domingo, 29 de diciembre de 2019

Dolor y Gloria. Reconciliación y respeto



Una persona me comentó en Twitter que las dos películas más punteras para los Premios Goya del año que viene son “Cuando acabe la guerra”, de Amenábar, y “Dolor y Gloria”, de Almodóvar. Al leer ese tuit comenté que la de Amenábar ya la había visto (y me gustó mucho, por cierto), y que la de Almodóvar me daba pereza, la verdad. Esa persona comentó “Almodóvar te puede gustar mucho o nada. Esta es de las que te gustan”, así que decidí verla.

No con mucho entusiasmo, la verdad. Con Almodóvar la mayoría de las veces me ha ocurrido siempre lo mismo. Sus temas recurrentes (infancia en la España profunda, curas perversos en el seminario, toqueteos y escenas de sexo explícito puestas ahí para escandalizar…) llegó un momento, cuando empezaron a enranciarse, que me aburrían. Me parecía uno de esos directores que se escandalizaban, o trataban de escandalizar, por lo que ya no se escandalizaba nadie, con una mezcla de ranciedad y modernidad que se me estaba haciendo muy complicada de digerir. Conste que lo intenté muchas veces, pero a partir de “Que he hecho yo para merecer esto”, con honrosas excepciones como “Átame” o “Hable con ella”, la verdad es que siempre me pareció que hacía la misma película, su película.

El comienzo de “Dolor y gloria” no fue una excepción. Mis prejuicios mandaban. “Ya está con lo de siempre. Escena bucólica de su infancia, curas perversos en el seminario…”. Pero no. En esta ocasión esos temas estaban tratados de otra manera, como con cariño, sin malos recuerdos. Poco a poco me fui enganchando. En la conversación que Antonio Banderas sostiene con Cecilia Roth (para mí los dos son muy grandes actores, que mejoran con el tiempo) aparece lo que, después de verla, es para mí la clave de la película. Salvador (Antonio Banderas) le dice a Zulema (Cecilia) “He vuelto a ver “Sabor” (una de sus primeras películas como director) y la actuación de Alberto Crespo (Asier Etxeandía, soberbio, para mí lo mejor de la película) no me ha parecido tan mala como cuando se estrenó. La película ha envejecido bien”. Zulema le contesta “Son tus ojos los que la ven de otra manera. La película sigue siendo la misma”.

Y es eso precisamente lo que le ha ocurrido a Almodóvar, o al menos a mí me lo parece. De alguna manera su alma ha cambiado, ha limado asperezas con su vida, se ha reconciliado con un montón de cosas, y ha filmado una película soberbia, en la que la reconciliación, el perdón, la necesidad, que parece llegar a medida que se prolonga nuestra vida, de cerrar el círculo, lo impregna todo, desde el personaje de Salvador al de Alberto, pasando por el de Federico, probablemente la mejor actuación de Leonardo Sbaraglia que haya visto nunca.

Poco a poco Salvador va remontando una culpa, un episodio de su vida que indudablemente no ha superado. Un episodio entre muchos otros que le afectan que le han llevado a una especie de postración mental y física, teñida de una infinita tristeza, de la que parece querer salir pero sin saber muy bien cómo. La conversación con Zulema le lleva a visitar a Alberto, con el que no hablaba desde el estreno de “Sabor”. Esa visita le lleva a otras situaciones, a reencontrarse con otras personas que formaron parte de su pasado y que le dejaron una huella tan tremenda que le afectó en su estado de ánimo, sumiéndole en una especie de depresión de la que, hasta este momento, no se había molestado en salir. Son sus nuevos ojos, esa nueva alma, ese ver la película de otra manera, no tan crítica, y sí más entrañable, lo que le va empujando, sin que apenas sea consciente, a volver a ver la luz.

Me iba enganchando a la película, no cabía duda. Con cierta sorpresa, no demasiada, porque a Sergio, mi hijo, le había encantado, y si a Sergio le gusta una película, inevitablemente me gusta también a mí. Pero coño, es que es Almodóvar, el de siempre, el de la Movida, que a veces parecía haberse quedado anclado en el Madrid de los 80, con esporádicas salidas al pueblo en el que transcurrió su infancia. No, esta vez Sergio se ha equivocado (pensaba yo), no puede ser.

Pero no, Sergio no se había equivocado, en absoluto. 

Estaba disfrutando del intimismo de la película, de sus toques de humor (inolvidable la tertulia de la Filmoteca), de sus momentos de nostalgia, de la remontada de Salvador. Estaba gozando de la película, y de repente, llega esa escena, tan de Almodóvar, tan simple y grande a la vez, en la que Alberto (Asier Etxeandía), antes de ensayar su monólogo, el soberbio monólogo que pone la carne de gallina y que es la piedra fundamental de toda la película, enciende un casette y da unos pasos de baile con los primeros compases de la mítica versión de “La vie en rose” que interpretó en los 80 Grace Jones. En ese momento caí rendido ante el genio de Almodóvar. Es increíble que se pueda expresar tanto sentimiento, tanta serenidad del alma, con una escena que apenas dura unos segundos.

No sé cómo transmitir la tremenda sensación de paz, de tranquilidad del alma, de belleza y de sentimientos a flor de piel que me ha proporcionado la película. La reconciliación personal de Almodóvar con sus fantasmas, con unos traumas que indiscutiblemente viene arrastrando desde su más tierna infancia, ha supuesto también mi reconciliación con su cine, con su alma, con su manera de narrar. He visto sinceridad, mucha, y coraje, al desnudar su espíritu en la forma en que lo ha hecho en muchas escenas. He visto una simbiosis perfecta entre el personaje, su intérprete, y el director. En una entrevista dijo Banderas hace poco que no sabía explicar muy bien los sentimientos que había tenido a la hora de interpretar a Salvador. Se ha metido tanto en el papel, probablemente el más grande de su carrera, que no interpretaba, sino que era el mismo director de la película.

Igual es un poco tarde para recomendarla, pero si podéis no dejéis de verla. Una película extraordinaria, de esas que te remueven el alma hasta el punto de ver las cosas de otra manera mucho más serena y tranquila. Enhorabuena, maestro.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Sembrar... Recoger.


Tal fecha como hoy, hace ya seis años, fue un día triste para la familia. Se fue mi padre, sin hacer ruido, en silencio. Había decidido por su cuenta dejar de bailar, evitar lo que probablemente se le hubiera venido encima, un tratamiento duro. Me lo imagino muchas veces diciendo “¿Que me van a hacer qué? Quita, quita, yo me largo…”. Ya le dediqué una entrada por aquellas fechas, quienes le conocieron le llevan todavía en su interior, saben y aprecian lo que sembró. De los que quiero hablar ahora es de los que estuvieron en el último momento, acompañándole en el tanatorio y en la incineración, en la Almudena.

Recuerdo la soledad inicial, el amanecer de la noche en que falleció, mi hermano y yo en la habitación del hospital. Poco a poco fue llegando gente. Mi cuñada creo recordar que fue la primera, desconsolada. Después mi cuñado y mi hermana, y poco a poco todos los demás. Después de hacer las gestiones necesarias, le trasladamos al tanatorio de San Isidro.

Familia, amigos, conocidos y hasta vecinos llenaban la sala, durante todo el tiempo. Hubo abrazos, besos, charlas emotivas de la gente que le conocía, recordando anécdotas, viajes, discusiones, comidas, encuentros y desencuentros en los que él había participado. La imagen que tengo de aquel día y el siguiente es de la cantidad de gente, de la cantidad de lágrimas que se vertieron en su honor.

Recordé lo que me había dicho mi jefe durante la incineración de Pilar, mi mujer, en septiembre de 2008, a la que también acudió muchísima gente. Yo me sorprendí al ver allí no sólo a compañeros, sino incluso a personas que simplemente trabajaban en la misma obra pero que no pertenecían a mi empresa. Al comentárselo a mi jefe, este me susurró al oído “recoges lo que siembras”.

Se me quedó grabada esa frase. La recordé también el 4 de Octubre de 2017, hace poco más de dos años, cuando falleció el padre de mi novia. El escenario era diferente, un tanatorio pequeño, pero muy entrañable, a las afueras de Benalmádena, pero el sentimiento era idéntico. Cuando llegamos allí, desde Madrid, en el primer AVE que salió de Atocha, todavía era pronto, pero a medida que avanzaba el día, aquel pequeño rincón se fue llenando de gente, de familia llegada de Barcelona, de Cádiz, de Valencia… De amigos, de compañeros de trabajo del Ayuntamiento, de clientes… Todos recordaban a aquel hombre con cariño, y contaban anécdotas, vivencias, manías, rasgos de su carácter… Exactamente igual que con mi padre. Vidal también había sembrado, y mucho. No coincidí con él demasiado, ni por la distancia ni por el tiempo, pero era una de esas personas que por su forma de ser dejan huella profunda en el alma.

Pilar, Jose Luis, Vidal, Raimundo, Enriqueta y muchos otros… Ellos sembraron. Cada uno de los que les hemos conocido les llevamos en nuestro interior. Y no hablo en un sentido metafórico, no. En muchas ocasiones somos ellos, actuamos exactamente igual que ellos. Están en nosotros, y en muchos de los que llenaron también la sala del tanatorio, de los que abarrotaron el comedor de su casa cuando todavía no era muy usual el uso de los tanatorios, de los que formaron cuando se fueron un ejército de personas que les lloraba, pero que también sonreían recordando su vida, su forma de ser. Llorar porque se han ido, reír por haber tenido la inmensa suerte de haberles conocido. Personas que siembran, personas que recogen.

No recuerdo la fecha. Ni siquiera el año. Tenemos tendencia a olvidar los sucesos que nos han amargado, y aquel fue probablemente el que más tristeza me ha causado en toda mi vida. El padre de un supuesto amigo había fallecido, y estaba en el tanatorio de una ciudad fuera de Madrid. No fui por el amigo, sino por aquel hombre entrañable, al que yo había conocido cuando era niño, en el colegio, cuando era compañero de ese supuesto amigo. Creo que jamás he sentido una angustia tan profunda como cuando entré en la sala de aquel tanatorio. El supuesto amigo estaba sentado en un sillón, con su mujer al lado, mientras su hija pequeña jugaba con unas muñecas en una mesita supletoria.
No había nadie más.

Tuve una sensación muy extraña, de profunda pena. Ni por lo más remoto me hubiera imaginado algo así. Recuerdo que pensé que aquel hombre no merecía aquello, que su carácter jovial, siempre con una anécdota que contar con aquella agradable voz que todavía recuerdo, siempre generoso a la hora de mostrar sus sentimientos, tenía que haber sembrado por fuerza en el alma de muchas personas, como lo habían hecho Pilar, mi padre, Vidal, mi abuela… No podía ser, no es justo que una persona esté tan poco acompañada en su partida. No me entraba en la cabeza. Después de dar el pésame, salí con mi supuesto amigo a la puerta del tanatorio. Allí, sentados en un banco, mi supuesto amigo aprovechó la ocasión para pedirme dinero prestado. Le negué el préstamo, le saludé, le di un apretón de manos, y me marché. No he vuelto a verle más, por suerte. No me molestó, no me dolió, más bien, que me pidiera dinero, sino que le hubiera robado a su padre, con sus acciones y su comportamiento, la oportunidad de recoger lo que, sin ninguna duda, aquel hombre había sembrado a lo largo de su vida.

Ayer estuve leyendo unas notas de mi padre, escritas con esa letra suya tan peculiar. Anécdotas de una Semana Santa en Gandía, con nuestros hijos todavía niños dando la brasa ("¿Cuándo llegamos? ¿Cuándo comemos? Me meo…"), pensamientos de grandes hombres que copiaba de libros o del ordenador… Siembra.

Hoy es un día triste, porque se fue, pero también es un día alegre, porque está ahí, a nuestro lado. Muchas personas se obsesionan por dejar algo para la posteridad, por ser ricos y famosos, por ser recordados, como Aquiles, o por dejar una cuantiosa herencia… Yo me conformo con sembrar un poco, aunque sea la décima parte de lo que han sembrado en mi alma las personas a las que he tenido la inmensa fortuna de conocer.


viernes, 29 de noviembre de 2019

El problema catalán. Opinión de un centralista opresor


Antes de nada, aclarar que el centralista soy yo, por supuesto. El hecho de vivir en Madrid, haber nacido en Madrid, y estar orgulloso de ser de Madrid, me convierte en un centralista opresor a ojos de muchos que claman contra “los españoles opresores” en muchos foros relacionados con el independentismo.

Voy a hacer un poco de historia. Es necesario para aclarar lo que pienso del problema catalán. Nací en Madrid, ya lo he dicho, pero he sido siempre, desde que recuerdo, un enamorado de la cultura catalana (de la madrileña también, ojo. De la cultura en general, para qué me voy a engañar). O lo era, al menos, cuando esta existía. ¿Por qué? Pues muy sencillo: me encantan los comics, o los tebeos de siempre, vaya, y las mejores editoriales de tebeos (Juventud, Toutain, con su editor, "Filstrup", todo un personaje, en la foto de la izquierda), Bruguera, Toray y muchas otras) estaban en Barcelona.

Además de eso, viví la transición, para mí una época más dura que la dictadura de Franco (probablemente porque cuando Franco murió yo tenía 14 años y no me había dado tiempo a enterarme de nada), con palizas continuas de cachorros de ultraderecha a todo el que paseara por sus feudos (los bajos de Aurrerá, la calle Goya, zonas de la calle Serrano y la Plaza de Colón, etc…). La matanza de los abogados de Atocha en el 77 fue un mazazo al clima de libertad que se quería respirar, a pesar de la resistencia de los políticos que conformaban el famoso “Búnker”. Los grises repartían ostiones por la calle, se legalizó el PCE tras mucho sufrimiento… Eran tiempos duros. Los personajes de películas como “Camada negra” eran reales.


Yo tenía entonces una filosofía muy claramente de izquierdas (natural. Era joven. Ahora doy bandazos de un lado a otro sin saber dónde anclarme, y sin ganas, no voy a negarlo), y escuchaba una y otra vez el disco de Lluis Llach en el Olympia, hasta el punto de aprenderme las canciones en catalán. Escuchando a Lluis Llach pasé un buen día a escuchar a Sisa, del que me iba comprando todos los vinilos hasta aquel “Sisa y Melodrama” del 78 o 79. Recuerdo que en 1979 fui a un concierto suyo en Bellreguard, Valencia, en el que también participaban La Companya Eléctrica Darma, All Tall y algún otro (en realidad no lo he recordado. Me ha ayudado mi hermana, que también estuvo allí con mi cuñado y unos amigos. El cartel está a la izquierda más abajo). Allí ocurrió algo que me chirrió. Cuando preguntamos al que estaba en la taquilla el precio de la entrada nos contestó en valenciano. El que estaba a su lado le dijo “no te entienden. Hablan el idioma del reino”.


¿Del reino? (pensé yo). ¿Qué reino?

No le di importancia al incidente. Supuse que era una consecuencia de la fama de chulos que siempre hemos tenido en todas partes los madrileños. He trabajado fuera de Madrid muchas veces, y después de un tiempo, tanto en Galicia como en Murcia como en Avila, y hasta en el mismo Barcelona (mi empresa tenía una delegación allí y tengo muy buenos amigos en esa ciudad) he escuchado “pues tú no eres un chulo como el resto de madrileños”. El caso es que seguí escuchando música de Sisa, de Pau Riba, de la CED, de Iceberg, de Tete Montoliu, de Jordi Sabatés… Seguí leyendo revistas como 1984, fancines como “El Rrollo enmascarado” en el que destacaba Nazario y sus estrambóticos personajes, “El víbora”, con Nazario otra vez y su inolvidable Anarcoma, “Makoki”… Al lado del panorama catalán, Madrid parecía un erial, si bien con una revista emblemática, TOTEM, editada por Nueva Frontera y hoy objeto de culto, que además había sido la primera de ese tipo en salir al mercado.

A partir de los 80 comenzó la crisis cultural. Jordi Pujol empezó su andadura en el 80, y Felipe González, en 1982. Bajo las políticas de uno y otro fueron desapareciendo las editoriales de aquel paraíso cultural (os recomiendo “LOS PROFESIONALES”, de Carlos Giménez, la historia de este dibujante madrileño que emigró a Barcelona a dibujar tebeos), y los cines fueron transformándose en bingos. A veces, muchas veces, he pensado que tanto Pujol como González cogieron la bandera de acabar con la cultura para engendrar la ignorancia, tan necesaria siempre para los nacionalismos. Posiblemente hasta estuvieran de acuerdo en todo momento, hermanados en la turbiedad y en sus manejos particulares. Surgió en Madrid la Movida Madrileña, y en Cataluña personajes tan importantes como Boadella, que ya había luchado contra la Dictadura franquista, Flotats, o Josep María Pou (impagable su discurso cuando le otorgaron el premio al catalán del año, con Torra a su lado con el lacito amarillo y los de TV3 cortando el final. Este es el enlace: 


Y a partir de ahí, la decadencia. Los músicos catalanes que me gustaban desaparecen o se dedican a otra cosa, los únicos tebeos que proliferan son el manga o los superhéroes, a Boadella le defenestra la Generalitat cuando estrena UBU PRESIDENT en el 95, Flotats emigra a Madrid… Poco a poco, la cultura nacionalista, es decir, la NO-CULTURA, se va apoderando de todo. El Borne, que había sido cerrado en los ochenta, resurge de sus cenizas como un manifiesto panfletario de una falsa historia que se empeña en tergiversar la historia para dotar de fundamento al catalanismo. Esto de cambiar la historia llega a extremos ridículos con un instituto, NOVA HISTORIA, que la Generalitat se ha sacado de la manga para justificar históricamente lo injustificable, llegando a conclusiones tan peregrinas como que Colón, Shakespeare, Santa Teresa, el mismo Jesucristo y hasta la antigua Roma eran catalanes. Esto es lo de siempre, alguien debe estar forrándose con las subvenciones que recibe esta institución, a la que el mundo académico histórico oficial nunca invita por lo ridículo de sus afirmaciones.

¿Y cual es la conclusión de todo esto? Que un grupo dudosamente mayoritario en Cataluña (vamos a suponer que en torno al 50%) está promoviendo un deseo independentista basado en una falsa historia, en un falso catalanismo y en una intimidación diaria y continua (manifestaciones, huelgas, intolerancia lingüística en colegios e instituciones, etc) del otro 50% que se opone a esa independencia. Pero es que aunque sea menos el porcentaje de los que no quieren hablar de independencia, los políticos deberían desestimar la idea de imponerla por la fuerza, y deberían educar a la población para valorar si, de una manera lógica y dialogante, se podría conseguir esa independencia en un futuro, y sobre todo, analizar todas y cada una de las consecuencias económicas, sociales y culturales que conllevaría esa independencia. Algo parecido a lo que sucedió en Quebec, que también quería la independencia de Canadá. Pero no, la clase política catalana ha preferido empezar la casa por el tejado. En lugar de eso, lo primero que han hecho ha sido inventarse el enemigo, ese estado opresor que es España, para jalear a unas bases (los CDR) que siembran el caos en su propia casa. y tratar de convertir en mártires a una serie de supuestos “presos políticos” que lo único que han hecho ha sido saltarse la ley que salió de una Transición que sí que estuvo plagada de presos políticos reales. Parece mentira que sean los propios políticos catalanes los que provoquen esta situación, incluso a sabiendas de que la mitad de la población de Cataluña no está de acuerdo con su idea independentista, o por lo menos con la idea de imponerla por la fuerza. Les da igual. No les importa el odio que se está generando, alimentado por la ignorancia, primero entre los propios catalanes, y después entre estos y el resto de España.


Os invito a asomaros a la cultura catalana. Ya sé que el que es del Real Madrid o del Atlético de Madrid odia a muerte al aficionado del Barsa, pero las cosas no son así. Que no os chirríe escuchar el catalán, porque en la intimidad lo hablan muchas personas que se sienten españolas. He conocido a catalanes más españoles que muchos que se dicen españoles, y viceversa. No os dejéis engañar, conoced por vosotros mismos la cultura catalana, porque esa es la única manera de eliminar los prejuicios: conociendo. Ni los madrileños somos chulos ni ellos son peseteros, pero para darse cuenta de eso hay que hacer el esfuerzo de conocerlos y entenderlos. No permitamos que se nos utilice como un enemigo contra el que luchar y del que separarse. No somos opresores, sino en todo caso oprimidos de otra manera, pero por los mismos negros poderes que siembran el caos en Cataluña. No dejemos que unos pocos nos hagan odiar al resto. Ni es justo, ni es sensato.

Os dejo con esta canción de Sisa, que en su día se convirtió casi en un himno:


“Qualsevol nit pot sortir el sol”, 1975. El insuperable estribillo es la mejor muestra de una hospitalidad que siempre ha existido en Cataluña, por mucho que se empeñen unos cuantos en echar de allí a los que no piensen como ellos. "Bienvenidos, pasad, pasad. De las tristezas haremos humo. Mi casa es vuestra casa, si es que la casa es de alguien”.

sábado, 23 de noviembre de 2019

El señor M y las redes sociales


El Señor M. del que por razones de seguridad tanto nacionales como internacionales (debido a que viaja mucho) no puedo dar el nombre real, vive en un lugar recóndito de la costa levantina, del que tampoco puedo dar el nombre para que no pueda ser localizado, pero del que diré sin embargo que parece un pequeño Manhattan peninsular, con la densidad posiblemente más elevada de edificios altos por metro cuadrado de España, y que entre sus calles laberínticas de la zona vieja se encuentra la famosa “calle del coño”, además de una serie de locales regentados por vascos (sí, sí, vascos en la costa de Levante. Yo tampoco sé ni cómo ni cuando se establecieron allí. Probablemente llevan ahí vendiendo txacolí y vieira gratinada desde la época de Tartessos) de los que el Señor M es cliente asiduo. Es un lugar que goza de un microclima muy agradable, que invita a pasear a cualquier hora del día.

El caso es que al Señor M le encanta escribir. Bueno, maticemos: le encanta escribir, le encanta leer, es un apasionado del cine, es un apasionado coleccionista, viajero incansable, conversador de esos con los que te pueden dar las tres de la mañana enlazando un tema con otro siempre sacándole el jugo a cualquier cosa, con ironía, gracejo y sensibilidad (podría ser un título de Jane Austen: gracejo y sensibilidad). Su casa, siempre abierta a familia y amigos, está organizada de una forma a la vez funcional y entrañable, en la que casi en cada rincón se respira tanto el espíritu del Señor M (actual y de antaño, pues conserva colecciones de coches de cuando era pequeño, imágenes y figuras de Tintin, los libros que estudiaba en el colegio, y posiblemente el mejor bar particular, con barra incluida, que haya visto yo nunca) como el de la Señora I, su mujer, de la que también hablaremos más adelante y de la que no haría falta en absoluto guardar el anonimato, pero lo hago sin embargo para que nadie sospeche la identidad del Señor M.

Como he apuntado al comienzo del párrafo anterior antes de irme como siempre por las ramas (no puedo evitarlo. Me han diagnosticado hace poco de prosa caótica), el Señor M ha escrito un libro, del que no voy a decir el nombre pero sí diré que está en la página de Bubok y cuenta la historia de Alcatraz. No es el primero. Ya escribió otro de cócteles muy completo, que merece la pena tanto leer como usar para elaborar cócteles, y otro relacionado con las finales de la copa de Europa jugadas por el Atlético de Madrid, equipo del que el Señor M es muy aficionado. La sensibilidad que se desprende de este relato entrañable, en el que nos cuenta su asistencia con su padre a esa primera final cuando era todavía casi un niño y a las últimas, es digna de valorarse. Para felicitarle por su nuevo libro, y preguntarle donde podía encontrarlo, le envié el sábado pasado, 16 de Noviembre, un wasap. Un wasap, sí.

Y ahí empezó el horror…

Empecé a sospechar algo cuando comprobé que ni siquiera se ponían las rayitas azules, signo de que ni siquiera lo había leído. Pasé el domingo nervioso, mirando el teléfono cada diez minutos con la esperanza de que lo leyera al menos, aunque no me contestara. Pero no, no se dignó, aumentando mi desazón y mi nerviosismo. Que estaba bien (llegué a sospechar que hubiera desaparecido en el laberinto de callejas de la zona antigua raptado por una organización de venta de órganos ilegales, yo que sé…) lo supe por mi hermana el lunes, cuando me contó que ella también le había enviado un wasap hablándole también del libro, al que el Señor M contestó “Estamos bien. Besos”. Cuando mi hermana me contó eso me fallaron las piernas y el corazón se me puso a doscientas pulsaciones. Aunque lacónica, esas tres palabras contestadas a mi hermana por wasap suponían un mundo en el desierto expresivo que me había dedicado a mí. La catástrofe estaba servida. Y para terminar de arreglarlo, antes de hablar el lunes con mi hermana le había mandado, de una forma fría y mecánica, también por wasap, el enlace a este blog.

Presa del pánico, tras un par de días sin dormir, cargándome de valor, conseguí este jueves, tras unos cuantos ejercicios de meditación, de respiración, y sobre todo de concienciación para resistir el chaparrón que me iba a caer, pulsar el botón con su contacto en el teléfono móvil. Hubo chorreo, por supuesto, merecido por haber osado yo enviarle un wasap a una persona que odia los wasap, y encima sabiéndolo. En la conversación hablamos de las redes sociales, del peligro que suponen para las relaciones humanas, de la frialdad con la que la gente se fabrica una personalidad ficticia en sus muros de Facebook que en realidad nada tiene que ver con ellos, de la desconexión que se produce entre parejas, como la de la fotografía, cuando estando juntos están alejados el uno del otro, eligiendo ese mundo ficticio antes que el mundo real. Hoy en día resulta casi imposible encontrar en el metro, por ejemplo, alguien que no esté absorbido en el teléfono móvil. Tanto el Señor M como yo pensamos que se está llegando a un estado irreal de las personas en las que ya no hay personas, sino móviles que controlan a sus dueños. La gente comparte noticias, fotografías y enlaces sin contrastar su procedencia, sin comprobar su verdad. No importa, hay que compartir, demostrar que estás vivo dándole al like a la mayor cantidad posible de noticias. Conozco casos de parejas que se odian pero que en su muro aparecen felices, y casos de hijos que han metido a su padre en una infecta residencia en cuanto han tenido ocasión y que sin embargo aparecen con él en la cabecera de su muro, abrazados y sonrientes.

Facebook y Twitter nos permiten la oportunidad de ser grises, mezquinos y egoístas, siempre y cuando mantengamos nuestro muro vivo y florido. Para muchas personas, su muro y lo que diga en él es más real que su propia vida. Es algo terrible, una enfermedad todavía no diagnosticada, pero existe, y se propaga como una plaga por todo el mundo. Hoy en día es más normal ante un accidente o ante una agresión en plena calle ponerse a filmar y subir rápidamente el vídeo a las redes, que ayudar a la víctima. En la serie “Black Mirror” hay varios capítulos de la primera temporada que tratan sobre esto.

La conversación con el Señor M resultó gratificante, y muy enriquecedora, como siempre. Después de una hora hablando de lo divino y de lo humano, de su libro, de mi reciente ruptura, de la amistad y la familia, del trabajo, de los temas del wasap y las redes, al colgar estuve un buen rato meditando. “Imagínate que hubiéramos mantenido esta conversación por wasap”, me había dicho el Señor M, y tenía razón. Imposible. Impersonal, vacía, sin sentimiento, sin matices, sin las pistas que da el tono de voz del interlocutor. Al acabar me encontré bien. Muy tranquilo, muy relajado, contento conmigo mismo.

Y fue entonces cuando caí en la cuenta de que, a lo largo de mi vida, desde aquel mazazo mayúsculo que supuso la pérdida de mi mujer, cada vez que he tenido un momento de bajón, triste o delicado, he buscado, probablemente de manera inconsciente, mantener esas conversaciones con el Señor M y la Señora I.

La señora I forma una parte indisoluble de nuestra vida. Gran parte de nuestra forma de ser se formó a su lado, en nuestra infancia, con su compañía y su cariño. Gran aficionada también a la lectura y a la música que se escuchaba, como ya conté en otra entrada, tanto en casa de la abuela como en la nuestra. En 2004 tomó la decisión junto al Señor M de irse a vivir a ese pequeño paraíso de Levante, y cada vez que vamos a verlos es una gozada. En mi caso, como ya he dicho, probablemente haya buscado en los momentos duros ese cariño de la señora I y esa filosofía, también cariñosa, del Señor M. Sus conversaciones me han ayudado muchas veces a sobrellevar momentos duros con su elegancia y su tranquilidad. Recuerdo una que mantuvimos en la piscina de su apartamento, de un par de horas, tras la primera ruptura con mi ex. Hablamos a “calzón quitado”, él de su vida, que sería un inmejorable motivo para otro libro, y yo de la mía. Cuando salimos de la piscina, arrugados como garbanzos en remojo y con la cara a la brasa, yo ya tenía una estrategia clara de actuación, unas pautas vitales que me llevaron, gracias a aquella conversación, a reconciliarme y a vivir una prórroga de más de cinco años muy feliz en mi relación, que se ha mantenido hasta el mes pasado.

También es admirable la relación que tanto el Señor M como la Señora I mantenían con mi padre. De hecho, el perfil del wasap del Señor M, que no ha cambiado probablemente desde que empezó a utilizarlo, tiene un dibujo de mi padre, que por cierto también le ilustró el libro de cócteles. La señora I, que por si no os habéis dado cuenta todavía es prima mía, admiraba y respetaba a mi padre casi hasta la devoción, le quería tanto como nos ha querido a nosotros, y me consta que él la quería también a ella como a uno más de sus hijos y admiraba profundamente al señor M, con el que ha vivido siempre que ha bajado a visitarles o cuando han subido ellos a Madrid como con un hermano, o incluso mejor. A la muerte de mi padre, otro mazazo, el apoyo y el cariño del Señor M y la señora I fue impagable para nosotros.

Y voy yo, y para preguntarle por su libro le mando un wasap. Tócate los cojones…  


domingo, 17 de noviembre de 2019

Conversaciones con mi madre. Soylent green


Mi madre es una persona fuerte, aunque a veces ni ella misma sea consciente de ello. Al segundo día de morir mi padre, en el invierno de 2012, nos dijo a todos que ese trago tenía que pasarlo sola, que tenía que acostumbrarse a estar sin él en casa, a dormir sin una persona, mi padre, con la que llevaba más de 50 años de convivencia. Y así lo hizo. Al principio le costó, por supuesto, pero gracias a sus recursos sobrellevó perfectamente su soledad. Sus recursos, aparte de las frecuentes visitas de sus hijos, son su tablet, a la que se acostumbró rápidamente y en la que no deja de buscar los temas que le gustan relativos a literatura, cine, música, pintura, etc, y sobre todo la música. 

A veces no somos conscientes en mi familia de esa circunstancia, pero la música siempre ha estado presente en nuestras casas. Ahora procede de un sofisticado equipo de alta fidelidad, con su lector de CD, amplificador, altavoces y toda la parafernalia, pero cuando éramos pequeños salía de un destartalado equipo PHILIPS que tenía el altavoz integrado en la tapa y un tamaño ligeramente más grande que un vinilo de 33 revoluciones por minuto, que era el único formato, junto con los discos de 45 revoluciones, que era capaz de reproducir. El equipo lo había comprado mi abuela en Radio Quer, la tienda de toda la vida cuando se trataba de comprar electrónica o electrodomésticos. Eran otros tiempos, y las tiendas "de toda la vida" constituían un elemento indispensable para todo. Los botones de Pontejos (cuando íbamos a Pontejos, mi abuela decía "vamos a ir a Madrid, que tengo que comprar botones"), las salchichas de Ferpal, las napolitanas de la Menorquina...

Mi abuela tenía otro tocadiscos igual al nuestro. En realidad no sé si los compró todos juntos y le regaló uno a cada hija, o las hijas se fueron comprando el mismo que habían visto en casa de su madre. En casa de mi abuela también se escuchaba música a todas horas. Parece mentira. Supongo que la fortaleza de mi madre es genética, le viene de una persona que se quedó viuda con cinco hijas a las que sacó adelante en una época, la posguerra madrileña, en la que resultaba casi imposible salir adelante sin marido o sin algún hijo, pero mi abuela lo consiguió con coraje, con dos cojones más grandes que los de muchos hombres... Y con la música siempre sonando. La gente se sorprende muchas veces cuando les recito de memoria canciones de Antonio Machín, que ni siquiera era de mi época pero al que escuchaba constantemente (creo que tengo las "Dos gardenias para ti" incrustadas en alguna parte de mi cerebro), y, lo que es más increíble, fragmentos de la zarzuela "La del manojo de rosas", otro hit parade de la casa de mi abuela. Resultaba curioso. A veces me pongo a pensarlo, y mi madre me lo confirma cada vez que hablamos del tema. Era una época triste, había que hacer malabarismos para conseguir salir adelante, resultaba casi imposible que seis mujeres sobrevivieran sin que ninguna de ellas se torciera, pero lo consiguieron, no sé si por la música, por la fuerza, por el coraje, por la alegría que siempre había en esa casa, y que nos empujaba a mis hermanos y a mí de pequeños a querer pasar los fines de semana en casa de la abuela, o por una mezcla de todo ello.

Creo que me he ido un poco por las ramas. Me he dejado llevar, pero lo que quería resaltar era la fortaleza de mi madre, su forma de salir adelante, ese coraje vital que Emilio Duró define perfectamente. "La persona fuerte tiene momentos de bajón, pero siempre acaba remontando y volviendo a su línea, a su filosofía de vida". Hace dos días, hablando con ella por teléfono, no sé cómo salió la conversación y comentamos una película que había visto yo con mi padre en el cine GARDEN, de Moratalaz, ahora bingo o local cerrado, no lo sé. Esas noches con mi padre en el GARDEN son motivo de otra entrada. En ese cine vimos los dos el tipo de película que más nos gustaba.

La película en cuestión era "Soylent Green", en español "Cuando el destino nos alcance", que debería ser de obligada visión en colegios y lugares públicos. En ella se habla de un mundo futuro, superpoblado, sin luz del sol, sin bosques, en el que las manifestaciones se reprimen cogiendo a los manifestantes con excavadoras, y en la que en cada escalera de cada bloque de casas duerme cada noche un buen número de personas sin techo vigilados por un señor con una escopeta sentado en una silla en una de los rellanos. Un mundo horrible, en el que resulta un lujo reservado únicamente a las clases superiores conseguir un trozo de carne para comer. En ese mundo se produce un asesinato que tiene que investigar un policía interpretado por Charlton Heston, que vive con un anciano, Sol Roth, al que da vida un magistral Edward G. Robinson en uno de sus últimos papeles. Sol le habla en muchas ocasiones a Charlton Heston del mundo que ha vivido, ya desaparecido, pero el policía no le hace demasiado caso, asegurando que lo que le cuenta su compañero de piso no puede ser verdad. En un momento dado, Sol se entera de algo terrible y decide desaparecer de este mundo, para lo que acude, como muchos otros ancianos, al "Hogar", un lugar que les proporciona una muerte dulce a los que acuden a él. Os pongo la escena en cuestión:


Lo que resulta curioso y emocionante de esta escena, que todavía hoy al verla me pone la carne de gallina, es el encuentro del policía con un mundo que jamás hubiera podido imaginar. La escena es magistral, con la música de Beethoven sonando a todo trapo y esos paisajes que ni de lejos han aparecido antes en el ambiente oscuro de la película. Recuerdo que cuando la vimos en el cine, en un alarde técnico posiblemente realizado por el mismo operador de la cabina, la pantalla crecía a lo ancho, dándole a la escena todavía mayor importancia. Estamos viendo a dos personas completamente distintas. Una que ha conocido un mundo brutalmente diferente al que está viviendo el otro, que ni por ensoñación habría podido concebir jamás que pudiera haber existido un mundo tan hermoso. 

Todo esto me ha dado que pensar. En cierto modo, estoy empezando a identificarme con Sol Roth. Yo he conocido un mundo diferente al que estamos viviendo hoy en día. Un mundo en el que se valoraba el sacrificio individual, el esfuerzo, el coraje para sacar adelante una familia en una situación muchísimo más difícil de la que tenemos ahora. Un mundo en el que era posible salir adelante con ilusión, aunque se tuviera poco. Un mundo, como ya he dicho antes, en el que una canción de Antonio Machín llenaba la atmósfera y te alegraba la mañana. Un mundo, en definitiva, en el que la alegría se sobreponía a todo lo demás.

Ahora estamos en otro mundo. No quiero pensar que vayamos de cabeza hacia el caos que se describe en la película, pero la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor, y los pobres, la inmensa mayoría de la población, han perdido la alegría en su burda pretensión de igualarse a una clase superior, la de los ricos y privilegiados, que simplemente jamás los va a aceptar. Se ha perdido la alegría del esfuerzo, la que proporciona alcanzar la tranquilidad que da el hecho de no perder la cabeza por obtener algo que nos iguale a los ricos. No importa ser, sino tener, algo que para más inri cada vez es más complicado porque los sueldos son más bajos en virtud de esa brecha de la que hablaba antes. Teniéndolo prácticamente todo, somos cada vez más tristes y mezquinos. Compliquemos más el asunto con la contaminación ambiental, el cambio climático, la vuelta al miedo que provocan los enemigos extranjeros, y si lo pensáis, nos encontramos más cerca del mundo del policía que del de el bueno de Sol Roth.

Al menos me queda el consuelo de que mis hermanos y yo sí que hemos conocido ese mundo, y de que con un poco de suerte se lo hemos conseguido transmitir a nuestros hijos.

sábado, 9 de noviembre de 2019

La niebla. Mañana toca votar

Seguro que os ha pasado a todos más de una vez. Llegas a casa cansado del trabajo, te sientas en el sofá, y enciendes la televisión, dispuesto a tragarte lo que te pongan, sin demasiadas pretensiones. Haces zapping con el mando, empezando por tu canal favorito. Vaya, están echando algo que no te gusta. Sigues buscando... Y te encuentras con una película. Paras un momento. Tiene buena pinta. Vamos a analizar lo más importante: das al botón de la GUÍA (GUIDE en el mando. Dios mío, ¿cómo podíamos ser felices con aquellas televisiones de antaño en las que el mando tenía casi solamente el botón de encendido y apagado?), y compruebas que hace pocos minutos que ha empezado, y que acaba poco antes de tu hora de ir a la cama.

Así que empiezas a verla. Se trata de "La niebla", basada en una novela de Stephen King. Partamos de la base de que jamás he leído nada de este señor, pero reconozco que hay muchas películas basadas en sus libros que para mí se han convertido en iconos del cine ("Carrie", "El resplandor" y "Cadena perpetua" son las que me vienen ahora a la cabeza).

La película narra una sencilla historia de terror. Una niebla cae de repente en una de esas localidades perdidas de EEUU, y en su interior moran extraños seres venidos de otro mundo que se dedican a cepillarse a todo aquel que se atreva a internarse en la niebla. Los clientes de un supermercado se ven atrapados en su interior, sin poder salir al exterior. Y es ahí precisamente, en esa claustrofóbica situación, donde surge lo que me ha inspirado esta entrada. El argumento no puede ser más simple. No puedes salir a la niebla porque algo desconocido te va a matar.

Ante esta situación de incertidumbre surge de entre los clientes una mujer que tiene la explicación adecuada a todo lo que está pasando: Dios está castigando a la humanidad por los pecados que ha cometido. En ese momento, en ese lugar, se está desarrollando según ella nada más y nada menos que el Apocalipsis. Al principio, todo el mundo se ríe de este personaje. No se le presta atención, sencillamente. Una señora mayor le tira un manojo de verduras para que se calle, y todo el mundo se ríe. Pero a medida que pasa el tiempo, asistimos al hecho de que esta mujer (magistralmente interpretada por Marcia Gay Harden, que en la fotografía aparece enarbolando su dedo acusador contra alguien) va ganando acólitos casi a la chita callando. Y claro, eso es lo que me dio qué pensar. El número de acólitos de esta iluminada va creciendo, sin que el espectador se dé cuenta, a medida que crecen el aislamiento, el miedo a lo desconocido, la incertidumbre y la incapacidad de todo el mundo para saber qué les depara el futuro. Somos seres humanos y tememos a lo desconocido.


El segundo personaje que me pareció interesante está interpretado por William Sadler, un secundario de lujo que también salía en la mencionada "Cadena perpetua". Es un tipo de carácter, fuerte, bragado, baqueteado por la vida, que forma parte sin dudarlo del grupo de clientes del supermercado que salen a la niebla para tratar de entender lo que está ocurriendo. Comentar que al principio también se mea de la risa ante las catastróficas proclamas de la iluminada, y que es de los que más trabajan para convertir el supermercado en una improvisada fortaleza contra los ataques de los seres de la niebla.


Pues bien: este personaje, al enfrentarse al horror que se oculta en la niebla (no quiero hacer spoiler, pero desde luego el horror al que se enfrenta el comando es verdaderamente terrorífico), sufre una terrible transformación, y de ser un hombre valiente, fuerte y comprometido con la causa, pasa a estar completamente dominado por el miedo.

¿Qué ocurre entonces? que ese hombre empieza a escuchar, y sobre todo a creer, los mensajes apocalípticos que está emitiendo la iluminada. Y no sólo eso. Su terror y el desquiciado cambio de su cerebro le empujan a convertirse en uno de los brazos armados del nuevo grupo.

¿Y qué hace el nuevo grupo? Muy sencillo: al no entender lo que está ocurriendo en la niebla, al no tratar de arreglarlo, y sobre todo, al asimilarlo como un castigo divino, se dedican en cuerpo y alma a buscar en el interior del supermercado culpables de lo que está ocurriendo fuera del mismo. De hecho, encuentran uno rápidamente, y lo arrojan a la niebla, como en una especie de metáfora de sacrificio humano que sea capaz de calmar a los horrores externos.


Y ahora ha llegado el momento de reflexionar. Fijaos en el subtítulo que figura en el cartel de la película. "El miedo lo cambia todo". Me pregunto si en estos momentos no nos estará ocurriendo lo mismo que a los clientes de ese supermercado dejado de la mano de Dios.


¿No nos estaremos dejando llevar por el miedo en cada uno de los actos de nuestra vida, incluido el pensamiento político? ¿No estaremos consintiendo, con esas cortinas de humo políticas que nos invaden, que se banalicen y se evite dar una solución a los problemas realmente importantes que nos acucian?

Creo que nos estamos convirtiendo en una sociedad cobarde, como la que va surgiendo en el supermercado al amparo de la iluminada. El miedo nos empuja a buscar un culpable del mismo, y cada uno de nuestros políticos ha encontrado el suyo. La derecha tiene al inmigrante (condeno desde aquí a la apología que ha empujado a unos cuantos descerebrados a atacar a los menores del centro de menores de Hortaleza), los políticos catalanes al Estado Español que los oprime, la izquierda a esa derechona de siempre con sus privilegios y su corrupción... Empiezan a surgir incluso los brazos armados de uno y otro bando, cuyo personaje emblema en la película es ese William Sadler que se ha enfrentado el horror y ha perdido la cabeza por un ataque de pánico. En nuestro caso representados por bandas de jóvenes que son capaces de eliminar sin pestañear a sus enemigos fascistas, perroflautas, inmigrantes, pijos o progres. Son personas instaladas en un odio que procede del miedo, del prejuicio a lo desconocido, de la cobardía de unos políticos que no tienen ni idea de resolver los problemas, pero qué saben perfectamente jalear a sus bases para que se maten por ellos, en un alarde de soberbia y de control mental que no debería darse en un país supuestamente moderno y democrático. 

Y lo más grave y surrealista, además, es que estos jóvenes, y muchas personas mayores que si pudieran también acabarían aniquilando a los que piensan de forma diferente a ellos, se han instalado en el odio, pasando por el miedo, sin ni siquiera haberse enfrentado a un horror tan real como el que ha vivido en sus carnes el bueno de William Sadler.

No he escuchado a nadie en esta campaña hablar de los verdaderos problemas que nos afectan. Del paro, del éxodo brutal de jóvenes sobradamente preparados a otros países, del tercermundismo y la corrupción en nuestras exportaciones e importaciones (resulta ridículo y grotesco que importemos productos extranjeros de peor calidad teniendo la huerta que tenemos), de los recortes brutales a la sanidad, la investigación, las infraestructuras, del ingente coste de los gobiernos autonómicos, de la corrupción a todos los niveles, de la impunidad de bancos, instituciones y organismos que hacen y deshacen en opacas operaciones financieras, de la impunidad de empresas que se libran de sus impagos sistemáticos cambiando de nombre... Nadie habla de esto, porque tampoco nadie se encarga de denunciarlo. Parece mentira que en la mal llamada "Era de la comunicación" los medios estén tan politizados y tan mediatizados siempre con las mismas tonterías. Antes existían revistas que denunciaban todo este tipo de cosas, pero han sido borradas de un plumazo por medios sometidos a un poder que se nos escapa a los simples mortales.

Sí, tenemos un montón de problemas, pero para muchos, que por cierto se presentan mañana, lo prioritario era sacar de su agujero a un dictador al que fuimos incapaces de neutralizar en vida, o culpar a los inmigrantes de todos nuestros males.

Estamos igual que los clientes de ese supermercado norteamericano, pero con una diferencia muy importante: los horrores que se esconden en la niebla son reales en la película. Nosotros nos lo hemos inventado solitos.

Te propongo que mañana dejes en tu casa tu mochila de prejuicios, miedos e incertidumbres, que adoptes una actitud valiente y tolerante, y que vayas a votar. Buena suerte. 
 

sábado, 2 de noviembre de 2019

Decíamos ayer... La tercera España



Casi cinco años desde la última entrada de este blog. Parece algo pretencioso el título, y en realidad lo es. Todo el que escribe un blog tiene algo de pretencioso, eso hay que asumirlo. Además, me encanta esa frase de Fray Luis de León. Es una frase que transmite paz, tranquilidad, la serenidad de alguien que volvía de haber tenido que vérselas con la Inquisición. Cuando todo el mundo esperaba que se pusiera a despotricar, a insultar a los que le habían vejado, o a quejarse de forma desesperada de su amarga experiencia, el catedrático salió con ese "decíamos ayer...", que logró desarmar tanto a sus detractores como a sus seguidores, a sus FOLLOWERS, para que me entiendan todos.

Es una frase que transmite la paz y la serenidad de quien la pronuncia. Algo que creo que en los tiempos que corren nos hace mucha falta.

Creo que hay que recuperar esa tercera España que quería la paz a toda costa, el diálogo, la serenidad y el senido común de la que hablaba Unamuno (se puede ver la película de Amenábar en ese sentido, el de recuperar a Unamuno y su afán de diálogo), y a la que Paul Preston le dedica un libro mucho más que interesante. Estoy de acuerdo con Buenafuente en que esta casta política actual nos está empujando a trincheras en las que una gran parte de españoles no queremos estar. Se está jaleando a la juventud, pero también a grandes sectores de las clases dirigentes (de izquierdas o de derechas) a defender la idea de que hay que eliminar al enemigo, a esa otra media España que piensa de diferente manera. De una manera inconsciente, suicida y falta por completo de toda lógica, se está volviendo al pensamiento que precedió nuestra guerra civil, de tan nefasto recuerdo. Ya no se ven personas, sino rivales políticos a los que hay que eliminar, o compañeros de viaje por los que seríamos capaces de matar. Tras más de cuarenta años de democracia, en los que se supone que deberíamos haber madurado tanto ética como políticamente, no sólo no somos capaces de cerrar las heridas sino que las abrimos cada vez más. La ley de memoria histórica no ha servido absolutamente para nada, y no servirá hasta que no respete por igual los muertos de los dos bandos que se despedazaron en aquella masacre general, sin distinciones. Estoy harto de que me hablen de Lorca y jamás se mencione a Muñoz Seca. Estoy harto de que no se comprenda que aquella guerra no tuvo ninguna motivación política, sino que se mataba a la gente la mayoría de las veces por envidia, por ambición, por celos o por cualquier otro motivo. Hubo salvajismo en los dos lados porque éramos salvajes, sin más, y utilizábamos una bandera para justificar las atrocidades injustificables que se cometieron. Badajoz, Paracuellos, el mencionado Lorca, Muñoz Seca, la represión franquista, la represión catalana… Es absurdo pretender que sólo hubo muertos por una de las dos partes. En realidad sí que había dos Españas en aquella época: la de los muertos, y la de los que quedaron vivos.

Que entonces ocurriera lo que ocurrió era casi normal en un país con al bagaje histórico que llevábamos arrastrando. Analfabetismo, mala gestión política, instituciones políticas y religiosas secularmente corrompidas… Pero que ocurra ahora, en la era de la tecnología, formando parte de Europa, y con lo que he mencionado antes, más de cuarenta años de democracia, no tiene ningún sentido. Sobre todo cuando hemos atravesado por un momento de relativo sentido común tras la muerte de Franco, cuando teníamos una casta política muy diferente a la que pulula ahora por el Congreso. 

Me parece vergonzoso, por poner un ejemplo, que los políticos catalanes afines al tan cacareado procés sigan defendiendo una idea que rechaza la mitad de la sociedad catalana. Si ves, como político, que una parte de la población no quiere ni de lejos independizarse, no deberías seguir por ese camino, simplemente, o en todo caso deberías plantearte educar a esa mitad de la población para que acepten tus planteamientos, pero nunca, jamás, bajo ningún concepto, jalear a la mitad de la población que te es afin contra la otra. Eso es vergonzoso, mezquino, de un idiotismo que raya en la estupidez. Y cobarde, sobre todo muy cobarde. Tan cobarde como cobarde es el que se encapucha para cometer actos violentos contra su propia casa. Y no he hablado del problema catalán sino para extrapolar esa situación al resto de España. 

Y es aquí, en esa cobardía de unos y otros, en lo que se basa el hecho de anclarse en el odio contra el otro, contra el rival, contra el enemigo. Enfrentarse a esa tendencia hoy en día, formar parte de esa tercera España que reivindico, se está convirtiendo en una hazaña casi imposible, porque cada vez hay más gente que, por miedo o por sentirse seguro en uno de los bandos, toma partido por opciones cada vez más extremistas. ¿Qué prueba más clara, más contundente se necesita para corroborar la cobardía, la falsedad y la ambición de nuestra casta política actual, que el hecho de que no hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno? Otra vez estamos en campaña, malgastando tiempo y dinero públicos. ¿Y si ocurre de nuevo lo mismo?
Este video habla de eso, de la cobardía, de atacar al contrario, de la falta de tolerancia y de alguna cosa más. Pertenece a la película "Buenas noches, y buena suerte", que se desarrolla durante la caza de brujas que montó MCarthy en EEUU. 




Es impensable hoy por hoy que en España se alce una voz como esta para reivindicar la fuerza de la democracia. Los medios son tan cobardes como quienes los dirigen, y su único cometido es cabrear a la pblación para que no piense en los verdaderos problemas que nos acucian. Sin embargo, creo que con los años podríamos llegar a este nivel de periodismo (al que por cierto ya tuvimos en el pasado), siempre que seamos capaces de otorgarle a la política el sentido común y seamos capaces de dejar a un lado de una vez los miedos que nos empujan a seguir inmersos en esta locura revanchista por un lado y clasista por el otro.

Os dejo por último esta frase de Ayn Rand, la autora de "El manantial" y una de las principales defensoras del poder del individuo. Como podéis comprobar, sigue en plena vigencia hoy.

„Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.“


Fuente: https://citas.in/autores/ayn-rand/