Cada vez que alguien cercano escribe un libro, existen varias realidades, varios momentos más o menos trascendentales, acontecimientos que marcan la experiencia, el viaje (y nunca mejor dicho) con respecto a ese libro.
En este caso, el primer
acontecimiento fue su promesa de publicación, al haberse alcanzado la cifra que
marcaba la editorial para su lanzamiento. Eso lo sabéis muy bien todos los que,
con vuestra generosidad, habéis hecho posible que “Londres, Mies y el Príncipe
Carlos” haya sido publicado. La carrera hasta alcanzar la cifra necesaria
finalizó el 28 de Mayo del 2021, hace más de un año, tras un mes de nervios en
los que la búsqueda de mecenas constituyó una labor cuando menos curiosa para
nosotros. En aquel momento nos dimos cuenta de lo generosa que pueden llegar a
ser las personas ante algo que, en realidad, ninguno sabíamos a ciencia cierta
de lo que iba. Confiamos simplemente en el sueño de la persona que iba a
escribir el libro, que ya se prometía gracias a la campaña (video de la página,
resumen, comentarios) muy interesante.
El segundo acontecimiento fue la
publicación propiamente dicha. Ese 28 de mayo la editorial anunció que se iba a
lanzar el libro, y comenzó la carrera para elaborarlo, para reescribirlo, para
corregirlo, para mirar las galeradas que le presentaba a Sergio la editorial.
La fecha de publicación finalmente se dilató hasta Junio de este año, si bien
la editorial, de una manera muy acertada, iba informando puntualmente por correo
a cada uno de los mecenas de los pasos que se iban dando, algo muy de agradecer
por la tranquilidad que transmitía con respecto a la buena consecución del
proyecto.
Ahora viene el tercer
acontecimiento, probablemente el más delicado de todos, al menos para mí: leer
el libro. Confieso que la primera vez que lo abrí, lo hice nervioso, con el
peso de la duda, de si el tema escogido podía resultar interesante, y en caso
de serlo, que estuviera presentado de una forma atractiva, que enganchara al
mecenas que había adelantado su dinero, y al lector en general. Que Sergio
escribe bien, incluso muy bien, lo tengo y lo he tenido siempre muy claro, pero
ahora se trataba de algo muy serio, del resultado final de un proceso en el que
se ha puesto en juego el dinero de muchas personas, pero sobre todo su ilusión
y su confianza en un autor del que no habían leído nada.
A medida que leía el libro, esas
dudas, ese nerviosismo, página a página, capítulo a capítulo, se fue disipando.
Para mí existen dos tipos
diferentes de escritores, tanto si se trata de ficción literaria como de
ensayo. Por un lado está el escritor que te lo da todo mascado. Expone su
disertación, o su novela, o sus memorias, o el viaje que haya realizado a un
lugar concreto, y no te queda otra que leerla, consumirla sin más, disfrutarla
o no según la afinidad que tengamos con ese determinado autor o con el tema
tratado.
Por otro lado, está el autor que
hace un ejercicio de verdadero compromiso con el lector, porque le hace
partícipe de sus ideas y le presenta todos los parámetros para que sea él, el
lector, quien decida en cierto modo la ruta de su viaje, primero por el libro y
después por las referencias que se le han presentado. No sé si os ocurre a
vosotros. Para mí no es lo mismo leer las memorias de Albert Speer, por
ejemplo, que no deja lugar al juego del lector porque expone los hechos con esa
especie de halo siempre presente de exordio, de dejar claro que él fue una
marioneta del nazismo sin que le gustara ese papel, que leer los diarios de Rafael
Chirbes, que dan lugar por su propia naturaleza a un sinfín de notas y
referencias a revisar posteriormente. No es lo mismo leer el viaje de
Livingstone buscando a Stanley, que los viajes de Javier Reverte a Roma o a
Grecia (“Un otoño en Roma” y “Corazón de Ulises”,
respectivamente. Imposible leerlos sin un cuaderno al lado para tomar notas
tanto históricas como de referencia para conocer lugares).
Sergio es un autor de la segunda
categoría. Ya queda claro esto en la misma introducción, cuando nos dice
“Jacobs, al final de su
ensayo, proponía soluciones específicas para reconectar con ese espacio urbano
que las ciudades parecían haber perdido. Al contrario que ella, más osada y
directa, lo que pretendo con este epílogo es que penséis en las ciudades en las
que vivimos, que penséis en el papel que estáis teniendo en decidir cómo se
desarrollan”
Porque esa es la intención de
Sergio al escribir este libro, hacernos reflexionar, tomar decisiones, pensar
en el papel que tenemos a la hora de hacer ciudad. Sin perder de vista el tema
principal del libro, o al menos el punto de arranque, que no es otro que el
encargo que se le hizo al arquitecto Mies Van der Rohe de una torre en plena
City de Londres que jamás llegó a construirse por las causas que se analizan en
el libro, Sergio nos sumerge en un viaje muy interesante que tiene que ver con
lo arquitectónico, pero también con lo humano, con el papel que desarrollan y
han desarrollado gobiernos y gobernados a la hora de tejer el tejido urbano de
una ciudad.
Sergio no dogmatiza. Apenas da
una opinión casi en ningún momento del libro. Se limita a exponer los hechos, y
te invita a pensar a ti, a seguir las referencias que te presenta (desde mapas
de Google que hay que revisitar para disfrutar con ellos, hasta películas y
libros relacionados con el tema que sin duda despiertan nuestra curiosidad para
seguir indagando en un tema tan apasionante como quizá tan poco tratado). De lo
que se trata, lo que busca el autor, es que despierte tu capacidad crítica para
participar en la construcción de la ciudad, algo que ya está sucediendo en
países del Norte de Europa, y que dispongas de las herramientas necesarias para
que esa capacidad crítica pueda ser desarrollada en función de tu propio
criterio, de las conclusiones que hayas sacado después de leer el libro. En ese
sentido, me parece increíble que un libro de apenas doscientas páginas encierre
tanta información, y que esa información sea barajada, tratada y reciclada de
la forma en que se ha hecho para que la lectura del libro resulte tan altamente
amena y adictiva.
Un amigo arquitecto, alto
directivo, ha comentado lo siguiente del libro: “No tiene nada que envidiar
a otros libros que he leído de autores encumbrados como Aldo Rosi en “La
arquitectura de la ciudad” o Renato de Fusco en “La idea de la arquitectura””.
Y sin embargo, no hay que ser
arquitecto, ni mucho menos entendido, para disfrutar de su lectura. Basta con
que al que lo lea le guste viajar, por la tierra y por las ideas, por la
historia y por la ciudad, y hacerlo de la mano de un autor tan cercano,
profesional, humilde y viajero como Sergio.
Feliz viaje
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