lunes, 5 de junio de 2023

PARA SU TRANQULIDAD, HAGA SU PROPIO MUSEO

Hace muchos, muchos años, más de los que quisiera recordar, estuve en una exposición de Sebastiao Salgado. Después vendrían más, pero creo que fue la primera que se hizo en Madrid de este fotógrafo. Salgado es un experto en reflejar el lado más duro y cruel del trabajo humano. Sus imágenes de Minas Gerais, en Brasil, de los desmontadores de barcos, muchos de ellos niños, en Bombay, o de otros muchos lugares en los que el ser humano vive completamente anulado y explotado, son demoledoras. Sin embargo, recuerdo que, mientras veía aquellas fotografías, de rostros endurecidos y cuerpos devastados por el dolor y el sufrimiento físico, había algo que me llamaba mucho la atención, que no pude identificar en un primer momento. A la salida, al firmar en el libro de visitas, leí una frase que jamás olvidaré, porque me reveló de golpe lo que yo no había sido capaz de identificar. “Fijaos en sus ojos. ¿Habéis visto alguna vez ojos tan cargados de vida en el mundo occidental? A veces pienso que son ellos los que están vivos, y nosotros llevamos mucho tiempo muertos…”.

Recordé esa frase a medida que avanzaba la película “Para su tranquilidad, haga su propio museo”, de Ana Endara Mislow y Pilar Moreno, proyectada la semana pasada con coloquio posterior de esta última. Lo primero que percibí fue la inmensa paz que transmite, potenciada sin duda por el uso del sonido que recopila diferentes ambientes del lugar en que se desarrolla la acción, Paritilla, un pueblo de Panamá perteneciente a la provincia de Los Santos, en el que una mujer, Senobia Cerrud, decidió una vez, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, crear su propio museo, al que denominó “El Museo de Antigüedades de Todas las Especies”. Pilar Moreno, directora de la película, conoció a Senobia a través de su nieto. Interesada en el Arte espontáneo, completamente vocacional y encuadrado siempre fuera de los circuitos habituales del Arte tradicional, se quedó impresionada con el museo que Senobia había ido formando a lo largo de su vida, compuesto tanto de objetos de uso habitual, como tansistores, micrófonos, reproductores de cintas de casette o teléfonos de sobremesa, como de pequeñas obras de arte creadas por ella misma a base de telas, pequeñas piezas de madera natural, botones de colores, frutas naturales, etc.


¿Y por qué recordé la frase que había leído en la exposición de Sebastiao Salgado? Porque tuve exactamente la misma sensación que entonces. Senobia había encontrado la manera perfecta de permanecer viva, en primer lugar a través de su arte y de los escritos que iba pegando por las paredes de su casa, que recogían sus pensamientos, muy cercanos a la filosofía profunda, pero sobre todo por el camino de vida que había elegido, que había escogido libremente y con todas sus consecuencias y dificultades en una sociedad como la suya. Pilar Moreno nos lo desvela en el coloquio que tuvimos tras la proyección. Senobia había conseguido con su arte, con sus escritos, con su enseñanza, transmitir a la directora el testigo de su arte, con lo que de alguna manera su legado no se pierde, y Senobia permanece viva.

En la película salen otras muchas mujeres de Paritilla, que además de conocer a Senobia, nos relatan sus inquietudes, su recuerdos, sus vivencias, con una expresividad y un sentido del humor que contrasta profundamente con la dureza que tanto la naturaleza como la situación de su país les ha impuesto desde tiempo inmemorial. Son mujeres duras, fuertes, sin dobleces, naturales, transparentes, con esa forma de ser que solamente pueden tener los seres humanos que no viven en un universo de luces, ruidos, plástico y prisas. Hay que desembarazarse del estrés, pararse a pensar, cerrar los ojos y respirar profundamente para entender, aunque sólo sea por un segundo, la enorme vitalidad de estas mujeres. Es algo que jamás vislumbraremos siquiera los occidentales, paridos y crecidos en un mundo en el que no falta de nada y sobra de todo. Estas mujeres viven al día, disfrutan cuando toca disfrutar y sufren cuando hay que sufrir, porque eso es lo que hay.

Desde el primer momento me relajé en la sala del cine, gracias al canto de los pájaros y los sonidos de la jungla, disfrutando del arte de Senobia, intentando memorizar las frases que escribió a lo largo de su vida, y escuchando a esas mujeres, todas con el mismo vestido (un detalle simpático de la directora de la película que algunas aceptaron mejor que otras) y mirando a la cámara con esa vitalidad fuera de lo común que se mantiene perpetua hasta el momento de la muerte. E incluso más allá, como en el caso de Senobia Cerrud.


Probablemente hubiera resultado sencilla una iniciativa como la de esa mujer en otro entorno, más occidental, más hipotéticamente “civilizado”, con más suavidad en el clima y en la economía, pero en el caso de Senobia, en ese mundo, en ese lugar, y en la época que le tocó vivir, fue toda una hazaña, fruto de una decisión tomada con una fortaleza de espíritu muy por encima de la media de la gente.

Otra vez hay que dar las gracias a los cines Zoco por esta iniciativa, y a Pilar Moreno porque con sus película y sus palabras supo impregnarnos del espíritu de Senobia Cerrud, alguien que sin duda ya nos ha dejado en el alma una huella imborrable.