domingo, 31 de octubre de 2021

MAIXABEL, o la enorme potencia del perdón

Después de ver MAIXABEL, sólo me queda decir tres cosas: que Iciar Bollain se ha convertido a mi juicio en el mejor director/a español del panorama cinematográfico actual, que Blanca Portillo es la mejor actriz española actual (la escena inicial en la plaza, sola, desubicada, me ha puesto la carne de gallina), y que Luis Tosar me ha hecho llorar, cuando lo cierto es que el hecho de que Luis Tosar te haga llorar es algo que sólo podría conseguir Iciar Bollain.

Y dicho esto, a partir de este momento, aviso: esta entrada no va a ser sencilla, y no va a gustar a más de uno. Probablemente, alguno de los que me leéis habitualmente, en esta ocasión piense “Ufffff… Una entrada sobre ETA. Paso”, y lo veo muy lógico. A los que sí os interese ese aspecto de nuestra historia, o simplemente os haya gustado la película, o tengáis dudas sobre si verla o no, os invito a seguir leyendo, por supuesto. Pero para entender la idea final, la reflexión que durante los títulos del final se ha abierto paso a golpes desde la boca del estómago hasta mi cerebro, creo que es necesario que antes realicemos juntos unos cuantos (no muchos, pero sí muy intensos) ejercicios de mentalización. Unos ejercicios de DESAPRENDIZAJE, difíciles, pero necesarios. Voy a numerarlos, y os ruego que no paséis al siguiente hasta que no hayáis entendido, y asimilado, al menos en parte, el precedente.

Vamos a ello:

EJERCICIO 1: Olvidad, al menos por un momento, vuestras ideas políticas, o vuestra ideología, si la tenéis. En muchas ocasiones, la ideología provoca prejuicios que no tienen nada que ver con el hecho cierto de que somos seres humanos. Jáuregui era socialista, y había estado incluso en la banda que le asesinó. Olvidaos que era socialista. Olvidaos del signo político de todas las asociaciones de víctimas del terrorismo. Tratad de dejar la mente en blanco y pensad en Jáuregui como una persona que está en un casino del país vasco, se acerca un pistolero armado y le pega un tiro en la nuca. No es socialista, no ha tenido una trayectoria política. Es difícil, pero tratad de verlo así. Fuera los prejuicios políticos, fuera las ideologías, ya sean de izquierda o de derecha. ¿Podemos hacerlo? No pasa nada, cuando acabéis de leer podéis recuperar esas ideas… si queréis, por supuesto. ¿Dispuestos a dar otro paso? Vamos allá:

EJERCICIO 2: Olvidad, al menos por un momento, todo lo que sabéis, o no sabéis pero intuís, sobre el pueblo vasco, sobre el problema vasco, sobre el nacionalismo vasco y sobre la lucha armada de ETA. Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra idea, inculcada muchas veces por los medios, los prejuicios, la historia y lo que nos cuentan, de lo que ocurre en el país vasco, y de cómo son los vascos, pero ninguno de nosotros (hablo de los que no somos vascos) lo ha vivido como ellos. Conozco a personas que odian a los vascos, a TODOS los vascos, sin más, sin conocer a los vascos, porque lo fácil es etiquetar a pueblos enteros, a naciones enteras, y no indagar más en su naturaleza. Imaginad que ni Jáuregui ni Maixabel son vascos. Imaginad que son de vuestra ciudad, del barrio de cada uno de vosotros. Imaginad un bar que os guste de vuestro entorno, una mesa al lado de un escaparate, y a vosotros tomando un café. De repente entra un desconocido, y le pega un tiro en la nuca a vuestro vecino de mesa. No ha sido en el país vasco, sino en vuestra ciudad, en vuestra calle. ¿Podéis imaginarlo? Interiorizadlo, por favor. No es algo relacionado con los vascos, sino con personas iguales a vosotros. ¿Sois capaces de imaginarlo? Bien!! Ya llevamos dos ejercicios, nos vamos acercando. Seguimos entonces reflexionando juntos:

EJERCICIO 3: Este es probablemente el más complicado. Tenéis que desterrar de vuestra mente por completo (y sería bueno desterrarlo incluso para siempre) esa manía, innata en nosotros, de juzgar, de decir “qué haría yo si…”. “Yo es que buscaría al asesino y le pegaría un tiro”. “Le metía en la cárcel hasta que se pudriera”. Lo comprendo, es algo muy humano, todos lo hemos hecho en innumerables ocasiones, recrear en nuestra mente lo que haríamos si nos sucediera algo que en realidad le está sucediendo a otra persona. A mí me dijeron muchas personas cuando falleció mi mujer “Yo en tu lugar…”, y lo respetaba mucho, y lo escuchaba, por si podía extraer alguna idea que muchas veces me ayudaba a superar el trance, pero la realidad, la cruda realidad, amigo, es que tú, realmente, no estás en mi lugar, porque no has vivido lo que yo he vivido.

Maixabel vivió una experiencia que sólo los que la han vivido pueden entender, y no del todo. En una frase memorable de la película, Maixabel le dice a otra víctima del terrorismo “¿A ti te ha escuchado alguien que no sea de tu familia?”, y la otra contesta que no. Porque nadie, absolutamente NADIE, puede ponerse en el lugar de alguien que haya perdido a su marido de la manera en que lo perdió Maixabel. Borremos pues de nuestra mente ese “lo que yo haría”, y centrémonos en lo que hizo Maixabel. Vamos a recapitular, para que no se nos olviden los dos ejercicios anteriores: Jáuregui no era socialista, ni era vasco: era un ser humano exactamente igual que todos nosotros. ¿Lo tenemos? Pues vamos al siguiente, que ya vamos llegando:

EJERCICIO 4: Borrad de vuestra mente aforismos apocalípticos, reglas bíblicas (ojo por ojo), conceptos incrustados en nuestro ADN como la venganza, la justicia, el quid pro quo y conceptos de ese tipo. No nos corresponde a nosotros aplicar esas reglas, sino a quienes tienen que aplicarlas. No os dejéis llevar por nuestra naturaleza de justicieros, y pensad simplemente en el hecho, en lo que ocurrió, y en las circunstancias que vivieron los protagonistas de la historia. Nosotros no somos protagonistas, sino testigos de lo que sucedió. Ni siquiera los miembros del partido al que pertenecía Jáuregui, ni por supuesto los de la oposición, están legitimados para pensar, o peor, para establecer las actuaciones a seguir, ante algo que sólo atañe a tres personas: la víctima, su asesino, y la esposa de la víctima. Este es el último ejercicio. Si habéis llegado hasta aquí, creo que ya va siendo hora de establecer esa reflexión de la que os hablaba al principio, que me ha sacudido, como un aldabonazo, nada más terminar de ver la película.

¿Y por qué os he planteado estos ejercicios, que para algunos resultarán imposibles, y para otros no tanto? Simplemente, porque es lo que Iciar Bollain, con una maestría que raya con la genialidad, consigue transmitir, si el espectador, por supuesto, se deja, con su maravillosa película. Si hacemos los ejercicios antes de la proyección, resultará muchísimo más sencillo comprender el mensaje, que es muy duro, durísimo, pero que por otro lado es la única puerta abierta a conseguir pasar página. Y ese mensaje no es otro que la magnífica, la brutal potencia del perdón.

Maixabel se creó enemigos cuando incluyó en su lista de víctimas no sólo a las víctimas de ETA, sino también a las víctimas de los GAL, de la violencia policial, de la Guardia Civil. Para ella no existían colores en las víctimas, sino personas, y a partir de ese momento tuvo que llevar escolta. Ahí ya demostró un coraje y una fuerza descomunales, que se siguió desarrollando cuando tuvo el coraje, el valor y la tremenda manifestación de lo que debe representar el alma humana, de perdonar a los que asesinaron a su marido. Previo arrepentimiento de esos asesinos, por supuesto, porque sin arrepentimiento no puede haber perdón.

El perdón es la fuerza más grande que puede desarrollar una sociedad, y no puede darse ni por instituciones, ni por partidos políticos, ni por programas de reinserción, ni por supuesto, por los medios. El perdón tiene que desarrollarse por personas, y solamente por aquellas personas que tienen o que pueden perdonar algo, como Maixabel. Son las víctimas, o los descendientes de las víctimas (porque el perdón es extrapolable a nuestra guerra civil) los únicos que pueden perdonar, y ese perdón, que se produzca o no, no depende de nadie más que de ellos. Ya se puede legislar, debatir, aleccionar, discutir, odiar, negar o afirmar lo que se quiera, que si los que tienen que perdonar no lo hacen, jamás se pasará página.

Y, por supuesto, nadie, absolutamente NADIE, está cualificado para juzgar si Maixabel debe perdonar o no. El perdón de Maixabel fue una decisión personal, que para algunos es detestable y para otros (en mi caso) admirable. Existen muchas decisiones humanas que tienen que ser personales, que no pueden estar dictadas ni por la religión, ni por los prejuicios, ni por el que dirán, ni por la política, ni por ninguna de esas trabas que impiden que crezcamos como seres humanos.

Porque no os quepa ninguna duda, y si habéis llegado hasta aquí probablemente ya lo hayáis intuido, que la única forma de crecer, de avanzar, de pasar página y de olvidar nuestros fantasmas, es perdonar, y admirar e imitar a quienes lo hacen.

Y ahora, os invito a ver Maixabel. Disfrutadla, sentidla, emocionaos con ella, dejad que los sentimientos se manifiesten a flor de piel, y después reflexionad. Reflexionad sobre la enorme potencia del perdón.