeros procedentes de países en riesgo porque los TCP de vuelo no llevaban las protecciones adecuadas en el momento adecuado, o si la flagrante falta de EPIS se debe a compras fraudulentas, o a que alguien se ha forrado con las gestiones necesarias, o a que alguien ha ocultado de mala manera lo que estaba ocurriendo en la residencia de su responsabilidad, o si la Comunidad sabía perfectamente lo que ocurría en sus residencias, o si se podían haber tomado otras medidas mucho más efectivas para detectar a los asintomáticos que han estado trasmitiendo el virus, sin que nadie lo detectara porque no presentaban síntomas.

Ya llegará el momento de investigar las causas, porque de unos fallecimientos será culpable la pandemia en sí, de otros una institución, una Comunidad, un departamento de compras, un director de residencia, un ministro o un partido, y de otros cualquier otra causa que se determine en esa necesaria investigación. Pero lo que está claro es que no hay un único culpable, sino muchos, muy variados y de diferente signo según el lugar que se analice.

Pero ahora, por favor, poneos de acuerdo todos para detener esos trenes de la muerte que circulan inexorables cada día.