Se trata de una obra estructurada en siete lecciones impartidas por el maestro Flotats a sus alumnos, en especial a Claudia, que interpreta el papel de una Elvira empeñada en salvar a don Juan del abismo, a lo largo del año 1940, fecha en que se produjo la invasión de París por las tropas nazis. En la primera lección el espíritu es jovial, alegre, desenfadado. El maestro y sus alumnos disfrutan de su aprendizaje, y la música que acompaña la escena, al principio y al final, es suave, compuesta canciones francesas ligeras de aquella época. Una música que se va endureciendo, salpicada de discursos y marchas nazis, a medida que va avanzando el año. Claudia sigue interpretando su escena, la misma escena, unas veces mejor y otras peor, mientras don Juan y su criado apenas hablan. Las interrupciones de Flotats para analizar la interpretación de la chica se van espaciando cada vez más, a medida que la mejora de la joven actriz se va haciendo cada vez más evidente. Poco a poco, clase a clase, escena a escena, la tristeza se va adueñando de los cuatro personajes, del mismo modo que las tinieblas y la oscuridad se abaten sobre todo lo demás. En un momento dado, a alguien se le ocurre que es una buena idea colocar una enorme bandera, símbolo del opresor, en el lugar en que el profesor y sus alumnos trabajan, y eso pesa como una losa sobre ellos. Pero aún así, las clases continúan.
Al parecer Flotats se ocupa de todo en cada uno de sus montajes. De la música, de la iluminación, de la puesta en escena. Los cuatro actores declaman en vivo, sin ampliación, y se les escucha perfectamente. Me pareció increíble, grandiosa, la interpretación de Natalia Huarte, llena de emotividad y una profesionalidad sobre el escenario que denota muchos años de experiencia y de esfuerzo sobre él. Resultan encantadoras también las continuas alusiones de Flotats al público, señalándole mientras les dice a sus alumnos "si no tenéis sentimiento, si no sois vuestro personaje, el público se aburre", algo que desde luego no ocurre en un espectáculo que dura hora y media y sin embargo se pasa volando.
El final es sobrecogedor. Poco antes hemos visto a los alumnos y al profesor escuchar atentamente en el gramófono a una antigua cantante interpretando una hermosísima aria de Handel, como una especie de contrapunto y acceso de rebeldía de profesor ante canciones nazis que ya lo impregnan casi todo. Se trata de la última lección, y la interpretación de Claudia de la escena de don Juan es perfecta. El epílogo, sin palabras, de una fuerza y un mensaje brutales, me hizo llorar literalmente en la butaca. Es un final que jamás olvidaré.Es el final, sin duda, que provocó, junto al resto de la obra, por supuesto, que casi todo el público que inundaba la sala se pusiera en pie a aplaudir al maestro y a sus alumnos, que tuvieron que salir cuatro veces a saludar
Resulta inquietante hoy en día el mensaje tan actual que emana de una obra de 1940. Resulta muy triste que a la cultura, al arte, al esfuerzo y a la superación de cada uno se le siga dando la mínima importancia para darle la máxima al enfrentamiento, la ignorancia, la intolerancia y la oscuridad. Lo dice muy bien el mismo Flotats:
"Creo acertado y oportuno, en estos momentos en que la sociedad, cada vez más olvidadiza de su historia, parece resaltar como ejemplo y valor máximo el discurso hipermediático, rápido y masivo, que le ofrece la digitalización, los tweets y las fake-news, gracias al big data, big pharma y big finances, pararse a reflexionar sobre nuestro arte dramático.
Protundizar en él no únicamente a los que practicamos su aprendizaje, sino también hacia el público que lo recibe en vivo. Cuestionarnos sobre nuestro oficio, sobre nuestra realización, a través de él o gracias a él".
Una obra para disfrutar, para saborear, para reflexionar, para sentir. Una obra para aprender algunos aspectos muy importantes sobre el teatro, que no es en definitiva más que un camino muy adecuado para entender la vida
No hay comentarios:
Publicar un comentario