Sí, y tienen que saltarse todas las normas establecidas,
porque al darles todo lo que piden, todo lo que necesitan antes incluso de que
lo pidan (porque también queda muy bien entre las amistades ser los primeros
padres en comprarle e su hijo esa Tablet de última generación), el único
recurso que les queda para llamar la atención entre familiares y colegas es
transgredir, violar las normas, ser los “malotes” de su grupo de amigos.
Vamos a ver, no nos engañemos. Nosotros, cuando éramos
niños, robábamos chocolate de la nevera, galletas de la estantería, golosinas…
Para ellos, para los de ahora, la violabilidad es una golosina. Y la
violabilidad puede alcanzar muchos grados, como robarle al padre la tarjeta de crédito
con doce años para comprar petardos (real), sacar una revista pornográfica con
los colegas cuando se supone que estás estudiando, fumarse un cigarro y tirar
la colilla por la ventana, o cosas más graves, como pinchar las ruedas de los
coches del garaje de tu vecindad (porque pincharlas en los coches de la calle
les acojonaría), poner pintadas violentas, agredir a los compañeros del colegio
o violar niñas que se quieren integrar en el grupo de amigos. El grado de
violabilidad permitido a los menores de edad, y no tan menores, es directamente
proporcional a la estupidez de los que consienten esos actos, desde padres
(para los que, por supuesto, sus hijos jamás son culpables, hagan lo que hagan)
hasta amigos, conocidos e instituciones.
El problema surge cuando esa violabilidad, que para ellos es
eso, una golosina, provoca muertes, como está ocurriendo ahora.
El problema surge cuando un muy numeroso colectivo de
adultos, dejándose arrastrar por esa falacia estúpida de “son jóvenes, y hay
que dejarles”, piensan que ellos son jóvenes también, y están fuera de peligro.
Un colectivo muy numeroso de adultos irresponsables que no son gente, sino
gentuza, porque les importa un pimiento no ya su propia salud, sino la de los
demás. Adultos que están convencidos de las teorías más rocambolescas sobre una
enfermedad de la que lo que menos se puede estar es convencido de algo, porque
ni los propios especialistas saben bien cómo actúa, cómo se contagia. Pero
ellos, esos estúpidos sociales, esos suicidas tipo lemming a los que no se les
puedes convencer de que no llevar mascarilla es una irresponsabilidad, tan
peligrosa como juntarse en una comilona de amigos o en una fiesta familiar,
siguen con su mantra particular, entre los que he escuchado, por ejemplo, las
siguientes “perlas de sabiduría”:
-
Estoy convencida de que el virus no se propaga
por el aire.
-
No hace falta la mascarilla, porque el virus lo
pilla quien Dios quiere.
-
No, no, el virus se contagia entre los jóvenes
pero a estos no les pasa nada, y ellos no lo contagian a los mayores.
El caso, la verdad, es que en España lo estamos haciendo
como el culo con los rebrotes. Somos ahora mismo el país de Europa con más
peligro y más contagiados diarios, muy por encima de todos los países de
nuestro entorno. No voy a entrar en razones políticas, que para muchos de esos
descerebrados son lo más importante, porque no se trata de una cuestión
política. Seguiremos como el culo, y probablemente tendremos otro confinamiento
en septiembre o en octubre, como no borremos de nuestra cara y de nuestra mente
esa sonrisa condescendiente con lo que está pasando, y tomemos medidas fuertes
contra las reuniones de ocio nocturno y de muchedumbres sin controlar. Multas
fuertes, castigos importantes, y sobre todo pruebas en esos lugares de riesgo.
Es una imbecilidad tremenda de todo el mundo, incluidas las
autoridades, ese mantra que se ha instalado en nuestras mentes: “con el COVID
hay que convivir”. No, señoras y señores, eso no es verdad. Es una gilipollez
como un castillo de grande. Con el COVID hay que ir a por él, buscarle,
atajarle donde se presente, y que no se expanda más allá. Hay que hacer más
pruebas en los lugares de riesgo, contratar más rastreadores, analizar las
aguas residuales… Lo que sea, pero antes de que explote en una determinada
zona. Mientras no nos mentalicemos de eso, y de que nos estamos jugando la vida
y el futuro, no conseguiremos nada.
La sangre tira, eso está claro. Por eso resulta muy
complicado inculcar en la gente que hoy en día resulta un gesto de amor más
grande y mucho más importante no ver a los seres queridos que quedar con ellos
a tomar una caña en una terraza. Hoy en día, un abrazo puede matar, aunque sea
un signo de amor.
Le dedico esta entrada a mi hermano Michael P., que me la ha
inspirado. Su visión de las cosas es muy importante para configurar la mía