domingo, 21 de abril de 2024

EL ABISMO DEL OLVIDO, de Paco Roca y Rodrigo Terrasa


A veces os he pedido, a los que leéis estas entradas, que hagáis un esfuerzo suplementario antes de empezar a leer. Normalmente ese esfuerzo consiste en olvidar por un momento la ideología, la religión, los prejuicios, las ideas, más o menos enquistadas o no, más o menos objetivas o no, que podamos tener cada uno sobre un determinado tema. En este caso, he tardado bastante tiempo en hacer ese ejercicio. Más de un mes, de hecho. Compré el libro y lo dejé en la mesa, esperando, pendiente, silencioso, pero con un silencio atronador que me llamaba cada día. Por un lado me apetecía abalanzarme sobre él, devorarlo, disfrutarlo con el sufrimiento que casi con toda seguridad me iba a causar. Por otro, tenía miedo. Miedo a enfrentarme a mis miedos, miedo a tener que odiar, miedo a remover espinas que llevo tan clavadas en el alma, que al hacerlo se podría provocar una herida mortal.

Retrasaba el momento. "Hoy no es el día, hoy no estoy preparado", pensaba acariciando la portada, como intentando transmitirle al libro el convencimiento de que iba a ser abierto en otro momento más adecuado.

"Es Paco Roca - pensaba otras veces - ¿Cómo puedo dudar de que ha sabido perfectamente encauzar, humanizar un tema, por muy inhumano que se haya podido volver en algún momento?", pero seguía sin abrir el libro.

Un amigo de Twitter, del que respeto profundamente su humanismo y su buen criterio, empezó a leerlo, y a medida que lo hacía lo comentaba en la red. Colgaba imágenes con viñetas,  comentaba su viaje, hablaba de la forma de narrar de los autores... Estuvo varios días, despertó por completo mi curiosidad y mi confianza, y barrió, con elegancia pero con contundencia, algunos fantasmas que, sin ser consciente de ellos, me impedían hacer ese viaje. La buena labor de ese amigo,  y el encuentro con Paco Roca el 10 de Abril pasado en una maravillosa charla en el Thyssen, provocaron que aquella misma noche me leyera, y lo hice de un tirón, "El abismo del olvido".

Todos llevamos en nuestro interior a nuestros ausentes. A los más allegados (padres, pareja, hijos, hermanos...) fundidos en nuestra alma, en nuestro adn. A los parientes, amigos, compañeros, conocidos, o parientes, amigos, compañeros o conocidos de alguno de nuestros seres queridos, en la memoria, en las sensaciones que nos produce la visión de fotografías, en fechas señaladas, en lugares y momentos compartidos, en canciones escuchadas... Los ausentes están ahí,siempre, y seguirán estando mientras los sigamos recordando.


Una pieza importantisima de ese recuerdo es el lugar en el que permanecen cuando se han ido. Esos rincones del Retiro en que se esparcieron sus cenizas, esa tumba en un diminuto cementerio de un pueblo de la Alcarria, el nicho numerado en una determinada necrópolis... 

"Desde que neandertales y sapiens fueron conscientes de que la vida tenía un inevitable fin, dotaron de un sentido místico a la muerte. Comenzaron a hacer ofrendas a los muertos y a enterrarlos dignamente, como si tuvieran que estar bien dispuestos para la posteridad. Los rituales funerarios no sólo facilitaban el paso del difunto al otro mundo. Además, ayudaban a los que se quedaban en este a soportar el dolor de la pérdida".

Es imprescindible asimilar este párrafo, entenderlo, interiorizarlo, porque es la clave que explica el motivo de esta obra maestra, la razón por la que todo el mundo en este país, tenga la ideología que tenga, debería leerla. Se nos cuenta también, con dibujos semejantes a los de las vasijas griegas, la historia de Aquiles,  que después de vengar la muerte de su amigo Patroclo matando a Héctor, se llevó el cuerpo de este para que no recibiera las honras funerarias, y después de recibir la visita de la misma diosa Tetis, se lo devolvió arrepentido a Príamo.

Todos honramos a nuestros ausentes, desde la parte probablemente más íntima de nuestra naturaleza, y lo llevamos haciendo desde que el ser humano pudo empezar a ser llamado así. Es algo tan consustancial a nosotros, que no concebimos el no poder hacerlo, y hasta en una creación tan universal como es la Iliada, un héroe se doblega para respetar esa tradición. Imaginad lo que sintió Príamo al ver a Aquiles arrastrando con su carro el cuerpo de su hijo muerto. Imaginad lo que sentiríais si os dijeran que uno de vuestros seres cercanos (un padre, una hija, un hermano...) ha muerto, pero no se ha podido encontrar el cuerpo. Viví ese dolor en el monumento que se levantó en el hueco de las torres gemelas, al ver a una mujer y a su hija calcando en un papel las letras en relieve de la lápida conmemorativa que contenía el nombre del padre fallecido.

Imaginad todo esto por un momento. Reflexionad.

Y ahora, Imaginad que, en el momento quizá más negro, más vergonzoso, más triste de nuestra historia como país, se os niega, por razones que todavía a día de hoy se nos escapan, poder honrar a vuestros muertos.

No tiene sentido, ni precedentes, y golpea con crueldad directamente en nuestra esencia, en nuestra dignidad como seres humanos, pero aún así se hizo, y sistemáticamente, en todo el país.

Partiendo de esa base, que nada tiene que ver con las ideas políticas (se hizo en los dos bandos, aunque en la historia se nos aclara que el bando "ganador" sí que emprendió una campaña para recuperar a sus muertos), y que contradice de un mazazo cualquier idea religiosa (honrar a los muertos es probablemente el único elemento común a todas las religiones), Paco Roca y Rodrigo Terrasa nos sumergen de lleno en una historia complicada, pero imprescindible si queremos mejorar como sociedad, evolucionar, y no involucionar, como pretenden los que insisten en no querer saber nada del asunto. A estos son, precisamente, a los que invitaría a asomarse, aunque fuera poco a poco, a "El abismo del olvido".

Porque resulta muy complicado, una vez abierto el libro, no dejarse atrapar por lo que cuenta, y sobre todo por la forma en que se nos cuenta.

En la charla del Thyssen, escuchando a Paco Roca, y viendo solamente las ilustraciones que aparecían en pantalla, detecté su valor principal, la característica que ha hecho que le siga prácticamente desde que empezó a dibujar. Ese valor es la empatía.

Paco Roca tiene empatía, y mucha. Le sale por cada uno de los poros de su piel cuando habla. Pero es que además es capaz de hacer algo increíble con ella: transmitirla, traspasarla a todo aquel que se sumerja en su obra. La empatía se tiene o no se tiene, eso es algo inherente a cada uno, pero leyendo a Paco Roca se puede adquirir. Recuerdo una exposición suya en Telefónica, hace muchos años. Iba con mi pareja, que no conocía su obra. Al ver unas cuantas ilustraciones de "Arrugas", ella empezó a llorar. En aquella ocasión me di cuenta de la importancia, del tremendo poder de Paco Roca. ¿Creéis posible empatizar con un miembro de un pelotón de fusilamiento? Paco lo consigue.

A las pocas páginas, vemos a José Celda, a Pepica Celda, y sobre todo al admirable Leoncio Badía, como si fueran miembros de nuestra propia familia. Paco consigue con su forma de dibujar, con sus silencios, con sus primeros planos, y con ese maravilloso guión de Rodrigo Terrasa que, a pesar de lo ocurrido, sintamos como propios la fuerza, la determinación, el dolor, la angustia y la alegría de unas personas que, por encima de cualquier otra consideración, son seres humanos empeñados en ser tratados como tales, tal y como nos empeñaríamos cualquiera de nosotros.


A medida que avanzaba en la lectura se iba diluyendo la hipotética dureza del asunto, para transformarse poco a poco en un potente y entrañable canto a la condición humana en estado puro, despojada de miedos, prejuicios, creencias y tabúes. Al cerrar el libro, cuando ya casi estaba amaneciendo. me quedó esa sensación de haber vivido una experiencia inolvidable, enriquecedora, y sobre todo, como ya creo que he dejado claro, profundamente humana.