sábado, 24 de diciembre de 2022

LONDRES, MIES Y EL PRÍNCIPE CARLOS. Presentación COAM 21/12/2022

El miércoles 21 de Diciembre fue un día duro en el trabajo. De hecho, no estaba mentalizado del evento hasta que G, un amigo y vecino con una gran inquietud cultural y literaria, me llamó a las seis de la tarde con la duda de si se tenía que inscribir o no en la página del COAM para poder asistir a la presentación. Fue justo en ese instante cuando empecé a tomar conciencia de lo que me esperaba, cuando dejé de lado los problemas del trabajo para empezar a pensar en el evento. De camino al COAM, de forma precipitada, marqué en el folio que había impreso los párrafos más interesantes, las impresiones que creía que debía contar. Con eso ayudaba también a neutralizar el hipotético nerviosismo que en teoría debería sentir, y que sin embargo, para mí sorpresa, no terminaba de aparecer. A ratos me convencía de que se me iba a ir la voz, o que iba a empezar a sudar, o que iba a soltar una cagada de tal calibre que se iba a arruinar la charla por mi culpa. Nada más salir del metro me compré un paquete de caramelos Halls de los más fuertes y me comí dos de golpe, para neutralizar la hipotética pérdida de voz.

Cuando llegué, me sorprendió la poca actividad en el COAM, la tranquilidad y la penumbra. De hecho, además del vigilante de la entrada, sólo estaba G, terminando de ver la interesante exposición de Molezún, y descubriendo que en una de las vitrinas habían equivocado las etiquetas de dos objetos relacionados con la navegación. Nada más saludarle entraron también mi hermano y mi madre, a la que me hizo mucha ilusión ver, y después de presentarlos subimos al aula 5, justo al lado del auditorio, en la segunda planta. En una mesa en el exterior había dejado ya Sergio unos cuantos libros. El COAM había proyectado una imagen del libro justo detrás de la mesa desde la que íbamos a hablar. El aula 5 me pareció muy cómoda, acogedora, muy adecuada para la presentación, con una luz tenue que infundía calma. Hablábamos casi en susurros, tal era la perfecta acústica del lugar, mejorada también por la ausencia, como ya he dicho, de público en general. Daba la impresión que el COAM había abierto esa tarde exclusivamente para nosotros.

En ese momento sólo estaban Sergio, algunos amigos suyos, y miembros de mi familia, además de G y alguna que otra persona que había acudido por su cuenta. Sergio me presentó a Fernando, arquitecto y vocal del COAM, la persona que le había gestionado la presentación, un hombre muy amable y muy volcado en los temas culturales. A medida que iba llegando más gente, me iba poniendo más nervioso. Al filo de las siete y cuarto nos sentamos por fin para empezar. Fernando nos presentó uno por uno a Dani, el amigo de Sergio que iba a hacer de moderador, a Sergio y a mí. Se hizo el silencio entre el público, que en ese momento ya llenaba el aula, y Dani comenzó su presentación. Le hizo una indicación a Sergio, y Sergio comenzó a hablar.


En aquel momento, justo en ese instante, noté con fuerza que algo muy importante estaba sucediendo en mi interior. Algo que todavía hoy, al escribir estas líneas, me emociono profundamente al recordarlo. 

Al ver, al sentir, el aplomo de Sergio, la comodidad con la que hablaba, la facilidad para expresar lo que le había empujado a emprender con su libro esa aventura, ese viaje, se me escabulló el nerviosismo en el alma, se disipó por completo, para dejar su lugar a la paz, a la comodidad, a la tranquilidad. Fui plenamente consciente en ese momento de que Sergio me estaba transmitiendo directamente su serenidad, su plena confianza en lo que estaba haciendo. Fui plenamente consciente, una vez más, de que de nuevo, como en muchas otras ocasiones en los últimos años, estaba aprendiendo de mi hijo, lo que para mí constituye el máximo orgullo que puede sentir un padre.

Cuando Dani se dirigió a mí para hablar del prólogo, eligió sin duda el párrafo que más me gustó escribir del mismo, ese en el que, mirando a Sergio mientras estudiaba un panel en el RIBA, en Londres, emprendí un viaje al pasado en el que rememoré el principio, el origen de la vocación de Sergio que nos había llevado finalmente hasta ese momento, hasta ese viaje a Londres en el que disfrutamos de nuestra profesión y de otras muchas cosas. Después de leer ese párrafo, Dani me cedió la palabra y hablé tranquilo, sereno, simplemente porque estaba hablando de lo que más me gusta: mi vocación, y la vocación de mi hijo. Y mientras hablaba, y mientras veía que la gente escuchaba, muchos de ellos con una sonrisa, sentí que estábamos viviendo un momento mágico, uno de esos momentos que jamás olvidaremos.

Hablamos también de cine, de "El manantial", de "El nadador". Hablamos de las ciudades que nos gustan, de los lugares mágicos que hemos visitado, de música, de sentimientos, de pasiones, de un sin fin de elementos que probablemente no tengan nada que ver con nuestra pasión, que es el arte y la arquitectura, o quizá sí, porque es posible que sin todos esos elementos nuestra pasión hubiera sido difícilmente alimentada.

Me sentía a veces uno con mi hijo, compartiendo vivencias y conceptos que parecían interesarle al público asistente. Dani llevaba la moderación de una manera magistral, haciendo preguntas y provocando un debate que venía al hilo de la idea que quiere transmitir Sergio con su libro. Hablamos mucho de la vocación (como condena, o salvación, según matizó muy bien Dani), de lo que el libro consigue provocando a cada momento la inquietud del lector, invitándole a seguir las innumerables referencias de libros, películas, mapas de ciudades y hasta música, de la apelación a la libertad de pensamiento de cada uno, o al menos del sentido crítico, para elegir ciudad, para elegir el lugar en que vivimos. Hablamos mucho de la profesión, del papel del arquitecto en todo esto, de la transgresión por un lado, o de la aceptación por otro del camino fácil, academicista y sometido a las corrientes más conservadoras. Hablamos de muchos temas, y leí la referencia a Jacobs que escribe Sergio en el epílogo del libro, en la que el autor invita a pensar por uno mismo.

Jacobs, al final de su ensayo, proponía soluciones específicas para reconectar con ese espacio urbano que las ciudades parecían haber perdido. Al contrario que ella, más osada y directa, lo que pretendo con este epílogo es que penséis en las ciudades en las que vivimos, que penséis en el papel que estáis teniendo en decidir cómo se desarrollan

Porque eso, y no otra cosa, pretende Sergio con su libro. Que cada uno piense por sí mismo, sin dogmas, sin prejuicios, sin pensamientos preconcebidos. Algo, y no me cuesta nada admitirlo, que tanto Sergio como yo llevamos haciendo toda nuestra vida. De ahí, probablemente, nuestra visión vocacional no sólo de la Arquitectura, de nuestra profesión, sino de todo lo que nos rodea.

Alguien nos dijo, después de los aplausos y las felicitaciones, "habéis sabido transmitir perfectamente vuestra pasión por lo que hacéis". Creo que esas palabras son el mejor regalo que me han hecho en mucho tiempo, porque me parece muy complicado transmitir lo que sea, pero también creo que el miércoles, después de los nervios, y además de las palabras, también hubo magia. La magia que supieron desarrollar durante bastante más de una hora, con su simpatía, su entrega, su pasión y su profesionalidad tanto Sergio como su amigo Dani.

El único problema de todo esto es que lo pasamos tan bien, nos sentimos tan a gusto, tan cómodos, tan motivados hablando de lo que nos entusiasma, que ya estamos contando los días, las horas, para hacer la siguiente presentación. Esto no ha hecho más que empezar.

Quiero dedicarle con todo mi cariño, mi admiración y mi agradecimiento esta entrada a Fernando Landecho, arquitecto y vocal del COAM, por todas las facilidades, por su presentación, por su amabilidad, por haber estado atento en todo momento a la charla, y quiero dedicársela porque gracias a personas como él se materializan los sueños de personas como mi hijo.

Y por supuesto, se la dedico también a Dani, gran profesional y mejor persona, porque también aprendí mucho de él el otro día. Con todo mi cariño, mi afecto y mi admiración, Dani, gracias por la magia que supiste desarrollar.



domingo, 27 de noviembre de 2022

PARIS, 1940. FLOTATS Y "LOS PORTADORES DE LA LUZ"

De nuevo la magia del teatro. De nuevo la magia de Flotats. Teatro en estado puro, teatro dentro del teatro. A partir de un texto de Louis Jouvet, que escribió en 1940 durante sus enseñanzas en el Conservatorio de París a jóvenes actores, Flotats ha creado un espectáculo magnífico en torno al mundo del teatro, en torno al maestro que mientras enseña a su alumna la forma de interpretar el papel de doña Elvira del don Juan de Moliere (uno de los menos representados y sin embargo bellísimo), nos habla del trabajo, del esfuerzo, de la técnica teatral, del sentimiento que tiene que inundar el alma del actor por completo para que su interpretación sea verdadera, y pueda atrapar al público. Nos habla, en definitiva, de la vida, de la superación
, y de lo que la fuerza de la dedicación personal a un oficio le puede aportar.

Se trata de una obra estructurada en siete lecciones impartidas por el maestro Flotats a sus alumnos, en especial a Claudia, que interpreta el papel de una Elvira empeñada en salvar a don Juan del abismo, a lo largo del año 1940, fecha en que se produjo la invasión de París por las tropas nazis. En la primera lección el espíritu es jovial, alegre, desenfadado. El maestro y sus alumnos disfrutan de su aprendizaje, y la música que acompaña la escena, al principio y al final, es suave, compuesta canciones francesas ligeras de aquella época. Una música que se va endureciendo, salpicada de discursos y marchas nazis, a medida que va avanzando el año. Claudia sigue interpretando su escena, la misma escena, unas veces mejor y otras peor, mientras don Juan y su criado apenas hablan. Las interrupciones de Flotats para analizar la interpretación de la chica se van espaciando cada vez más, a medida que la mejora de la joven actriz se va haciendo cada vez más evidente. Poco a poco, clase a clase, escena a escena, la tristeza se va adueñando de los cuatro personajes, del mismo modo que las tinieblas y la oscuridad se abaten sobre todo lo demás. En un momento dado, a alguien se le ocurre que es una buena idea colocar una enorme bandera, símbolo del opresor, en el lugar en que el profesor y sus alumnos trabajan, y eso pesa como una losa sobre ellos. Pero aún así, las clases continúan. 

Cerca ya del final, Flotats pronuncia las palabras que dan título a esta entrada. "Y recordad que habéis estudiado
en la escuela de la República, laica y libre, y que siempre seréis los portadores de la luz". Porque es cierto. Los cuatro personajes que declaman, que aprenden a actuar, que se emocionan ante las enseñanzas de un maestro que se emociona a su vez con los progresos de sus alumnos, que tiene a Moliere como patrón y que imita a los actores endiosados de su época, incapaces de no interpretarse más que a sí mismos, con una gracia que no deja indiferente, son portadores de luz frente a las tinieblas del nazismo que se van a abatiendo sobre todas las cosas.

Al parecer Flotats se ocupa de todo en cada uno de sus montajes. De la música, de la iluminación, de la puesta en escena. Los cuatro actores declaman en vivo, sin ampliación, y se les escucha perfectamente. Me pareció increíble, grandiosa, la interpretación de Natalia Huarte, llena de emotividad y una profesionalidad sobre el escenario que denota muchos años de experiencia y de esfuerzo sobre él. Resultan encantadoras también las continuas alusiones de Flotats al público, señalándole mientras les dice a sus alumnos "si no tenéis sentimiento, si no sois vuestro personaje, el público se aburre", algo que desde luego no ocurre en un espectáculo que dura hora y media y sin embargo se pasa volando.

El final es sobrecogedor. Poco antes hemos visto a los alumnos y al profesor escuchar atentamente en el gramófono a una antigua cantante interpretando una hermosísima aria de Handel, como una especie de contrapunto y acceso de rebeldía de profesor ante canciones nazis que ya lo impregnan casi todo. Se trata de la última lección, y la interpretación de Claudia de la escena de don Juan es perfecta. El epílogo, sin palabras, de una fuerza y un mensaje brutales, me hizo llorar literalmente en la butaca. Es un final que jamás olvidaré.Es el final, sin duda, que provocó, junto al resto de la obra, por supuesto, que casi todo el público que inundaba la sala se pusiera en pie a aplaudir al maestro y a sus alumnos, que tuvieron que salir cuatro veces a saludar

Resulta inquietante hoy en día el mensaje tan actual que emana de una obra de 1940. Resulta muy triste que a la cultura, al arte, al esfuerzo y a la superación de cada uno se le siga dando la mínima importancia para darle la máxima al enfrentamiento, la ignorancia, la intolerancia y la oscuridad. Lo dice muy bien el mismo Flotats:

"Creo acertado y oportuno, en estos momentos en que la sociedad, cada vez más olvidadiza de su historia, parece resaltar como ejemplo y valor máximo el discurso hipermediático, rápido y masivo, que le ofrece la digitalización, los tweets y las fake-news, gracias al big data, big pharma y big finances, pararse a reflexionar sobre nuestro arte dramático.

Protundizar en él no únicamente a los que practicamos su aprendizaje, sino también hacia el público que lo recibe en vivo. Cuestionarnos sobre nuestro oficio, sobre nuestra realización, a través de él o gracias a él".

Una obra para disfrutar, para saborear, para reflexionar, para sentir. Una obra para aprender algunos aspectos muy importantes sobre el teatro, que no es en definitiva más que un camino muy adecuado para entender la vida

 

lunes, 10 de octubre de 2022

PERSONAS DE ALBAIDA. PERSONAS DE MADRID

El dueño de La Casona de Albaida nos había recomendado dejar el coche en la estación, porque nuestro alojamiento estaba muy cerca de allí. Recorrimos apenas cien metros hasta las dos casas que habíamos alquilado, y nada más dejar bolsas y maletas subimos
aquella calle tranquila, completamente silenciosa y vacía, que no nos hacía presagiar nada en absoluto de lo que nos esperaba. Éramos seis, las primeras seis personas de Madrid, y no todos nos conocíamos todavía.

Esa calle desembocaba en la plaza. Nada más llegar, sobre las ocho, vimos salir de la Iglesia la procesión de la Mare del Deu del Remei, patrona de la ciudad. Poco público todavía, pero muy entregado, muy atento al descenso de la Virgen por la puerta del Palacio de los Marqueses de Albaida, el edificio más emblemático del lugar. La mayoría de la gente vestía para la ocasión, de una forma elegante. Visitamos la iglesia, muy bonita, medio vacía todavía, y después dimos una vuelta por los alrededores.


N se puso en contacto con nosotros, y nos encontramos en la plaza. Nos invitó a entrar en la iglesia, que se llenaba cada vez más deprisa, y nos llevó hasta el mismo altar, desde donde teníamos una visión privilegiada de todo lo que iba a ocurrir. La música acompañó la llegada de la Virgen. Desde la tribuna superior, algunas personas de Albaida tiraban pétalos de rosa. Cogí uno, y era real. Una chica que estaba a mi lado me miró, y sonriendo, me dijo “sí, son de verdad”. A mi lado, un hombre trajeado que me observaba mientras hacía fotografías, me explicó, también con una sonrisa, y con la emoción a flor de piel, la historia, el significado de todo aquello.

Aquel hombre no me conocía de nada, pero sin saberlo, o probablemente sí, me estaba transmitiendo con sus palabras, con sus expresiones, con su devoción, la emoción que estaba sintiendo en aquel momento. Una emoción que tenía desde niño (me contó que cuando era monaguillo a veces Segrelles le daba un duro), y que estaba compartiendo conmigo sin ninguna traba, sin ninguna vergüenza, con absoluta generosidad. Una persona de Albaida, inoculando su alma a una persona desconocida de Madrid.

Y en ese momento fue cuando supe que esos días iban a ser mágicos.

Cuando salimos de la Iglesia se agregaron a nosotros otras dos personas de Madrid, además de V, el marido de N. Bajamos de la plaza hacia la zona nueva, a la casa de M y D, otros amigos de Albaida. En el camino, V, una de las personas más entusiastas y orgullosas de su cuna que conozco, nos explicaba la transformación que había sufrido la ciudad en aquella zona, al tiempo que le metía prisa a N y al resto, porque no nos iba a dar tiempo a llegar al castillo de fuegos.

M y D nos recibieron en su casa con alegría, orgullosos de tenernos entre ellos. Rápidamente nos colocamos en la terraza, cuando el castillo de fuegos ya empezaba a pocos metros
de allí. Probablemente los fuegos artificiales más espectaculares que haya visto en mi vida, por su calidad y por el privilegiado lugar desde el que los estaba contemplando. Algunos estallidos de la pólvora hacían retumbar la casa, y de paso nuestro corazón. Cuando terminaron, no pudimos evitar dar un gran aplauso.

M y D, sin conocernos a algunas de las personas de Madrid, nos habían preparado una merienda para tomarla antes de cenar. Nos abrieron su casa con generosidad, con afecto, con una alegría que saben transmitir muy bien únicamente las personas que se ocupan y preocupan de las personas que tienen a su alrededor. La magia continuaba, y continuó durante la cena en los Arcos, y durante el rato que estuvimos escuchando a la sorprendente (por su calidad) orquesta Montecarlo. El viernes, a pesar de ser corto, había resultado muy intenso, y las ocho personas de Madrid nos fuimos a dormir con una sonrisa y una fuerte sensación de comodidad.

El sábado comenzó con D, el marido de M, recogiéndonos en las casas para acompañarnos a desayunar. Nos estuvo explicando las costumbres, la vida en Albaida, y después nos llevó al centro para visitar la oficina de turismo y hacer tiempo hasta la hora de comer en la Filá. En aquel momento llegaron las dos personas que faltaban de Madrid. Éramos diez en total.

La Filá de les Pirates, a la que pertenecen N y V, habían colocado en la calle mesas alargadas. Por lo que nos había dicho V, entre miembros de la Filá e invitados éramos unas ciento noventa personas. El mayor miedo que tenían, dadas las previsiones del tiempo, era que lloviera y tuviéramos que meternos en el local de la filá, porque no cabíamos, literalmente. Por suerte no cayó ni una gota de agua. La comida transcurrió con total normalidad.

En las mesas conversamos con otras personas de Albaida que no conocíamos de nada, y N y V nos presentaron también a algunos amigos suyos. A nuestro lado estaba R, que había trabajado en Madrid y conocía más lugares para comer que nosotros, y S, su novia, que desde el primer momento se preocupó de que nos sintiéramos cómodos. También estaba A, primo de V, que nos explicó las tradiciones, los eventos, y la forma correcta de marcar el paso en el desfile. Cada dos por tres la banda que comía con nosotros tocaba una pieza, y rápidamente muchos miembros de la filá se colocaban en la acera, de espaldas a la fachada, para desfilar al ritmo de la música.

Sin saber muy bien por qué, y sin ninguna timidez, algunos de nosotros quisimos también participar de aquello, y salimos a desfilar al lado de V y A
. Las personas de Albaida, los Pirates, estaban ejerciendo su magia, y nos integraron de una manera tan elegante y fuerte en su tradición, que mientras nos movíamos acompasados al ritmo de las marchas, empezábamos a sentir que, por primera vez en nuestra vida (al menos en mi caso), estábamos viviendo DESDE DENTRO, y eso es lo más importante que nos ha ocurrido, la emoción de una fiesta muy arraigada en el alma de quienes la viven. Poco a poco salimos todos, incluso los dos amigos de Madrid que faltaban, y que en principio no iban a desfilar, y cantábamos a voz en grito el himno de les Pirates mientras uno de los miembros más antiguos, ya veterano, nos decía que lo estábamos haciendo “de puta mare…”.

Por la tarde descansamos de aquella comida, y por la noche volvimos a la Filá, a cenar, a desfilar y a charlar con las personas de Albaida, las ya conocidas y las que acabábamos de conocer. Se me ponía la carne de gallina al ver a mi familia y a mis amigos plenamente tranquilos, muy cómodos, saliendo a la acera a desfilar cuando había que salir, y disfrutando de todo aquello. Me parecía muy lejana la duda de si íbamos a desfilar o no, impuesta una semana antes de ir por los prejuicios, la timidez o un cierto orgullo que muchas veces no nos deja apreciar lo que tenemos delante. Si aquella duda había existido algunos días antes, se estaba disipando a marchas forzadas, porque en aquel momento no sólo estábamos convencidos, sino que nos apetecía mucho desfilar junto a las personas de Albaida.

Nos disfrazamos en el local de N y V, que generosamente también nos habían prestado como centro de operaciones para ver la fiesta, vestirnos, etc. Después subimos la cuesta hacia el barrio alto donde empieza todo. En un momento dado nos colocamos en varias filas, con los hombros pegados, y empezó el espectáculo.

Resulta increíble el poder de la música. Durante más de una hora estuvimos andando, o parados, al ritmo tremendo que marcaban los timbales que teníamos detrás. V, A y otros miembros de la Filá estaban pendientes en todo momento de que no perdiéramos el paso, de que la línea se mantuviera más o menos recta, de que estuviéramos cómodos, de que sintiéramos en nuestra piel, que casi en todo momento estuvo erizada tanto por el sonido potente de los timbales como por la intensidad de lo que estábamos viviendo, la emoción de las fiestas de Moros y Cristianos de Albaida. A pesar del disfraz que llevábamos, aquello era serio. Tan serio, que las personas de Albaida que nos miraban desde aceras, tribunas y balcones nos aplaudían continuamente, lo cual para nosotros también era un honor. Tuvimos la inmensa fortuna de que el tiempo acompañó prácticamente hasta el final, y aunque en los últimos metros tuvimos que correr y nos empapamos hasta el tuétano, volvimos al alojamiento de nuevo con la sonrisa y con la sensación de haberlo pasado muy bien.

El domingo era el día de la partida. Desayunamos de nuevo con D, M y A, y vimos la entrada de bandas en la plaza. Al final ganó el concurso una banda de Onteniente, pero la de los piratas quedó tercera. Como cierre del acto se entonó el himno de Albaida, y ocurrió otro suceso de los que dejan huella para siempre. Obviamente, las personas de Madrid no conocíamos ese himno, o si lo conocíamos apenas le habíamos dado importancia. Ese día, sin embargo, nos sonó de otra manera. Sin entender muy bien por qué, o quizá porque cuando me volví vi a mi amigo V entonando la letra con los ojos húmedos, sentí que aquel himno estaba empezando a formar parte de mí. V, persona de Albaida, estaba consiguiendo, con su emoción, con su devoción, con su amor a su ciudad, que yo, persona de Madrid, sintiera exactamente lo mismo. De nuevo, el espíritu se estaba inoculando.

Por la tarde, con las maletas ya en el coche los seis amigos de Madrid que teníamos que volver, contemplamos desde la acera de la oficina de N el maravilloso desfile de las Filás cristianas, lamentándonos, ante el increíble espectáculo, de no haber organizado un día más de vacaciones que nos hubiera permitido ver el desfile de las Filás moras. Cuando nos despedimos de N y V y sus amigos de Albaida que ya eran nuestros, sentimos mucho tener que irnos.

Creo que en muchas ocasiones especiales, dar las “gracias”, o las “muchas gracias”, o poner las “gracias” entre signos de admiración, se queda muy corto para expresar el agradecimiento ante las sensaciones vividas. Va mucho más allá de eso. La generosidad, la simpatía, la absoluta entrega, el afán por hacer que nos sintiéramos cómodos en todo momento, el habernos permitido, empujado y animado para que pudiéramos vivir sus tradiciones, su VIDA, desde dentro, es algo que trasciende el mero agradecimiento. Es algo que te transforma, que te hace sentir que muchas de las cosas que te rodean son muy poco importantes al lado de este intercambio emocional entre personas, que en principio parecen provenir de distintos lugares y que sin embargo están unidas por un vínculo muy fuerte y un lugar común: la tremenda, la irresistible fuerza de la generosidad, de la empatía, de la vida. Una fuerza que elimina ideologías, prejuicios, nacionalismos y creencias, porque procede de la parte más potente del alma del ser humano. Ese trasvase, ese chute de energía, esa inoculación de sentimientos, que tan difícilmente se puede explicar a los que no lo han vivido, se queda para siempre grabado en el alma.

Una gran parte de nuestro corazón, de las personas de Madrid, se ha quedado en Albaida, en las personas de Albaida. Anoche, e incluso hoy, muchos de nosotros todavía estamos asimilando la tremenda carga emocional que hemos vivido estos días. Durante todo el viaje no paramos de comentar los diferentes momentos. Una de las personas de Madrid, gracias a la cual hemos podido vivir esta experiencia al convencernos de que teníamos que hacerlo, definió esta sensación como “resaca emocional”, y es verdad. Han sido tres días tan intensos, tan auténticos, tan importantes para seguir sintiéndonos vivos, que nos va a costar mucho tiempo olvidarlos.

Tanto tiempo, al menos, como el que tenga que transcurrir hasta que volvamos a Albaida.

Personas de Albaida, personas de Madrid, ha sido un auténtico honor compartir lo compartido con vosotros estos días. Estamos tristes porque ha acabado, pero muy felices porque ha ocurrido


domingo, 17 de julio de 2022

LONDRES, MIES Y EL PRÍNCIPE CARLOS


Cada vez que alguien cercano escribe un libro, existen varias realidades, varios momentos más o menos trascendentales, acontecimientos que marcan la experiencia, el viaje (y nunca mejor dicho) con respecto a ese libro.

En este caso, el primer acontecimiento fue su promesa de publicación, al haberse alcanzado la cifra que marcaba la editorial para su lanzamiento. Eso lo sabéis muy bien todos los que, con vuestra generosidad, habéis hecho posible que “Londres, Mies y el Príncipe Carlos” haya sido publicado. La carrera hasta alcanzar la cifra necesaria finalizó el 28 de Mayo del 2021, hace más de un año, tras un mes de nervios en los que la búsqueda de mecenas constituyó una labor cuando menos curiosa para nosotros. En aquel momento nos dimos cuenta de lo generosa que pueden llegar a ser las personas ante algo que, en realidad, ninguno sabíamos a ciencia cierta de lo que iba. Confiamos simplemente en el sueño de la persona que iba a escribir el libro, que ya se prometía gracias a la campaña (video de la página, resumen, comentarios) muy interesante.

El segundo acontecimiento fue la publicación propiamente dicha. Ese 28 de mayo la editorial anunció que se iba a lanzar el libro, y comenzó la carrera para elaborarlo, para reescribirlo, para corregirlo, para mirar las galeradas que le presentaba a Sergio la editorial. La fecha de publicación finalmente se dilató hasta Junio de este año, si bien la editorial, de una manera muy acertada, iba informando puntualmente por correo a cada uno de los mecenas de los pasos que se iban dando, algo muy de agradecer por la tranquilidad que transmitía con respecto a la buena consecución del proyecto.

Ahora viene el tercer acontecimiento, probablemente el más delicado de todos, al menos para mí: leer el libro. Confieso que la primera vez que lo abrí, lo hice nervioso, con el peso de la duda, de si el tema escogido podía resultar interesante, y en caso de serlo, que estuviera presentado de una forma atractiva, que enganchara al mecenas que había adelantado su dinero, y al lector en general. Que Sergio escribe bien, incluso muy bien, lo tengo y lo he tenido siempre muy claro, pero ahora se trataba de algo muy serio, del resultado final de un proceso en el que se ha puesto en juego el dinero de muchas personas, pero sobre todo su ilusión y su confianza en un autor del que no habían leído nada.

A medida que leía el libro, esas dudas, ese nerviosismo, página a página, capítulo a capítulo, se fue disipando.

Para mí existen dos tipos diferentes de escritores, tanto si se trata de ficción literaria como de ensayo. Por un lado está el escritor que te lo da todo mascado. Expone su disertación, o su novela, o sus memorias, o el viaje que haya realizado a un lugar concreto, y no te queda otra que leerla, consumirla sin más, disfrutarla o no según la afinidad que tengamos con ese determinado autor o con el tema tratado.

Por otro lado, está el autor que hace un ejercicio de verdadero compromiso con el lector, porque le hace partícipe de sus ideas y le presenta todos los parámetros para que sea él, el lector, quien decida en cierto modo la ruta de su viaje, primero por el libro y después por las referencias que se le han presentado. No sé si os ocurre a vosotros. Para mí no es lo mismo leer las memorias de Albert Speer, por ejemplo, que no deja lugar al juego del lector porque expone los hechos con esa especie de halo siempre presente de exordio, de dejar claro que él fue una marioneta del nazismo sin que le gustara ese papel, que leer los diarios de Rafael Chirbes, que dan lugar por su propia naturaleza a un sinfín de notas y referencias a revisar posteriormente. No es lo mismo leer el viaje de Livingstone buscando a Stanley, que los viajes de Javier Reverte a Roma o a Grecia (“Un otoño en Roma” y “Corazón de Ulises”, respectivamente. Imposible leerlos sin un cuaderno al lado para tomar notas tanto históricas como de referencia para conocer lugares).

Sergio es un autor de la segunda categoría. Ya queda claro esto en la misma introducción, cuando nos dice

Jacobs, al final de su ensayo, proponía soluciones específicas para reconectar con ese espacio urbano que las ciudades parecían haber perdido. Al contrario que ella, más osada y directa, lo que pretendo con este epílogo es que penséis en las ciudades en las que vivimos, que penséis en el papel que estáis teniendo en decidir cómo se desarrollan

Porque esa es la intención de Sergio al escribir este libro, hacernos reflexionar, tomar decisiones, pensar en el papel que tenemos a la hora de hacer ciudad. Sin perder de vista el tema principal del libro, o al menos el punto de arranque, que no es otro que el encargo que se le hizo al arquitecto Mies Van der Rohe de una torre en plena City de Londres que jamás llegó a construirse por las causas que se analizan en el libro, Sergio nos sumerge en un viaje muy interesante que tiene que ver con lo arquitectónico, pero también con lo humano, con el papel que desarrollan y han desarrollado gobiernos y gobernados a la hora de tejer el tejido urbano de una ciudad.

Sergio no dogmatiza. Apenas da una opinión casi en ningún momento del libro. Se limita a exponer los hechos, y te invita a pensar a ti, a seguir las referencias que te presenta (desde mapas de Google que hay que revisitar para disfrutar con ellos, hasta películas y libros relacionados con el tema que sin duda despiertan nuestra curiosidad para seguir indagando en un tema tan apasionante como quizá tan poco tratado). De lo que se trata, lo que busca el autor, es que despierte tu capacidad crítica para participar en la construcción de la ciudad, algo que ya está sucediendo en países del Norte de Europa, y que dispongas de las herramientas necesarias para que esa capacidad crítica pueda ser desarrollada en función de tu propio criterio, de las conclusiones que hayas sacado después de leer el libro. En ese sentido, me parece increíble que un libro de apenas doscientas páginas encierre tanta información, y que esa información sea barajada, tratada y reciclada de la forma en que se ha hecho para que la lectura del libro resulte tan altamente amena y adictiva.

Un amigo arquitecto, alto directivo, ha comentado lo siguiente del libro: “No tiene nada que envidiar a otros libros que he leído de autores encumbrados como Aldo Rosi en “La arquitectura de la ciudad” o Renato de Fusco en “La idea de la arquitectura””.

Y sin embargo, no hay que ser arquitecto, ni mucho menos entendido, para disfrutar de su lectura. Basta con que al que lo lea le guste viajar, por la tierra y por las ideas, por la historia y por la ciudad, y hacerlo de la mano de un autor tan cercano, profesional, humilde y viajero como Sergio.

Feliz viaje

lunes, 2 de mayo de 2022

LA GRAN ENGAÑIFA: LOS DEMÁS



“Mi tarjeta de miembro del clan. Me la dieron hace doce años. 

Era la primera vez en mi vida que me sentía formar parte de algo más grande que yo. Y después me hicieron presidente. ¿Presidente yo de algo tan importante? 

En el clan nos cuidamos unos a otros. Lo hacemos todo por los demás. Lo dice en la tarjeta. 

Pero ahora tengo un problema, porque hay mucho de eso en esta sala. Hay mucha gente en esta sala que hace por los demás. 

Y no sólo gente blanca, también hay gente negra que hace por los demás, por todos los demás. 

Pero soy el presidente del clan, y debo odiar a los negros. Enseño a la gente a odiar a los negros. Se supone que son inferiores a nosotros. 

Si no creo eso, no tengo derecho a ser presidente del clan. Y no lo creo, así que ya no necesito esto”

Es un resumen de las palabras de C.P Ellis, presidente del KKK en Durham, una localidad de EEUU, durante los duros 70, perteneciente a la película “No soy tu enemigo”, de Robin Bissell, que podéis ver en Netflix y que os recomiendo.

En ese resumen está la clave de lo que pretendo analizar en la entrada. Los demás. ¿Qué son "los demás" para ti? ¿De qué grupo de “los demás” te consideras integrante? ¿Qué estarías dispuesto a hacer por “los demás”?Y sobre todo, y a veces lo más importante, ¿a qué grupo de “los demás” crees que te asignan los que gestionan grupos de población (políticos, publicistas, Industria farmacéutica, PODER, así, en abstracto…)

La película sería ingenua, casi increíble, si no fuera porque los hechos que cuenta sucedieron en realidad. Durante diez días, se reunieron en Durham representantes del colectivo negro y del colectivo blanco, presididos estos por el mencionado C.P Ellis, presidente del KKK. En ese tiempo discutieron sobre medidas escolares, de integración, de consenso. Formaron lo que se denomina una Charrette, un encuentro para discutir y cambiar impresiones. Al principio parecía que el diálogo resultaba imposible, pero cuando los dos grupos se dieron cuenta que lo único que querían era lo mejor para sus hijos, empezaron a hacer algo perverso: escucharse unos a otros.

Lo dice C-P Ellis al principio de su discurso. Para muchas personas, sentirse importante en algo que se supone es más más grande que ellos, les impide llegar a escuchar siquiera al otro, al diferente, al que ese grupo más grande que uno mismo ha determinado que es el enemigo. Si esa persona se deja llevar por esa idea, sin molestarse siquiera en escuchar, en conocer aunque sea ligeramente las circunstancias del hipotético enemigo, tendrá el concepto de “los demás” limitado a su propio grupo, a su propio clan, a su propio país, a su propio lo que sea, y “los demás”, los demás diferentes, simplemente no existirán.

Pero si haces el sencillo ejercicio que hicieron CP Ellis y Ann Atwater, la activista negra que al final se hizo su amiga, de repente se disipará la nube que te impide ver que los demás son personas como tú, con tus mismos problemas y tus mismas ambiciones. Lo primero que hay que hacer, por tanto, es saber cómo viven los demás, qué piensan los demás, cuales son sus problemas del día a día. Te sorprenderá que cuando hablas con alguien a quien considerabas lejano, de otro mundo, sus problemas en el Mercadona para encontrar la salsa ali oli son idénticos a los tuyos.


Primer ejercicio hecho. Hemos identificado a los demás, les hemos aceptado. Entendemos que forman parte de nuestra sociedad, y que son necesarios. Entendemos que probablemente han huido de un infierno para llevar una vida medianamente digna, y lo aceptamos. El color de su piel, su lenguaje o su religión son circunstanciales, a menos que sean ellos mismos los que le den a eso más importancia que formar parte de nuestra sociedad. Una vez asimilado esto, ¿qué estarías dispuesto a hacer por ellos?

Independientemente de la caridad de cada uno, me refiero a si estarías dispuesto a votar de forma que se les facilite a esos “los demás” una situación más o menos cómoda en la sociedad. Servicios públicos, facilidad para la enseñanza, Sanidad Pública… Seguramente puedes tener tus necesidades cubiertas y no pensar en las necesidades de los demás. O puedes ser un empresario que quiera leyes de trabajo más justas que las que hay ahora. No sé, cada uno tiene sus circunstancias y su empatía liviana o profunda hacia los demás. Piénsalo, y a ser posible piensa en esos “los demás” diferentes sin mezclar prejuicios o frases hechas sobre hechos que denotan la ignorancia que tenía C.P Ellis antes de dialogar con los negros.

Otra cuestión con la que hay que tener cuidado. ¿En qué grupo de los demás· piensas que te clasifican tus allegados, y los que no son tus allegados? ¿En qué grupo crees que te clasifican los que buscan tu voto? Esto es muy importante, y no todo el mundo es capaz de hacerse una idea cierta del lugar que ocupa en la mente de un buscador de voto o de un publiciista. Recientemente, mucha gente con pocos recursos, de barrios deprimidos, votó algo que no les beneficiaba en absoluto, sin saber que lo que habían votado podría tener como meta acabar con varios servicios públicos. Muchos publicistas usan el slogan “porque tú lo vales” para provocar en la víctima del anuncio la sensación de que realmente él o ella lo vale. Para saber en qué grupo de “los demás” estamos es imprescindible la humildad, y la seguridad de que, a la mínima de cambio, tendremos los mismos problemas que muchos a los que consideramos inferiores. Vivir por encima de nuestras posibilidades ha provocado grandes dramas en muchísimas familias. Humildad y racionalidad, imprescindibles para autoclasificarnos.


Una forma inmediata de adquirir humildad en este sentido es viajar. ¿No habéis tenido a veces, en países europeos que se suponen más adelantados que nosotros, o en EEUU, la sensación de que nos miraban por encima del hombro? Podemos ser lo que seamos, pero para mucha gente, por desconocimiento o por perjuicio, somos marrulleros, vagos, chistosos y bailaores. No nos conocen, no se preocupan tampoco de conocernos. Estamos en esa fase de no preocuparse de conocer a los demás.

En serio, el mundo iría mejor, muchísimo mejor, si se hicieran Charrettes por todo el globo. Nos hacemos una idea de lo que está ocurriendo en Ucrania, por ejemplo, tomamos partido por uno u otro, pero en realidad no sabemos lo que representa, lo que significa de verdad esa guerra. Estoy seguro que se podría resolver el conflicto con diálogo, con compromiso, y con el profundo deseo de todas las partes de pararlo, pero los medios, los políticos, los psicópatas y los iluminados impiden que se celebre esa Charrete tan necesaria en este caso.


viernes, 11 de marzo de 2022

UCRANIA, el horror que se repite

 

A partir de 1930, la GPU (Dirección Política del Estado) empezó a requisar masivamente todas las cosechas de Ucrania, dejando la tierra sin semillas que pudieran germinar, y sin dar tiempo suficiente para que se volviera a plantar.

El 7 de Agosto se aprobó la ley de las Espigas, que imponía castigos a los que robaran el grano confiscado, llevándoles a las prisiones de Balashevo o Elan, o incluso ejecutándoles. Según los registros, se ejecutó a 5.400 personas, y 125.000 fueron llevadas a los gulags de Siberia.

Stalin tenía muy presente la revolución del campesinado ucraniano durante la guerra civil de 1918 a 1921. En 1932 toma la decisión de cerrar las fronteras con Ucrania, y crea unas brigadas especializadas en confiscar, de casa en casa, las cosechas de los campesinos ucranianos. El programa tenía una doble finalidad. Por un lado, matar literalmente de hambre a los campesinos que se oponían a las colectivizaciones del estado, y por otro, reprimir el nacionalismo ucraniano, que se situaba del lado de Europa y alejado de Moscú. En unos meses, la población empieza a morir de hambre, y en las zonas rurales más alejadas comienzan a darse casos de canibalismo. Holodomor, en ucraniano, significa precisamente eso, morir de hambre. Murieron entre 7 y 10 millones de personas. Un auténtico genocidio.

Todo el horror del Holodomor aparece en la película “Mr Jones”, de la directora polaca Agniezska Holland, que nos cuenta la historia real del periodista Galés Gareth Jones, interpretado por James Norton, que se internó en Ucrania y vivió de cerca el horror del Holodomor, arriesgando su vida ante la terrible represión de Stalin. La película tiene escenas brutales, pero lo peor de todo, es que al regresar a Europa nadie le creyó. Nadie sospechaba lo que estaba haciendo Stalin con su población. Por suerte Jones tuvo un encuentro con George Orwell, que desembocó en su famosa obra “Rebelión en la granja”, una de las críticas más feroces, junto a su otra novela, “1984”, del sistema político de Josef Stalin.

Al parecer la fijación de Rusia contra Ucrania viene de lejos, seguramente por razones históricas que se me escapan, pero lo cierto es que actualmente Rusia ha emprendido de nuevo su cruzada particular contra Ucrania, y las razones, al menos las que se conocen (en este tipo de conflictos siempre existen intereses ocultos que se nos escapan a los mortales de a pie) parecen ser las mismas: el intento de acercamiento de Ucrania a Europa.

El caso cierto es que estamos en guerra. En la época de Mr Jones no se sabía lo que ocurría en un lugar tan apartado de Europa como Ucrania. A Mr Jones no le creyó nadie cuando describía el horror. Ahora es justo al revés. Hay miles de periodistas informando del conflicto, miles de imágenes que cada día hay que clasificar para organizar la información, y el problema es que ahora, con tanta información, la mayoría de la gente sigue viendo esta guerra como algo muy lejano, que no nos va a salpicar a nosotros.

No. Simplemente, no puede ser. No puede ocurrir que un individuo, probablemente fascinado por su “padrecito” Stalin, ponga en jaque de un plumazo a todo el mundo. Estamos viviendo ya, y vamos a seguir sufriendo, las consecuencias económicas de esta guerra, que nos afecta a todos, primero a los europeos, y después a todo el mundo. No podemos permitirnos dejar que Europa y la OTAN, organizaciones a las que pertenecemos, sigan con una tibieza que no conduce absolutamente a nada. Si la finalización del conflicto pasa por permitir a Ucrania que forme parte de la UE, hagámoslo, pero hagámoslo ya. El otro día escuché en la radio a una persona muy vinculada a Bruselas decir que no era nada fácil meter a un nuevo miembro en la UE, que una vez que se ha metido no se le puede echar, etc, etc. Daba excusas para no meter a Ucrania en la UE. Entonces, de ser así, si realmente no existe una voluntad de la UE de hacer miembro a Ucrania, ¿por qué ha atacado Putin? Esa misma persona insinuó en un par de ocasiones que lo importante era “no cabrear a Putin”. Es lógico que la gente de a pie tenga miedo, pero lo que no puede consentirse es el miedo en las instituciones que en teoría tienen que velar por nosotros.

Hay muchos intereses que se nos escapan. Está el tema del envío de armas, que ha provocado un cisma en nuestro Gobierno. Está el tema de la energía, el tema de la carestía económica y muchos otros temas, pero lo real, lo sangrante, lo que le revuelve las tripas a los profesionales que organizan la información cada día, son esas imágenes de personas muertas que lo único que han hecho es estar en el peor momento en el lugar inadecuado. Alguien muy cercano a mí se pasó hace tres días toda la mañana llorando ante esas imágenes, y lleva tres semanas de estrés continuo ante toda esa información que tiene que digerir y transmitir. Lo último, lo más terrible hasta ahora, ha sido el ataque a ese hospital materno infantil. El horror ya es insoportable.

Todos tenemos en la cabeza, aunque no hablemos de ello, esa espada de Damocles que supone el armamento nuclear de Rusia, y probablemente la tibieza se deba precisamente a eso. Pero si no le paramos los pies, si permitimos que tome Ucrania, no va a parar. Tiene la cabeza llena de estrategias militares, de los pasos dado en el pasado por Napoleón, por Hitler y por otros, y sus ansias megalomaníacas no se van a conformar con Ucrania, eso está claro. A base de negociaciones, de restricciones, de acuerdos económicos, de lo que sea, pero hay que pararle.

De no hacerlo, probablemente nos veamos abocados a la Tercera Guerra Mundial. Y ya sabemos todos lo que dijo Einstein al respecto: “No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero lo que sí puedo asegurarles es que la siguiente a esa será con palos y piedras”