viernes, 5 de mayo de 2023

LA CORTA VIDA DEL CORTO

Ocurrió ayer, en los Cines Zoco de Majadahonda, uno de esos pocos lugares que trascienden su propio concepto, en este caso “cine”, para transformarse en algo mucho más importante, más comprometido, más humano. Una pequeña “aldea gala” en la que los que la gobiernan luchan con vocación, y una pasión absoluta por lo que hacen, contra los embistes de una industria que valora más vender palomitas que buen cine. Un lugar vivo en el que se organizan debates, coloquios, conciertos de jazz, encuentros con los directores… Un lugar para personas que viven de lleno su afición a la cultura.

El evento estaba comisariado por dos personas, Beatriz y José Luis, en cuya concisa tarjeta de visita figura el título “Gestoría cultural”, y en letras más pequeñas “gestión, inmersión y difusión”, además de la sugerente frase "persistencia, detalle y alma" que encabeza su página web, https://www.jlbea-gestioncultural.com/ . Consistía en la emisión de cinco cortos, de temática diferente pero unidos por un nexo común: en cada uno de ellos se hacía alusión a un libro, en ocasiones de forma explícita y en otras de una forma más sutil. Tras las primeras explicaciones, en las que ya se intuía el amor por lo que estaban haciendo, se proyectaron los cortos, con un intervalo entre uno y otro de unos diez segundos en el que el público aplaudía

El primero era “The following year”, de Miguel campaña, un inquietante planteamiento de ciencia ficción que atrapa desde el primer momento, con reminiscencias de las historietas que aparecían en los años ochenta en revistas como Totem, Vampus o 1984. El segundo, “Franceska”, de Alberto Cano, propone en clave de animación una visión humorística y transgresora de la historia de Frankestein, de Mary Shelley. La imagen en blanco y negro y el ligero parecido entre este Igor y el interpretado en su día por Marty Feldman me recordaron “El jovencito Frankestein”.

El tercero fue “Lo efímero”, una maravillosa historia de Jorge Muriel, en la que dos hombres, que arrastran un pasado complicado, determinarán su futuro cuando se encuentran durante un fugaz trayecto en un vagón de metro. La fotografía, las interpretaciones, los silencios, la música… Pura poesía. Para mi gusto, el más interesante y cautivador de los cinco. El cuarto, “Adam Peiper”, de Mónica Mateo, nos muestra un futuro distópico en el que la explotación del ser humano por el ser humano sigue siendo el motor económico y político. Por último, “Casitas”, de Javier Marco, que con un punto de infinita tristeza aderezado con sentido del humor, nos sumerge de lleno en una deliciosa oda a la empatía.

Los cortos fueron interesantes, nos cautivaron a todos por completo y nos dejamos llevar por las sugerentes historias que nos contaban, pero lo mejor vino al final, cuando los dos organizadores nos comentaron diversos aspectos de la realización de cada uno de ellos, con anécdotas de rodaje, entresijos del guión, del montaje, etc. Disfrutaban de lo que contaban y lo transmitían con facilidad a los que escuchábamos, lo que supuso que se prolongara la magia del encuentro casi hasta las once de la noche.

Mientras veía los cortos emprendí un viaje al pasado, a aquellos lejanos años ochenta en los que la cultura del corto formaba parte de nuestro ADN. Recordé que antes de cada película se proyectaba siempre un corto, y que aquellos cortos se comentaban a veces con tanta pasión o incluso más que las películas a las que precedían. Aquello desapareció de nuestra cultura, como poco a poco fueron desapareciendo otras muchas cosas.

A nuestra generación se le fueron robando descaradamente un buen número de manifestaciones culturales, y no precisamente en la época dura de la dictadura, sino más bien en plena democracia. Poco a poco los cines de sesión continua fueron cerrando, llevados por la corriente de los bingos. A veces le recito de memoria a mi hijo las salas  que había en mi barrio y le parece algo increíble, impensable hoy en día. También fue cambiando radicalmente el aspecto de los kioskos, escaparate en una época de gran cantidad de publicaciones de todo tipo, comics, revistas de ciencia ficción, etc, que de repente un buen día desaparecieron del panorama cultural, como desaparecieron también los numerosos cine-forum que había en Moncloa, en las facultades, o los conciertos de los colegios mayores, o incluso actualmente los talleres de escritura que promocionaban algunas bibliotecas municipales y que hoy, alegando falta de presupuesto, han pasado a mejor vida.

Nos robaron muchas cosas, y nos hemos dejado robar, y cuando de vez en cuando, como ayer, se te reaviva en el alma la nostalgia de lo perdido, se despierta la tristeza. Al preguntarles a los organizadores la razón por la que ya no se emiten cortos antes de la película, como se hacía antes, comentaron que se trata de una razón puramente económica, porque a las salas les interesa más poner publicidad, que les aporta más ingresos. Por otro lado, la carrera del corto es corta. A las distribuidoras lo único que les interesan son los festivales de cortos, o el ganar algún premio importante. Al parecer, resulta muy complicado ver, por no decir imposible, el corto “Arquitectura emocional”, a pesar de haber ganado el Goya este mismo año. Se trata de un corto que, muy al contrario, debería emitirse incluso en colegios, dada la carga emotiva y de valores que posee, y sin embargo no es así debido al estado del mercado de cortos.

Hace unos días, una persona de un grupo de personas con inquietudes culturales entre las que orgullosamente me encuentro, colgó una entrevista a Johann Hari, en la que venía a decir que nuestro modo de vida frenético y absurdo está acabando con nuestra capacidad de atención. Es algo muy serio, y muy triste, que sin embargo se puede aliviar dependiendo menos del teléfono móvil o de la insistente tentación de hacer varias cosas al mismo tiempo. Añadiría, además, que deberíamos hacer el ejercicio, en la medida de nuestras posibilidades, de intentar recuperar lo que con tanta desvergüenza se nos ha robado sin que apenas opusiéramos resistencia. Yo iría de cabeza, por ejemplo, y con una fidelidad casi religiosa, a un cine en el que en lugar de anuncios emitieran un corto antes de la película. Es necesario primero recuperar la capacidad de atención, y después exigir que se le otorgue a la cultura un trato muy diferente al que se le está dando. Iniciativas tan atractivas como la de los gestores culturales de ayer deberían convertirse en permanentes, ser promocionadas e incentivadas por todo aquel que pudiera hacerlo, porque llegan directamente al alma de quien tiene la suerte de participar en ellas, y alimentar el alma, además de no resultar nada sencillo, tiene la virtud de crear mejores personas.

Una velada muy agradable, y muy de agradecer iniciativas como la de ayer. Bienvenidas sean siempre.