viernes, 14 de febrero de 2020

Compañeros de viaje, compañeros de celda. La mirada obtusa, la mirada abierta


¿Somos conscientes del daño que le han hecho a la humanidad, y le siguen haciendo hoy en día tres simples palabras, “como debe ser”? ¿Qué sería de nosotros si los genios individuales, a lo largo de la historia, hubieran estudiado el cielo y las estrellas “como debe ser”, hubieran pintado según las reglas, “como debe ser”, o hubieran viajado únicamente por las rutas conocidas, “como debe ser”? Para Kant, el artista en estado puro es el genio creador, el que pone sus propias reglas e invita a sus discípulos a descubrir su propio camino buscando la inspiración que él encontró en su momento. Para Hegel, parte intrínseca de la obra de arte es la interpretación que de la misma hace el espectador, convirtiéndose este en una parte más de la obra de arte, otorgándole esa categoría con su admiración y respeto ante algo para lo que, previamente, ha sido educado, porque contemplar y valorar una obra de arte requiere una preparación, aunque sea mínima, consistente en disfrutar con las obras de arte.

Pues bien, “Sólo nos queda bailar” es una auténtica obra de arte. Se trata de una coproducción Suecia-Georgia dirigida por Levan Akin (desconocido para mí) que nos cuenta las vicisitudes de un bailarín de danza georgiana (desconocida para mí), interpretado por Levan Gelbakhiani (desconocido para mí), que descubre su homosexualidad, en un entorno cultural en el que la homosexualidad es una malformación que se puede curar en un monasterio. La historia es simple, las interpretaciones magistrales, las escenas de música y tradiciones fantásticas. Continuamente, al verla, piensas “pero cómo narices puedo saber tan poco de esta cultura tan interesante…”, y sales con ganas de saber más, de empaparte de una cultura muy cercana a la nuestra en muchos aspectos pero muy diferente en otros.

¿Y por qué me fui a verla ayer por la tarde, el mismo día del estreno? Porque había visto, en las noticias, que la película ha levantado protestas entre mucha gente de ese país, Georgia, y de otros afines, al tocar el tema de la homosexualidad en un entorno, el de la danza georgiana, que al parecer es la expresión de la masculinidad. Homófobos y ortodoxos se agolpaban en las puertas de los cines, protestando por una película que ni siquiera han visto, porque se lo dicen sus mayores, sus guías, sus pastores. Protestando ante algo que desconocen porque no es, en definitiva, “como debe ser”. ¿Son conscientes esas personas de que sus prejuicios, su religión, sus fobias, sus miedos, sus ideas políticas, les están impidiendo disfrutar de la inmensa magia, la inmensa poesía, la tolerancia, la esperanza en el ser humano y la grandeza de esa película? No, por supuesto, no lo son. Miden el mundo a la medida de su micromundo, de su mirada cerrada, de lo obtuso de su vida, y es una pena, pero no se puede hacer nada.


Mis cuatro hermanos (porque mi cuñada y mi cuñado son hermanos para mí) volvieron ayer de un viaje a la India. La fotografía que encabeza esta entrada la hizo mi hermano en el Ganges, al amanecer. Por la noche hablé con mi hermana. En un momento de la conversación, me dijo “pero es que hay una mirada de felicidad en sus ojos…”. Lo dijo con emoción, con admiración y respeto. Esta mañana la conversación ha sido con mi hermano. Recordando una imagen que contempló en un templo Sij perdido en el interior de la jungla, de un ser humano que estaba allí esperando a recibir comida, se ha emocionado. Al contarme que se emocionó al verla, ha vuelto a emocionarse. Ese es el respeto hacia otra cultura diferente de la nuestra. Eso es viajar con la mirada abierta.

Me ha contado con una naturalidad tremenda el asunto de la ceremonia de los difuntos en el Benarés. “Nosotros vivimos de espaldas a la muerte”, me ha dicho, y tiene razón. En ese momento, mi hermano era el otro, se había convertido por obra y gracia de su mirada abierta en el otro, con respeto y empatía hacia unas tradiciones muy diferentes a las nuestras pero igualmente válidas, porque lo son para otros seres humanos. Hace casi veinte años, un conocido que trabajaba conmigo, el mismo que me dijo al día siguiente de fallecer mi mujer “tienes que pensar en rehacer tu vida” (que tenía razón, pero no me lo digas al día siguiente, un poco de por favor…), me contó la misma escena del Benarés, pero de una forma muy diferente, haciendo hincapié en lo “truculento” que para él resultaba aquello, en la "gilipollez de adorar a las vacas en un país en el que mucha gente pasa hambre", para rematar diciendo que “en la India se come fatal”. Esa era la mirada obtusa a que me refería antes. Ese personaje no fue capaz de entresacar de su viaje otra experiencia que no fuera la de los prejuicios y clichés que ya llevaba de antemano en la maleta. No entendió absolutamente nada, porque ni viajando quería salir de su micromundo. Para este hombre, lo importante era ir medrando en su trabajo, a costa incluso de pisar las cabezas que hiciera falta (que lo hizo), y rendirle culto a su forma de ser, ya cerrada e impermeable a nuevas experiencias.

Hay muchos culpables de la mirada obtusa. Esa mirada surge cuando la pareja, la enseñanza, la educación, los padres, la religión, etc encaminan sus esfuerzos a impedirte que decidas por ti mismo. Esto hila otra vez con el pin parental, pero no es el tema de hoy. Parece que todos estos “amigos” se han puesto de acuerdo para anular del ser humano la empatía hacia otros pueblos, otras culturas, a base de prejuicios, tradiciones absurdas y mentiras descaradas cuya finalidad es anular la conciencia de la grandeza que todo ser humano posee. Esos estamentos se han convertido para nosotros en compañeros de celda, no en compañeros de viaje, que es lo que deberían ser. “¿Para que viajar, si lo tenemos todo aquí?”, le dice una mujer a su marido en la película de “El nadador”. Es otra vez la cultura del tener, no del ser, que es lo que engrandece al ser humano y produce genios como los que admira Kant.

Y no hablo de la religión en términos absolutos. Para mí el capitalismo es la nueva religión del ser humano, que le mete en la sangre la idea de tener cada vez más, como dogma de fe, con un premio final que no es el paraíso, sino una tumba llena de cosas materiales. Esa sensación de no tener jamás las necesidades cubiertas nos empuja a seguir empeñados en cubrirlas de una forma absurda, adquiriendo cada vez más cosas y dedicando todo nuestro tiempo a seguir acumulando. Para disfrutar del arte, de la vida, de uno mismo, es imprescindible tener la sensación de tener cubiertas las necesidades, y es necesario tener tiempo para dedicarte a la contemplación, a la serenidad, a vivir y ver la vida. Eso es lo que nos está robando, sin que seamos conscientes, esta nueva y peligrosa religión. La mirada es cada vez más obtusa.

Hablando con el guía mi hermano, le preguntó que qué piensan ellos, los hindúes, de los ingleses. El guía le contestó “vivimos el presente. No nos ocupamos ni del pasado ni de un futuro que puede no llegar nunca o llegar cambiado. Es un tema histórico, pero no nos afecta en nuestra forma de vivir el día a día”.

¿Os imagináis lo que sería España si, de una santa vez, dejáramos atrás nuestro terrible pasado, abriéramos la mirada al mundo, y nos dedicáramos a avanzar en una dirección muy distinta a la que nos proponen esos compañeros de celda que nos quieren anular como personas?

Ahí lo dejo. A ver si el último anuncio de Coca-Cola tiene más suerte que yo para convencer a la gente de que hay que abrir la mente.