En su charla, José Antonio nos viene a decir, resumiendo,
que a su edad, con su mochila de maestro, todavía sigue aprendiendo de los
niños. A medida que le escuchaba había, sin embargo, algo que no me cuadraba,
que me chirriaba. Y no era que de vez cuando denominara a los niños con el
apelativo “tesoro”, que también, sino algo más profundo. Descubrí qué era
cuando dijo una frase que, siendo cierta, me dio la clave:
“Muchas veces decimos que no razonan, porque desconocemos
la causa por la cual se expresan”
Me di cuenta en ese momento. José Antonio habla en el video
de los niños a los que da clase, unas veces bien, otras veces riéndose de sus
ocurrencias y provocando la risa de sus oyentes. Una veces con respeto, otras
con admiración, otras con condescendencia… Pero siempre, y eso es lo que me
resultó claro desde casi el principio, desde fuera del concepto de niño. José
Antonio aparece, o a mí me lo pareció, como esa persona adulta, que ha sido o
se ha hecho adulta en un determinado momento de su vida, dejando en ese momento
de ser niño, y que ahora, por alguna extraña circunstancia del destino, o de su
vida, ha descubierto que los niños no son tan tontos como parecen, o como a él
le parecían cuando dejó de ser un niño. Digamos que José Antonio está volviendo, desde fuera, a recuperar
ese alma de niño que en algún momento de su vida se había disipado sin saber
muy bien cómo.
Los hay, claro que sí. De hecho, la mayoría de las personas
son como José Antonio. Mucha gente confunde la madurez con el hecho de ser
adulto, cuando una cosa no tiene nada que ver con la otra. Se puede tener
madurez manteniendo siempre ese espíritu. Lo dice muy sabiamente Luis Landero
en su libro “El huerto de Emerson”, en su capítulo titulado “El niño y el
sabio”:
“Un artista, un escritor, un científico, un filósofo,
pero también cualquiera que aspire a alcanzar lo mejor de sí mismo, o un buen
gustador de la vida, es el que prolonga de algún modo su infancia, y de algún
modo su inocencia. Después, con los años, con la observación, con el estudio,
cada cual a su modo llegará a ser un poco sabio. Pues bien, el sabio y el niño
llegarán a formar un magnífico dúo. ¿Y qué puede aportar el niño al negocio
común? Algo esencial para cualquiera que aspire a vivir la vida de primera
mano: la intuición y el asombro. La incansable capacidad de asombro. Del
asombro nace el conocimiento, como nos indica Platón”.
Siempre me han sorprendido, desde niño, esas personas que
presumían de saberlo todo, de estar de vuelta de todo, de ser más adultos, más “mayores”
que el resto de sus compañeros. Conozco personas que desde niños querían ser
como sus padres, incluso físicamente, y abandonar ese mundo infantil que les
correspondía por edad. Ahora también me encuentro con gente a la que ya no le
queda nada por aprender, que han perdido esa capacidad de asombro, esa
curiosidad infinita que le lleva a uno a seguir disfrutando cuando viaja,
cuando se enfrenta con lo desconocido, cuando vive, en una palabra. Me cuesta
asimilar esa madurez impostada que en muchos casos lleva a hacer en la vida “lo
que hay que hacer, porque es lo que se debe hacer”, que lleva a muchas personas
a sumergirse de lleno en una situación de infelicidad, simplemente porque han
perdido no sólo esa necesaria prolongación de su infancia, sino también ese
punto de rebeldía que tiene el niño ante lo que no le cuadra. Conozco gente “con
la vida resuelta”, cuando la vida no se resuelve, sino que le resuelve a uno
con los palos que le pega de vez en cuando. Conozco personas que no son capaces
de ver que la vida te puede cambiar en un suspiro, y que de no tener esa
capacidad de asombro, esa curiosidad insaciable por lo nuevo que te pueda
venir, lo vas a pasar fatal por muy maduro que te creas, por muy controlado que
creas que lo tienes todo.
El video de José Antonio me ha dado mucho que pensar. Hace
pocos días, una persona de ese mismo club de lectura, que creo con una gran
vida interior, me preguntó si sabía de dónde me venía una supuesta capacidad de
introspección que ella me supone, y que realmente no sé si tengo o al menos no era consciente de que la tenía. Soy consciente
de la insaciable curiosidad que tengo y he tenido durante toda mi vida,
probablemente heredada de mi padre, que a día de hoy, a mi edad, me sigue
impulsando a conocer personas que me puedan aportar conocimientos, sensaciones,
sentimientos, alegrías y tristezas. Soy consciente de la capacidad de asombro
que me produce todavía a día de hoy tirarme a la piscina por alguien que me
parezca interesante, y que el riesgo de que salga mal me importe mucho menos
que la oportunidad que posiblemente me hubiera perdido de no haberlo hecho, porque hasta esas cosas que salen mal
forman parte de la vida, y te asombran, y te enseñan a seguir tirándote a la
piscina las veces que haga falta, porque el problema surgirá, y también soy
consciente de ello, cuando se disipe la curiosidad por conocer personas,
lugares, momentos memorables, y se me quiten esas ganas de tirarme a la
piscina.
Soy consciente, en definitiva, de que mi alma de niño sigue
intacta, a pesar de todo lo vivido, de todo lo sufrido, de todas las alegrías y
tristezas que he tenido, o precisamente gracias a todo eso. Soy consciente, y
eso me asombra, de que mi curiosidad no sólo no disminuye, sino que se hace más
potente a medida que pasan los años. Me asombro de mí mismo y me asombran los
demás, con sus alegrías, sus tristezas, y su vida, y creo, sinceramente, que
ese asombro, y esa curiosidad, son los que mantienen mis ganas de vivir.
Creo que nunca he dejado de aprender, porque nunca he dejado
de ser niño, y cuando soy capaz de descubrir, mediante una conversación, o por
una sonrisa, o por un repentino brillo de ojos ante una determinada frase, al
niño o la niña que se sienta a mi lado, o pasea junto a mí, soy feliz, y me
asombro, porque me siento vivo, y me siento entre los míos.
He visto el vídeo y solo puedo pensar en la torpeza del maestro.
ResponderEliminarBueno... Torpe, torpe, no le vi, pero bastante intenso, la verdad es que si
ResponderEliminarYo siempre seré un niño, con la imprudencia de la infancia, con la admiración por el descubrimiento, con la emotividad de la infancia. Sólo los achaques y algún que otro dolor me recuerda que he vivido mucho tiempo. El niño mira al adulto y jugamos los dos a vivir rodeados de canicas.
ResponderEliminarEl niño mira al adulto y el adulto mira al niño, los dos posiblemente añorando los tiempos en los que eran el otro, los dos posiblemente olvidando lo aprendido en el camino para volver a sentir lo mismo que sentían cuando eran el otro. Me ha encantado esa imagen del niño mirando al adulto, y los dos jugando a las canicas, aunque yo siempre he sido más de chapas, y de hacer autopistas en la arena con las manos entrelazadas con los dedos. Muchas gracias por tu comentario
Eliminar