domingo, 9 de agosto de 2020

LA VIOLABILIDAD ES UNA GOLOSINA

NOTA A LA ENTRADA DE FECHA 15 DE AGOSTO DE 2020

Escribí la entrada hace seis días, el 9 de Agosto de 2020, cuando muchas voces, muchos medios, muchos miedos, indicaban que la culpa de los rebrotes, porque siempre hay que culpar a alguien, eran casi en exclusiva de las reuniones juveniles en locales, fiestas, etc. Me dejé llevar por la marea, y lo reconozco. Con esta nota quiero pedir disculpas. Si bien algunos conceptos de la entrada relativos a la mala educación que un sector de la sociedad le ha proporcionado a sus hijos siguen siendo válidos en mi opinión, hoy me he dado cuenta de la manipulación, de la facilidad con que se ha culpado a un sector de la población, los jóvenes, del fracaso de la desescalada. Ayer vi en mi ciudad autobuses atestados de personas que iban a trabajar por la mañana, el metro con los andenes llenos, sin distancia de seguridad. Ayer dijeron que en Madrid se van a hacer "test masivos", consistentes en 1000 pruebas PCR en las zonas más afectadas, hasta un total de 6000, en una ciudad de más de cinco millones de habitantes. He seguido en los medios la chapucera contratación de 20 rastreadores en la Comunidad de Madrid, a dedo, a una empresa en la que, casualmente, trabaja el hermano del consejero de Sanidad de la Comunidad. 20 rastreadores en una ciudad en la que harían falta 800 más de los 400 que hay. Sigo percibiendo que las CCAA son cada vez menos solidarias, menos profesionales y mucho menos eficaces en la gestión de algo que le viene muy, muy grande. Y sigo viendo a un Gobierno desnortado, que no termina de coger el toro por los cuernos basándose precisamente en las competencias de las CCAA. A día de hoy los casos diarios se han duplicado, pero aún así las condiciones de trabajo de las empresas, de los temporeros y de la gente que trabaja en campo y cadenas de producción siguen siendo precarias, tercermundistas. Soy pesimista con todo esto, porque los opinadores oficiales, los memos, los odiantes y los imbéciles son los que llevan la voz cantante en un problema que nos afecta a todos. No, no se puede culpar a la juventud, o al menos no sólo a ellos. Me equivoqué con la entrada, lo reconozco.

Muchas veces he dicho que lo mejor de este blog son los comentarios. Uno de esos comentarios me ha hecho reflexionar mucho sobre el asunto, y los datos oficiales de los últimos días me han decidido, junto a ese comentario, a escribir esta nota. Voy a dejar la entrada como estaba, pero con esta nota aclaratoria. Espero que me disculpéis, me erigí en espada de Damocles sin ver más allá, y eso es algo que no me gusta. Un abrazo a todos.

ENTRADA DE FECHA 9 DE AGOSTO DE 2020

Son jóvenes, tienen que divertirse, hay que comprenderlo, hay que asimilarlo, Cuando las hormonas entran en ebullición, es imposible controlarlas, quien pudiera, quien pillara otra vez esa edad, pobrecitos, han sufrido mucho con el confinamiento, hay que entenderlos… Si, y hay que dejar que se desteten cuando ellos lo consideren oportuno, como la niña de cinco años pegada a la teta de su madre en “Embarazados”, y comprarles un teléfono móvil de última generación porque claro, lo llevan sus compañeros, y una mochila de cien euros para los libros del cole, porque al niño se le ha antojado porque lleva a la patrulla canina dibujada, cuando las que están al lado, de veinte euros, no llevan nada, pero son más robustas (en este caso, la madre compró la mochila cara, entre otras razones, además de por los llantos de la criatura, porque la papelería estaba llena de madres que observaban), y dejarles que coman pizza, chuches y Coca-cola todos los días, porque si no es así se ponen muy pesados. Pobrecitos, no hay que coartarles las iniciativas, hay que dejarles que desarrollen su propia personalidad. Hay que estimularles siempre, hagan lo que hagan y de la forma en que lo hagan, y darles todo lo que pidan, porque claro, al no estar con ellos durante la mayor parte del día, lo mejor es darles los caprichos. ¿Y los profesores? Los profesores no tienen ni idea, la mayoría son frustrados que no valen para otra cosa. Ya aprenderán ellos de quien tienen que aprender para ser algo en la vida, que eso es lo importante, ganar pasta sin esfuerzo alguno, y mientras llega ese día, pues oye, hay que sacrificarse y comprarles ropa de marca, zapatillas deportivas de culto, pagarles viajes, pagarles el móvil, pagarles las multas… Y pobrecitos, tienen que salir, y tienen que divertirse.

Sí, y tienen que saltarse todas las normas establecidas, porque al darles todo lo que piden, todo lo que necesitan antes incluso de que lo pidan (porque también queda muy bien entre las amistades ser los primeros padres en comprarle e su hijo esa Tablet de última generación), el único recurso que les queda para llamar la atención entre familiares y colegas es transgredir, violar las normas, ser los “malotes” de su grupo de amigos.

Vamos a ver, no nos engañemos. Nosotros, cuando éramos niños, robábamos chocolate de la nevera, galletas de la estantería, golosinas… Para ellos, para los de ahora, la violabilidad es una golosina. Y la violabilidad puede alcanzar muchos grados, como robarle al padre la tarjeta de crédito con doce años para comprar petardos (real), sacar una revista pornográfica con los colegas cuando se supone que estás estudiando, fumarse un cigarro y tirar la colilla por la ventana, o cosas más graves, como pinchar las ruedas de los coches del garaje de tu vecindad (porque pincharlas en los coches de la calle les acojonaría), poner pintadas violentas, agredir a los compañeros del colegio o violar niñas que se quieren integrar en el grupo de amigos. El grado de violabilidad permitido a los menores de edad, y no tan menores, es directamente proporcional a la estupidez de los que consienten esos actos, desde padres (para los que, por supuesto, sus hijos jamás son culpables, hagan lo que hagan) hasta amigos, conocidos e instituciones.

El problema surge cuando esa violabilidad, que para ellos es eso, una golosina, provoca muertes, como está ocurriendo ahora.

El problema surge cuando un muy numeroso colectivo de adultos, dejándose arrastrar por esa falacia estúpida de “son jóvenes, y hay que dejarles”, piensan que ellos son jóvenes también, y están fuera de peligro. Un colectivo muy numeroso de adultos irresponsables que no son gente, sino gentuza, porque les importa un pimiento no ya su propia salud, sino la de los demás. Adultos que están convencidos de las teorías más rocambolescas sobre una enfermedad de la que lo que menos se puede estar es convencido de algo, porque ni los propios especialistas saben bien cómo actúa, cómo se contagia. Pero ellos, esos estúpidos sociales, esos suicidas tipo lemming a los que no se les puedes convencer de que no llevar mascarilla es una irresponsabilidad, tan peligrosa como juntarse en una comilona de amigos o en una fiesta familiar, siguen con su mantra particular, entre los que he escuchado, por ejemplo, las siguientes “perlas de sabiduría”:

-          Estoy convencida de que el virus no se propaga por el aire.

-          No hace falta la mascarilla, porque el virus lo pilla quien Dios quiere.

-          No, no, el virus se contagia entre los jóvenes pero a estos no les pasa nada, y ellos no lo contagian a los mayores.

El caso, la verdad, es que en España lo estamos haciendo como el culo con los rebrotes. Somos ahora mismo el país de Europa con más peligro y más contagiados diarios, muy por encima de todos los países de nuestro entorno. No voy a entrar en razones políticas, que para muchos de esos descerebrados son lo más importante, porque no se trata de una cuestión política. Seguiremos como el culo, y probablemente tendremos otro confinamiento en septiembre o en octubre, como no borremos de nuestra cara y de nuestra mente esa sonrisa condescendiente con lo que está pasando, y tomemos medidas fuertes contra las reuniones de ocio nocturno y de muchedumbres sin controlar. Multas fuertes, castigos importantes, y sobre todo pruebas en esos lugares de riesgo.

Es una imbecilidad tremenda de todo el mundo, incluidas las autoridades, ese mantra que se ha instalado en nuestras mentes: “con el COVID hay que convivir”. No, señoras y señores, eso no es verdad. Es una gilipollez como un castillo de grande. Con el COVID hay que ir a por él, buscarle, atajarle donde se presente, y que no se expanda más allá. Hay que hacer más pruebas en los lugares de riesgo, contratar más rastreadores, analizar las aguas residuales… Lo que sea, pero antes de que explote en una determinada zona. Mientras no nos mentalicemos de eso, y de que nos estamos jugando la vida y el futuro, no conseguiremos nada.

La sangre tira, eso está claro. Por eso resulta muy complicado inculcar en la gente que hoy en día resulta un gesto de amor más grande y mucho más importante no ver a los seres queridos que quedar con ellos a tomar una caña en una terraza. Hoy en día, un abrazo puede matar, aunque sea un signo de amor.

Le dedico esta entrada a mi hermano Michael P., que me la ha inspirado. Su visión de las cosas es muy importante para configurar la mía