domingo, 12 de marzo de 2023

COMO NIÑOS

El video lo colgó una persona en el grupo del club de lectura. Se trata de la charla que da un maestro, José Antonio Fernández Bravo, a un grupo de oyentes. Es de esos videos de la serie “Aprendiendo en línea” que está difundiendo BBVA en las redes, seguro que lo podéis encontrar en internet y verlo. No obstante, os dejo por aquí el enlace.

https://www.facebook.com/100063716043247/videos/aprendiendoenl%C3%ADnea-un-maestro-nunca-deja-de-aprender-fuente-bbva/509377791104563/

En su charla, José Antonio nos viene a decir, resumiendo, que a su edad, con su mochila de maestro, todavía sigue aprendiendo de los niños. A medida que le escuchaba había, sin embargo, algo que no me cuadraba, que me chirriaba. Y no era que de vez cuando denominara a los niños con el apelativo “tesoro”, que también, sino algo más profundo. Descubrí qué era cuando dijo una frase que, siendo cierta, me dio la clave:

Muchas veces decimos que no razonan, porque desconocemos la causa por la cual se expresan

Me di cuenta en ese momento. José Antonio habla en el video de los niños a los que da clase, unas veces bien, otras veces riéndose de sus ocurrencias y provocando la risa de sus oyentes. Una veces con respeto, otras con admiración, otras con condescendencia… Pero siempre, y eso es lo que me resultó claro desde casi el principio, desde fuera del concepto de niño. José Antonio aparece, o a mí me lo pareció, como esa persona adulta, que ha sido o se ha hecho adulta en un determinado momento de su vida, dejando en ese momento de ser niño, y que ahora, por alguna extraña circunstancia del destino, o de su vida, ha descubierto que los niños no son tan tontos como parecen, o como a él le parecían cuando dejó de ser un niño. Digamos que José Antonio está volviendo, desde fuera, a recuperar ese alma de niño que en algún momento de su vida se había disipado sin saber muy bien cómo.

Los hay, claro que sí. De hecho, la mayoría de las personas son como José Antonio. Mucha gente confunde la madurez con el hecho de ser adulto, cuando una cosa no tiene nada que ver con la otra. Se puede tener madurez manteniendo siempre ese espíritu. Lo dice muy sabiamente Luis Landero en su libro “El huerto de Emerson”, en su capítulo titulado “El niño y el sabio”:

Un artista, un escritor, un científico, un filósofo, pero también cualquiera que aspire a alcanzar lo mejor de sí mismo, o un buen gustador de la vida, es el que prolonga de algún modo su infancia, y de algún modo su inocencia. Después, con los años, con la observación, con el estudio, cada cual a su modo llegará a ser un poco sabio. Pues bien, el sabio y el niño llegarán a formar un magnífico dúo. ¿Y qué puede aportar el niño al negocio común? Algo esencial para cualquiera que aspire a vivir la vida de primera mano: la intuición y el asombro. La incansable capacidad de asombro. Del asombro nace el conocimiento, como nos indica Platón”.

Siempre me han sorprendido, desde niño, esas personas que presumían de saberlo todo, de estar de vuelta de todo, de ser más adultos, más “mayores” que el resto de sus compañeros. Conozco personas que desde niños querían ser como sus padres, incluso físicamente, y abandonar ese mundo infantil que les correspondía por edad. Ahora también me encuentro con gente a la que ya no le queda nada por aprender, que han perdido esa capacidad de asombro, esa curiosidad infinita que le lleva a uno a seguir disfrutando cuando viaja, cuando se enfrenta con lo desconocido, cuando vive, en una palabra. Me cuesta asimilar esa madurez impostada que en muchos casos lleva a hacer en la vida “lo que hay que hacer, porque es lo que se debe hacer”, que lleva a muchas personas a sumergirse de lleno en una situación de infelicidad, simplemente porque han perdido no sólo esa necesaria prolongación de su infancia, sino también ese punto de rebeldía que tiene el niño ante lo que no le cuadra. Conozco gente “con la vida resuelta”, cuando la vida no se resuelve, sino que le resuelve a uno con los palos que le pega de vez en cuando. Conozco personas que no son capaces de ver que la vida te puede cambiar en un suspiro, y que de no tener esa capacidad de asombro, esa curiosidad insaciable por lo nuevo que te pueda venir, lo vas a pasar fatal por muy maduro que te creas, por muy controlado que creas que lo tienes todo.

El video de José Antonio me ha dado mucho que pensar. Hace pocos días, una persona de ese mismo club de lectura, que creo con una gran vida interior, me preguntó si sabía de dónde me venía una supuesta capacidad de introspección que ella me supone, y que realmente no sé si tengo o al menos no era consciente de que la tenía. Soy consciente de la insaciable curiosidad que tengo y he tenido durante toda mi vida, probablemente heredada de mi padre, que a día de hoy, a mi edad, me sigue impulsando a conocer personas que me puedan aportar conocimientos, sensaciones, sentimientos, alegrías y tristezas. Soy consciente de la capacidad de asombro que me produce todavía a día de hoy tirarme a la piscina por alguien que me parezca interesante, y que el riesgo de que salga mal me importe mucho menos que la oportunidad que posiblemente me hubiera perdido de no haberlo hecho, porque hasta esas cosas que salen mal forman parte de la vida, y te asombran, y te enseñan a seguir tirándote a la piscina las veces que haga falta, porque el problema surgirá, y también soy consciente de ello, cuando se disipe la curiosidad por conocer personas, lugares, momentos memorables, y se me quiten esas ganas de tirarme a la piscina.

Soy consciente, en definitiva, de que mi alma de niño sigue intacta, a pesar de todo lo vivido, de todo lo sufrido, de todas las alegrías y tristezas que he tenido, o precisamente gracias a todo eso. Soy consciente, y eso me asombra, de que mi curiosidad no sólo no disminuye, sino que se hace más potente a medida que pasan los años. Me asombro de mí mismo y me asombran los demás, con sus alegrías, sus tristezas, y su vida, y creo, sinceramente, que ese asombro, y esa curiosidad, son los que mantienen mis ganas de vivir.

Creo que nunca he dejado de aprender, porque nunca he dejado de ser niño, y cuando soy capaz de descubrir, mediante una conversación, o por una sonrisa, o por un repentino brillo de ojos ante una determinada frase, al niño o la niña que se sienta a mi lado, o pasea junto a mí, soy feliz, y me asombro, porque me siento vivo, y me siento entre los míos.

 


 

 

4 comentarios:

  1. He visto el vídeo y solo puedo pensar en la torpeza del maestro.

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  2. Bueno... Torpe, torpe, no le vi, pero bastante intenso, la verdad es que si

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  3. Yo siempre seré un niño, con la imprudencia de la infancia, con la admiración por el descubrimiento, con la emotividad de la infancia. Sólo los achaques y algún que otro dolor me recuerda que he vivido mucho tiempo. El niño mira al adulto y jugamos los dos a vivir rodeados de canicas.

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    1. El niño mira al adulto y el adulto mira al niño, los dos posiblemente añorando los tiempos en los que eran el otro, los dos posiblemente olvidando lo aprendido en el camino para volver a sentir lo mismo que sentían cuando eran el otro. Me ha encantado esa imagen del niño mirando al adulto, y los dos jugando a las canicas, aunque yo siempre he sido más de chapas, y de hacer autopistas en la arena con las manos entrelazadas con los dedos. Muchas gracias por tu comentario

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