viernes, 7 de abril de 2023

LA PIRÁMIDE DE MASLOW Y LA CREATIVIDAD

 


Primero la teoría: Abraham Maslow (1908 ç 1970), psicólogo humanista, buscaba mejorar el desarrollo personal y entender qué hace la gente “feliz”. Entrecomillo lo de feliz porque la definición de lo que significa la felicidad para cada persona ya de por sí me parece algo indefinible. El caso es que su teoría, que se publicó en 1943, nació en forma de pirámide, una pirámide que lo que hace es jerarquizar las necesidades humanas, tal como se muestra en la imagen. Para Maslow, a medida que el ser humano va satisfaciendo las necesidades de la parte baja de la pirámide, que son las básicas, se van desarrollando nuevas necesidades y deseos. Se considera una teoría motivacional porque la persona se tiene que motivar para subir un nivel en la pirámide.

Creo que la imagen es lo suficientemente gráfica como para entenderla fácilmente. Lo primero, la base, es lo primordial, es decir, respirar, comer, tener relaciones sexuales… y la homeostasis, que no es otra cosa que mantener todo esto de una forma constante y equilibrada. Después pasamos a un nivel en el que sentimos seguridad en lo que tenemos, en nuestro trabajo, en nuestra propiedad privada… Una vez conseguido eso, podemos pensar ya en conseguir la amistad, el afecto… Aquí ya empezó a chirriarme el concepto, porque siempre he pensado que este nivel, el tercero, tenía que ser en realidad el segundo. Pero bueno, seguimos subiendo.

Pasamos al cuarto nivel: autorreconocimiento, confianza, respeto, éxito. Lo del éxito no termino de entenderlo, porque creo que ocurre lo mismo que con la felicidad. Son conceptos muy diferentes para cada persona.

En el quinto nivel, la cumbre, aparecen la moralidad, la creatividad, la falta de prejuicios, la resolución de problemas, la aceptación de hechos… las metas del pensamiento humanista, vaya.

Me hablaron de la pirámide de Maslow en una de esas charlas motivacionales que de vez en cuando se encargan de darte en tu empresa. Recuerdo que en aquella charla, en aquel momento, hacía poco tiempo que había pasado por uno de los peores trances de mi vida, la perdida de mi mujer, y si bien escuchar a Emilio Duró (os lo recomiendo) me ayudó mucho en otros sentidos, el tema este de la pirámide me dejó pensando, y mucho, porque no terminaba de verlo, hasta que ayer, viendo el documental “Albert Camus en Menorca”, de Filmin, y habiendo leído hace unos días el libro “Del color de la leche”, de Nell Leyshon, conseguí dar con las razones por las que no me parece válida la tan famosa pirámide.

En primer lugar, creo que es bastante sencillo saltar del primer al segundo nivel, pero muy complicado, para muchísima gente, pasar del segundo. ¿Y por qué ocurre esto? Porque cada vez las personas tienen más inseguridad. Inseguridad de todo tipo. Laboral, económica, afectiva… Y además, curiosamente, a medida que más se tiene, se puede tener también más inseguridad. Esto provoca que se quiera poseer más, en una carrera hacia ninguna parte (la carrera de la rata, de Kiyosaki), que nos empuja a hipotecarnos, a adquirir bienes que nos proporcionen una sensación de felicidad cuando lo que provocan en realidad es una dependencia al consumismo, a comulgar con unas condiciones laborales cada vez más perversas para seguir manteniendo ese hipotéticamente maravilloso nivel de vida que no es otra cosa que nuestra claudicación y nuestro abrazo encantado al materialismo perfecto.

Esa seguridad no llega a alcanzarse porque las “necesidades básicas” cada vez son más numerosas. Muchos se pasan la vida deseando no ya un coche, sino el último modelo de la marca más cara, y para ellos supondrá una frustración si no lo consiguen. Esa hipotética seguridad, que debería valorarse con muchas menos cosas de las que se poseen, no llega nunca, con lo que el paso al tercer nivel no interesa, porque además supone un esfuerzo, y el único esfuerzo que se permite mucha gente es el de acumular lo máximo posible. ¿Cuántas veces hemos escuchado “es que yo no pude estudiar porque me tuve que poner a trabajar muy joven”? Y no me refiero a una época en la que por necesidad puede que fuera verdad que todos los miembros de una familia tuvieran que trabajar para poder sacar a la familia adelante, no. Me refiero a nuestro entorno cercano, a personas que podían haber estudiado y no lo hicieron porque preferían tener un sueldo para salir de noche o comprarse una moto, y sobre todo, no lo hicieron porque suponía un esfuerzo.

El tercer nivel ya he comentado que para mi gusto tendría que ser en realidad el segundo, y el cuarto probablemente sea el que más sentido tiene, porque significa quererse a uno mismo, tan sencillo y tan difícil como eso.

Y llegamos al último nivel. Según Maslow, para que se desarrolle la creatividad, la espontaneidad, la falta de prejuicios o la resolución de problemas, tienes que haber pasado por todos los niveles anteriores. Y es aquí cuando Albert Camus viene a decirnos que no, que ni de coña, que la creatividad puede darse perfectamente en el nivel más bajo.

Camus era pobre. Pero pobre de pasar hambre en su Argelia natal, de tener que trabajar en casa y en otros lugares desde niño. Gracias a la escuela pública y su método de enseñanza consiguió aprender a leer y a escribir. Cuando le concedieron el Premio Nóbel, le agradeció a Louis Germain, su tutor en la infancia, todo lo que le había aportado.

Cuando supe la noticia del premio Nobel, mi primer pensamiento, después de mi madre, fue para usted. Sin usted, sin esa mano afectuosa que tendió al chico pobre que era yo, sin sus enseñanzas y su ejemplo, nada de esto hubiera ocurrido

Camus pone en duda también el concepto de felicidad cuando, además de la terrible vida que llevó con enfermedades continuas, desastres sentimentales y varios intentos de suicidio, nos transmite su inmenso amor a la vida diciéndonos

No hay amor por la vida sin desesperación por la vida

Y ahí, en esa frase, está la clave de todo en mi opinión, y no en la pirámide de Maslow, porque sin seguridad, sin las necesidades básicas cubiertas, sin autorreconocimiento y sin nada de eso, Camus, como otros tantos escritores y artistas a lo largo de la Humanidad, fueron capaces de crear, de donarle al mundo un universo de creatividad y de amor por la vida que no se hubiera dado sin esa desesperación por la vida.

Es el mismo caso de Mary, la protagonista de “Del color de la leche”, que en cuanto aprende a escribir escribe desde la desesperación la historia que quiere que sepamos, su historia. En un mundo de analfabetismo y oscuridad, de personas que viven para trabajar sin otro horizonte, ella surge con una luminosidad brutal, y grita su desesperación con la única intención de que la conozcamos, y esa es la definición perfecta de la creatividad.

No estoy nada seguro, más bien todo lo contrario, de que la creatividad surja de un estado de felicidad. Es más, creo que para que se produzca, tiene que darse esa desesperación por la vida, que unida a un potente amor a la vida les empuja a crear a los que crean. Y creo que dejarse atrapar por esa creatividad de otros nos ayuda a amar la vida como la aman ellos.

 

4 comentarios:

  1. Gracias por tu reflexión Félix, me identifico personalmente con tu pensamiento, sin duda la creatividad surge desde la desesperación que citas, quizá sin ella no es necesario crear cuando ya todo está a tu alcance.
    Al concepto crear le sumo el de “sembrar” y conforme asciendes en la pirámide eres capaz de identificar los frutos que un día, con tu creatividad, lograste cultivar.

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  2. Gracias a ti por tu comentario. Comparto plenamente la idea de que no es necesario crear cuando lo tienes todo a tu alcance, y me encanta que metas en la ecuación el concepto de sembrar, porque además de recoger lo que siembras, es necesario recoger lo que han sembrado otros para poder crear. Muchas gracias, y ojalá que nos veamos muy pronto, que ya tengo mono de charlar contigo. Un abrazo muy grande

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  3. Me conoces. Yo ni creo en pirámides, ni en etiquetas.
    Creo que los objetivos que preconiza Maslow en su matemática pirámide los elige cada cual según su personalidad y circunstancias desde que existe el libre albedrío. Para mí, por ejemplo, la seguridad económica o las pertenencias materiales importan poco. En cuanto a la creatividad puede venir de un cabrero como Miguel Hernández y ser un objetivo inalcanzable para un erudito.
    Yo siempre he considerado más bellas las construcciones horizontales que las piramidales. Sobre todo si se hacen según los deseos del consumidor.

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    1. Te conozco por lo poético de tu comentario, y comparto tu forma de pensar, pero también reconozco que los dos hemos llegado a no valorar la seguridad económica porque en cierto modo la hemos conseguido, a pesar de lo poco que tenemos. Pero es verdad, a veces se busca no la seguridad económica, sino la abundancia económica, y se producen frustraciones cuando no se consigue. Muy bueno ese ejemplo de Miguel Hernández. Se podría desarrollar tu idea como un buen relato, el del encuentro de Miguel Hernández con un erudito. Es una idea. Muchas gracias por comentar y besos a quien ya sabes

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