Tal fecha como hoy, hace ya seis años, fue un día triste
para la familia. Se fue mi padre, sin hacer ruido, en silencio. Había decidido
por su cuenta dejar de bailar, evitar lo que probablemente se le hubiera venido
encima, un tratamiento duro. Me lo imagino muchas veces diciendo “¿Que me van a
hacer qué? Quita, quita, yo me largo…”. Ya le dediqué una entrada por aquellas
fechas, quienes le conocieron le llevan todavía en su interior, saben y
aprecian lo que sembró. De los que quiero hablar ahora es de los que estuvieron
en el último momento, acompañándole en el tanatorio y en la incineración, en la
Almudena.
Recuerdo la soledad inicial, el amanecer de la noche en que
falleció, mi hermano y yo en la habitación del hospital. Poco a poco fue
llegando gente. Mi cuñada creo recordar que fue la primera, desconsolada.
Después mi cuñado y mi hermana, y poco a poco todos los demás. Después de hacer
las gestiones necesarias, le trasladamos al tanatorio de San Isidro.
Familia, amigos, conocidos y hasta vecinos llenaban la sala,
durante todo el tiempo. Hubo abrazos, besos, charlas emotivas de la gente que
le conocía, recordando anécdotas, viajes, discusiones, comidas, encuentros y
desencuentros en los que él había participado. La imagen que tengo de aquel día
y el siguiente es de la cantidad de gente, de la cantidad de lágrimas que se
vertieron en su honor.
Recordé lo que me había dicho mi jefe durante la
incineración de Pilar, mi mujer, en septiembre de 2008, a la que también acudió
muchísima gente. Yo me sorprendí al ver allí no sólo a compañeros, sino incluso
a personas que simplemente trabajaban en la misma obra pero que no pertenecían
a mi empresa. Al comentárselo a mi jefe, este me susurró al oído “recoges lo
que siembras”.
Se me quedó grabada esa frase. La recordé también el 4 de
Octubre de 2017, hace poco más de dos años, cuando falleció el padre de mi
novia. El escenario era diferente, un tanatorio pequeño, pero muy entrañable, a
las afueras de Benalmádena, pero el sentimiento era idéntico. Cuando llegamos
allí, desde Madrid, en el primer AVE que salió de Atocha, todavía era pronto, pero
a medida que avanzaba el día, aquel pequeño rincón se fue llenando de gente, de
familia llegada de Barcelona, de Cádiz, de Valencia… De amigos, de compañeros
de trabajo del Ayuntamiento, de clientes… Todos recordaban a aquel hombre con
cariño, y contaban anécdotas, vivencias, manías, rasgos de su carácter…
Exactamente igual que con mi padre. Vidal también había sembrado, y mucho. No
coincidí con él demasiado, ni por la distancia ni por el tiempo, pero era una de
esas personas que por su forma de ser dejan huella profunda en el alma.
Pilar, Jose Luis, Vidal, Raimundo, Enriqueta y muchos otros…
Ellos sembraron. Cada uno de los que les hemos conocido les llevamos en nuestro
interior. Y no hablo en un sentido metafórico, no. En muchas ocasiones somos ellos, actuamos exactamente igual que ellos. Están en nosotros, y en muchos de los que llenaron también la sala del tanatorio, de los que
abarrotaron el comedor de su casa cuando todavía no era muy usual el uso de los
tanatorios, de los que formaron cuando se fueron un ejército de personas que les
lloraba, pero que también sonreían recordando su vida, su forma de ser. Llorar
porque se han ido, reír por haber tenido la inmensa suerte de haberles
conocido. Personas que siembran, personas que recogen.
No recuerdo la fecha. Ni siquiera el año. Tenemos tendencia
a olvidar los sucesos que nos han amargado, y aquel fue probablemente el que
más tristeza me ha causado en toda mi vida. El padre de un supuesto amigo había
fallecido, y estaba en el tanatorio de una ciudad fuera de Madrid. No fui por
el amigo, sino por aquel hombre entrañable, al que yo había conocido cuando era
niño, en el colegio, cuando era compañero de ese supuesto amigo. Creo que jamás
he sentido una angustia tan profunda como cuando entré en la sala de aquel
tanatorio. El supuesto amigo estaba sentado en un sillón, con su mujer al lado,
mientras su hija pequeña jugaba con unas muñecas en una mesita supletoria.
No había nadie más.
Tuve una sensación muy extraña, de profunda pena. Ni por lo
más remoto me hubiera imaginado algo así. Recuerdo que pensé que aquel hombre
no merecía aquello, que su carácter jovial, siempre con una anécdota que contar
con aquella agradable voz que todavía recuerdo, siempre generoso a la hora de mostrar sus sentimientos, tenía que haber sembrado por
fuerza en el alma de muchas personas, como lo habían hecho Pilar, mi padre, Vidal,
mi abuela… No podía ser, no es justo que una persona esté tan poco acompañada
en su partida. No me entraba en la cabeza. Después de dar el pésame, salí con
mi supuesto amigo a la puerta del tanatorio. Allí, sentados en un banco, mi
supuesto amigo aprovechó la ocasión para pedirme dinero prestado. Le negué el préstamo, le saludé, le
di un apretón de manos, y me marché. No he vuelto a verle más, por suerte. No
me molestó, no me dolió, más bien, que me pidiera dinero, sino que le hubiera
robado a su padre, con sus acciones y su comportamiento, la oportunidad de
recoger lo que, sin ninguna duda, aquel hombre había sembrado a lo largo de su
vida.
Ayer estuve leyendo unas notas de mi padre, escritas con esa
letra suya tan peculiar. Anécdotas de una Semana Santa en Gandía, con nuestros
hijos todavía niños dando la brasa ("¿Cuándo llegamos? ¿Cuándo comemos? Me meo…"),
pensamientos de grandes hombres que copiaba de libros o del ordenador… Siembra.
Hoy es un día triste, porque se fue, pero también es un día
alegre, porque está ahí, a nuestro lado. Muchas personas se obsesionan por
dejar algo para la posteridad, por ser ricos y famosos, por ser recordados,
como Aquiles, o por dejar una cuantiosa herencia… Yo me conformo con sembrar un
poco, aunque sea la décima parte de lo que han sembrado en mi alma las personas
a las que he tenido la inmensa fortuna de conocer.
¡Qué bonito!
ResponderEliminarY tú precisamente sabes bien que es así, Mayte
EliminarLlega al alma!
ResponderEliminarMujer, es un honor que me diga eso una persona tan leída como tú. Muchas gracias!
EliminarPrecioso, creo q permanecemos mientras q alguien nos recuerde. Con tu blog rindes homenaje a los q siguen para siempre con nosotros, porque se merecen hacerlo, por derecho.
ResponderEliminarSe han ganado a pulso permanecer a nuestro lado. Me parece un planteamiento muy bonito, tienes razón
EliminarMuy profundo....es verdad que recoges lo que siembras.
ResponderEliminarCreo que para vivir tienes que tener esa idea clara desde el principio
EliminarSobrecogedor, profundo. En la vida, recoges lo que siembras. Tambien en la muerte…
ResponderEliminarHace muchos años estuve en el entierro del padre de un compañero de trabajo. Era una persona, según su hijo, aparentemente anónima, solitaria. Su hijo, mi compañero, estaba sorprendido de la cantidad de gente que había ido al entierro y le contaban, agradecidas, cosas que su padre había hecho por ellos. Fue algo impresionante, ver a ese compañero recoger el legado que su padre había dejado en otras pesonas
EliminarMe ha gustado mucho, recuerdo lo que sentí con el mío eran personas con un gran valor
EliminarMuchas gracias. El tuyo fue también una gran persona. A medida que le voy conociendo por sus escritos y por el respeto que despierta en los demás compruebo que también deja una huella muy profunda. Gracias otra vez y bienvenida
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