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domingo, 28 de diciembre de 2025
MÚSICA ANGELORUM. ENCUENTRO E INMERSIÓN SONORA
jueves, 9 de octubre de 2025
ENCUENTROS Y SECUENCIAS. La obra de ROBERTO ALBAIZAR
Si no habéis visto "Ciudadano Kane", no leáis el primer párrafo de esta entrada, porque voy a hacer un spoiler como una catedral. Y de paso deciros que no sé a qué estáis esperando para verla, la verdad.
A punto de morir, Charles Foster Kane pronuncia en dos ocasiones la palabra
"Rosebud". Un periodista investiga qué o quién era Rosebud. Al final
de la película, con la apoteosis musical correspondiente, descubrimos que
Rosebud era el trineo con el que Kane, de niño, golpeó al individuo que se
llevó a la criatura para convertirlo en un emperador mediático. La escena
transcurre mientras cae la nieve en el exterior de la granja en la que Kane
vivía con sus padres. Al final, ese trineo es incinerado junto con otras
pertenencias de Kane. El hombre había olvidado por completo sus orígenes, la
granja en la que vivió, el tríneo, los paisajes... Al ver la nieve en una
bola de cristal, Kane recupera de repente, ya tarde, aquella infancia perdida.
Y sin embargo no me sorprendió demasiado cuando Roberto me invitó a
principios de verano a visitar su exposición. Siempre he tenido con él, tanto
en el lado humano como en el profesional, la sensación de elegancia, incluso en
los momentos más tristes que hemos vivido. El hecho de que pinte no hace más
que corroborar esa sensación.
Y si en ese viaje, o en esos viajes, nos acompañan buenos libros, momentos
inolvidables, amigos y familiares sensibles y sólidos, y pinturas como las de
Roberto, habrá merecido la pena emprenderlo.
Os he dejado por aquí algunas fotografías de la obra, pero si queréis
indagar más en profundidad, Roberto tiene un perfil muy interesante en
Instagram. Este es el enlace:
https://www.instagram.com/ralbaizar?igsh=MW9pbDJycHVmZDNzcg==
miércoles, 4 de diciembre de 2024
NADA QUE PERDER, de Susana Fortes
No me gusta la novela negra. O mejor dicho, no me gusta la novela negra por sí sola, como no me gustan la novela romántica, la histórica, el western, el terror, la fantasía... Puedo hacer una excepción con la novela de ciencia ficción, que me ha encantado siempre como estilo, básicamente por culpa de Philiph K Dick, Bradbury y Clarke, pero el resto de géneros, de etiquetas, no me gustan. Lo que sí admiro y disfruto siempre son esas novelas que trascienden el género, que se burlan de las etiquetas que muchos lectores, editores, críticos y expertos se empeñan en colocarle de una manera casi obsesiva y enfermiza a cualquier producto que sale de la imprenta. No creo que nadie se atreva hoy en día a etiquetar "El Nombre de la Rosa", por ejemplo, la novela que engrandece todos los géneros por igual. Es una novela inclasificable, total, que bebe de todos los estilos y de ninguno. Es LA NOVELA por antonomasia, perfecta, eterna, inmortal.
Me encapriché de "Nada que
perder" por un párrafo que alguien colgó en Twitter:
"Hay un episodio en la
Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de
andrajos, y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin
fuerzas. Ocurre en el canto XX. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta
los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las
pronuncia al oido la diosa Atenea: "Aguanta, corazón". Y esas dos
palabras lo salvan".
Los que me conocen saben que soy
incapaz de sustraerme al embrujo de todo lo relacionado con la Ilíada, La
Odisea, y sobre todo Ulises. El mismo día que leí ese párrafo encontré el
libro, y a punto estuve de abandonarlo en su estante cuando leí en la contraportada
"Un thriller impactante que te sumerge...". Ahí estaba. La
circunscripción al género, la coletilla de siempre, con letras amarillas,
luminosas. Por suerte, el "Aguanta, corazón" de Ulises acabó
venciendo su batalla contra la frivolización de la literatura, y compré el
ejemplar.
Me sumergí prácticamente desde la
primera página en la manera de narrar de Susana Fortes. Cualquiera que haya
vivido una temporada en Galicia sabrá que existen elementos allí que se te
meten con fuerza hasta los huesos. Es algo indefinible, relacionado con la luz,
la humedad, el brillo de las piedras cuando llueve, el musgo, el eterno color
verde oscuro, los símbolos ancestrales por todas partes. Todo esto, y más, está
en el libro. En las primeras páginas ya aparecen mariscadoras, castros, capazos
de mimbre, salitre... A medida que leía revivía como si hubiera ocurrido hace
pocos días sensaciones que tuve hace más de veinte años, fuertes fragmentos de
la memoria que surgen de la misma forma que las cerezas, como Susana dice en el
libro, tirando unas de las siguientes.
Estaba sintiendo la misma paz, el placer
que tuve este verano leyendo otro libro. Blanca, Hugo y Nico, una chica y dos
chicos, disfrutando y viviendo su infancia, despertando a la vida a base de
curiosidad (porque la infancia es mirar, dice Susana), en un entorno a
priori bucólico, con una complicidad encantadora entre ellos, me recordaban
vagamente a Scout, Jeremy y Dill, los protagonistas de "Matar a un
ruiseñor". Esta sensación encuentra su explicación hacia la mitad de
la obra de Susana, cuando nos revela que Magnus, el padre de Blanca, admiraba a
Atticus, el padre de Scout y Jeremy.
A medida que leía se confirmaba la
certeza. "Nada que perder" es una novela negra, sí, pero no es
sólo eso. Es mucho más. Entra de lleno en esa categoría de novelas
inclasificables, totales, perfectas, que atrapan y no te dejan soltarte hasta
que las has terminado. Tal y como describe Susana la naturaleza de Blanca,
aquella niña ya mujer que vuelve a As Covas para reencontrarse con su pasado,
resulta casi imposible no pensar que todo aquello no le ocurrió a ella misma.
En los agradecimientos finales la autora hace referencia a "las
personas que me alentaron y han hecho posible la escritura en un año
especialmente difícil". Siempre he pensado que es precisamente durante
las circunstancias difíciles cuando un escritor vuelca en su escritura lo mejor
de sí mismo, cuando se escribe desde las mismas entrañas, cuando se muestra el
alma sin sombras, en toda su plenitud, y creo que Susana ha conseguido eso
creando un personaje tan atractivo, tan peculiar y tan profundamente humano
como Blanca Suances. Por su forma de mirar, de analizar, de recordar, de vivir
y de amar, tan intensamente descritas, se deduce, o al menos eso me ha parecido,
que hay mucho de Susana en Blanca.
¿Y qué decir del otro protagonista,
el periodista Lois Lobo? este hombre debería ser el protagonista de una saga de
libros tan prolífica como mínimo como lo fue la del comisario Wallander en su momento.
Desgarbado, inclinado hacia adelante, con cierto parecido a Richard Burton,
su manera de acompañar a Blanca en una aventura tan dolorosa como la que ella
está viviendo es digna de admiración y respeto. Lobo es el hombre perfecto, que
escucha sin dar consejos, que abraza cuando tiene que abrazar, llora cuando
tiene que llorar y ríe cuanto toca reír. Sus silencios, sus miradas, sus
detalles con Blanca son más elocuentes que cualquier otra cosa. Es la parte
pragmática de la historia, en perfecta armonía con el lado intensamente
emocional que representa Blanca, pero aún así, es capaz de empatizar
completamente con una mujer en permanente lucha con sus recuerdos, tanto los
presentes como los ocultos, que van surgiendo como latigazos a medida que
avanza la trama.
El tercer protagonista es el
silencio. Ese "Allá cada quién", que se repite como frase
suelta, como otras muchas, a lo largo de la novela.Un recurso literario que me
ha parecido maravilloso. El silencio vergonzoso y vergonzante de una sociedad
en la que todos parecen tener algo que ocultar, lo que les obliga a callar. Esa
cobardía tan nuestra, tan de Galicia, pero también tan española, de no hacer
nada para no meterse en líos. Ese justificar cualquier injusticia que
presenciemos con un "algo habrá hecho" que sólo sirve para
tranquilizar nuestra conciencia de seres cobardes. Un silencio que oculta como
una negra nube los fantasmas que van apareciendo a medida que, Blanca con sus
recuerdos, y Lobo con sus pesquisas, van apareciendo.
La más que interesante psicología de los personajes, la memoria, los
ambientes, los olores tan perfectamente descritos que a veces pareces sentirlos, el intimismo casi constante, una naturaleza tan singular como opresiva a veces,
la trama tan perfectamente construida, e incluso los objetos cotidianos (la
alusión a las cajas metálicas en las que se guardaba todo despertó mis
recuerdos), convierten a "Nada que perder" en algo mucho,
muchísimo más importante y trascendente que una simple novela negra. Es más,
incluso, que una novela. Es una perfecta obra de arte.
jueves, 10 de octubre de 2024
DAVID CONTRA DAVID, O LA MUERTE DE GOLIATH
Hace pocos días, el clarividente presidente de un país del cono sur de Latinoamérica dijo algo parecido a esto: "David no venció a Goliath porque fuera débil. David venció a Goliath porque Dios estaba de su parte".
El 7 de Junio de 2017 saltó la noticia a primera hora
de la mañana. El banco de Santander había adquirido las acciones del banco
Popular por un euro. En el pequeño grupo de wasap familiar, mi hermano dijo
"bueno, un euro por acción tampoco está tan mal". A los pocos
minutos intervino mi hijo, "no, no, tío, no es un euro por acción. Es
un euro por todo el banco". Yo asistía a la conversación sorprendido,
mientras me preparaba para ir a trabajar, sin entender muy bien lo que estaba
pasando, pero intuyendo desde el primer momento que se estaba esfumando ante
nuestros ojos una cantidad de dinero que, emulando la despedida de Mercuccio,
"no era tan grande como para suicidarme, pero lo suficientemente
importante como para que cause dolor".
Después de unos días, semanas o meses en los que ya habiamos dado por perdidos aquellos ahorros, nos surgió la posibilidad de recuperarlos, a través de un prestigioso despacho de abogados que había decidido emprender una demanda penal contra los responsables que permitieron, propiciaron o provocaron la estrepitosa caída del banco. En poco tiempo nos juntamos más de siete mil afectados, siete mil Davices dispuestos a luchar contra Goliath, con la ilusión y la esperanza que nos proporcionaba el número (más de siete mil, repito), y sobre todo la fama, la solvencia y la eficacia del despacho de abogados que nos iba a dirigir en nuestra batalla.
La idea era enfocar el asunto por la vía penal, y el
despacho no cobraría nada salvo el porcentaje habitual en caso que se ganara el
caso, algo que casi con toda probabilidad ocurriría. Durante los años
siguientes seguimos mi hermano y yo jugando en bolsa, si bien ya habíamos
descartado la idea de invertir en bancos españoles, huyendo de la merienda de
negros que supone eso. Lo que había ocurrido con el Popular olía a tufo desde
lejos, lo que provocó nuestra decisión, que consiguió, invirtiendo en mercados
extranjeros, que recuperáramos en poco tiempo lo que habíamos perdido en el
Popular. Eso nos hizo ver la situación de otra manera. Si conseguíamos alguna
indemnización sería como un regalo, un dinerillo (repito que nuestra inversión
era muy pequeña) caído del cielo. No obstante, seguíamos ilusionados junto a
esos más de siete mil Davices dirigidos por un prestigioso líder experto en
leyes.
El jueves de la semana pasada acudimos al maravilloso
despacho, para asistir a una asamblea convocada por nuestros abogados. Nos
encontramos con toda la parafernalia que se suele montar en este tipo de actos.
Jóvenes sonrientes impecablemente vestidos pasando lista a los asistentes,
salón con exquisita decoración, muebles de diseño, pinturas atrevidas de los
artistas más a la vanguardia, últimas tecnologías en lo que se refiere a
pantallas, iluminación, micrófonos y pinganillos... Llevo muchísimos años en la
construcción, tantos como para haber ya aprendido, a veces en mis propias
carnes, que esa puesta en escena sirve en muchas ocasiones para esconder y
disimular la hediondez, como esos polvos con los que se embadurnaban los nobles
franceses en los siglos XVII y XVIII para ocultar su mal olor. Preferí pensar
mientras tomaba asiento que no, que no era ese el caso, y que la asamblea iba a
transcurrir tranquila después de la agradable noticia que nos iban a dar.
Perfecto traje, perfectos zapatos, perfectos movimientos, perfecto peinado y perfecto aspecto el del líder, uno de los socios que dan nombre al bufete. Con un gracejo y una elegancia perfectamente naturales, el hombre iba de un lado a otro, saludando a los asistentes con una sonrisa y dando las últimas instrucciones a sus colaboradores a través del pinganillo, de un color amarillo que maridaba perfectamente con el inmaculado azul de su traje.
Al principio estaba sólo en el escenario. Me dio
cierta pena que solicitara varias veces a todo el que se le acercaba que le
acompañara en alguna de las sillas del fondo, como si necesitara algo de calor
humano, que le arroparan los suyos en aquel momento duro. Ahí, en ese instante,
comencé a intuir que algo no iba bien del todo.
La asamblea se puede resumir en cinco líneas. Se ha
agotado la vía penal sin resultado alguno. Ningún tribunal, ni español ni
europeo, ve delito en la extraña desaparición del Banco Popular. El bufete nos
propone, a los que estábamos allí en persona y a todos los que se conectaron
online, que emprendamos una demanda civil, de resultado incierto, que
posiblemente implique unas costas, que por supuesto asumiríamos los
perjudicados.
Así de sencillo.
Mientras el líder nos contaba todo esto, me dediqué a observar a las personas que, poco a poco, se habían ido sentando en las butacas del fondo del escenario. Se trataba sin duda de abogados expertos, curtidos en cien batallas, y sin duda con una experiencia incuestionable a tenor de la edad que aparentaban , pero no pude evitar pensar en la escena más impactante de "El gatopardo", cuando la cámara nos muestra, en un lento travelling, a la decrépita familia del conde Salina, decadente y cubierta de polvo, en la iglesia de Donnafugata. Los rostros imperturbables de esos abogados profesionales no se movieron ni un milímetro cuando algunos de los asistentes expresaron su malestar y su dolor, relatando incluso la muerte que les había causado a sus padres o familiares la pérdida de su patrimonio de la noche a la mañana.
"Tenemos que asimilar que va a ser muy difícil",
y "ahora es el momento para que el que no quiera seguir abandone el
barco" fueron los dos mantras que, repetidos machaconamente, aletearon
como cuervos sobre nuestras cabezas durante todo el acto. Puede que en aquel
momento no lo viéramos del todo, pero después, ahora, tengo muy claro que el
líder repetía tanto esas palabras porque intuye que va a perder, y cuando
reclame las costas a los afectados, o una más que previsible provisión de
fondos para hacer frente al largo proceso que se avecina, podrá decir "ya
os dijimos en la reunión que iba a ser muy difícil". Después de la
asamblea, tanto mi hermano como yo decidimos (cada uno por su lado. sin hablar
entre nosotros) retirarnos de esta carrera hacia el precipicio de siete mil
lemmings, incautos ellos, que habían soñado que iban a vencer a Goliath. Y ojalá me equivoque y lo venzan, me alegraría de corazón por ellos y por los abogados.
La realidad es que no hay por donde coger las
palabras de ese loco iluminado que he citado al principio. David no venció a
Goliath porque fuera el más débil, por supuesto, pero tampoco lo hizo porque
Dios estuviera de su parte.
Entre otras razones, porque Goliath no existe, y porque a Dios lo hemos, lo han sustituido, por un Dios mucho más poderoso. No se puede hablar de David contra Goliath, sino de un David más débil ante un David ligeramente más fuerte, que a su vez sucumbirá ante otro David mayor. Nosotros éramos David, y el despacho de abogados lo era también, pero ¿quién era Goliath? Los máximos responsables del banco defienden su gestión, la información privilegiada que tenían los que vendieron sus acciones dos días antes del castañazo no se puede demostrar. La operación se diluye en oscuros intereses que aletean siniestramente por encima de cualquier ser humano. Gobierno, sociedades pseudoreligiosas, intereses bancarios... todos ellos, sin que exista una cabeza concreta que dirigiera aquello, provocaron la catástrofe del Popular. Por eso no existe Goliath, y por eso el prestigioso despacho de abogados, que posiblemente (y esto es una elucubración mía sin ningún fundamento porque es indemostrable) tenga alguna extraña conexión, algún interés o algún acuerdo con alguno de esos nubarrones indefinidos, ha agotado la vía de lo penal, pero no con toda la energía que debería haber empleado. Se ha dado de bruces con otros dos Davices más grandes, la Justicia española y la Justicia europea, estos ya más cercanos, pero también manipulables, al único Dios verdadero. Un Dios que se ha cepillado, de un plumazo, cualquier cualidad humana de las personas que le adoran. Un Dios que no llora ante el sufrimiento de los hombres, ante el sufrimiento de los afectados por la caída del Popular. Un Dios ante el que cualquier manifestación de la grandeza humana no tiene ningún valor.
Y ese Dios ni siquiera es el dinero. Ese Dios se llama
BENEFICIO, y son muchos ya, incluso entre los Davices más vulnerables, los que
se han rendido inconscientemente ante sus exigencias. Políticos, religiones,
grandes corporaciones, industrias que juegan con nuestra salud... Para ellos no
existe Dios, no existe el ser humano, no existe Goliath... No existe NADA que
no se pueda transformar en beneficio.
Hace tiempo que decidí cultivar el lado humano de las
cosas. Sentir, llorar, vibrar, amar, disfrutar con las creaciones de grandes
seres humanos que a lo largo de la historia han decidido que su lado humano era
mucho más importante que su lado material. En la asamblea del jueves pasado
decidí abandonar el carro. Pierdo un dinero, pero eso no me va a
desestabilizar. Lo que sí lo haría sería seguir esa carrera suicida que conduce
directamente a estrellarme de cabeza contra ese becerro de oro que una pequeña
parte de la Humanidad se ha dedicado concienzudamente a construír a costa de la
otra. Y lo ha hecho durante siglos, practicamente desde que el mundo es mundo,
porque, como también se dice en "El gatopardo", las cosas
tienen que cambiar para que todo siga igual, y yo añadiría que actualmente
es imposible que las cosas cambien, porque el ser humano ha sido anestesiado
por ese descomunal becerro de oro, y hoy por hoy es incapaz de desprenderse de
lo material para recuperar su esencia humana.
Probablemente Dios exista, no lo sé, pero si alguien
quiere encontrarlo, lo más seguro es que haya que buscarlo en algún rincón
apartado y olvidado del alma humana.
miércoles, 28 de agosto de 2024
PENSIÓN LOBO, de Ramón Lobo. PARALELISMOS CIRCULARES
Seguro que tanto Ramón como vosotros me vais a perdonar que empiece la entrada con este diminuto spoiler: al final, muere.
Además del
spoiler, también advierto de antemano que vamos a hablar de la muerte, el tema
estrella del libro de Lobo, y comprendo que a muchos no os apetezca
abandonar por un momento el País de los Inmortales para adentraros en el
oscuro País de los Mortales.
Porque “Pensión
Lobo” habla de la muerte, y en concreto de la muerte anunciada de su autor,
diagnosticado de un doble cáncer devastador con unas posibilidades de
supervivencia que van variando a lo largo de la singladura, de ese viaje a
Itaca, como el propio Lobo define ese trayecto, ese cierre del círculo de una
vida que ha sido plenamente vivida.
“Una parte de
mí escribe palabras desde los kilómetros vividos; otra, desde los pocos que me
quedan por vivir”
El libro me lo
había recomendado una amiga, y me pasó un resumen en el que se podían leer las
primeras ocho páginas. No me hizo falta leerlas en su totalidad. Me bastó esa
frase, la primera, para comprar el libro en papel y sumergirme de lleno en la
filosofía de vida, estrechamente ligada a la de muerte, de Ramón Lobo. Empecé
como siempre, a subrayar las frases que me parecían más interesantes, poniendo al
inicio la página en la que aparecía un subrayado. Al poco de empezar dejé de hacer
eso, porque todo era subrayable. Todo me parecía interesante, tanto lo que Lobo
nos cuenta desde las entrañas, como la forma de contarlo. El estilo, la prosa,
ese conocimiento del poder de las palabras que ha adquirido como periodista,
pero también como lector incansable, a lo largo de los años.
“Pensión Lobo”
recoge innumerables referencias a otros libros, algunos relacionados con el
tema de la muerte y otros muchos con temas que nada tienen que ver. Ahí están
Elizabeth Kubler Ross, a quien Lobo menciona en bastantes ocasiones por
tratarse de una investigadora experta en el estado inmediatamente anterior a la
muerte, Italo Calvino con su maravilloso libro “Las ciudades invisibles”,
que también aparece mucho, y Hanna Arendt, además de Víctor Hugo, Saramago,
Flaubert o Auster entre otros. Referencias literarias, complementadas
perfectamente por las referencias musicales que conforman el universo inmaterial
de Lobo, para quien la música formaba parte indisoluble de su alma tanto en los
momentos de alegría como en los de tristeza. A medida que le leía iba
elaborando una lista de Spotify con esos temas tan importantes para él.
“La
percepción de la inminencia del final ilumina el camino andado, le da sentido”
Creo que en esta
frase se resume la idea principal del libro de Lobo, lo que le empujó a
escribirlo al sospechar que le quedaba poco tiempo para hacerlo. A través de
sus páginas, de su historia, de sus recuerdos y, por qué no decirlo, de sus ajustes
de cuentas con amigos, familia y consigo mismo, Lobo parece obsesionado por
darle sentido a ese camino andado, a su vida, y lo hace sabiendo que sus
palabras no van a resultarles muy cómodas a todos los que viven en el País de
los Sanos, porque en ese país la muerte es algo inexistente. Todo se ha desarrollado
desde tiempo inmemorial de espaldas a algo que es inherente a la propia vida,
que no es más que un círculo que se cierra después de haberse abierto en el
momento del nacimiento. Para Lobo es muy importante que ese círculo se cierre
de una manera tranquila, saldando cuentas pendientes, consiguiendo el desapego
a las cosas materiales, porque el apego alimenta el miedo a la pérdida. “Para
morir bien es necesario entrenarse en la renuncia”.
Para alcanzar cierta
tranquilidad ante la idea de nuestra propia muerte, nos dice Lobo, hay que
centrarse en lo vivido, y no en lo que hubiéramos podido vivir. Al contrario,
hay que conformarse con lo conseguido. En este sentido las experiencias vividas
son más importantes que cualquier otra cosa, como esas raciones de ostras que
se comía sin casi poder permitírselo un amigo de Lobo que falleció antes que él.
También tienen importancia esos objetos que nos han acompañado a lo largo de
nuestra vida y que ya forman parte de nosotros. Con un gran sentido del humor,
algo que no falta en ningún momento a lo largo de este viaje, Lobo nos cuenta
que alguno de esos objetos (camisetas, recuerdos de la playa de Omaha, trozos
de madera y arena de playa…) tuvieron que pedir permiso a los objetos ya
existentes para ser aceptados en ese santuario que constituía la habitación de la
Pensión Lobo en Arturo Soria.
Esa referencia al
círculo que se abre en el nacimiento y se cierra con la muerte ha constituido
para mí la mayor enseñanza del libro. Según Lobo, “se compone de cientos de
pequeños círculos que debemos de completar en el camino. Son los que dictan la
sentencia de si mereció o no la pena. Debemos medirnos con la realidad vivida,
no con nuestras fantasías de cómo pretendíamos vivir”. Ese intenso análisis
de los círculos completados en muchos aspectos es lo que compone el libro. Como
colofón a una vida plenamente vivida, Lobo nos cuenta su viaje a Venecia,
aunque al emprenderlo todavía no tenía muy claro que iba a ser el último. Viajó
a una Venecia vaciada de turistas, por calles que incluso en temporada alta no
están muy pobladas, saboreando y haciendo suya una ciudad que amaba y que ya había
visitado en varias ocasiones.
Mientras leía y
disfrutaba de ese último círculo viajero que describe Lobo, no pude evitar acordarme
de otro círculo, de otros más bien, que cerró una persona muy cercana a lo
largo del año 2008. En aquel momento no lo sabía, no era consciente de ello
porque jamás nos habían dado una fecha de caducidad, pero de alguna manera, y
eso lo comprobé después, ella intuía, aunque sin decirme nada, que debía de
cerrar algunos círculos. Antes, muy poco antes de irse, cerró el círculo de los
viajes, probablemente lo que más le gustaba en la vida, con un maravilloso
viaje a la Carretera Romántica en Alemania, en el que ya mostraba al final de
cada día evidentes muestras de cansancio. Estaba cerrando círculos cuando
envolvió gran parte de su ropa en un paquete que descubrí en el armario cuando
ella ya se había ido, y estaba cerrando círculos cuando, dos noches antes de
irse, me encomendó sonriendo y cogiéndome las manos el seguimiento de nuestro
hijo, algo que en aquel momento no entendí porque no sospechaba lo que iba a
ocurrir Viví su despedida, y comprendí
poco tiempo después que ella lo sabía, pero no había entendido hasta que he
leído el libro de Lobo que lo que estaba haciendo ella no era otra cosa que
cerrar círculos, y cerrarlos con tranquilidad, con una paz consigo misma
admirable y envidiable. Con la paz que le proporcionaba el hecho de tener un
carácter, una forma de ser, muy parecida a la que describe Camus en “El
verano”, uno de los párrafos más bellos citados por Lobo en su obra maestra:
En medio del
odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible.
En medio de
las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible.
En medio del
caos, me pareció que había dentro de mí una calma invencible.
Me di cuenta,
a pesar de todo, de que en medio del invierno había dentro de mí un verano
invencible.
Y eso me hace
feliz
Porque no
importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor
empujando de vuelta.
Todos, de alguna
manera, empezamos a cerrar círculos en un momento dado. Para unos supone
dedicarse a poner en orden sus empresas, su legado, a irse despegando de cosas
que muchas veces no han disfrutado. Para otros, en tomar conciencia de la obra
terminada en lo que se refiere a hijos que ya vuelan por su cuenta, que ya no
nos necesitan. Alguno cierra el círculo dando gracias por haber completado una
vuelta a la manzana sin haberse desmayado, sabiendo, cada día que la emprende, que
esa vuelta puede ser la última. Alguno cierra círculos sin ser siquiera
consciente de lo que está haciendo, y precisamente este libro puede ayudar a
entender que estamos empezando a reconciliarnos con la idea de la muerte. Cerrar
los círculos, dice Lobo, no está relacionado con la edad, sino con la toma de
conciencia de que existe el País de los Mortales. De hecho, Lobo construyó su
vínculo no dramático con la muerte cuando leyó “Muerte en Venecia” con
quince años. A partir de ahí, su amor a la literatura, a la música, al cine y a
todo el mundo del arte en general, le ayudaron a ir cerrando esos círculos que,
vistos desde la perspectiva de su gran sentido del humor y su enorme humanidad,
le permitieron llegar a la conclusión de que había merecido mucho la pena lo
vivido.
lunes, 17 de junio de 2024
EL AÑO DE LA SAL, de María Jesús Peregrín
No sé si fue con el Senda 7 o con el 8, aquellos dos enormes libros, con cubiertas duras de color marrón que publicó Anaya para los que, con doce años, estudiábamos BUP allá por 1973. No sé si fueron esos libros, o la pasión que ponía el Mora, nuestro profesor de literatura, pero el caso es que fue entonces cuando se me inoculó en la sangre, en el alma, el vicio de leer. Aquellos fragmentos de "La colmena", "La familia de Pascual Duarte", "La tía Tula", "Niebla" y otros muchos títulos, me empujaron a sumergirme de lleno en la literatura, con un placer al hacerlo que todavía hoy me resulta complicado explicar con palabras.
miércoles, 15 de mayo de 2024
CORAZÓN DE ULISES
La primera película que vi fue "Ulises", una producción italiana con Kirk Douglas y Silvana Mangano. Me imagino a mí mismo con los ojos a punto de salirse y la boca abierta, aterrado pero fascinado al mismo tiempo ante la bestialidad de Polifemo, y enamorado de la maga Circe sin sospechar siquiera todavía lo que era el amor. Mi padre estaría a mi lado, contándome de vez en cuando lo que ocurría en la pantalla, como hizo poco tiempo después cuando me regaló el primer libro, la primera joya, "Las aventuras de Ulises", un volumen ilustrado editado por Teide, con tapa dura y brillante que mostraba dos ilustraciones que se quedaron grabadas para siempre en mi alma: la de la paciente Penélope tejiendo aquel tapiz eterno que deshacía por la noche, y la de la nave del héroe surcando los mares con el mismo Ulises erguido en la proa.
Con estas premisas, no es nada
extraño que la filosofía y el humanismo que desprenden "La Iliada",
pero sobre todo "La Odisea", combinados con la forma de ser de
mi padre, tan especial, hayan presidido prácticamente desde niño mi línea de
actuación, mi forma de pensar, de ser y de sentir. Durante toda mi vida he
intentado mantener, muchísimas veces sin conseguirlo, esos ideales de justicia,
nobleza, fortaleza, vocación, aventura, amor al viaje, sobriedad, pasión por lo
que hago, empatía, alegría, emoción y generosidad, a los que añadí la
superación a la adversidad que asimilé cuando otro griego, Zorba, se cruzó en
mi camino. Creo que todas esas virtudes forman en mi naturaleza pequeños
islotes en un mar de dudas y defectos, pero siempre intento tenerlos presentes
a la hora de reflexionar sobre lo que se me plantee.
Cuando cumplí cincuenta años, un
amigo del colegio me regaló "Corazón de Ulises", de Javier
Reverte, que cuenta el viaje que realizó el autor a la Grecia actual,
rememorando con su especial manera de narrar los acontecimientos y mitos de la
Grecia clásica. Lo devoré en tres días, porque me resultaba imposible
dejar de leerlo. Lo estrujé literalmente, tomé notas, lo dejaba un momento para cerrar los ojos, y saborear y
reflexionar con la lectura de un determinado pasaje... Cuando lo terminé,
compré otro ejemplar, porque el mío estaba destrozado, y se lo regalé a mi
padre. Él también lo leyó sin poder parar. Le encantó, y estuvimos una buena
temporada comentándolo. En una ocasión, mientras hablábamos de un capítulo, percibí en mi padre exactamente el mismo entusiasmo que había sentido yo de niño
cuando le contaba algo que me había impactado del libro infantil. De alguna
manera, mi padre era yo, y yo era mi padre, en una especie de círculo que se
cerraba fuera del tiempo y del espacio. Le devolví con el libro de Javier
Reverte toda la infancia que me había regalado, y fue una sensación tan intensa
que todavía la recuerdo como si hubiera sucedido ayer.
Siempre he intentado encontrar en
mi interior esas virtudes de las que os hablaba antes, ese espíritu de Ulises,
y tengo que confesar que tanto mi padre como yo las habíamos asimilado desde casi
el principio como algo masculino. Al mismo tiempo que en mí, lo buscaba en
otras personas, y lo cierto es que las pocas, las escasísimas veces que lo he
encontrado, ha sido en mujeres. La primera, mi mujer, la madre de mi hijo. La
segunda, una prima a la que le dediqué una entrada ("ESPECIALES", del
26 de septiembre de 2021).
La semana pasada, encontré “Corazón
de Ulises” en una de las numerosas librerías de la casa de una amiga, gran
lectora. El mismo libro, la misma edición, el mismo formato. Y no me sorprendió
nada, porque ella, mi amiga, es la tercera persona en la que he encontrado ese
espíritu de Ulises.
La conocí hace apenas un año, pero
la conexión fue tan fuerte, tan directa, que los dos tenemos la sensación de conocernos de toda la vida. Esta mujer ha estado trabajando en las zonas más
deprimidas del planeta con diferentes organizaciones, ayudando a los más
necesitados y llevando a cabo obras y proyectos destinados siempre a paliar
parte de la miseria de países subdesarrollados. A finales del año pasado sufrió
un ictus que le dejó paralizado el lado derecho. Después de un periodo de
recuperación, ahora vive en su casa, donde fui a visitarla.
El espíritu de Ulises de mi amiga
se refleja en su mirada, en su sonrisa, en su sentido del humor, pero también
en su fuerza, en su tremenda determinación a vivir en su casa lo que le quede
de vida, valiéndose por sí misma. Durante los dos días y medio que estuve con
ella recorrimos los alrededores, cocinó con la mano izquierda, ensayamos los
desplazamientos en su nueva silla de baterías, fuimos al cine, nos reímos hasta
perder las fuerzas y casi caernos al suelo, hablamos de viajes y proyectos futuros, de lo
divino y de lo humano, nos peleamos, discutimos sobre libros y nos contamos
nuestra vida, en colores y en blanco y negro.
El espíritu de Ulises de mi amiga
se refleja en su hospitalidad, en su generosidad, en su empatía, en la forma en
que saluda a todo el mundo y en la que la que todo el mundo la saluda a ella,
en su intolerancia ante las injusticias, sean del tamaño que sean, en su
tremendo sentido de la Humanidad, de amor al oprimido, y de resistencia frente
al opresor.
El espíritu de Ulises de mi amiga
se refleja, en definitiva, en la inmensa cantidad de espíritu de Ulises que regala a quien está a su lado, infinitamente superior a la que he podido
aportarle yo.
Viví con mi mujer, una persona muy especial, y
la perdí. Pensaba que mi búsqueda, que había comenzado mucho tiempo atrás,
terminó cuando la conocí, y sin embargo se revitalizó un tiempo después de que
ella se fuera. De alguna manera, cuando encuentro a alguien como mi amiga,
siento como si recuperara esa sensación de plenitud humana que viví con ella.
Reconforta buscar, conocer nuevas personas, conversar, reír, sentir y llorar
con ellas, porque cuando se establece ese lazo especial de amistad, muchas
veces más intenso y potente que cualquier otra relación sentimental, parece
como si resurgiera de mis cenizas, de mi propia memoria. A veces me veo a mí
mismo como aquel vampiro de la multitud de Edgar Allan Poe, que deambulaba
nervioso entre los grupos de personas que se formaban a la salida de teatros y
restaurantes en la noche de Londres para absorber su energía, su esencia. En nuestro caso no se trata de una absorción, sino del intercambio de
energía humana, de emociones y de sentimientos de una manera que me enriquece a
mí, y que quiero pensar que enriquece a la otra persona.
Merece la pena la búsqueda, merece la pena el encuentro, merece la pena el viaje, y establecer la conexión con quien esté abierto a establecerla, por supuesto. Merece la pena conocer personas tan interesantes y especiales como algunas de las que forman ese grupo de lectura en el que me introdujo mi prima, y merecerá la pena, con toda seguridad, conocer a otras personas, en otros lugares, en otros entornos y en otros momentos, y continuar con esa búsqueda, que no es otra cosa que un viaje por el alma humana que comenzó de lleno cuando abrí por primera vez aquel libro que me regaló mi padre, con toda la ilusión indestructible de aquel niño que todavía vive en mí.














