Primero la teoría: Abraham Maslow
(1908 ç 1970), psicólogo humanista, buscaba mejorar el desarrollo personal y
entender qué hace la gente “feliz”. Entrecomillo lo de feliz porque la
definición de lo que significa la felicidad para cada persona ya de por sí me
parece algo indefinible. El caso es que su teoría, que se publicó en 1943,
nació en forma de pirámide, una pirámide que lo que hace es jerarquizar las necesidades
humanas, tal como se muestra en la imagen. Para Maslow, a medida que el ser
humano va satisfaciendo las necesidades de la parte baja de la
pirámide, que son las básicas, se van desarrollando nuevas necesidades y
deseos. Se considera una teoría motivacional porque la persona se tiene que
motivar para subir un nivel en la pirámide.
Creo que la imagen es lo
suficientemente gráfica como para entenderla fácilmente. Lo primero, la base,
es lo primordial, es decir, respirar, comer, tener relaciones sexuales… y la
homeostasis, que no es otra cosa que mantener todo esto de una forma constante
y equilibrada. Después pasamos a un nivel en el que sentimos seguridad en lo
que tenemos, en nuestro trabajo, en nuestra propiedad privada… Una vez
conseguido eso, podemos pensar ya en conseguir la amistad, el afecto… Aquí ya
empezó a chirriarme el concepto, porque siempre he pensado que este nivel, el
tercero, tenía que ser en realidad el segundo. Pero bueno, seguimos subiendo.
Pasamos al cuarto nivel: autorreconocimiento,
confianza, respeto, éxito. Lo del éxito no termino de entenderlo, porque creo
que ocurre lo mismo que con la felicidad. Son conceptos muy diferentes para
cada persona.
En el quinto nivel, la cumbre,
aparecen la moralidad, la creatividad, la falta de prejuicios, la resolución de
problemas, la aceptación de hechos… las metas del pensamiento humanista, vaya.
Me hablaron de la pirámide de
Maslow en una de esas charlas motivacionales que de vez en cuando se encargan
de darte en tu empresa. Recuerdo que en aquella charla, en aquel momento, hacía
poco tiempo que había pasado por uno de los peores trances de mi vida, la
perdida de mi mujer, y si bien escuchar a Emilio Duró (os lo recomiendo) me
ayudó mucho en otros sentidos, el tema este de la pirámide me dejó pensando, y
mucho, porque no terminaba de verlo, hasta que ayer, viendo el documental “Albert
Camus en Menorca”, de Filmin, y habiendo leído hace unos días el libro “Del
color de la leche”, de Nell Leyshon, conseguí dar con las razones por las
que no me parece válida la tan famosa pirámide.
En primer lugar, creo que es
bastante sencillo saltar del primer al segundo nivel, pero muy complicado, para
muchísima gente, pasar del segundo. ¿Y por qué ocurre esto? Porque cada vez las
personas tienen más inseguridad. Inseguridad de todo tipo. Laboral, económica,
afectiva… Y además, curiosamente, a medida que más se tiene, se puede tener
también más inseguridad. Esto provoca que se quiera poseer más, en una carrera
hacia ninguna parte (la carrera de la rata, de Kiyosaki), que nos empuja
a hipotecarnos, a adquirir bienes que nos proporcionen una sensación de
felicidad cuando lo que provocan en realidad es una dependencia al consumismo,
a comulgar con unas condiciones laborales cada vez más perversas para seguir
manteniendo ese hipotéticamente maravilloso nivel de vida que no es otra cosa
que nuestra claudicación y nuestro abrazo encantado al materialismo perfecto.
Esa seguridad no llega a
alcanzarse porque las “necesidades básicas” cada vez son más numerosas. Muchos
se pasan la vida deseando no ya un coche, sino el último modelo de la marca más
cara, y para ellos supondrá una frustración si no lo consiguen. Esa hipotética
seguridad, que debería valorarse con muchas menos cosas de las que se poseen,
no llega nunca, con lo que el paso al tercer nivel no interesa, porque además
supone un esfuerzo, y el único esfuerzo que se permite mucha gente es el de
acumular lo máximo posible. ¿Cuántas veces hemos escuchado “es que yo no
pude estudiar porque me tuve que poner a trabajar muy joven”? Y no me
refiero a una época en la que por necesidad puede que fuera verdad que todos
los miembros de una familia tuvieran que trabajar para poder sacar a la familia
adelante, no. Me refiero a nuestro entorno cercano, a personas que podían haber
estudiado y no lo hicieron porque preferían tener un sueldo para salir de noche
o comprarse una moto, y sobre todo, no lo hicieron porque suponía un esfuerzo.
El tercer nivel ya he comentado
que para mi gusto tendría que ser en realidad el segundo, y el cuarto
probablemente sea el que más sentido tiene, porque significa quererse a uno
mismo, tan sencillo y tan difícil como eso.
Y llegamos al último nivel. Según
Maslow, para que se desarrolle la creatividad, la espontaneidad, la falta de
prejuicios o la resolución de problemas, tienes que haber pasado por todos los
niveles anteriores. Y es aquí cuando Albert Camus viene a decirnos que no, que
ni de coña, que la creatividad puede darse perfectamente en el nivel más bajo.
Camus era pobre. Pero pobre de
pasar hambre en su Argelia natal, de tener que trabajar en casa y en otros
lugares desde niño. Gracias a la escuela pública y su método de enseñanza consiguió
aprender a leer y a escribir. Cuando le concedieron el Premio Nóbel, le
agradeció a Louis Germain, su tutor en la infancia, todo lo que le había
aportado.
“Cuando supe la noticia del
premio Nobel, mi primer pensamiento, después de mi madre, fue para usted. Sin
usted, sin esa mano afectuosa que tendió al chico pobre que era yo, sin sus
enseñanzas y su ejemplo, nada de esto hubiera ocurrido”
Camus pone en duda también el
concepto de felicidad cuando, además de la terrible vida que llevó con enfermedades
continuas, desastres sentimentales y varios intentos de suicidio, nos transmite
su inmenso amor a la vida diciéndonos
“No hay amor por la vida sin
desesperación por la vida”
Y ahí, en esa frase, está la
clave de todo en mi opinión, y no en la pirámide de Maslow, porque sin
seguridad, sin las necesidades básicas cubiertas, sin autorreconocimiento y sin
nada de eso, Camus, como otros tantos escritores y artistas a lo largo de la
Humanidad, fueron capaces de crear, de donarle al mundo un universo de
creatividad y de amor por la vida que no se hubiera dado sin esa desesperación
por la vida.
Es el mismo caso de Mary, la
protagonista de “Del color de la leche”, que en cuanto aprende a
escribir escribe desde la desesperación la historia que quiere que sepamos, su historia.
En un mundo de analfabetismo y oscuridad, de personas que viven para trabajar
sin otro horizonte, ella surge con una luminosidad brutal, y grita su
desesperación con la única intención de que la conozcamos, y esa es la
definición perfecta de la creatividad.
No estoy nada seguro, más bien
todo lo contrario, de que la creatividad surja de un estado de felicidad. Es
más, creo que para que se produzca, tiene que darse esa desesperación por
la vida, que unida a un potente amor a la vida les empuja a crear a los que
crean. Y creo que dejarse atrapar por esa creatividad de otros nos ayuda a amar
la vida como la aman ellos.
Gracias por tu reflexión Félix, me identifico personalmente con tu pensamiento, sin duda la creatividad surge desde la desesperación que citas, quizá sin ella no es necesario crear cuando ya todo está a tu alcance.
ResponderEliminarAl concepto crear le sumo el de “sembrar” y conforme asciendes en la pirámide eres capaz de identificar los frutos que un día, con tu creatividad, lograste cultivar.
Gracias a ti por tu comentario. Comparto plenamente la idea de que no es necesario crear cuando lo tienes todo a tu alcance, y me encanta que metas en la ecuación el concepto de sembrar, porque además de recoger lo que siembras, es necesario recoger lo que han sembrado otros para poder crear. Muchas gracias, y ojalá que nos veamos muy pronto, que ya tengo mono de charlar contigo. Un abrazo muy grande
ResponderEliminarMe conoces. Yo ni creo en pirámides, ni en etiquetas.
ResponderEliminarCreo que los objetivos que preconiza Maslow en su matemática pirámide los elige cada cual según su personalidad y circunstancias desde que existe el libre albedrío. Para mí, por ejemplo, la seguridad económica o las pertenencias materiales importan poco. En cuanto a la creatividad puede venir de un cabrero como Miguel Hernández y ser un objetivo inalcanzable para un erudito.
Yo siempre he considerado más bellas las construcciones horizontales que las piramidales. Sobre todo si se hacen según los deseos del consumidor.
Te conozco por lo poético de tu comentario, y comparto tu forma de pensar, pero también reconozco que los dos hemos llegado a no valorar la seguridad económica porque en cierto modo la hemos conseguido, a pesar de lo poco que tenemos. Pero es verdad, a veces se busca no la seguridad económica, sino la abundancia económica, y se producen frustraciones cuando no se consigue. Muy bueno ese ejemplo de Miguel Hernández. Se podría desarrollar tu idea como un buen relato, el del encuentro de Miguel Hernández con un erudito. Es una idea. Muchas gracias por comentar y besos a quien ya sabes
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