Era la primera vez en mi vida que me sentía formar parte de algo más grande que yo. Y después me hicieron presidente. ¿Presidente yo de algo tan importante?
En el clan nos cuidamos unos a otros. Lo hacemos todo por los demás. Lo dice en la tarjeta.
Pero ahora tengo un problema, porque hay mucho de eso en esta sala. Hay mucha gente en esta sala que hace por los demás.
Y no sólo gente blanca, también hay gente negra que hace por los demás, por todos los demás.
Pero soy el presidente del clan, y debo odiar a los negros. Enseño a la gente a odiar a los negros. Se supone que son inferiores a nosotros.
Si no
creo eso, no tengo derecho a ser presidente del clan. Y no lo creo, así que ya
no necesito esto”
Es un resumen de las palabras de C.P Ellis, presidente del
KKK en Durham, una localidad de EEUU, durante los duros 70, perteneciente a la
película “No soy tu enemigo”, de Robin Bissell, que podéis ver en Netflix y que
os recomiendo.
En ese resumen está la clave de lo que pretendo analizar en
la entrada. Los demás. ¿Qué son "los demás" para ti? ¿De qué grupo de “los demás”
te consideras integrante? ¿Qué estarías dispuesto a hacer por “los demás”?Y
sobre todo, y a veces lo más importante, ¿a qué grupo de “los demás” crees que
te asignan los que gestionan grupos de población (políticos, publicistas, Industria
farmacéutica, PODER, así, en abstracto…)
La película sería ingenua, casi increíble, si no fuera
porque los hechos que cuenta sucedieron en realidad. Durante diez días, se
reunieron en Durham representantes del colectivo negro y del colectivo blanco,
presididos estos por el mencionado C.P Ellis, presidente del KKK. En ese tiempo
discutieron sobre medidas escolares, de integración, de consenso. Formaron lo
que se denomina una Charrette, un encuentro para discutir y cambiar
impresiones. Al principio parecía que el diálogo resultaba imposible, pero
cuando los dos grupos se dieron cuenta que lo único que querían era lo mejor
para sus hijos, empezaron a hacer algo perverso: escucharse unos a otros.
Lo dice C-P Ellis al principio de su discurso. Para muchas personas, sentirse importante en algo que se supone es más más grande que ellos, les impide llegar a escuchar siquiera al otro, al diferente, al que ese grupo más grande que uno mismo ha determinado que es el enemigo. Si esa persona se deja llevar por esa idea, sin molestarse siquiera en escuchar, en conocer aunque sea ligeramente las circunstancias del hipotético enemigo, tendrá el concepto de “los demás” limitado a su propio grupo, a su propio clan, a su propio país, a su propio lo que sea, y “los demás”, los demás diferentes, simplemente no existirán.
Pero si haces el sencillo ejercicio que hicieron CP Ellis y Ann Atwater, la activista negra que al final se hizo su amiga, de repente se disipará la nube que te impide ver que los demás son personas como tú, con tus mismos problemas y tus mismas ambiciones. Lo primero que hay que hacer, por tanto, es saber cómo viven los demás, qué piensan los demás, cuales son sus problemas del día a día. Te sorprenderá que cuando hablas con alguien a quien considerabas lejano, de otro mundo, sus problemas en el Mercadona para encontrar la salsa ali oli son idénticos a los tuyos.
Primer ejercicio hecho. Hemos identificado a los demás, les
hemos aceptado. Entendemos que forman parte de nuestra sociedad, y que son
necesarios. Entendemos que probablemente han huido de un infierno para llevar
una vida medianamente digna, y lo aceptamos. El color de su piel, su lenguaje o
su religión son circunstanciales, a menos que sean ellos mismos los que le den
a eso más importancia que formar parte de nuestra sociedad. Una vez asimilado
esto, ¿qué estarías dispuesto a hacer por ellos?
Independientemente de la caridad de cada uno, me refiero a
si estarías dispuesto a votar de forma que se les facilite a esos “los demás”
una situación más o menos cómoda en la sociedad. Servicios públicos, facilidad
para la enseñanza, Sanidad Pública… Seguramente puedes tener tus necesidades
cubiertas y no pensar en las necesidades de los demás. O puedes ser un
empresario que quiera leyes de trabajo más justas que las que hay ahora. No sé,
cada uno tiene sus circunstancias y su empatía liviana o profunda hacia los
demás. Piénsalo, y a ser posible piensa en esos “los demás” diferentes sin
mezclar prejuicios o frases hechas sobre hechos que denotan la ignorancia que
tenía C.P Ellis antes de dialogar con los negros.
Otra cuestión con la que hay que tener cuidado. ¿En qué grupo de los demás· piensas que te clasifican tus allegados, y los que no son tus allegados? ¿En qué grupo crees que te clasifican los que buscan tu voto? Esto es muy importante, y no todo el mundo es capaz de hacerse una idea cierta del lugar que ocupa en la mente de un buscador de voto o de un publiciista. Recientemente, mucha gente con pocos recursos, de barrios deprimidos, votó algo que no les beneficiaba en absoluto, sin saber que lo que habían votado podría tener como meta acabar con varios servicios públicos. Muchos publicistas usan el slogan “porque tú lo vales” para provocar en la víctima del anuncio la sensación de que realmente él o ella lo vale. Para saber en qué grupo de “los demás” estamos es imprescindible la humildad, y la seguridad de que, a la mínima de cambio, tendremos los mismos problemas que muchos a los que consideramos inferiores. Vivir por encima de nuestras posibilidades ha provocado grandes dramas en muchísimas familias. Humildad y racionalidad, imprescindibles para autoclasificarnos.
Una forma inmediata de adquirir humildad en este sentido es
viajar. ¿No habéis tenido a veces, en países europeos que se suponen más
adelantados que nosotros, o en EEUU, la sensación de que nos miraban por encima
del hombro? Podemos ser lo que seamos, pero para mucha gente, por
desconocimiento o por perjuicio, somos marrulleros, vagos, chistosos y
bailaores. No nos conocen, no se preocupan tampoco de conocernos. Estamos en
esa fase de no preocuparse de conocer a los demás.
En serio, el mundo iría mejor, muchísimo mejor, si se
hicieran Charrettes por todo el globo. Nos hacemos una idea de lo que está
ocurriendo en Ucrania, por ejemplo, tomamos partido por uno u otro, pero en
realidad no sabemos lo que representa, lo que significa de verdad esa guerra.
Estoy seguro que se podría resolver el conflicto con diálogo, con compromiso, y
con el profundo deseo de todas las partes de pararlo, pero los medios, los
políticos, los psicópatas y los iluminados impiden que se celebre esa Charrete
tan necesaria en este caso.
No, nadie es distinto y todo es válido dentro de un discurso civilizado. La mejor negociación es aquella en la que ambos negociadores ganan algo. Sin sesgos ni estructuras sociales. Eso es libertad. Eso que a mordiscos intentan robarnos.
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