jueves, 10 de octubre de 2024

DAVID CONTRA DAVID, O LA MUERTE DE GOLIATH


Hace pocos días, el clarividente presidente de un país del cono sur de Latinoamérica dijo algo parecido a esto: "David no venció a Goliath porque fuera débil. David venció a Goliath porque Dios estaba de su parte".

El 7 de Junio de 2017 saltó la noticia a primera hora de la mañana. El banco de Santander había adquirido las acciones del banco Popular por un euro. En el pequeño grupo de wasap familiar, mi hermano dijo "bueno, un euro por acción tampoco está tan mal". A los pocos minutos intervino mi hijo, "no, no, tío, no es un euro por acción. Es un euro por todo el banco". Yo asistía a la conversación sorprendido, mientras me preparaba para ir a trabajar, sin entender muy bien lo que estaba pasando, pero intuyendo desde el primer momento que se estaba esfumando ante nuestros ojos una cantidad de dinero que, emulando la despedida de Mercuccio, "no era tan grande como para suicidarme, pero lo suficientemente importante como para que cause dolor".

Después de unos días, semanas o meses en los que ya habiamos dado por perdidos aquellos ahorros, nos surgió la posibilidad de recuperarlos, a través de un prestigioso despacho de abogados que había decidido emprender una demanda penal contra los responsables que permitieron, propiciaron o provocaron la estrepitosa caída del banco. En poco tiempo nos juntamos más de siete mil afectados, siete mil Davices dispuestos a luchar contra Goliath, con la ilusión y la esperanza que nos proporcionaba el número (más de siete mil, repito), y sobre todo la fama, la solvencia y la eficacia del despacho de abogados que nos iba a dirigir en nuestra batalla.


La idea era enfocar el asunto por la vía penal, y el despacho no cobraría nada salvo el porcentaje habitual en caso que se ganara el caso, algo que casi con toda probabilidad ocurriría. Durante los años siguientes seguimos mi hermano y yo jugando en bolsa, si bien ya habíamos descartado la idea de invertir en bancos españoles, huyendo de la merienda de negros que supone eso. Lo que había ocurrido con el Popular olía a tufo desde lejos, lo que provocó nuestra decisión, que consiguió, invirtiendo en mercados extranjeros, que recuperáramos en poco tiempo lo que habíamos perdido en el Popular. Eso nos hizo ver la situación de otra manera. Si conseguíamos alguna indemnización sería como un regalo, un dinerillo (repito que nuestra inversión era muy pequeña) caído del cielo. No obstante, seguíamos ilusionados junto a esos más de siete mil Davices dirigidos por un prestigioso líder experto en leyes.

El jueves de la semana pasada acudimos al maravilloso despacho, para asistir a una asamblea convocada por nuestros abogados. Nos encontramos con toda la parafernalia que se suele montar en este tipo de actos. Jóvenes sonrientes impecablemente vestidos pasando lista a los asistentes, salón con exquisita decoración, muebles de diseño, pinturas atrevidas de los artistas más a la vanguardia, últimas tecnologías en lo que se refiere a pantallas, iluminación, micrófonos y pinganillos... Llevo muchísimos años en la construcción, tantos como para haber ya aprendido, a veces en mis propias carnes, que esa puesta en escena sirve en muchas ocasiones para esconder y disimular la hediondez, como esos polvos con los que se embadurnaban los nobles franceses en los siglos XVII y XVIII para ocultar su mal olor. Preferí pensar mientras tomaba asiento que no, que no era ese el caso, y que la asamblea iba a transcurrir tranquila después de la agradable noticia que nos iban a dar.


Perfecto traje, perfectos zapatos, perfectos movimientos, perfecto peinado y perfecto aspecto el del líder, uno de los socios que dan nombre al bufete. Con un gracejo y una elegancia perfectamente naturales, el hombre iba de un lado a otro, saludando a los asistentes con una sonrisa y dando las últimas instrucciones a sus colaboradores a través del pinganillo, de un color amarillo que maridaba perfectamente con el inmaculado azul de su traje.

Al principio estaba sólo en el escenario. Me dio cierta pena que solicitara varias veces a todo el que se le acercaba que le acompañara en alguna de las sillas del fondo, como si necesitara algo de calor humano, que le arroparan los suyos en aquel momento duro. Ahí, en ese instante, comencé a intuir que algo no iba bien del todo.

La asamblea se puede resumir en cinco líneas. Se ha agotado la vía penal sin resultado alguno. Ningún tribunal, ni español ni europeo, ve delito en la extraña desaparición del Banco Popular. El bufete nos propone, a los que estábamos allí en persona y a todos los que se conectaron online, que emprendamos una demanda civil, de resultado incierto, que posiblemente implique unas costas, que por supuesto asumiríamos los perjudicados.

Así de sencillo.


Mientras el líder nos contaba todo esto, me dediqué a observar a las personas que, poco a poco, se habían ido sentando en las butacas del fondo del escenario. Se trataba sin duda de abogados expertos, curtidos en cien batallas, y sin duda con una experiencia incuestionable a tenor de la edad que aparentaban , pero no pude evitar pensar en la escena más impactante de "El gatopardo", cuando la cámara nos muestra, en un lento travelling, a la decrépita familia del conde Salina, decadente y cubierta de polvo, en la iglesia de Donnafugata. Los rostros imperturbables de esos abogados profesionales no se movieron ni un milímetro cuando algunos de los asistentes expresaron su malestar y su dolor, relatando incluso la muerte que les había causado a sus padres o familiares la pérdida de su patrimonio de la noche a la mañana.

"Tenemos que asimilar que va a ser muy difícil", y "ahora es el momento para que el que no quiera seguir abandone el barco" fueron los dos mantras que, repetidos machaconamente, aletearon como cuervos sobre nuestras cabezas durante todo el acto. Puede que en aquel momento no lo viéramos del todo, pero después, ahora, tengo muy claro que el líder repetía tanto esas palabras porque intuye que va a perder, y cuando reclame las costas a los afectados, o una más que previsible provisión de fondos para hacer frente al largo proceso que se avecina, podrá decir "ya os dijimos en la reunión que iba a ser muy difícil". Después de la asamblea, tanto mi hermano como yo decidimos (cada uno por su lado. sin hablar entre nosotros) retirarnos de esta carrera hacia el precipicio de siete mil lemmings, incautos ellos, que habían soñado que iban a vencer a Goliath. Y ojalá me equivoque y lo venzan, me alegraría de corazón por ellos y por los abogados.

La realidad es que no hay por donde coger las palabras de ese loco iluminado que he citado al principio. David no venció a Goliath porque fuera el más débil, por supuesto, pero tampoco lo hizo porque Dios estuviera de su parte.

Entre otras razones, porque Goliath no existe, y porque a Dios lo hemos, lo han sustituido, por un Dios mucho más poderoso. No se puede hablar de David contra Goliath, sino de un David más débil ante un David ligeramente más fuerte, que a su vez sucumbirá ante otro David mayor. Nosotros éramos David, y el despacho de abogados lo era también, pero ¿quién era Goliath? Los máximos responsables del banco defienden su gestión, la información privilegiada que tenían los que vendieron sus acciones dos días antes del castañazo no se puede demostrar. La operación se diluye en oscuros intereses que aletean siniestramente por encima de cualquier ser humano. Gobierno, sociedades pseudoreligiosas, intereses bancarios... todos ellos, sin que exista una cabeza concreta que dirigiera aquello, provocaron la catástrofe del Popular. Por eso no existe Goliath, y por eso el prestigioso despacho de abogados, que posiblemente (y esto es una elucubración mía sin ningún fundamento porque es indemostrable) tenga alguna extraña conexión, algún interés o algún acuerdo con alguno de esos nubarrones indefinidos, ha agotado la vía de lo penal, pero no con toda la energía que debería haber empleado. Se ha dado de bruces con otros dos Davices más grandes, la Justicia española y la Justicia europea, estos ya más cercanos, pero también manipulables, al único Dios verdadero. Un Dios que se ha cepillado, de un plumazo, cualquier cualidad humana de las personas que le adoran. Un Dios que no llora ante el sufrimiento de los hombres, ante el sufrimiento de los afectados por la caída del Popular. Un Dios ante el que cualquier manifestación de la grandeza humana no tiene ningún valor.


Y ese Dios ni siquiera es el dinero. Ese Dios se llama BENEFICIO, y son muchos ya, incluso entre los Davices más vulnerables, los que se han rendido inconscientemente ante sus exigencias. Políticos, religiones, grandes corporaciones, industrias que juegan con nuestra salud... Para ellos no existe Dios, no existe el ser humano, no existe Goliath... No existe NADA que no se pueda transformar en beneficio.

 

Hace tiempo que decidí cultivar el lado humano de las cosas. Sentir, llorar, vibrar, amar, disfrutar con las creaciones de grandes seres humanos que a lo largo de la historia han decidido que su lado humano era mucho más importante que su lado material. En la asamblea del jueves pasado decidí abandonar el carro. Pierdo un dinero, pero eso no me va a desestabilizar. Lo que sí lo haría sería seguir esa carrera suicida que conduce directamente a estrellarme de cabeza contra ese becerro de oro que una pequeña parte de la Humanidad se ha dedicado concienzudamente a construír a costa de la otra. Y lo ha hecho durante siglos, practicamente desde que el mundo es mundo, porque, como también se dice en "El gatopardo", las cosas tienen que cambiar para que todo siga igual, y yo añadiría que actualmente es imposible que las cosas cambien, porque el ser humano ha sido anestesiado por ese descomunal becerro de oro, y hoy por hoy es incapaz de desprenderse de lo material para recuperar su esencia humana.

 

Probablemente Dios exista, no lo sé, pero si alguien quiere encontrarlo, lo más seguro es que haya que buscarlo en algún rincón apartado y olvidado del alma humana.

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