El Señor M. del que por razones de seguridad tanto
nacionales como internacionales (debido a que viaja mucho) no puedo dar el
nombre real, vive en un lugar recóndito de la costa levantina, del que tampoco
puedo dar el nombre para que no pueda ser localizado, pero del que diré sin
embargo que parece un pequeño Manhattan peninsular, con la densidad
posiblemente más elevada de edificios altos por metro cuadrado de España, y que
entre sus calles laberínticas de la zona vieja se encuentra la famosa “calle
del coño”, además de una serie de locales regentados por vascos (sí, sí, vascos
en la costa de Levante. Yo tampoco sé ni cómo ni cuando se establecieron allí.
Probablemente llevan ahí vendiendo txacolí y vieira gratinada desde la época de
Tartessos) de los que el Señor M es cliente asiduo. Es un lugar que goza de un
microclima muy agradable, que invita a pasear a cualquier hora del día.
El caso es que al Señor M le encanta escribir. Bueno,
maticemos: le encanta escribir, le encanta leer, es un apasionado del cine, es
un apasionado coleccionista, viajero incansable, conversador de esos con los
que te pueden dar las tres de la mañana enlazando un tema con otro siempre
sacándole el jugo a cualquier cosa, con ironía, gracejo y sensibilidad (podría
ser un título de Jane Austen: gracejo y sensibilidad). Su casa, siempre abierta
a familia y amigos, está organizada de una forma a la vez funcional y
entrañable, en la que casi en cada rincón se respira tanto el espíritu del
Señor M (actual y de antaño, pues conserva colecciones de coches de cuando era
pequeño, imágenes y figuras de Tintin, los libros que estudiaba en el colegio, y
posiblemente el mejor bar particular, con barra incluida, que haya visto yo nunca)
como el de la Señora I, su mujer, de la que también hablaremos más adelante y
de la que no haría falta en absoluto guardar el anonimato, pero lo hago sin
embargo para que nadie sospeche la identidad del Señor M.
Como he apuntado al comienzo del párrafo anterior antes de
irme como siempre por las ramas (no puedo evitarlo. Me han diagnosticado hace
poco de prosa caótica), el Señor M ha escrito un libro, del que no voy a
decir el nombre pero sí diré que está en la página de Bubok y cuenta la
historia de Alcatraz. No es el primero. Ya escribió otro de cócteles muy
completo, que merece la pena tanto leer como usar para elaborar cócteles, y
otro relacionado con las finales de la copa de Europa jugadas por el Atlético
de Madrid, equipo del que el Señor M es muy aficionado. La sensibilidad que se
desprende de este relato entrañable, en el que nos cuenta su asistencia con su
padre a esa primera final cuando era todavía casi un niño y a las últimas, es
digna de valorarse. Para felicitarle por su nuevo libro, y preguntarle donde
podía encontrarlo, le envié el sábado pasado, 16 de Noviembre, un wasap. Un
wasap, sí.
Y ahí empezó el horror…
Empecé a sospechar algo cuando comprobé que ni siquiera se ponían
las rayitas azules, signo de que ni siquiera lo había leído. Pasé el domingo
nervioso, mirando el teléfono cada diez minutos con la esperanza de que lo
leyera al menos, aunque no me contestara. Pero no, no se dignó, aumentando mi
desazón y mi nerviosismo. Que estaba bien (llegué a sospechar que hubiera
desaparecido en el laberinto de callejas de la zona antigua raptado por una
organización de venta de órganos ilegales, yo que sé…) lo supe por mi hermana el
lunes, cuando me contó que ella también le había enviado un wasap hablándole
también del libro, al que el Señor M contestó “Estamos bien. Besos”. Cuando mi
hermana me contó eso me fallaron las piernas y el corazón se me puso a
doscientas pulsaciones. Aunque lacónica, esas tres palabras contestadas a mi
hermana por wasap suponían un mundo en el desierto expresivo que me había
dedicado a mí. La catástrofe estaba servida. Y para terminar de arreglarlo,
antes de hablar el lunes con mi hermana le había mandado, de una forma fría y
mecánica, también por wasap, el enlace a este blog.
Presa del pánico, tras un par de días sin dormir, cargándome
de valor, conseguí este jueves, tras unos cuantos ejercicios de meditación, de
respiración, y sobre todo de concienciación para resistir el chaparrón que me
iba a caer, pulsar el botón con su contacto en el teléfono móvil. Hubo chorreo,
por supuesto, merecido por haber osado yo enviarle un wasap a una persona que
odia los wasap, y encima sabiéndolo. En la conversación hablamos de las redes
sociales, del peligro que suponen para las relaciones humanas, de la frialdad
con la que la gente se fabrica una personalidad ficticia en sus muros de
Facebook que en realidad nada tiene que ver con ellos, de la desconexión que se
produce entre parejas, como la de la fotografía, cuando estando juntos están
alejados el uno del otro, eligiendo ese mundo ficticio antes que el mundo real.
Hoy en día resulta casi imposible encontrar en el metro, por ejemplo, alguien
que no esté absorbido en el teléfono móvil. Tanto el Señor M como yo pensamos
que se está llegando a un estado irreal de las personas en las que ya no hay
personas, sino móviles que controlan a sus dueños. La gente comparte noticias,
fotografías y enlaces sin contrastar su procedencia, sin comprobar su verdad.
No importa, hay que compartir, demostrar que estás vivo dándole al like a la
mayor cantidad posible de noticias. Conozco casos de parejas que se odian pero
que en su muro aparecen felices, y casos de hijos que han metido a su padre en
una infecta residencia en cuanto han tenido ocasión y que sin embargo aparecen
con él en la cabecera de su muro, abrazados y sonrientes.
Facebook y Twitter nos permiten la oportunidad de ser
grises, mezquinos y egoístas, siempre y cuando mantengamos nuestro muro vivo y
florido. Para muchas personas, su muro y lo que diga en él es más real que su
propia vida. Es algo terrible, una enfermedad todavía no diagnosticada, pero
existe, y se propaga como una plaga por todo el mundo. Hoy en día es más normal
ante un accidente o ante una agresión en plena calle ponerse a filmar y subir
rápidamente el vídeo a las redes, que ayudar a la víctima. En la serie “Black
Mirror” hay varios capítulos de la primera temporada que tratan sobre esto.
La conversación con el Señor M resultó gratificante, y muy
enriquecedora, como siempre. Después de una hora hablando de lo divino y de lo
humano, de su libro, de mi reciente ruptura, de la amistad y la familia, del
trabajo, de los temas del wasap y las redes, al colgar estuve un buen rato
meditando. “Imagínate que hubiéramos mantenido esta conversación por wasap”, me
había dicho el Señor M, y tenía razón. Imposible. Impersonal, vacía, sin
sentimiento, sin matices, sin las pistas que da el tono de voz del
interlocutor. Al acabar me encontré bien. Muy tranquilo, muy relajado, contento
conmigo mismo.
Y fue entonces cuando caí en la cuenta de que, a lo largo de
mi vida, desde aquel mazazo mayúsculo que supuso la pérdida de mi mujer, cada
vez que he tenido un momento de bajón, triste o delicado, he buscado,
probablemente de manera inconsciente, mantener esas conversaciones con el Señor
M y la Señora I.
La señora I forma una parte indisoluble de nuestra vida.
Gran parte de nuestra forma de ser se formó a su lado, en nuestra infancia, con
su compañía y su cariño. Gran aficionada también a la lectura y a la música que
se escuchaba, como ya conté en otra entrada, tanto en casa de la abuela como en
la nuestra. En 2004 tomó la decisión junto al Señor M de irse a vivir a ese
pequeño paraíso de Levante, y cada vez que vamos a verlos es una gozada. En mi
caso, como ya he dicho, probablemente haya buscado en los momentos duros ese
cariño de la señora I y esa filosofía, también cariñosa, del Señor M. Sus
conversaciones me han ayudado muchas veces a sobrellevar momentos duros con su
elegancia y su tranquilidad. Recuerdo una que mantuvimos en la piscina de su
apartamento, de un par de horas, tras la primera ruptura con mi ex. Hablamos a “calzón
quitado”, él de su vida, que sería un inmejorable motivo para otro libro, y yo
de la mía. Cuando salimos de la piscina, arrugados como garbanzos en remojo y
con la cara a la brasa, yo ya tenía una estrategia clara de actuación, unas pautas vitales que me
llevaron, gracias a aquella conversación, a reconciliarme y a vivir una prórroga de más de cinco años muy feliz
en mi relación, que se ha mantenido hasta el mes pasado.
También es admirable la relación que tanto el Señor M como
la Señora I mantenían con mi padre. De hecho, el perfil del wasap del Señor M,
que no ha cambiado probablemente desde que empezó a utilizarlo, tiene un dibujo
de mi padre, que por cierto también le ilustró el libro de cócteles. La señora
I, que por si no os habéis dado cuenta todavía es prima mía, admiraba y
respetaba a mi padre casi hasta la devoción, le quería tanto como nos ha
querido a nosotros, y me consta que él la quería también a ella como a uno más
de sus hijos y admiraba profundamente al señor M, con el que ha vivido siempre
que ha bajado a visitarles o cuando han subido ellos a Madrid como con un
hermano, o incluso mejor. A la muerte de mi padre, otro mazazo, el apoyo y el
cariño del Señor M y la señora I fue impagable para nosotros.
Y voy yo, y para preguntarle por su libro le mando un wasap.
Tócate los cojones…
No había visto que habías retirnado a tus actividades en el blog (el mío anda medio abandonado también, me acuerdo muy de tarde en tarde de él).
ResponderEliminarHaces una buena, e irónica, reflexión sobre laa redes, aunque yo creo que también tienen cosas buenas. De vez en cuando.
¡Besos!
Llevo tres semanas, Mayte, después de cuatro años de inactividad. De acuerdo contigo en que también tienen cosas buenas las redes, pero sólo cuando se usan de una forma inteligente, como lo haces tú. Un beso grande, y muchas gracias por comentar
ResponderEliminarBravo Félix. tienes razón haciendo referencia a utilizar sin sentido las redes. Sería tan sencillo utilizarlas de forma inteligente, pero sabemos que no es así. La mayoría tan siquiera saben que tienen una linea fija asociada a su internett y que pueden utilizarla para llamar a sus familiares o amigos gratuitamente. Prefieren su wassap, es más cómodo no tener que abrir la boca.
ResponderEliminarReferente al señor M y la señora I (pareja importante en mi vida) Totalmente de acuerdo en todo lo comentado.
Aprovecho para dar las gracias por haber querido y admirado a una de las personas más importantes de mi vida.
Aprovecho para dar las gracias por haber dedicado esos maravillosos veranos a nuestros hijos.
Y aprovecho para dar las gracias por tantos detalles y momentos que hemos disfrutado juntos´
Sigue escribiendo Félix
Te quiero
!!Es verdad!! con las prisas por publicar la entrada se me olvidó meter una referencia a esos campamentos de verano que tan bien les vinieron, a pensión completa y con actividades (padel, piscina, paseos...). Y cuando íbamos a buscarñles y aprovechábamos para pasar un par de días de tranquilidad en el pequeño Manhattan. Menos mal que con tu comentario lo has recordado, hermana.
ResponderEliminarUy, perdón... Señora L