martes, 15 de enero de 2008

La búsqueda de la perfección


Corría el año 1978, más o menos a finales del verano. Yo tenía diecisiete años recién cumplidos. Fui con un amigo, o un primo, no recuerdo. Un domingo por la mañana, en un pase especial organizado por el cine Excelsior, una gran sala situada en el centro de la Avenida de la Albufera, desaparecida hace ya bastantes años para alojar diferentes negocios, entre ellos un bingo, un garaje y un supermercado. Posiblemente lo que ocurrió aquella mañana contribuyera a acelerar su ruina.

Anunciaban la película como la antecesora de “La Guerra de las Galaxias”, o algo así. El cine estaba lleno de chavales pequeños, disfrazados de Darth Vader y de Luke Skywalker, emocionados y deseosos de ver a alguien parecido a Chewbaca repartiendo ladridos y puñetazos. El griterío era espectacular cuando comenzaron los títulos de crédito. Un griterío que se fue apagando, progresivamente, hasta convertirse, allá por los veinte minutos, en una interminable sucesión de bufidos, bostezos y murmullos de aburrimiento. A la media hora comenzó a salir gente del cine, y cuando llegó la posiblemente más extraña y enigmática escena de la historia del cine, la del final, solo unos cuantos incondicionales permanecíamos sentados en nuestras butacas. Lo habéis adivinado. Se trataba de “2001, una odisea en el espacio”(1968). Cuando salimos, todavía alucinados por lo que acabábamos de ver, grupos de niños lloraban mientras sus padres sujetaban las espadas láser de plástico que se habían llevado para disfrutar de la película. Recuerdo que pasé bastantes años con ganas de patrocinar una suscripción popular, destinada a erigirle un monumento al crack del marketing que tuvo la genial idea de anunciar la película de Kubrick como la antecesora de “La guerra de las galaxias”.

“2001” debió de ser una de las primeras películas de Kubrick que se pudo ver en España. Si acaso Espartaco, mutilada por la censura, y que no daba una imagen correcta del genial talento del director, debido sobre todo a que Kirk Douglas, el productor, había impuesto su criterio a la hora de realizarla. “2001” supuso una revolución en el cine de Ciencia ficción. Era la primera vez que se veían efectos especiales, tan innovadores en aquella época que ganaron un óscar, pero tímidos antepasados si se los compara con los actuales. También era la primera vez, cuando los ordenadores aún no existían a nivel de uso doméstico, en que se elegía como protagonista a HAL9000, un perverso ordenador que hacía y deshacía, dueño de una voz tan sugerente como la de Hannibal Lecter. HAL se llama así porque IBM se desmarcó del proyecto debido a que la película le hacía un flaco favor al mundo informático, y Kubrick decidió nombrar a su criatura cambiando las tres letras de la marca mundial (IBM) por las letras anteriores a cada una de ellas (HAL). La historia se basaba en un relato corto de Arthur C. Clarke, “El centinela”. El mismo autor participó en el guión conjuntamente con Kubrick, al tiempo que aprovechaba para ampliar el relato y convertirlo en novela. Hacia la mitad del asunto se cansó del maniático Kubrick, y abandonó el proyecto con la misma celeridad con la que lo había hecho IBM.

No se pueden describir con palabras las sensaciones que provoca “2001”. La banda sonora, que abarca desde obras de Strauss hasta la extraña música de Ligeti que acompaña las apariciones del famoso monolito, contribuye también a crear una densa atmósfera cargada de sugerencias inquietantes.

A continuación de “2001” se estrenó en España “La naranja mecánica”(1971), una excelente adaptación de la casi ilegible novela de Anthony Burgess, en la que se contaba la historia de cuatro amigos de buena familia, en un indefinido futuro inglés, que se dedican a joder al prójimo en cuanto se les presenta la ocasión, y del bestial tratamiento al que es sometido uno de ellos, obsesionado por el sexo y por Beethoven, para extirparle de raíz su violenta naturaleza. Memorables los decorados, con tendencia entre futurista y pop art, y la soberbia actuación de Malcolm McDowell, un actor que jamás consiguió llegar después a la altura del personaje que había interpretado en esta película. Y a partir de ahora, os ruego que os fijéis con atención en la fecha que coloco al lado de cada película, que es la de su realización, y que casi nunca coincide con la de su estreno en España, ya que Kubrick era uno de los directores condenados no solo ya por la censura española, sino por la mundial.

Si tuviera que comentar una escena de “La naranja mecánica”, elegiría sin duda el documental de Hitler que le colocan al pobre muchacho, que no puede cerrar los ojos a causa de un artilugio que le han encasquetado, acompañado de la singularísima música de Walter Carlos, el malogrado compositor que interpretaba a los clásicos con un sintetizador. A destacar también la actuación en el escenario, destinada a mostrar los efectos de la terapia.

Si aceptáis un humilde consejo, y queréis revisar esta joya, os recomiendo encarecidamente, aunque no suelo ser muy partidario con otros títulos, que veáis la versión original en inglés, ya que el equipo de doblaje de esta y de “El resplandor”, lo dirigió un iluminado, famosillo o famosete por aquel entonces, que se cargó dicho doblaje, directamente y sin pestañear.

Ya había realizado Kubrick incursiones en el cine de ciencia ficción con “2001” y “La naranja mecánica”, y en el erótico-psicológico, el militar y el cómico-político con “Lolita(1962)”, “Senderos de gloria”(1957) y “Dr Strangelove”(1964), respectivamente, aunque en España, a causa de nuestra bendita censura, todavía no habíamos tenido noticias de estas tres últimas, que habían sido realizadas antes que las dos comentadas hasta ahora. No recuerdo cual de las tres se estrenó primero. Creo que fue “Dr Strangelove”, “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú” en castellano y un larguísimo subtítulo en la versión inglesa. Nadie se había atrevido, hasta entonces, a tomarse a chirigota un tema tan serio y tenebroso como la guerra fría. ¿recordáis el asunto?. Un venado piloto de bombardero americano se dirige a Rusia con la intención de soltarles una bomba nuclear. Peter Sellers interpretaba varios tres, entre los que destacaba el del Dr Strangelove propiamente dicho, un extraño tipo mitad humano mitad robot anclado a una silla de ruedas. El cruce de conversaciones entre rusos y americanos, en un vano intento de evitar la tragedia, no tiene desperdicio.

Creo que fue “Senderos de gloria” la siguiente, protagonizada y producida por Kirk Douglas. La película es un duro alegato pacifista y antimilitarista, y narra la ejecución de tres soldados, elegidos aleatoriamente y acusados de cobardía, después de un nefasto ataque desde las trincheras francesas a las alemanas. Al parecer se basó en un hecho real, acaecido en la Primera Guerra Mundial, y refleja de una manera perfecta el contraste entre la tropa, sucia, triste e indefensa en sus trincheras, y el alto mando militar, poderoso, soberbio y seguro en su castillo. Un mando militar que no solo antepone el supuesto honor militar a la muerte de los soldados a su cargo, sino que no duda un momento cuando cree que tiene que aplicar un castigo ejemplar. Los diálogos entre el alto mando, impregnados de un profundo desprecio a la especie humana inferior, provocan la ira de cualquiera que los escuche. Tan duro resultó el ataque, que la película estuvo prohibida en Francia y en España durante bastantes años.

“Lolita”, protagonizada por Sue Lyon y James Mason, está basada en la novela de Vladimir Nabokov, que también participó en el guión. Trata de la obsesión de Humbert Humbert por la lasciva Lolita, la hija casi adolescente de la mujer con la que se casa. La película levantó polvaredas en los círculos católicos de todo el mundo por su carga de erotismo contenida y sus planteamientos trangresores. Una faceta que acompañaría a Kubrick a lo largo de toda su carrera.

Y fue entonces cuando el bueno de Kubrick decidió realizar una incursión en el género histórico, y rodó “Barry Lyndon”(1975), una maravilla perfectamente ambientada, inspirada en cuadros del siglo XVIII, con grandes movimientos de masas, espectaculares escenas militares y una soberbia banda sonora integrada por piezas de la época (la música que estás escuchando, si no la has apagado todavía, es de esta película). Un contenido Ryan O´Neal, y la siempre elegante Marisa Berenson llenan la pantalla con su fuerte personalidad y su buen hacer como actores.

Llegó después “El resplandor”(1980), cuyo solo comienzo ya debería pasar de por si solo a los anales de la historia del cine, con esa toma de helicóptero mientras la “Sinfonía fantástica” de Berlioz agita nuestros sentidos. ¿Qué decir de la toma del triciclo corriendo por el pasillo del solitario hotel, o de las tomas con Steady Cam, un invento que se marcó el amigo Kubrick para esta película y que tan popular se hizo posteriormente?. ¿Qué decir de las magistrales actuaciones de Jack Nicholson y Shelley Duval, empañadas en España únicamente por el ridículo doblaje que se hizo de sus voces (hay que joderse, la Verónica Forqué doblando a la esposa de Jack Nicholson)?. La opresiva sensación de soledad que provoca el hotel vacío, que al final desemboca en tragedia, adquiere gracias a Kubrick una dimensión de terror “in crescendo” que muy pocos directores han conseguido. Se pasa de la normalidad a la locura sin apenas enterarnos, con sutiles cambios en la personalidad de los protagonistas, que no parecen apenas afectados hasta el momento en que los hechos se precipitan.

Vuelve Kubrick en 1987, espaciando cada vez más su aparición en las pantallas, a mostrarnos de nuevo su vena antimilitarista y pacifista con “La chaqueta metálica”, un alegato contra la despersonalización del individuo al objeto de conseguir máquinas de matar. La película, dividida en dos capítulos bien diferenciados, muestra en el primero la brutalidad psicológica a la que son sometidos los reclutas (¿quién no ha sufrido con el pobre “soldado patoso”?) y la crudeza de la guerra de Vietnam en el segundo. Se rodó íntegramente en Inglaterra, en contra de lo que se podría pensar ante los cuidados escenarios que muestra.

Y la última, “Eyes Wide Shut”(1999), con Nicole Kidman y Tom Cruise cuando todavía compartían vidas. Los malpensados dicen que se separaron por culpa de Kubrick, que los atosigaba con interminables tomas y que incluso los persiguió durante una larga temporada, una vez finalizada la película, para rodar nuevas escenas. La película supone una incursión en el tema de relaciones de pareja con un alto componente de inquietante sexualidad, y muestra prácticas relacionadas con entornos privados de alta graduación, tanto económica como vital.

Por si alguien se ha liado con las fechas de realización y su estreno en España, que nada tiene que ver, repito la lista en orden de aparición:

- Senderos de gloria (1957)
- Espartaco (1960)
- Lolita (1962)
- Teléfono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?(1964)
- 2001, una odisea en el espacio (1968)
- Barry Lyndon (1975)
- El resplandor (1980)
- La chaqueta metálica (1987)
- Eyes wide shut (1999)

De “Espartaco” he hablado poco, porque Kubrick tuvo muy poco que ver ese título. Entró a sustituir a Anthony Mann, contratado por Kirk Douglas, y poco más. Ni siquiera el guión era suyo, sino de Dalton Trumbo, uno de los represaliados por el Macartismo, asunto del que posiblemente hable en una próxima entrada.

Y de nuevo, Juan Valdivia nos muestra su arte con la acuarela que preside esta entrada. Muchas gracias, Juan.


Stanley Kubrick, un genio especial, maniático para unos, excesivamente perfeccionista para otros, pero en cualquier caso, un director cuyas aportaciones reafirman la categoría de séptimo arte que ha alcanzado el cine.