jueves, 5 de marzo de 2020

El mes que, como mujer, viví peligrosamente. EMPATÍA


Aunque parezca mentira, todo ha empezado esta mañana con una conversación en Twitter. Una conversación de esas que merecen la pena, de las que hacen pensar que en Twitter también se puede aprender algo siempre que tengas la mente abierta para aprender, por supuesto. Noelia-ae (@MumBronte, podeis leer su hilo de 4 de marzo de 2020 a las 10:36 pm) contó ayer una historia que le ocurrió en su primer año de carrera, cuando salía a las 21:00 de la universidad y tenía que pasar por una terraza en la que un grupo de chicos la “piropeaba” cada día en un tono subido, de forma cada vez más violenta, provocando que cambiara de ruta atemorizada. Al final sus padres tiraron de conocidos, que les dieron un toque a los chicos y dejaron de molestarla. Estaba leyendo la historia y he empatizado con Noelia hasta tal punto, que me he venido arriba y he contado, en la misma conversación, la historia que viene ahora, que sin tener nada que ver aborda el tema de los “inocentes piropos”:

Fue más o menos durante el verano de 2015. Quería poner en circulación una novela, y conversando con mi novia, y dado que está más que comprobado que existen más lectoras que lectores, decidimos publicarla en Amazon con un nombre femenino (digamos Marisa, por ejemplo), un seudónimo. La publicación en Amazon nos llevó tres minutos, y el perfil de Marisa que creamos en FB para darle publicidad a la novela, poco más o menos lo mismo. Como fotografía de perfil escogimos algo parecido a la imagen que preside esta entrada (no era esa, pero muy similar). Tras unos cuantos tecleos y unas cuantas noticias colgadas en el muro, conseguimos amigos rápidamente, tanto mujeres como hombres. Hasta aquí, todo perfecto. Me metía cada dos por tres en el perfil de Marisa (cualquier escritor novel sabe que sin publicidad en las redes su novela se puede morir inmediatamente), y colgaba comentarios, noticias, estados y, por supuesto, el enlace a Amazon. Hasta aquí, todo perfecto.

El problema surge cuando un buen día, de repente, uno de esos “amigos”, un hombre de unos cincuenta años con una fotografía de perfil en la que aparecía con pinta de latin lover en decadencia, me envía por el chat la siguiente frase: “Hola, preciosa, ¿te gusta andar desnuda por casa?”. Yo me quedé de piedra. No sabía qué contestar. Quería darle un pequeño hachazo, y le contesté algo así como que no estaba en FB para ligar, ni mucho menos. Pero el tipo siguió preguntando cosas, cada vez más subidas de tono. Mis respuestas le entraban por un oído y le salían por el otro, él seguía erre que erre con su machaqueo. Aquello duró un par de días. Al tercero, otro tipo, que después me enteré de que era amigo del anterior, me bombardeó con preguntas del mismo tono que el otro. Que si prefería ponerme arriba al follar, que como tenía las tetas, que le enviara alguna fotografía… me pidió una cita, me pidió el teléfono… Lo que más me sorprendió de todo aquello era que por mucho que no les diera pie a seguir, ellos machacaban con lo mismo una y otra vez, con la esperanza, supongo (no soy capaz de meterme en esa línea de pensamiento), de que la torre finalmente caería, de que aquella actitud mía no era más que una táctica para provocar aún más sus instintos. Todo acabó un día, calculo que un par de semanas después del primer mensaje, en el que mi novia y yo asistimos, muy sorprendidos y algo asustados, al llenado de la pantalla con los chats abiertos de cinco o seis hombres, que enviaban sus mensajes a los tres segundos de que se conectara Marisa.

No quiero ni debo juzgar nada, ni sacar ninguna conclusión. En algún momento, siendo Marisa, y contestando como creía que debía contestar ella, sentí vergüenza de pertenecer al mismo género que aquellos personajes. Hoy soy consciente de que esa vergüenza se debía a que había empatizado con esa mujer ficticia hasta tal punto, que pude comprobar en mi propia carne lo que estaban sufriendo muchas mujeres en FB. Cada uno de aquellos “angelitos” tenía un gran número de “amigas” en su perfil, y seguro que Marisa no era ni la primera ni la única a la que le habían tirado los tejos de esa forma tan cansina.

No todos los hombres somos así, por suerte. No sería justo que los hombres de verdad que lean esto (“el hombre de verdad se contiene”, decía Albert Camus) se sientan identificados o comparados con unos cuantos enfermos a los que, en justicia, no se les debería llamar hombres. Una gran mayoría vemos, o estamos aprendiendo a ver a las mujeres como personas, iguales que nosotros, alguien a quien no hay ni que proteger ni que avasallar, como decía en mi entrada anterior. Esa minoría de hombres digamos “especiales”, que piropean en la calle o de forma anónima, es eso, una minoría, pero avasallan a tantas mujeres a lo largo de su día a día como depredador, como macho alfa, que al final son una gran mayoría las mujeres molestadas por una minoría de hombres. Muchos me dirán que no es algo grave, que un piropo bien dicho es elegante, y que una mujer no debería molestarse por eso. Podría ser, en algunos casos, no digo que no, pero en el caso de Marisa, lo que le dijeron, lo que me dijeron esos tipos, no fue ni fino ni elegante precisamente.

No quiero que esto se utilice para atacar a los hombres en su conjunto, ni mucho menos, como sin duda harán muchas feministas radicales para las que la igualdad consiste básicamente en la eliminación completa del género masculino. No, no lo hago por eso. Escribo esta entrada para que todo el mundo sea consciente, hombres y mujeres, de que hay muchos hombres capaces de empatizar con la mujer ante ese acoso que socialmente sufren y han estado sufriendo durante muchos años, y muchas mujeres que empatizan, apoyan y respetan a esa clase de hombres. Y la escribo animado por los comentarios positivos de muchas personas (hombres y mujeres, otra vez) que han participado en la positiva y respetuosa conversación de esta mañana en Twitter. También reconozco que hasta ese momento, y por esa especie de corporativismo absurdo de género que tenemos o teníamos muchos, no le había dado demasiada importancia al asunto de los piropos. Soy mayor, me eduqué en un entorno más machista que el de ahora (como muy bien me ha hecho ver un hombre de 19 años que con sus argumentos me ha dado mucho que pensar), en el que la conversación de bar o de vestuario de gimnasio entre los colegas giraba siempre entre las tetas de una y otra, o “las bragas de la de siempre”. “En el fondo les encanta que las piropeemos” era una frase muy extendida. Y yo probablemente no le daba importancia al asunto, hasta que me convertí en Marisa durante un corto espacio de tiempo, y comencé a entender muchas cosas, y muchas actitudes que no conducen a nada.

Son pocos, son enfermos, pero meten mucho ruido.