miércoles, 28 de junio de 2023

LIBRES

La utilidad, una obsesión que marca nuestra vida prácticamente desde que nacemos. Porque, ¿para qué sirve un ser humano?

En 1939, los nazis se preguntaron lo mismo, pero en pasiva. Decidieron que los retrasados mentales, los inválidos, los nacidos con malformaciones, no sólo no servían para nada, sino que además le costaban un dineral al estado. Exactamente 60.000 marcos anuales, como se puede ver en el cartel que adjunto a esta entrada. Los nazis encontraron rápidamente una solución a este problema. Una operación, la AKTION T4, que consistía básicamente en cargarse a estos ciudadanos que no servían para nada. Se trata de un episodio poco conocido, poco divulgado, porque las víctimas eran los propios ciudadanos alemanes. Las ejecuciones se llevaban a cabo en clínicas de Alemania y Austria, como Grafeneck, Hadamar o Sonnestein, siniestros lugares que cesaron su actividad en 1941, cuando los obispos de Berlín protestaron por estas ejecuciones. Siniestros lugares que se convirtieron en campos experimentales de todo lo que vino después, cuando los nazis se preguntaron ¿para qué sirve un judío?, o ¿para qué sirve un gitano?.

Sin llegar a los expeditivos métodos de los nazis, al menos de momento (todo futuro puede ser incierto), incluso a día de hoy nos hacemos a menudo preguntas similares. ¿Para qué sirve un anciano, por ejemplo?. No podemos evitar pensar que los ancianos, en realidad, no aportan nada a la sociedad, porque no hacen nada.

Y esa es precisamente la clave de la propuesta que Santos Blanco y Javier Lorenzo, director y guionista, nos ofrecen en su película, “Libres”. Porque en ella aparecen personas que han tomado la decisión de SER, no de HACER. En el coloquio posterior a la película, Javier Lorenzo nos confiesa que le descolocó bastante que una de esas personas, interna en un monasterio de clausura, le dijera que ellos rezaban, sí, pero para sí mismos, porque no consiste en hacer algo por los demás, sino en ser una criatura de Dios, del mismo modo que lo es un retrasado mental, un inválido o una persona nacida con malformaciones.

Sorprende casi desde el primer momento la convicción con la que estas personas, hombres y mujeres, decidieron abandonar el mundo, su familia, su lucrativa profesión en algunos casos, para abrazar la clausura cuando sintieron esa “llamada” de la que hablan algunos de ellos. Cuesta entender, desde nuestra perspectiva de integrados en ese mundo, en esa sociedad que ellos dejaron, que alguien pueda tomar una decisión así, pero eso ocurre, y a medida que transcurría la película me di cuenta, porque nosotros estamos tan inmersos en nuestra forma de vida, que lo único que valora es el hacer, el ser útil a la sociedad, que no somos capaces de entender sus razones. Desde el respeto más absoluto, sin mostrar ese lado oscuro o cuando menos pintoresco que le atribuimos por desconocimiento a un monasterio de clausura, Santos y Javier nos sumergen de lleno en esa realidad, usando para ello una fotografía y una música espectaculares.

Uno de los monjes manifiesta
al principio que “el brillo del mundo material no te llena, nunca te llena, pero consigue distraerte, y puede estar distrayéndote durante toda tu vida”. En algún momento de su vida sintió la llamada, y el mundo material dejó de tener importancia para él. En ese momento alcanzó la victoria, le perdió el miedo a la muerte, el miedo a todo, ese miedo, que nos atenaza en la sociedad, a cosas a las que no deberíamos tenerle miedo por lo poco importante que son. En ese momento sintieron a Cristo formando parte de ellos.

Los testimonios son diferentes, pero todos tienen el nexo común de proceder de una decisión muy meditada y prácticamente imposible de obviar. Cuesta entender las razones, cuesta entender las circunstancias que han llevado a cada uno de ellos a ese lugar, pero no cuesta nada dejarse llevar, dejarse irradiar por la enorme paz interior que muestran en todo momento.

La película transcurre como un ejercicio de meditación, de comprensión, de empatía cada vez más acusada. A la incredulidad inicial, nacida de un prejuicio, de una especie de temor a lo desconocido, le sigue, a base de testimonios, imágenes, música, silencios y sonrisas, la apertura a un mundo, a una forma de pensar que seguramente ninguno de los espectadores habíamos pensado a priori que nos iba a impactar de esa manera. No se trata de una película religiosa, sino, sobre todo, espiritual. Lo resumió muy bien una espectadora en el coloquio final, “Aquí no se habla de Iglesia, ni de sus desmanes, ni de sus problemas, ni de sus pecados. No se trata de ser creyente o no, porque a cualquiera, sea o no creyente, no le puede dejar indiferente la enorme espiritualidad de estas personas

No se trata de juzgar, ni de opinar, ni tan siquiera de tratar de entender. De lo que se trata en realidad es de abrir el alma a una forma de entender la vida que conecta directamente con lo más puro del ser humano como parte de la naturaleza que nos rodea. Y sobre todo, de dejarse llevar por esa paz interior que irradia la película desde el principio hasta el final.

Y para que, de alguna manera, dejemos de seguir preguntando para qué sirve un ser humano.