martes, 25 de febrero de 2020

Sexismo, Feminismo, ¿Personismo? El amor construye, no destruye


La fotografía que encabeza la entrada pertenece a la campaña que está desarrollando el Ayuntamiento de Madrid en un intento de alertar contra la violencia de género. "El amor construye. Si destruye, no es amor. Si te controla, no es amor". Aunque para muchos pueda parecer una perogrullada, lo cierto es que existen todavía muchas personas que no consiguen identificar todavía lo que es amor y lo que es otra cosa, muy diferente, que no se puede definir fácilmente, y que puede conducir a la violencia de género: el sexismo. Me vais a permitir que en esta entrada agregue de vez en cuando una frase, que me gustaría que se leyese como un mantra. Ahí va la frase:

NADIE NECESITA A NADIE

Puede parecer dura, pero es la realidad que todo el mundo debería tener en la cabeza desde el momento en que adquiere uso de razón. A ver, me refiero a nivel sentimental. Es obvio que si se nos estropea el coche, el grifo de la ducha o la próstata, debemos acudir a los profesionales correspondientes que nos arreglen esos desajustes. A ver si alguno o alguna la va a tomar al pie de la letra y la vamos a liar. Vamos a hacer un poco de historia:

NADIE NECESITA A NADIE

Si esta entrada se lee en grupo podéis repetir la frase con la misma cadencia que cuando asistís a una novena, a la oración en la mezquita o a un templo budista. Bien, vamos allá: hubo un tiempo en el que los papeles, los roles de hombre y mujer, no tenían preponderancia uno sobre el otro. El hombre cazaba, la mujer procreaba y cuidaba del hogar, pero no era más importante la labor de uno que la del otro, o en todo caso puede que incluso lo fuera más la de la mujer, que aseguraba la supervivencia de la especie. El personaje más importante era el artista, hombre o mujer, que representaba los símbolos que adoraban.

NADIE NECESITA A NADIE

El problema surge cuando el ser humano se para a cultivar, y necesita a alguien que no cultiva, pero que le gestiona los productos. Aparece así la primera casta inútil, que vaya usted a saber por qué, está compuesta por hombres, los funcionarios y los sacerdotes. Alguno de ellos se pone en una ocasión un trozo de oro en el dedo, porque le gusta como brilla, y ahí aparece un nuevo mal: la codicia. Para controlar a los sacerdotes aparece el poder, y ese poder está encarnado en hombres. Son los hombres los que empiezan a empoderarse, por decirlo con una palabra actual, y sus consortes las/los que empiezan a rivalizar entre ellas/ellos por obtener el favor de los poderosos.

NADIE NECESITA A NADIE

La historia de nuestra sociedad ha otorgado roles diferentes a hombres y mujeres, y por el hecho de nacer con un sexo o el contrario asumimos esos roles. La mujer se siente oprimida por el hecho de serlo. Y no se trata de algo innato, sino de la estructura patriarcal que dicta que el hombre es la máxima autoridad en la familia. Esto ha sido así hasta hace muy poco, y de hecho sigue siendo así en muchas sociedades, incluso en la nuestra. Resulta patético, a pesar de su belleza literaria, leer las historias de Jane Austen, en las que la máxima aspiración de una madre para sus hijas, y de las hijas mismas, era pescar a un rico hacendado que les solucionara la vida. No hace mucho de aquello, es algo que se ve como natural incluso ahora, como esas madres que disfrazan de princesitas a sus hijas en los carnavales. Se ha promovido y se promueve la dependencia de la mujer hacia el hombre, hacia el príncipe azul.

NADIE NECESITA A NADIE

Tanto la mayoría de los hombres, como muchas mujeres, consideran a las mujeres vulnerables. Esto se llama sexismo, y el machismo sólo es una parte del sexismo, que puede ser hostil cuando se considera a la mujer como alguien inferior y hay que dominarla, aunque sea con violencia (germen de la violencia de género), o se consideran las tareas masculinas más importantes y se la aparta del poder, o existe una hostilidad manifiesta hacia las mujeres libres o independientes. El otro sexismo es el benévolo, no tan peligroso pero sí a erradicar. Este sexismo ve a la mujer como alguien a proteger, “no lo hagas tú, ya lo hago yo”, etc. Trae como consecuencias la caballerosidad y el mito de la media naranja, en la que una mitad es siempre inferior a la otra.

NADIE NECESITA A NADIE

Con estas premisas, esta historia de la Humanidad y esa ridícula estructura patriarcal, hemos vivido hasta el momento en que la mujer ha comenzado a reivindicar su estatus de persona, y esa es la clave de todo esto: somos PERSONAS, no hombres ni mujeres, y una vez que lo entendamos y lo asimilemos en nuestro ADN, comienza a tener sentido el mantra, porque la realidad es esa, que nadie necesita a nadie. Ni un hombre a una mujer, ni una mujer a un hombre. Para desarrollar una vida plena es necesario desarrollarse uno mismo como persona, sin tener en cuenta el concepto de género, potenciando las capacidades sin tener en cuenta los roles que la sociedad le asigna a cada uno. Tenemos que desaprender, despojarnos de ese disfraz de princesita que le pusieron a mi hermana por ser niña, y del de futbolista que me colocaron a mí aunque jugara al fútbol como el puto culo.

NADIE NECESITA A NADIE

Muchas mujeres sexistas buscan la protección del hombre, como antes han disfrutado de la del padre. Asumen el rol que la sociedad les ha otorgado, NECESITAN  alguien que las proteja por su debilidad. Ahí empieza el problema del maltrato. Pero amigos, en eso no hay amor. No es un acto de amor, es un acto de miedo, de necesidad, de querer tener las necesidades cubiertas, de dependencia. No es algo bonito, que es lo que debería ser el amor, sino difícil, dañino. Es meterse en la boca del lobo. El dominador, que asume su papel de una forma hostil (ya hemos visto que el sexismo benévolo es más o menos igual, pero no tan agresivo), acabará anulando a la dominada (o al dominado), pero eso, ya digo, no es amor.

El amor surge cuando somos conscientes de que somos personas libres, autónomas e independientes, que hemos elegido gestionar nuestra vida a nuestra manera, sin tener en cuenta esos papeles que los que nos rodean se van a encargar de recordarnos de manera machacona a lo largo de toda nuestra vida. ¿Quién no ha escuchado, incluso de familiares cercanos, las preguntas “¿Y cuando te casas? ¿Y cuando vas a tener un niño? ¿Y para cuando la parejita?...”. ¿Cuánto daño ha hecho el “Qué dirán” a las relaciones entre seres humanos? El que asume eso como norma de vida me atrevo a decir que no es capaz de enamorarse, que se limita a seguir el camino "correcto, tradicional". De ahí la culpabilidad que hasta no hace mucho han sentido los homosexuales, tanto hombres como mujeres.

NADIE NECESITA A NADIE

Y es en ese momento cuando surge el amor. Heterosexual, homosexual… Es lo mismo, es amor, y no debemos verlo jamás como una situación de dependencia, sino como una oportunidad más para crecer y desarrollarnos como seres humanos libres e independientes. No busquemos a nuestra media naranja, sino a otra naranja completa que nos ame y a la que amemos con toda el alma.

Quiero agradecer a Laura Redondo el tuit del que he resumido los conceptos de sexismo, roles sociales, estructura patriarcal y violencia de género. Es una persona de la que estoy aprendiendo mucho sobre estos temas. Si queréis echarle un ojo a su tuit os paso el enlace:


viernes, 14 de febrero de 2020

Compañeros de viaje, compañeros de celda. La mirada obtusa, la mirada abierta


¿Somos conscientes del daño que le han hecho a la humanidad, y le siguen haciendo hoy en día tres simples palabras, “como debe ser”? ¿Qué sería de nosotros si los genios individuales, a lo largo de la historia, hubieran estudiado el cielo y las estrellas “como debe ser”, hubieran pintado según las reglas, “como debe ser”, o hubieran viajado únicamente por las rutas conocidas, “como debe ser”? Para Kant, el artista en estado puro es el genio creador, el que pone sus propias reglas e invita a sus discípulos a descubrir su propio camino buscando la inspiración que él encontró en su momento. Para Hegel, parte intrínseca de la obra de arte es la interpretación que de la misma hace el espectador, convirtiéndose este en una parte más de la obra de arte, otorgándole esa categoría con su admiración y respeto ante algo para lo que, previamente, ha sido educado, porque contemplar y valorar una obra de arte requiere una preparación, aunque sea mínima, consistente en disfrutar con las obras de arte.

Pues bien, “Sólo nos queda bailar” es una auténtica obra de arte. Se trata de una coproducción Suecia-Georgia dirigida por Levan Akin (desconocido para mí) que nos cuenta las vicisitudes de un bailarín de danza georgiana (desconocida para mí), interpretado por Levan Gelbakhiani (desconocido para mí), que descubre su homosexualidad, en un entorno cultural en el que la homosexualidad es una malformación que se puede curar en un monasterio. La historia es simple, las interpretaciones magistrales, las escenas de música y tradiciones fantásticas. Continuamente, al verla, piensas “pero cómo narices puedo saber tan poco de esta cultura tan interesante…”, y sales con ganas de saber más, de empaparte de una cultura muy cercana a la nuestra en muchos aspectos pero muy diferente en otros.

¿Y por qué me fui a verla ayer por la tarde, el mismo día del estreno? Porque había visto, en las noticias, que la película ha levantado protestas entre mucha gente de ese país, Georgia, y de otros afines, al tocar el tema de la homosexualidad en un entorno, el de la danza georgiana, que al parecer es la expresión de la masculinidad. Homófobos y ortodoxos se agolpaban en las puertas de los cines, protestando por una película que ni siquiera han visto, porque se lo dicen sus mayores, sus guías, sus pastores. Protestando ante algo que desconocen porque no es, en definitiva, “como debe ser”. ¿Son conscientes esas personas de que sus prejuicios, su religión, sus fobias, sus miedos, sus ideas políticas, les están impidiendo disfrutar de la inmensa magia, la inmensa poesía, la tolerancia, la esperanza en el ser humano y la grandeza de esa película? No, por supuesto, no lo son. Miden el mundo a la medida de su micromundo, de su mirada cerrada, de lo obtuso de su vida, y es una pena, pero no se puede hacer nada.


Mis cuatro hermanos (porque mi cuñada y mi cuñado son hermanos para mí) volvieron ayer de un viaje a la India. La fotografía que encabeza esta entrada la hizo mi hermano en el Ganges, al amanecer. Por la noche hablé con mi hermana. En un momento de la conversación, me dijo “pero es que hay una mirada de felicidad en sus ojos…”. Lo dijo con emoción, con admiración y respeto. Esta mañana la conversación ha sido con mi hermano. Recordando una imagen que contempló en un templo Sij perdido en el interior de la jungla, de un ser humano que estaba allí esperando a recibir comida, se ha emocionado. Al contarme que se emocionó al verla, ha vuelto a emocionarse. Ese es el respeto hacia otra cultura diferente de la nuestra. Eso es viajar con la mirada abierta.

Me ha contado con una naturalidad tremenda el asunto de la ceremonia de los difuntos en el Benarés. “Nosotros vivimos de espaldas a la muerte”, me ha dicho, y tiene razón. En ese momento, mi hermano era el otro, se había convertido por obra y gracia de su mirada abierta en el otro, con respeto y empatía hacia unas tradiciones muy diferentes a las nuestras pero igualmente válidas, porque lo son para otros seres humanos. Hace casi veinte años, un conocido que trabajaba conmigo, el mismo que me dijo al día siguiente de fallecer mi mujer “tienes que pensar en rehacer tu vida” (que tenía razón, pero no me lo digas al día siguiente, un poco de por favor…), me contó la misma escena del Benarés, pero de una forma muy diferente, haciendo hincapié en lo “truculento” que para él resultaba aquello, en la "gilipollez de adorar a las vacas en un país en el que mucha gente pasa hambre", para rematar diciendo que “en la India se come fatal”. Esa era la mirada obtusa a que me refería antes. Ese personaje no fue capaz de entresacar de su viaje otra experiencia que no fuera la de los prejuicios y clichés que ya llevaba de antemano en la maleta. No entendió absolutamente nada, porque ni viajando quería salir de su micromundo. Para este hombre, lo importante era ir medrando en su trabajo, a costa incluso de pisar las cabezas que hiciera falta (que lo hizo), y rendirle culto a su forma de ser, ya cerrada e impermeable a nuevas experiencias.

Hay muchos culpables de la mirada obtusa. Esa mirada surge cuando la pareja, la enseñanza, la educación, los padres, la religión, etc encaminan sus esfuerzos a impedirte que decidas por ti mismo. Esto hila otra vez con el pin parental, pero no es el tema de hoy. Parece que todos estos “amigos” se han puesto de acuerdo para anular del ser humano la empatía hacia otros pueblos, otras culturas, a base de prejuicios, tradiciones absurdas y mentiras descaradas cuya finalidad es anular la conciencia de la grandeza que todo ser humano posee. Esos estamentos se han convertido para nosotros en compañeros de celda, no en compañeros de viaje, que es lo que deberían ser. “¿Para que viajar, si lo tenemos todo aquí?”, le dice una mujer a su marido en la película de “El nadador”. Es otra vez la cultura del tener, no del ser, que es lo que engrandece al ser humano y produce genios como los que admira Kant.

Y no hablo de la religión en términos absolutos. Para mí el capitalismo es la nueva religión del ser humano, que le mete en la sangre la idea de tener cada vez más, como dogma de fe, con un premio final que no es el paraíso, sino una tumba llena de cosas materiales. Esa sensación de no tener jamás las necesidades cubiertas nos empuja a seguir empeñados en cubrirlas de una forma absurda, adquiriendo cada vez más cosas y dedicando todo nuestro tiempo a seguir acumulando. Para disfrutar del arte, de la vida, de uno mismo, es imprescindible tener la sensación de tener cubiertas las necesidades, y es necesario tener tiempo para dedicarte a la contemplación, a la serenidad, a vivir y ver la vida. Eso es lo que nos está robando, sin que seamos conscientes, esta nueva y peligrosa religión. La mirada es cada vez más obtusa.

Hablando con el guía mi hermano, le preguntó que qué piensan ellos, los hindúes, de los ingleses. El guía le contestó “vivimos el presente. No nos ocupamos ni del pasado ni de un futuro que puede no llegar nunca o llegar cambiado. Es un tema histórico, pero no nos afecta en nuestra forma de vivir el día a día”.

¿Os imagináis lo que sería España si, de una santa vez, dejáramos atrás nuestro terrible pasado, abriéramos la mirada al mundo, y nos dedicáramos a avanzar en una dirección muy distinta a la que nos proponen esos compañeros de celda que nos quieren anular como personas?

Ahí lo dejo. A ver si el último anuncio de Coca-Cola tiene más suerte que yo para convencer a la gente de que hay que abrir la mente.

domingo, 2 de febrero de 2020

1945. Sobre el remordimiento, el perdón y las puertas mal cerradas


 Una maravillosa película, sin duda. La pusieron anoche en la 2. Ya me atrajo el sugerente blanco y negro del tráiler, la acertada fotografía, el título, la nacionalidad… En los comentarios iniciales, el presentador la comparó con “Sólo ante el peligro”, y es verdad. Tanto la puesta en escena, como las situaciones, los visillos apenas descorridos para atisbar sin ser visto, y sobre todo la inquietante presencia en un perdido pueblo de la Hungría Magyar en 1945 de dos judíos, recuerdan mucho el magnífico western de Fred Zinnemann. Porque la película, en definitiva, es eso, un western europeo, perfectamente equilibrado, con una tensión in crescendo que se va desarrollando a lo largo de unas pocas horas hasta la explosión final.

A un pueblo perdido de la Hungría profunda llegan en tren dos judíos ortodoxos. Alquilan un carro para llevar dos arcones de madera a un lugar que sólo ellos conocen. El conductor les ofrece llevarlos en el carro, pero ellos le dicen que no, que van a ir andando. Esa imagen de los dos judíos, caminando tras su equipaje, atravesando el pueblo en silencio hasta llegar a su destino, es la más emblemática de la película. Sólo en sí misma es ya todo un poema, una alegoría del regreso.

El paso de los judíos es visto con inquietud, miedo y sorpresa por la mayoría de los habitantes del pueblo, que se preparan para la boda del hijo del secretario general. La voz se va corriendo. “Han llegado dos de ellos”, susurran con temor. “Han traído dos baúles llenos de perfumes”, inventan sin haber visto en realidad el contenido de los arcones. Al paso de los judíos con su misteriosa carga asistimos al despertar de los remordimientos, de la ambición desmedida, de los fantasmas que muchos creían muertos y enterrados pero que han vuelto con una misteriosa misión. Poco a poco el espectador va tomando conciencia, a través de frases sueltas, de reproches largamente ocultados, de cargas morales que vuelven a hacer su aparición, de que en ese pueblo ocurrió algo terrible con los judíos, de que no queda ni uno sólo, y que sus posesiones, casas y negocios, pertenecen ahora a otras personas, en algunos casos a quienes les denunciaron.

La película es una alegoría del remordimiento, que explota con una intensa fuerza sin que los dos judíos hagan otra cosa que simplemente estar presentes, existir. No hace falta que digan nada, que hagan nada. Su mera presencia provoca una catarsis de remordimiento increíble. En un acierto que me parece una genialidad, el director insinúa apenas la presencia de una patrulla rusa, el nuevo poder que en un futuro va a dominar Hungría con la misma mano de hierro que habían utilizado antes los alemanes. La patrulla rusa, que si bien no incide en la trama muestra cada vez que aparece su desprecio a la población del lugar, se complementa perfectamente con la pareja de judíos caminantes.
Remordimiento, perdón… La película da mucho que pensar. Los habitantes del pueblo parecen esperar una venganza, temen que los dos judíos sean una avanzadilla de los muchos otros judíos que abandonaron el pueblo. De los que fueron obligados, mejor dicho, a abandonar el pueblo dejando toda su vida atrás. Pero no es así. O quizá sí lo sea, y los dos judíos saben de sobra que su mera presencia es capaz de despertar el fantasma del remordimiento que cada habitante de ese pueblo lleva dentro.

El remordimiento es algo muy peligroso. Salvando las distancias de los habitantes de ese pueblo húngaro (lo que les habían hecho a sus judíos era algo seguramente muchísimo más grave que lo que cualquiera de nosotros podrá hacerle a alguien en toda su vida), el peligro que tiene el remordimiento pone una barrera en cada uno de nosotros que, si no se supera con valentía, nos puede arruinar a la larga la vida. Todos tenemos la sensación de que hemos hecho daño, a alguien o a algo, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestra vida, ya sea en nuestra infancia o en nuestra madurez. Si esa sensación se tiene en la infancia aparecen los traumas, que no nos dejarán crecer, madurar y pasar página hasta que no se superen. El remordimiento hace que aparezca con fuerza el sentimiento de culpa, o viceversa. Ambos son la peor losa que puede soportar la conciencia de una persona, un veneno del alma que impide por completo que la persona en cuestión sea capaz de acometer con total libertad el único camino de desarrollarse como ser humano: amarse a sí mismo. Puede parecer una perogrullada, pero no lo es, en absoluto. Amarse a sí mismo es la única manera de ser capaz de amar a los demás. La culpa, o el sentimiento de culpa de cada uno, más bien, no permite eso.

No es una cuestión de género, eso está más que claro. Por desgracia, la culpa, el remordimiento y la tristeza del alma que provocan ambos puede que sean los sentimientos más igualitarios que existen. Tampoco es una cuestión de edad. Como ya he dicho, el sentimiento de culpa puede aparecer durante la infancia, instalarse ahí, e impedir que la persona sea libre hasta que se libere de ese mal. Conozco tres personas que viven, o han vivido, con ese sentimiento de culpa. Dos hombres y una mujer, con edades muy diferentes, pero de carácter a veces similar. Ninguno de los tres es consciente de lo que ocurrió, de lo que les provocó esa culpa. Seguramente sería una insignificancia, sobre todo si lo comparamos con lo que les hicieron a los judíos los habitantes del pueblo húngaro de la película. Da igual. Fue algo que hicieron, o que no hicieron, o que exageran en su mente, o algo incluso de lo que les responsabilizó un adulto, sin tener en cuenta que eran unos niños a los que no se puede responsabilizar absolutamente de nada. Posiblemente un adulto tan enfermo de culpa y remordimiento como ellos. Un hecho fortuito, pero que se les quedó grabado en la memoria como la primera puerta sin cerrar.

Porque el sentimiento de culpa, o el de remordimiento, no son otra cosa que puertas sin cerrar, que provocan en las personas que las tienen y las van acumulando que su madurez quede en suspenso hasta que sean definitivamente cerradas y olvidadas.

No quererse a sí mismo conlleva una serie de problemas añadidos, de miedos que regulan muchas de las decisiones que estas personas toman en su trayectoria vital. Miedo al compromiso sentimental, a las relaciones de amistad, a hacer daño, a vivir su propia vida. Hasta que no se perdonen a sí mismos, no empezarán a quererse a sí mismos, y sus relaciones con los demás se verán perjudicadas. Para ellos, quererse a sí mismos es un síntoma de egoísmo. Lo ven así, y no hay manera de hacerles ver que es justamente lo contrario, que es el primer paso, como ya he dicho, para querer a los demás. Eso les sucede a los habitantes de ese pueblo de Hungría. Han vivido con ese remordimiento durante años, con ese miedo, y en su caso, son incapaces de perdonarse, aún a pesar incluso de que sí lo hayan hecho sus víctimas.