domingo, 28 de mayo de 2023

JUSQU´ICI, TOUT VA. LA HONESTIDAD

 

— Hombre, tú por aquí. ¿Qué tal va todo, qué tal el finde?

No le había visto venir. Estaba tan concentrado en el café de media mañana, que ni siquiera cuando se sentó a mi lado noté su presencia.

— Hola Julián. Bien, bien. Ha merecido la pena.

— ¿Has hecho algo especial, o lo de siempre?

Es el tono habitual de Julián, entre irónico y ligeramente hiriente. Hay que quererle como es, a pesar de todo.

— Ya te digo que ha merecido la pena. El viernes vi una película soberbia, de esas que te cambian muchos esquemas.

— ¿Ah, sí? ¿Qué película?

— Jusqu´ici, tout va

Hizo un gesto como de escalofrío inmediato, abriendo mucho los ojos y fingiendo un temblor de sorpresa.

— Ostia, macho, vaya titulito, como para acordarse… ¿Y dónde la viste?

— Donde siempre, en los cines Zoco de Majadahonda. Bueno, donde siempre no, donde siempre desde un tiempo a esta parte.

— Mucho vas tú últimamente a los Zoco. Por algo será, porque lo que es precisamente cerca de esos cines no vives…

Me encojo de hombros

— Voy por varias razones. En primer lugar, porque tardo menos desde mi casa en ir a esos cines, que a los Renoir de Princesa o a los Verdi, por ejemplo, que son los que me gustan. En segundo lugar, porque no es sólo cine. Son eventos, charlas con directores, conciertos de jazz, presentación de varios cortos… Son personas con una inquietud cultural tremenda, que me contagiaron desde el primer momento, y me encuentro muy cómodo allí.

— ¿Y cómo fue meterte a ver esa película precisamente?

Sonrío al acordarme

— Pues precisamente por eso que te digo. Habíamos quedado Pilar y yo para meternos a ver una película, sin habernos decidido entre la de Morgan Freeman o la francesa, cuando me encontré con Jesús, uno de los directivos del Zoco, cargado con una televisión de plasma, y me saludó “Hombre, Félix, ¿qué tal estás?. ¿Vas al evento”. “¿Qué evento?”, le pregunté, y ahí empezó todo. Me contó a grandes rasgos el tema principal, me dijo que después había coloquio con el director, después vino Pilar, se lo conté, nos convencimos los dos mutuamente, y nos metimos a verla. La culpa fue de Jesús, por haber estado en ese momento en ese lugar y cruzarse conmigo.

— Mira, una de esas casualidades que conducen a algo bueno.

— Así es, esa es la verdad.

— Bueno, ¿y de qué va?

— Pues mira, la verdad es que empieza de una manera que me despistó por completo. Una chica bañada con una luz roja intensa, bailando frenéticamente un ritmo muy fuerte. Me recordó a “Titane”.

— ¿”Titane”? No me jodas… Recuerdo que me dijiste que te saliste a media película.

— Sí, es verdad. Será muy buena, pero no me gustó nada. El caso es que ese comienzo no me cuadraba con lo que me había contado Jesús. “Cine dentro del cine”, me había dicho, y ya sabes también que ese subgénero me encanta. “La noche americana”, por ejemplo, es una de mis películas de referencia.

— Sí, lo sé. Y “El crepúsculo de los dioses”, también. Me has dado la brasa con ella varias veces.

— Exacto. Por suerte ese baile dura poco, se trata de una escena que están rodando el director y su equipo. El director, por cierto, y protagonista también de la película, es Francesc Cuéllar, un hombre de treinta años con un talento especial

. Aparece Cuéllar dando unas indicaciones a las que nadie hace caso, y alguien le dice que le está esperando Lola, la actriz principal, para hablar con él. No muy convencido, y estresado porque le queda menos de una hora para rodar los tres planos que tiene que rodar, acude al encuentro con Lola. Después de unas frases corteses, de compromiso, Lola le dice que no está dispuesta a rodar la escena de desnudo que al parecer habían pactado que iba a rodar, y ahí empieza todo.

— Parece interesante. ¿Al final se desnuda?

— Julián, lo que empieza es una conversación de casi una hora. La película es la conversación de Lola y Francesc.

— ¿Una hora de conversación? No me jodas…

— No, no es una hora de conversación. Es una hora de reflexión, de introspección, de un intimismo tan absoluto por parte de los dos, Lola y Francesc, que te repites a ti mismo a cada frase, a cada gesto, a cada giro del guión, que estás asistiendo a algo grande, muy grande. Los dos personajes están tan magistralmente interpretados que no parecen personajes, sino seres humanos reales que están discutiendo delante de ti. Porque discuten, Julián, y hablan de un montón de temas que, por culpa del estrés, o si quieres por culpa del lastre que cada uno nos echamos encima aunque no queramos, tenemos perfectamente olvidados.

— ¿Cómo cuales?

— Pues mira, hablan por ejemplo de ese miedo a la mediocridad, que nos empuja a hacer, y hacer, y hacer por hacer, buscando siempre el reconocimiento de los demás, cuando la mediocridad, y eso es algo que comentó después Francesc en el coloquio, no tiene por qué ser algo directamente a despreciar. Hablan del miedo a decir que no, porque Lola dice que no va a hacer el desnudo, pero tampoco está tan convencida de que su decisión sea la correcta, y apela continuamente al sentido de ser humano de Francesc, cuya única razón a priori para meter ese desnudo en la película era que “molaba”. Poco a poco, frase a frase, Lola consigue que el alma de Francesc se desgarre, y se muestre tal como es, con sus miedos y sus miserias, con sus tristezas y sus alegrías. Y lo consigue porque sabe que en el fondo, muy en el fondo quizá, Francesc no ha podido perder la honestidad que le había demostrado al principio de su carrera, porque los dos llevan mucho tiempo trabajando juntos y se conocen perfectamente. Se puede decir que la película es un canto sublime a la honestidad al hacer las cosas, a no rendirse a lo que se lleva, o a lo que en teoría se debe hacer. A no tenerle miedo a decir que no, porque, tal como dice Lola, “decir que sí te compromete, pero decir que no te define”. Es un canto a la honestidad, y también un canto a la libertad de cada uno para elegir lo que quiere ser en la vida. En el coloquio nos dijo Francesc que tiene un amigo que hace cine comercial y gana dinero, mientras que él se gasta su dinero en hacer el cine que quiere hacer. Es lo que tantas y tantas veces hemos hablado, Julián, la vocación frente a la ambición, la plenitud frente a la banalidad, tener una vida propia frente a tener una vida fabricada por otros. Lo dice también Francesc, con una madurez brutal que no solemos atribuir, muchas veces como en este caso de forma equivocada, a personas de treinta años, “Se cataloga a las personas por su profesión, no por lo que son”. Francesc es director de cine, actor, director de teatro, escritor, filósofo y muchas cosas más de forma vocacional, lo que convierte automáticamente su profesión en su forma de vida, en su vida, en definitiva. Cuando contó la anécdota de su amigo que hace cine comercial, me recordó a Howard Roark.

— Ya. El arquitecto protagonista de “El manantial”. Otra referencia tuya

— Pues sí, porque creo que es así, que el creador de verdad no busca la fama, ni el dinero, ni tan siquiera el reconocimiento. Lo que busca el creador de verdad, y Francesc Cuéllar lo es, y de los buenos, es simplemente crear, y hacer de su creación su vida.

— Vamos, que me la recomiendas.

— Joder, Julián, si después de la brasa que te he dado, todavía dudas, es para matarte. Yo no puedo recomendar películas, sólo te digo que esta película ha hecho que se tambaleen algunas de mis convicciones, si es que me quedaba alguna sin tambalear, y ha consolidado la idea de que siempre se puede descubrir algo interesante. Y mis convicciones se tambalean del mismo modo que se tambalean también las de Lola y Francesc a medida que hablan, porque otra clave importante que tiene la película, en un mundo en el que nadie escucha ni cambia sus convicciones, es que una buena conversación, que apele al lado humano de cada uno, es capaz de hacerte cambiar de idea por muy enraizada que esa idea pueda estar en tu conciencia. En fin, Julián, ya sabes lo que suelo decir en estos casos.

— Ya, ya lo sé. Que debería ser una película de obligada visión.

— Exactamente

lunes, 22 de mayo de 2023

JULIAN VALLE. EL MISTERIO DE LAS COSAS


Lo que ha creado Julián Valle en el espacio OLumen, Claudio Coello 141, no es una exposición al uso. Se vive más bien como un viaje, como una introspección al interior de cada uno, o como una experiencia en la que el tiempo se detiene para mostrarnos la perfecta comunión del artista con la naturaleza y consigo mismo. 

Impone ya desde el principio el espacio, una iglesia desacralizada cuya majestuosidad no se intuye en absoluto desde el exterior, con un magnífico crucifijo enclavado entre tres paramentos de ladrillo oscuro llagueado de blanco, y techos inclinados de madera. Impone también la luz, perfecta, matizada, adaptada por el autor a la obra que ilumina, como formando parte indisoluble del conjunto. Impone, por último, el silencio, que contrasta, y eso es algo que percibes nada más entrar, con el exterior agresivo. 

Sin conocer todavía a Julián, emprendo desde el primer momento un viaje interior, nada más ver la obra de la entrada. El espacio que representa, una oquedad iluminada vislumbrada desde el exterior, me evoca momentos del pasado en el campo, sensaciones casi olvidadas de mis paseos por los parajes de Burgos o Guadalajara, alguna que otra película, aquel día en las Médulas cuando me dejé llevar por el placer de estar allí y tardé veinticuatro horas en regresar a Madrid. 



Antes de la visita guiada me presento a Julián. Mira a los ojos cuando te habla, con una voz suave pero intensa, y sobre todo, algo a lo que no estoy muy acostumbrado, escucha, y escucha con mucha atención, además. Tras unos minutos de cortesía, nos reunimos en corro junto a él, y Julián nos empieza a hablar de su arte, de su vida, más bien, porque su arte es vida, y su vida es arte. 

Una de las primeras cosas que se me quedan grabadas de lo que dice, es el papel que nos otorga a los espectadores. Para Julián, cada espectador crea su propia obra a partir de la suya, su propio viaje a su interior, su propia comunión con la naturaleza. Él no quiere mostrar algo dado por sentado, porque, según sus propias palabras, el arte se expone, no se impone. Es la simbiosis perfecta entre artista y espectador. 

Otra característica que me impresiona es su capacidad de improvisación, unida también a la de observación, que le permite crear un proyecto nuevo y personal a partir de un proyecto encargado. Nos habla de la materia, y de cómo deja que se exprese y le muestre a veces un camino, en su propio lenguaje, en el que probablemente no había reparado a priori. Nos habla de los eremitorios rupestres que se muestran en gran parte de las obras expuestas, a través de acuarelas sobre tela y maquetas, y de la sensación de formar un único ser con la naturaleza cuando los visita. Nos habla de las huellas del pasado visibles, intuidas o sentidas en el presente, y de la impresión que produce una zarza, o unas cuantas hojas muertas, cuando rellenan una antigua tumba al aire libre horadada en la piedra. 

Julián nos habla, y nos habla con sumo respeto, y nos transmite su pasión, ese trabajo, por llamarlo de alguna manera, que realiza de una manera vocacional y sumamente admirable. Un trabajo que más que eso es una vida, una vida propia, y plena. Una vida como debería ser la vida.

El tiempo pasa volando escuchándole, o puede más bien que incluso se detenga, por la agradable comodidad que sentimos los que escuchamos. Escuchamos, sentimos, revivimos aquellos paseos de otoño en las Fragas del Eume, cuando caminaba despacio sobre una cuna de hojas de roble, de orballo, muy parecidas a las que Julián a recubierto de porcelana azul para crear una obra que remueve el alma. 

Y por último, sus cuadernos de campo, que son obras de arte en sí mismos. Un increíble recorrido por la naturaleza con dibujos hechos a veces con elementos naturales, como bayas, higos o madera mojada, y una tipografía cuidada y especial en cada hoja. Algunos de esos dibujos, acaben o no conformando una obra de arte, reflejan perfectamente el placer que estaba sintiendo Julián en aquel momento en aquel lugar.

Parece que durante un tiempo que no hemos sabido o no hemos querido medir, hemos viajado a otro mundo, muy diferente al que solemos vivir, o más bien malvivir, cada día. Ha sido una experiencia inmersiva en el lado probablemente más enigmático de nuestra naturaleza cercana, que nos ha llevado a su vez al rincón más representativo de nuestro propio ser, de nuestra propia alma. 

 Escuchemos a Julián: 

En “El silencio del arte”, Ramón Gaya nos dice que “la obra no es un fin, sino un tránsito”, un lugar de paso. Lo podemos entender también desde la transformación espiritual que acompaña una actividad que desde siempre fue vía de conocimiento. No aspira a un decir, no se le puede añadir nada desde fuera: “el arte no es vestir, sino desnudar”

Una experiencia que no te puedes perder, porque no puedes dejar escapar la profunda huella que va dejar en el camino de tu vida.

viernes, 5 de mayo de 2023

LA CORTA VIDA DEL CORTO

Ocurrió ayer, en los Cines Zoco de Majadahonda, uno de esos pocos lugares que trascienden su propio concepto, en este caso “cine”, para transformarse en algo mucho más importante, más comprometido, más humano. Una pequeña “aldea gala” en la que los que la gobiernan luchan con vocación, y una pasión absoluta por lo que hacen, contra los embistes de una industria que valora más vender palomitas que buen cine. Un lugar vivo en el que se organizan debates, coloquios, conciertos de jazz, encuentros con los directores… Un lugar para personas que viven de lleno su afición a la cultura.

El evento estaba comisariado por dos personas, Beatriz y José Luis, en cuya concisa tarjeta de visita figura el título “Gestoría cultural”, y en letras más pequeñas “gestión, inmersión y difusión”, además de la sugerente frase "persistencia, detalle y alma" que encabeza su página web, https://www.jlbea-gestioncultural.com/ . Consistía en la emisión de cinco cortos, de temática diferente pero unidos por un nexo común: en cada uno de ellos se hacía alusión a un libro, en ocasiones de forma explícita y en otras de una forma más sutil. Tras las primeras explicaciones, en las que ya se intuía el amor por lo que estaban haciendo, se proyectaron los cortos, con un intervalo entre uno y otro de unos diez segundos en el que el público aplaudía

El primero era “The following year”, de Miguel campaña, un inquietante planteamiento de ciencia ficción que atrapa desde el primer momento, con reminiscencias de las historietas que aparecían en los años ochenta en revistas como Totem, Vampus o 1984. El segundo, “Franceska”, de Alberto Cano, propone en clave de animación una visión humorística y transgresora de la historia de Frankestein, de Mary Shelley. La imagen en blanco y negro y el ligero parecido entre este Igor y el interpretado en su día por Marty Feldman me recordaron “El jovencito Frankestein”.

El tercero fue “Lo efímero”, una maravillosa historia de Jorge Muriel, en la que dos hombres, que arrastran un pasado complicado, determinarán su futuro cuando se encuentran durante un fugaz trayecto en un vagón de metro. La fotografía, las interpretaciones, los silencios, la música… Pura poesía. Para mi gusto, el más interesante y cautivador de los cinco. El cuarto, “Adam Peiper”, de Mónica Mateo, nos muestra un futuro distópico en el que la explotación del ser humano por el ser humano sigue siendo el motor económico y político. Por último, “Casitas”, de Javier Marco, que con un punto de infinita tristeza aderezado con sentido del humor, nos sumerge de lleno en una deliciosa oda a la empatía.

Los cortos fueron interesantes, nos cautivaron a todos por completo y nos dejamos llevar por las sugerentes historias que nos contaban, pero lo mejor vino al final, cuando los dos organizadores nos comentaron diversos aspectos de la realización de cada uno de ellos, con anécdotas de rodaje, entresijos del guión, del montaje, etc. Disfrutaban de lo que contaban y lo transmitían con facilidad a los que escuchábamos, lo que supuso que se prolongara la magia del encuentro casi hasta las once de la noche.

Mientras veía los cortos emprendí un viaje al pasado, a aquellos lejanos años ochenta en los que la cultura del corto formaba parte de nuestro ADN. Recordé que antes de cada película se proyectaba siempre un corto, y que aquellos cortos se comentaban a veces con tanta pasión o incluso más que las películas a las que precedían. Aquello desapareció de nuestra cultura, como poco a poco fueron desapareciendo otras muchas cosas.

A nuestra generación se le fueron robando descaradamente un buen número de manifestaciones culturales, y no precisamente en la época dura de la dictadura, sino más bien en plena democracia. Poco a poco los cines de sesión continua fueron cerrando, llevados por la corriente de los bingos. A veces le recito de memoria a mi hijo las salas  que había en mi barrio y le parece algo increíble, impensable hoy en día. También fue cambiando radicalmente el aspecto de los kioskos, escaparate en una época de gran cantidad de publicaciones de todo tipo, comics, revistas de ciencia ficción, etc, que de repente un buen día desaparecieron del panorama cultural, como desaparecieron también los numerosos cine-forum que había en Moncloa, en las facultades, o los conciertos de los colegios mayores, o incluso actualmente los talleres de escritura que promocionaban algunas bibliotecas municipales y que hoy, alegando falta de presupuesto, han pasado a mejor vida.

Nos robaron muchas cosas, y nos hemos dejado robar, y cuando de vez en cuando, como ayer, se te reaviva en el alma la nostalgia de lo perdido, se despierta la tristeza. Al preguntarles a los organizadores la razón por la que ya no se emiten cortos antes de la película, como se hacía antes, comentaron que se trata de una razón puramente económica, porque a las salas les interesa más poner publicidad, que les aporta más ingresos. Por otro lado, la carrera del corto es corta. A las distribuidoras lo único que les interesan son los festivales de cortos, o el ganar algún premio importante. Al parecer, resulta muy complicado ver, por no decir imposible, el corto “Arquitectura emocional”, a pesar de haber ganado el Goya este mismo año. Se trata de un corto que, muy al contrario, debería emitirse incluso en colegios, dada la carga emotiva y de valores que posee, y sin embargo no es así debido al estado del mercado de cortos.

Hace unos días, una persona de un grupo de personas con inquietudes culturales entre las que orgullosamente me encuentro, colgó una entrevista a Johann Hari, en la que venía a decir que nuestro modo de vida frenético y absurdo está acabando con nuestra capacidad de atención. Es algo muy serio, y muy triste, que sin embargo se puede aliviar dependiendo menos del teléfono móvil o de la insistente tentación de hacer varias cosas al mismo tiempo. Añadiría, además, que deberíamos hacer el ejercicio, en la medida de nuestras posibilidades, de intentar recuperar lo que con tanta desvergüenza se nos ha robado sin que apenas opusiéramos resistencia. Yo iría de cabeza, por ejemplo, y con una fidelidad casi religiosa, a un cine en el que en lugar de anuncios emitieran un corto antes de la película. Es necesario primero recuperar la capacidad de atención, y después exigir que se le otorgue a la cultura un trato muy diferente al que se le está dando. Iniciativas tan atractivas como la de los gestores culturales de ayer deberían convertirse en permanentes, ser promocionadas e incentivadas por todo aquel que pudiera hacerlo, porque llegan directamente al alma de quien tiene la suerte de participar en ellas, y alimentar el alma, además de no resultar nada sencillo, tiene la virtud de crear mejores personas.

Una velada muy agradable, y muy de agradecer iniciativas como la de ayer. Bienvenidas sean siempre.