miércoles, 15 de mayo de 2024

CORAZÓN DE ULISES

La primera película que vi fue "Ulises", una producción italiana con Kirk Douglas y Silvana Mangano. Me imagino a mí mismo con los ojos a punto de salirse y la boca abierta, aterrado pero fascinado al mismo tiempo ante la bestialidad de Polifemo, y enamorado de la maga Circe sin sospechar siquiera todavía lo que era el amor. Mi padre estaría a mi lado, contándome de vez en cuando lo que ocurría en la pantalla, como hizo poco tiempo después cuando me regaló el primer libro, la primera joya, "Las aventuras de Ulises", un volumen ilustrado editado por Teide, con tapa dura y brillante que mostraba dos ilustraciones que se quedaron grabadas para siempre en mi alma: la de la paciente Penélope tejiendo aquel tapiz eterno que deshacía por la noche, y la de la nave del héroe surcando los mares con el mismo Ulises erguido en la proa.

Con estas premisas, no es nada extraño que la filosofía y el humanismo que desprenden "La Iliada", pero sobre todo "La Odisea", combinados con la forma de ser de mi padre, tan especial, hayan presidido prácticamente desde niño mi línea de actuación, mi forma de pensar, de ser y de sentir. Durante toda mi vida he intentado mantener, muchísimas veces sin conseguirlo, esos ideales de justicia, nobleza, fortaleza, vocación, aventura, amor al viaje, sobriedad, pasión por lo que hago, empatía, alegría, emoción y generosidad, a los que añadí la superación a la adversidad que asimilé cuando otro griego, Zorba, se cruzó en mi camino. Creo que todas esas virtudes forman en mi naturaleza pequeños islotes en un mar de dudas y defectos, pero siempre intento tenerlos presentes a la hora de reflexionar sobre lo que se me plantee.

Cuando cumplí cincuenta años, un amigo del colegio me regaló "Corazón de Ulises", de Javier Reverte, que cuenta el viaje que realizó el autor a la Grecia actual, rememorando con su especial manera de narrar los acontecimientos y mitos de la Grecia clásica. Lo devoré en tres días, porque me resultaba imposible dejar de leerlo. Lo estrujé literalmente, tomé notas, lo dejaba un momento para cerrar los ojos, y saborear y reflexionar con la lectura de un determinado pasaje... Cuando lo terminé, compré otro ejemplar, porque el mío estaba destrozado, y se lo regalé a mi padre. Él también lo leyó sin poder parar. Le encantó, y estuvimos una buena temporada comentándolo. En una ocasión, mientras hablábamos de un capítulo, percibí en mi padre exactamente el mismo entusiasmo que había sentido yo de niño cuando le contaba algo que me había impactado del libro infantil. De alguna manera, mi padre era yo, y yo era mi padre, en una especie de círculo que se cerraba fuera del tiempo y del espacio. Le devolví con el libro de Javier Reverte toda la infancia que me había regalado, y fue una sensación tan intensa que todavía la recuerdo como si hubiera sucedido ayer.

Siempre he intentado encontrar en mi interior esas virtudes de las que os hablaba antes, ese espíritu de Ulises, y tengo que confesar que tanto mi padre como yo las habíamos asimilado desde casi el principio como algo masculino. Al mismo tiempo que en mí, lo buscaba en otras personas, y lo cierto es que las pocas, las escasísimas veces que lo he encontrado, ha sido en mujeres. La primera, mi mujer, la madre de mi hijo. La segunda, una prima a la que le dediqué una entrada ("ESPECIALES", del 26 de septiembre de 2021).

La semana pasada, encontré “Corazón de Ulises” en una de las numerosas librerías de la casa de una amiga, gran lectora. El mismo libro, la misma edición, el mismo formato. Y no me sorprendió nada, porque ella, mi amiga, es la tercera persona en la que he encontrado ese espíritu de Ulises.

La conocí hace apenas un año, pero la conexión fue tan fuerte, tan directa, que los dos tenemos la sensación de conocernos de toda la vida. Esta mujer ha estado trabajando en las zonas más deprimidas del planeta con diferentes organizaciones, ayudando a los más necesitados y llevando a cabo obras y proyectos destinados siempre a paliar parte de la miseria de países subdesarrollados. A finales del año pasado sufrió un ictus que le dejó paralizado el lado derecho. Después de un periodo de recuperación, ahora vive en su casa, donde fui a visitarla.

El espíritu de Ulises de mi amiga se refleja en su mirada, en su sonrisa, en su sentido del humor, pero también en su fuerza, en su tremenda determinación a vivir en su casa lo que le quede de vida, valiéndose por sí misma. Durante los dos días y medio que estuve con ella recorrimos los alrededores, cocinó con la mano izquierda, ensayamos los desplazamientos en su nueva silla de baterías, fuimos al cine, nos reímos hasta perder las fuerzas y casi caernos al suelo, hablamos de viajes y proyectos futuros, de lo divino y de lo humano, nos peleamos, discutimos sobre libros y nos contamos nuestra vida, en colores y en blanco y negro.

El espíritu de Ulises de mi amiga se refleja en su hospitalidad, en su generosidad, en su empatía, en la forma en que saluda a todo el mundo y en la que la que todo el mundo la saluda a ella, en su intolerancia ante las injusticias, sean del tamaño que sean, en su tremendo sentido de la Humanidad, de amor al oprimido, y de resistencia frente al opresor.

El espíritu de Ulises de mi amiga se refleja, en definitiva, en la inmensa cantidad de espíritu de Ulises que regala a quien está a su lado, infinitamente superior a la que he podido aportarle yo.

Viví con mi mujer, una persona muy especial, y la perdí. Pensaba que mi búsqueda, que había comenzado mucho tiempo atrás, terminó cuando la conocí, y sin embargo se revitalizó un tiempo después de que ella se fuera. De alguna manera, cuando encuentro a alguien como mi amiga, siento como si recuperara esa sensación de plenitud humana que viví con ella. Reconforta buscar, conocer nuevas personas, conversar, reír, sentir y llorar con ellas, porque cuando se establece ese lazo especial de amistad, muchas veces más intenso y potente que cualquier otra relación sentimental, parece como si resurgiera de mis cenizas, de mi propia memoria. A veces me veo a mí mismo como aquel vampiro de la multitud de Edgar Allan Poe, que deambulaba nervioso entre los grupos de personas que se formaban a la salida de teatros y restaurantes en la noche de Londres para absorber su energía, su esencia. En nuestro caso no se trata de una absorción, sino del intercambio de energía humana, de emociones y de sentimientos de una manera que me enriquece a mí, y que quiero pensar que enriquece a la otra persona.

Merece la pena la búsqueda, merece la pena el encuentro, merece la pena el viaje, y establecer la conexión con quien esté abierto a establecerla, por supuesto. Merece la pena conocer personas tan interesantes y especiales como algunas de las que forman ese grupo de lectura en el que me introdujo mi prima, y merecerá la pena, con toda seguridad, conocer a otras personas, en otros lugares, en otros entornos y en otros momentos, y continuar con esa búsqueda, que no es otra cosa que un viaje por el alma humana que comenzó de lleno cuando abrí por primera vez aquel libro que me regaló mi padre, con toda la ilusión indestructible de aquel niño que todavía vive en mí. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario