Si me encantó el año pasado el montaje que hizo Amorevo de “El baile de los vampiros”, este año me ha gustado más si cabe “Sister Act”. Se nota ya la profesionalidad, el saber hacer, las ganas de teatro, de darlo todo de sí, de actuar, porque todos los actores de Amorevo, y los iluminadores, los decoradores, el director, en definitiva, la gran familia que conforman, está dedicados en cuerpo y alma a eso, a hacer buen Teatro, excelentes Musicales, así, con mayúsculas.
Comentábamos precisamente eso a la salida del teatro, después de tres horas de espectáculo que se nos habían pasado en un suspiro, con números que jamás olvidaremos, como el baile en solitario de “Sudorito”, el del grupo de gangsters en el que muestran sus encantos para seducir a las monjas, o cualquiera de los números que protagonizan unas hermanas que al principio cantan como el culo y al final acaban cantando como los propios ángeles. Comentábamos, decía, lo buenos actores que son todos, lo bien que declaman, que cantan, que consiguen emocionar al espectador, probablemente lo más complicado de conseguir. Son los de Amorevo actores con mayúsculas, de escuela, que parecen haber mamado clases de actuación desde la misma cuna. No hay momentos de aburrimiento en “Sister Act”. No decae ni por un momento el espíritu que tiene que tener que tener todo buen musical que se precie de serlo. El montaje que hacen es digno de cualquier teatro de la Gran Vía, e incluso superior a muchas de las obras que se representan hoy allí. No tiene nada que envidiar a Broadway. Los de Amorevo lo tienen todo. Tablas, ideas, genio, ingenio, sentido del humor a mansalva, y una ilusión que desde el primer momento consiguen inocular en los espectadores.
Ya lo viví el año pasado, y he vuelto a vivirlo este año. No creo haber asistido a ningún espectáculo en mucho tiempo en que la salva de aplausos, con todo el mundo de pie, suene de una forma tan atronadora, con “bravos” emocionados de un público entregado. Iba con dos personas que pensaban antes de entrar lo mismo que pensé yo el año pasado antes de ver “El baile de los vampiros”. “Bueeeno, vamos a pasar la tarde… Un grupo de teatro aficionado… A ver si acaba pronto y nos dedicamos a otra cosa…”. Puedo dar fe, porque estaba a su lado, que desde el primer momento alucinaron en colores con las luces, con el montaje, con los decorados, con los actores. Aplaudieron los dos a rabiar, y juraron volver al próximo montaje, y al siguiente, y a todos, porque Amorevo es como una sustancia que se mete en el alma y te convierte en adicto a su forma de ver los musicales. Dos más que han caído, y no serán los últimos.
Al final del espectáculo tuvimos la oportunidad de saludar a algunos de los miembros del equipo, entre ellos a Rafael Justo, compañero y amigo de mi hermana, encargado de las luces, que por cierto son un espectáculo en sí mismas. Después saludamos a varios actores, y en ese momento fue cuando me llevé la sorpresa, la gran sorpresa de la noche: son actores muy jóvenes, todos, y os puedo asegurar que no lo parecen, que en el escenario crecen y se hacen gigantes del espectáculo. Tuve el gran honor de saludar a “Sudorito”, vestido todavía con su traje de faena, con el micrófono pegado a la mejilla, y quejándose de que al quitarle el traje en la maravillosa escena de su baile, se lo rompieron sin querer. Me hice una fotografía a su lado, y me sorprendió su juventud, sobre todo después de haber tenido el privilegio de contemplar su grandeza y su madurez como el gran actor que es. Lo mismo me ocurrió con el gángster rubio de la coleta, que se marca uno de esos bailes que cuesta trabajo olvidar en mucho tiempo, y con una de la hermanas. Son todos jóvenes, pero grandes, muy grandes actores.
El cine español está plagado de actores que no saben ni declamar ni, por supuesto, actuar, que basan todo su atractivo en su hipotética belleza, en su tabla de chocolate o en unos senos más o menos sugerentes, en la atracción que ejercen hacia una plaga de espectadores que ni sabe apreciar una buena actuación ni le importa un carajo, en su insolencia frente a las cámaras, en una supuesta rebeldía contra su entorno en particular y contra el mundo en general que de falsa que es ya aburre, y en sus constantes apariciones en la televisión, ese monstruo cada vez más mediocre, falso e insulso, que se fagocita a sí mismo y al mundo de la interpretción en general. Aparecen en series interminables, que aburren desde el primer capítulo, al menos a los que buscamos algo más que simplemente pasar el rato. Comentábamos todo eso a la salida de Sister Act, y llegamos a la conclusión de que menos mal que nos queda Amorevo. La cantera que supone ese grupo se valorará algún día como se merece.
Larga vida a Amorevo, y gracias por la ilusión, el saber hacer y la emoción que sois capaces de transmitir con un simple movimiento, una frase bien dicha, y una canción que hace vibrar.