sábado, 21 de enero de 2023

COSAS DE LIBROS. COSAS DEL ALMA


En cada uno de los días de mi vida, desde que tengo uso de razón, en algún momento de la noche me ha arropado un libro. Cada día, desde siempre, incluso en los momentos más tristes y duros, cuando dormía en el sofá de la habitación del hospital en el que estaba ingresada Pilar, con esa extraña sensación de no poder o no querer dormir por si ella necesitaba repentinamente algo. Pues incluso en esas noches, esas muchas noches en ese sofá, en algún momento me arropó un libro. 

Tengo muchas cosas que agradecerle a mi padre. Infinidad de ellas. Podría vivir una vida entera dedicada exclusivamente a agradecerle la forma en que me construyó, los valores que me inculcó, y la libertad de pensamiento y obra que supo transmitirme, no sé todavía, y creo que no lo sabré nunca, si consciente o inconscientemente. Una de esas cosas a agradecer es la encantadora manera con la que consiguió que me interesara por la literatura, por los libros, por los tebeos. Me contaba a su manera el libro que preside esta entrada. Como si fuera un cuento, recorría con su dedo la ruta que siguió Ulises en su viaje, y justo cuando se suponía que iba a llegar a Ítaca, y el Dios Eolo desvió su barco con una tempestad, mi padre decía “mira, parece que va a llegar, ya está llegando, ya va a volver a ver por fin a Penélope y a Telémaco, pero espera… ¡Noooooo…!! ¡¡Eolo está soplando, la tempestad lo aleja!! Y vuelta a empezar”, y señalaba con su dedo justo la curva que estoy señalando yo en la fotografía, dibujada en el interior del libro. En mi recuerdo, ese libro fue el primero, y con ese libro nos pasamos mi padre y yo las horas muertas, leyendo y analizando los dibujos, sufriendo cuando el cíclope Polifemo se come vivos a unos cuantos compañeros de Ulises, y disfrutando cuando Ulises consigue por fin llegar a Ítaca y saluda a su perro Argos y a su fiel criado Eumeo. 

Después vendrían más, muchos más libros. Y tebeos, infinidad de tebeos. De hecho, hubo más tebeos que libros, lo que de alguna manera inquietó a mi padre hasta el punto que un día se las arregló para entrar al patio del colegio en el que yo cursaba, con ocho años, tercero de primaria, y coger por banda a don Jesús, mi profesor, para decirle que su hijo le preocupaba porque leía muchos tebeos. Don Jesús, sin inmutarse, le contestó “que lea tebeos, o libros, es indiferente. Lo importante es que lea”, dejando a mi padre mucho más tranquilo ya para siempre. 

Para mí, ir de visita a casa de mis primos, consistía sobre todo en coger un libro o un tebeo de su librería (mis primos también han sido siempre muy buenos lectores), y aislarme en un sillón leyendo, y rezando para que la visita no terminara antes de que yo acabara mi lectura. Y lo más curioso es que no recuerdo que nadie nunca me recriminara esa especie de insociabilidad congénita. Mis tíos y primos ya parecían tener asumido que nada más llegar iba a sacar de debajo de la cama de mi prima el cajón de madera repleto de tebeos antiguos de Bruguera, tales como Tío Vivo, Pulgarcito o DDT, a dos colores, o los libros gordos de PELÍCULAS de Walt Disney con el lomo blanco con letras doradas en casa de mis otros primos, y me sentaba para devorarlos sin ninguna consideración. 

Recuerdo una charla que Emilio Duró nos regaló a todo el personal de mi empresa. Además de las muchas ideas motivadoras que nos transmitió, se me quedó grabado lo que dijo acerca de las personas más o menos positivas, con más o menos un buen nivel de autoestima, de equilibrio anímico. Dibujó una línea recta en la pizarra, que representaba la trayectoria mental de una persona positiva. De repente bajó la línea en picado. “Aquí aparece un momento fatal, una tragedia, un suceso incontrolado en la vida de nuestra persona positiva, y la moral se va por los suelos, aparece la ansiedad, la depresión, la tristeza. La persona toca fondo, pero por poco tiempo. Nuestra persona, más tarde o más temprano, irá recuperando poco a poco su manera de ser (en ese momento dibujaba con la tiza la línea hacia arriba), hasta alcanzar el mismo nivel de felicidad que tenía antes de la tragedia, del tremendo mazazo que le ha dado la vida. Y siempre, pase lo que pase, y se hunda lo que se hunda, acabará remontando y recuperando ese nivel”. 

Creo que en mi caso siempre se ha cumplido esa regla, y de hecho, se ha vuelto a cumplir. El año pasado, después del verano más feliz y completo de mi vida, que da para otra entrada o incluso para una buena novela, tuve un periodo de cierto bajón, en el que a veces me levantaba con la famosa frase “Buenos días, tristeza”, con una sensación, y me he dado cuenta ahora que por fin he conseguido volver a coger la perspectiva que siempre he tenido sobre mi propia vida, de una ligera pérdida de autoestima, de confianza en mí mismo. Como digo, ni siquiera he sido consciente de ello hasta ahora, y lo soy porque he alcanzado otra vez, como tantas otras veces a lo largo de mi vida, la línea horizontal de mi felicidad. 

Alguien me preguntó, precisamente en ese periodo de cierta pérdida de confianza en mí mismo, si era feliz, y la verdad es que no contesté, o contesté de mala manera. Ahora soy consciente que sí, que soy feliz, y que también era feliz en ese momento, si bien posiblemente debido a la incertidumbre del trabajo era feliz un ocho en una escala de cero a diez, y era feliz porque en algún momento de la noche, durante mi estado de duermevela o en la inconsciencia, un libro me arropaba.

Salvo en esos períodos, normalmente cortos, en los que, por lo que sea, por las circunstancias o los hechos que me rodean, no soy consciente de que soy feliz, el resto del tiempo, como ahora, creo que lo soy plenamente. Hasta en esos momentos ligeramente tristes, sé que más tarde o más temprano volveré a ser el que era, el que he sido siempre. 

¿Y cómo consigo recuperarme más o menos rápido, más o menos bien, más o menos airoso, de esos períodos de tristeza? Hace bastantes años, cuando sucedió lo de Pilar, llegó un momento en que creía que no podía más, en que me costaba un mundo levantarme y afrontar el día a día, y fui a una psicóloga. A la tercera visita me dijo “tienes recursos de sobra para afrontar y superar tu tristeza. No te hace falta un psicólogo”. Salí de allí entre aturdido y relajado. Aturdido porque no era consciente de tener recursos para remontar, y tranquilo porque, si lo decía un profesional, debía de ser verdad. 

Ahora soy más consciente de esos recursos. El año pasado sufrí un mazazo relacionado con el trabajo, y lo superé visitando una exposición de pintura en la Casa de vacas del Retiro. Esa fase de tristeza que he mencionado que tuve a finales del año pasado, relacionada en parte precisamente con el trabajo, la he remontado gracias a mis charlas con Chateaubriand, a compartir las miserias y grandezas de Rafael Chirbes, a comentar con Timandra sus encuentros con Alcibíades, y a la contemplación de la belleza en bastantes, muchas exposiciones. También me han acompañado en mi penar Delibes, Flotats, y los delirantes personajes de Harold Pinter que integran ese “Retorno al hogar” que te deja de todo menos indiferente. He caminado por mis sombras al lado de Kit, y del mismo modo que ella, cuando abandona el fuerte en el que ha muerto Port, su marido, y emprende su aventura con los hombres azules por las arenas del Sáhara. Además de la familia, como siempre, me han arropado los libros. 

No es una fórmula, no es la panacea, no trato de escribir un tratado psicológico para superar la tristeza. Funciona en mi caso, porque lleva funcionando toda mi vida, pero no sé si funciona en otras personas. Lo que sí puedo decir, porque creo que es así, es que no solamente somos lo que leemos, sino que lo que leemos nos ayuda a recuperar el sentido de nuestra vida cuando por alguna razón se desvía. Y si por alguna razón, por alguna extraña circunstancia, perdemos temporalmente esa comunión con la lectura, no debemos preocuparnos, porque algo de todo lo que hayamos leído a lo largo de nuestra vida vendrá a arroparnos cada noche, hasta que recuperemos nuestra verdadera esencia, nuestra verdadera alma.

6 comentarios:

  1. Así es, hermanito. Y además de la lectura, añadiría cualquier manifestación de la gran contribución del género humano: el arte. El arte, es el alimento del alma.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todo va ligado, por supuesto. La pintura, la escultura, la música, el cine... Pero creo que en mi caso el tronco de todo eso son las infinitas lecturas que tuve de pequeño. Y las que vinieron después, y siguen llegando. Y que no falten

      Eliminar
  2. Me acuerdo perfectamente de tu afición lectora y de nuestras broncas porque siempre que nos desaparecía un libro nos echábamos la culpa el uno al otro ¡te lo has llevado tú! Era nuestro mantra y saludo jjjjj
    Comparto lo que ayudan los libros a tener vidas repletas y a salir de situaciones críticas. También la gran suerte de compartir familias comprensivas a un entretenimiento que nos ocupaba el alma y el tiempo y que hoy nos conserva felices a pesar de algunas adversidades que la vida nos ha dado.
    Enhorabuena una vez más por tu forma de expresar lo que sientes y tu blog

    ResponderEliminar
  3. No quería hablar de los libros viajeros de casa en casa porque me parecía que era hacer sangre del pasado, pero ya que lo mencionas, es verdad, cuando iba a tu casa me las ingeniaba para llevarme algún libro, al tiempo que veía libros míos allí. Recuerdo en concreto una "Historia de la masonería " que me robaste descaradamente y jurabas y perjurabas que era tuya hasta poco antes de casarte e incluso después jajaja. Está claro que éramos tal para cual, y tienes razón, compartir esa afición contigo ha sido uno de lis mayores placeres. Espero que sigamos muchos años pudiendo seguir hablando, recordando y. ¿Por qué no? robándole mutuamente cultura. Un besote grande y gracias por comentar

    ResponderEliminar
  4. Había escrito algo bonito pero un vaivén del momento lo borró. Desconozco el motivo. Demasiado desnudo, demasiado real.
    Hemos leído cientos, miles de libros buenos y malos. Hemos tenido cientos de experiencias. Algunas reales otras ficticias. Con ellas fuimos abriéndonos un extenso camino, sin límites, sin lindes. Los libros nos pertenecían y nosotros éramos enamorados de lo leído, bueno o malo, artístico o técnico. A veces nos perdimos, me perdí hasta volverme una página en blanco.
    Me llegas al alma, te llegó. La perdida une y nos separa. Y mientras nosotros vivimos la vida sigue escribiendo tal vez sólo para nosotros.

    Un abrazo y un renglón, amigo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí no si lo que se borró podía superar esto que has escrito, amigo, porque es algo precioso. Permíteme que me apunte en el alma esa frase tuya, "enamorados de lo leído", porque es verdad. ¿Cuántas veces no nos habremos quedado ensimismado, mirando al infinito, después de llegar al final de una historia que debería habernos ocurrido a nosotros? ¿Cuántas veces nos hemos sentido identificados con un personaje hasta el punto de intentar imitarlo en nuestro día a día? Muchas. Cientos. Miles. Porque aunque nos hayamos convertido también muchas veces en una página en blanco, la vida se ha encargado de llenarla. Un abrazo, y muchas gracias por comentar

      Eliminar