Seguro que tanto Ramón como vosotros me vais a perdonar que empiece la entrada con este diminuto spoiler: al final, muere.
Además del
spoiler, también advierto de antemano que vamos a hablar de la muerte, el tema
estrella del libro de Lobo, y comprendo que a muchos no os apetezca
abandonar por un momento el País de los Inmortales para adentraros en el
oscuro País de los Mortales.
Porque “Pensión
Lobo” habla de la muerte, y en concreto de la muerte anunciada de su autor,
diagnosticado de un doble cáncer devastador con unas posibilidades de
supervivencia que van variando a lo largo de la singladura, de ese viaje a
Itaca, como el propio Lobo define ese trayecto, ese cierre del círculo de una
vida que ha sido plenamente vivida.
“Una parte de
mí escribe palabras desde los kilómetros vividos; otra, desde los pocos que me
quedan por vivir”
El libro me lo
había recomendado una amiga, y me pasó un resumen en el que se podían leer las
primeras ocho páginas. No me hizo falta leerlas en su totalidad. Me bastó esa
frase, la primera, para comprar el libro en papel y sumergirme de lleno en la
filosofía de vida, estrechamente ligada a la de muerte, de Ramón Lobo. Empecé
como siempre, a subrayar las frases que me parecían más interesantes, poniendo al
inicio la página en la que aparecía un subrayado. Al poco de empezar dejé de hacer
eso, porque todo era subrayable. Todo me parecía interesante, tanto lo que Lobo
nos cuenta desde las entrañas, como la forma de contarlo. El estilo, la prosa,
ese conocimiento del poder de las palabras que ha adquirido como periodista,
pero también como lector incansable, a lo largo de los años.
“Pensión Lobo”
recoge innumerables referencias a otros libros, algunos relacionados con el
tema de la muerte y otros muchos con temas que nada tienen que ver. Ahí están
Elizabeth Kubler Ross, a quien Lobo menciona en bastantes ocasiones por
tratarse de una investigadora experta en el estado inmediatamente anterior a la
muerte, Italo Calvino con su maravilloso libro “Las ciudades invisibles”,
que también aparece mucho, y Hanna Arendt, además de Víctor Hugo, Saramago,
Flaubert o Auster entre otros. Referencias literarias, complementadas
perfectamente por las referencias musicales que conforman el universo inmaterial
de Lobo, para quien la música formaba parte indisoluble de su alma tanto en los
momentos de alegría como en los de tristeza. A medida que le leía iba
elaborando una lista de Spotify con esos temas tan importantes para él.
“La
percepción de la inminencia del final ilumina el camino andado, le da sentido”
Creo que en esta
frase se resume la idea principal del libro de Lobo, lo que le empujó a
escribirlo al sospechar que le quedaba poco tiempo para hacerlo. A través de
sus páginas, de su historia, de sus recuerdos y, por qué no decirlo, de sus ajustes
de cuentas con amigos, familia y consigo mismo, Lobo parece obsesionado por
darle sentido a ese camino andado, a su vida, y lo hace sabiendo que sus
palabras no van a resultarles muy cómodas a todos los que viven en el País de
los Sanos, porque en ese país la muerte es algo inexistente. Todo se ha desarrollado
desde tiempo inmemorial de espaldas a algo que es inherente a la propia vida,
que no es más que un círculo que se cierra después de haberse abierto en el
momento del nacimiento. Para Lobo es muy importante que ese círculo se cierre
de una manera tranquila, saldando cuentas pendientes, consiguiendo el desapego
a las cosas materiales, porque el apego alimenta el miedo a la pérdida. “Para
morir bien es necesario entrenarse en la renuncia”.
Para alcanzar cierta
tranquilidad ante la idea de nuestra propia muerte, nos dice Lobo, hay que
centrarse en lo vivido, y no en lo que hubiéramos podido vivir. Al contrario,
hay que conformarse con lo conseguido. En este sentido las experiencias vividas
son más importantes que cualquier otra cosa, como esas raciones de ostras que
se comía sin casi poder permitírselo un amigo de Lobo que falleció antes que él.
También tienen importancia esos objetos que nos han acompañado a lo largo de
nuestra vida y que ya forman parte de nosotros. Con un gran sentido del humor,
algo que no falta en ningún momento a lo largo de este viaje, Lobo nos cuenta
que alguno de esos objetos (camisetas, recuerdos de la playa de Omaha, trozos
de madera y arena de playa…) tuvieron que pedir permiso a los objetos ya
existentes para ser aceptados en ese santuario que constituía la habitación de la
Pensión Lobo en Arturo Soria.
Esa referencia al
círculo que se abre en el nacimiento y se cierra con la muerte ha constituido
para mí la mayor enseñanza del libro. Según Lobo, “se compone de cientos de
pequeños círculos que debemos de completar en el camino. Son los que dictan la
sentencia de si mereció o no la pena. Debemos medirnos con la realidad vivida,
no con nuestras fantasías de cómo pretendíamos vivir”. Ese intenso análisis
de los círculos completados en muchos aspectos es lo que compone el libro. Como
colofón a una vida plenamente vivida, Lobo nos cuenta su viaje a Venecia,
aunque al emprenderlo todavía no tenía muy claro que iba a ser el último. Viajó
a una Venecia vaciada de turistas, por calles que incluso en temporada alta no
están muy pobladas, saboreando y haciendo suya una ciudad que amaba y que ya había
visitado en varias ocasiones.
Mientras leía y
disfrutaba de ese último círculo viajero que describe Lobo, no pude evitar acordarme
de otro círculo, de otros más bien, que cerró una persona muy cercana a lo
largo del año 2008. En aquel momento no lo sabía, no era consciente de ello
porque jamás nos habían dado una fecha de caducidad, pero de alguna manera, y
eso lo comprobé después, ella intuía, aunque sin decirme nada, que debía de
cerrar algunos círculos. Antes, muy poco antes de irse, cerró el círculo de los
viajes, probablemente lo que más le gustaba en la vida, con un maravilloso
viaje a la Carretera Romántica en Alemania, en el que ya mostraba al final de
cada día evidentes muestras de cansancio. Estaba cerrando círculos cuando
envolvió gran parte de su ropa en un paquete que descubrí en el armario cuando
ella ya se había ido, y estaba cerrando círculos cuando, dos noches antes de
irse, me encomendó sonriendo y cogiéndome las manos el seguimiento de nuestro
hijo, algo que en aquel momento no entendí porque no sospechaba lo que iba a
ocurrir Viví su despedida, y comprendí
poco tiempo después que ella lo sabía, pero no había entendido hasta que he
leído el libro de Lobo que lo que estaba haciendo ella no era otra cosa que
cerrar círculos, y cerrarlos con tranquilidad, con una paz consigo misma
admirable y envidiable. Con la paz que le proporcionaba el hecho de tener un
carácter, una forma de ser, muy parecida a la que describe Camus en “El
verano”, uno de los párrafos más bellos citados por Lobo en su obra maestra:
En medio del
odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible.
En medio de
las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible.
En medio del
caos, me pareció que había dentro de mí una calma invencible.
Me di cuenta,
a pesar de todo, de que en medio del invierno había dentro de mí un verano
invencible.
Y eso me hace
feliz
Porque no
importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor
empujando de vuelta.
Todos, de alguna
manera, empezamos a cerrar círculos en un momento dado. Para unos supone
dedicarse a poner en orden sus empresas, su legado, a irse despegando de cosas
que muchas veces no han disfrutado. Para otros, en tomar conciencia de la obra
terminada en lo que se refiere a hijos que ya vuelan por su cuenta, que ya no
nos necesitan. Alguno cierra el círculo dando gracias por haber completado una
vuelta a la manzana sin haberse desmayado, sabiendo, cada día que la emprende, que
esa vuelta puede ser la última. Alguno cierra círculos sin ser siquiera
consciente de lo que está haciendo, y precisamente este libro puede ayudar a
entender que estamos empezando a reconciliarnos con la idea de la muerte. Cerrar
los círculos, dice Lobo, no está relacionado con la edad, sino con la toma de
conciencia de que existe el País de los Mortales. De hecho, Lobo construyó su
vínculo no dramático con la muerte cuando leyó “Muerte en Venecia” con
quince años. A partir de ahí, su amor a la literatura, a la música, al cine y a
todo el mundo del arte en general, le ayudaron a ir cerrando esos círculos que,
vistos desde la perspectiva de su gran sentido del humor y su enorme humanidad,
le permitieron llegar a la conclusión de que había merecido mucho la pena lo
vivido.
Felix, como siempre una maravilla leerte, me emociona tu sensibilidad. No estoy segura de estar preparada para leer el libro y entrar en el Mundo de los mortales pero sin duda tus palabras me han pensar y reflexionar sobre la importancia de vivir cada minuto y disfrutar lo que tenemos, cosas importantes como poder contar con amigos como tú. Gracias de corazon
ResponderEliminarMuchas gracias, Araceli. Creo que empecé a prepararme, o me prepararon más bien, en el 2008, pero no he sabido darle forma a ese entrenamiento hasta que el libro de Lobo ha abierto la espita. Parte de esa preparación consiste en lo que dices, en disfrutar cada minuto de nuestra vida como si fuera el último, y en valorar lo que tenemos. Y como tú dices, también llevo tiempo cerrando un círculo importante: el de la gente de la que quiero rodearme en esta etapa de mi vida. Personas que me aporten y a las que pueda aportar, que me enriquezcan, que lloren y rían conmigo, que vivan, en definitiva, y entre esas personas por supuesto que estás tú.
EliminarMuchas gracias por tus palabras