sábado, 23 de noviembre de 2019

El señor M y las redes sociales


El Señor M. del que por razones de seguridad tanto nacionales como internacionales (debido a que viaja mucho) no puedo dar el nombre real, vive en un lugar recóndito de la costa levantina, del que tampoco puedo dar el nombre para que no pueda ser localizado, pero del que diré sin embargo que parece un pequeño Manhattan peninsular, con la densidad posiblemente más elevada de edificios altos por metro cuadrado de España, y que entre sus calles laberínticas de la zona vieja se encuentra la famosa “calle del coño”, además de una serie de locales regentados por vascos (sí, sí, vascos en la costa de Levante. Yo tampoco sé ni cómo ni cuando se establecieron allí. Probablemente llevan ahí vendiendo txacolí y vieira gratinada desde la época de Tartessos) de los que el Señor M es cliente asiduo. Es un lugar que goza de un microclima muy agradable, que invita a pasear a cualquier hora del día.

El caso es que al Señor M le encanta escribir. Bueno, maticemos: le encanta escribir, le encanta leer, es un apasionado del cine, es un apasionado coleccionista, viajero incansable, conversador de esos con los que te pueden dar las tres de la mañana enlazando un tema con otro siempre sacándole el jugo a cualquier cosa, con ironía, gracejo y sensibilidad (podría ser un título de Jane Austen: gracejo y sensibilidad). Su casa, siempre abierta a familia y amigos, está organizada de una forma a la vez funcional y entrañable, en la que casi en cada rincón se respira tanto el espíritu del Señor M (actual y de antaño, pues conserva colecciones de coches de cuando era pequeño, imágenes y figuras de Tintin, los libros que estudiaba en el colegio, y posiblemente el mejor bar particular, con barra incluida, que haya visto yo nunca) como el de la Señora I, su mujer, de la que también hablaremos más adelante y de la que no haría falta en absoluto guardar el anonimato, pero lo hago sin embargo para que nadie sospeche la identidad del Señor M.

Como he apuntado al comienzo del párrafo anterior antes de irme como siempre por las ramas (no puedo evitarlo. Me han diagnosticado hace poco de prosa caótica), el Señor M ha escrito un libro, del que no voy a decir el nombre pero sí diré que está en la página de Bubok y cuenta la historia de Alcatraz. No es el primero. Ya escribió otro de cócteles muy completo, que merece la pena tanto leer como usar para elaborar cócteles, y otro relacionado con las finales de la copa de Europa jugadas por el Atlético de Madrid, equipo del que el Señor M es muy aficionado. La sensibilidad que se desprende de este relato entrañable, en el que nos cuenta su asistencia con su padre a esa primera final cuando era todavía casi un niño y a las últimas, es digna de valorarse. Para felicitarle por su nuevo libro, y preguntarle donde podía encontrarlo, le envié el sábado pasado, 16 de Noviembre, un wasap. Un wasap, sí.

Y ahí empezó el horror…

Empecé a sospechar algo cuando comprobé que ni siquiera se ponían las rayitas azules, signo de que ni siquiera lo había leído. Pasé el domingo nervioso, mirando el teléfono cada diez minutos con la esperanza de que lo leyera al menos, aunque no me contestara. Pero no, no se dignó, aumentando mi desazón y mi nerviosismo. Que estaba bien (llegué a sospechar que hubiera desaparecido en el laberinto de callejas de la zona antigua raptado por una organización de venta de órganos ilegales, yo que sé…) lo supe por mi hermana el lunes, cuando me contó que ella también le había enviado un wasap hablándole también del libro, al que el Señor M contestó “Estamos bien. Besos”. Cuando mi hermana me contó eso me fallaron las piernas y el corazón se me puso a doscientas pulsaciones. Aunque lacónica, esas tres palabras contestadas a mi hermana por wasap suponían un mundo en el desierto expresivo que me había dedicado a mí. La catástrofe estaba servida. Y para terminar de arreglarlo, antes de hablar el lunes con mi hermana le había mandado, de una forma fría y mecánica, también por wasap, el enlace a este blog.

Presa del pánico, tras un par de días sin dormir, cargándome de valor, conseguí este jueves, tras unos cuantos ejercicios de meditación, de respiración, y sobre todo de concienciación para resistir el chaparrón que me iba a caer, pulsar el botón con su contacto en el teléfono móvil. Hubo chorreo, por supuesto, merecido por haber osado yo enviarle un wasap a una persona que odia los wasap, y encima sabiéndolo. En la conversación hablamos de las redes sociales, del peligro que suponen para las relaciones humanas, de la frialdad con la que la gente se fabrica una personalidad ficticia en sus muros de Facebook que en realidad nada tiene que ver con ellos, de la desconexión que se produce entre parejas, como la de la fotografía, cuando estando juntos están alejados el uno del otro, eligiendo ese mundo ficticio antes que el mundo real. Hoy en día resulta casi imposible encontrar en el metro, por ejemplo, alguien que no esté absorbido en el teléfono móvil. Tanto el Señor M como yo pensamos que se está llegando a un estado irreal de las personas en las que ya no hay personas, sino móviles que controlan a sus dueños. La gente comparte noticias, fotografías y enlaces sin contrastar su procedencia, sin comprobar su verdad. No importa, hay que compartir, demostrar que estás vivo dándole al like a la mayor cantidad posible de noticias. Conozco casos de parejas que se odian pero que en su muro aparecen felices, y casos de hijos que han metido a su padre en una infecta residencia en cuanto han tenido ocasión y que sin embargo aparecen con él en la cabecera de su muro, abrazados y sonrientes.

Facebook y Twitter nos permiten la oportunidad de ser grises, mezquinos y egoístas, siempre y cuando mantengamos nuestro muro vivo y florido. Para muchas personas, su muro y lo que diga en él es más real que su propia vida. Es algo terrible, una enfermedad todavía no diagnosticada, pero existe, y se propaga como una plaga por todo el mundo. Hoy en día es más normal ante un accidente o ante una agresión en plena calle ponerse a filmar y subir rápidamente el vídeo a las redes, que ayudar a la víctima. En la serie “Black Mirror” hay varios capítulos de la primera temporada que tratan sobre esto.

La conversación con el Señor M resultó gratificante, y muy enriquecedora, como siempre. Después de una hora hablando de lo divino y de lo humano, de su libro, de mi reciente ruptura, de la amistad y la familia, del trabajo, de los temas del wasap y las redes, al colgar estuve un buen rato meditando. “Imagínate que hubiéramos mantenido esta conversación por wasap”, me había dicho el Señor M, y tenía razón. Imposible. Impersonal, vacía, sin sentimiento, sin matices, sin las pistas que da el tono de voz del interlocutor. Al acabar me encontré bien. Muy tranquilo, muy relajado, contento conmigo mismo.

Y fue entonces cuando caí en la cuenta de que, a lo largo de mi vida, desde aquel mazazo mayúsculo que supuso la pérdida de mi mujer, cada vez que he tenido un momento de bajón, triste o delicado, he buscado, probablemente de manera inconsciente, mantener esas conversaciones con el Señor M y la Señora I.

La señora I forma una parte indisoluble de nuestra vida. Gran parte de nuestra forma de ser se formó a su lado, en nuestra infancia, con su compañía y su cariño. Gran aficionada también a la lectura y a la música que se escuchaba, como ya conté en otra entrada, tanto en casa de la abuela como en la nuestra. En 2004 tomó la decisión junto al Señor M de irse a vivir a ese pequeño paraíso de Levante, y cada vez que vamos a verlos es una gozada. En mi caso, como ya he dicho, probablemente haya buscado en los momentos duros ese cariño de la señora I y esa filosofía, también cariñosa, del Señor M. Sus conversaciones me han ayudado muchas veces a sobrellevar momentos duros con su elegancia y su tranquilidad. Recuerdo una que mantuvimos en la piscina de su apartamento, de un par de horas, tras la primera ruptura con mi ex. Hablamos a “calzón quitado”, él de su vida, que sería un inmejorable motivo para otro libro, y yo de la mía. Cuando salimos de la piscina, arrugados como garbanzos en remojo y con la cara a la brasa, yo ya tenía una estrategia clara de actuación, unas pautas vitales que me llevaron, gracias a aquella conversación, a reconciliarme y a vivir una prórroga de más de cinco años muy feliz en mi relación, que se ha mantenido hasta el mes pasado.

También es admirable la relación que tanto el Señor M como la Señora I mantenían con mi padre. De hecho, el perfil del wasap del Señor M, que no ha cambiado probablemente desde que empezó a utilizarlo, tiene un dibujo de mi padre, que por cierto también le ilustró el libro de cócteles. La señora I, que por si no os habéis dado cuenta todavía es prima mía, admiraba y respetaba a mi padre casi hasta la devoción, le quería tanto como nos ha querido a nosotros, y me consta que él la quería también a ella como a uno más de sus hijos y admiraba profundamente al señor M, con el que ha vivido siempre que ha bajado a visitarles o cuando han subido ellos a Madrid como con un hermano, o incluso mejor. A la muerte de mi padre, otro mazazo, el apoyo y el cariño del Señor M y la señora I fue impagable para nosotros.

Y voy yo, y para preguntarle por su libro le mando un wasap. Tócate los cojones…