El miércoles 21 de Diciembre fue un día duro en el trabajo. De hecho, no estaba mentalizado del evento hasta que G, un amigo y vecino con una gran inquietud cultural y literaria, me llamó a las seis de la tarde con la duda de si se tenía que inscribir o no en la página del COAM para poder asistir a la presentación. Fue justo en ese instante cuando empecé a tomar conciencia de lo que me esperaba, cuando dejé de lado los problemas del trabajo para empezar a pensar en el evento. De camino al COAM, de forma precipitada, marqué en el folio que había impreso los párrafos más interesantes, las impresiones que creía que debía contar. Con eso ayudaba también a neutralizar el hipotético nerviosismo que en teoría debería sentir, y que sin embargo, para mí sorpresa, no terminaba de aparecer. A ratos me convencía de que se me iba a ir la voz, o que iba a empezar a sudar, o que iba a soltar una cagada de tal calibre que se iba a arruinar la charla por mi culpa. Nada más salir del metro me compré un paquete de caramelos Halls de los más fuertes y me comí dos de golpe, para neutralizar la hipotética pérdida de voz.
Cuando llegué, me sorprendió la poca actividad en el COAM, la tranquilidad y la penumbra. De hecho, además del vigilante de la entrada, sólo estaba G, terminando de ver la interesante exposición de Molezún, y descubriendo que en una de las vitrinas habían equivocado las etiquetas de dos objetos relacionados con la navegación. Nada más saludarle entraron también mi hermano y mi madre, a la que me hizo mucha ilusión ver, y después de presentarlos subimos al aula 5, justo al lado del auditorio, en la segunda planta. En una mesa en el exterior había dejado ya Sergio unos cuantos libros. El COAM había proyectado una imagen del libro justo detrás de la mesa desde la que íbamos a hablar. El aula 5 me pareció muy cómoda, acogedora, muy adecuada para la presentación, con una luz tenue que infundía calma. Hablábamos casi en susurros, tal era la perfecta acústica del lugar, mejorada también por la ausencia, como ya he dicho, de público en general. Daba la impresión que el COAM había abierto esa tarde exclusivamente para nosotros.
En ese momento sólo
estaban Sergio, algunos amigos suyos, y miembros de mi familia, además de G y
alguna que otra persona que había acudido por su cuenta. Sergio me presentó a Fernando,
arquitecto y vocal del COAM, la persona que le había gestionado la
presentación, un hombre muy amable y muy volcado en los temas culturales. A
medida que iba llegando más gente, me iba poniendo más nervioso. Al filo de las
siete y cuarto nos sentamos por fin para empezar. Fernando nos presentó uno por
uno a Dani, el amigo de Sergio que iba a hacer de moderador, a Sergio y a
mí. Se hizo el silencio entre el público, que en ese momento ya
llenaba el aula, y Dani comenzó su presentación. Le hizo una indicación a
Sergio, y Sergio comenzó a hablar.
En aquel momento, justo en ese instante, noté con fuerza que algo muy importante estaba sucediendo en mi interior. Algo que todavía hoy, al escribir estas líneas, me emociono profundamente al recordarlo.
Al ver, al sentir, el aplomo de Sergio, la comodidad con la que hablaba, la facilidad para expresar lo que le había empujado a emprender con su libro esa aventura, ese viaje, se me escabulló el nerviosismo en el alma, se disipó por completo, para dejar su lugar a la paz, a la comodidad, a la tranquilidad. Fui plenamente consciente en ese momento de que Sergio me estaba transmitiendo directamente su serenidad, su plena confianza en lo que estaba haciendo. Fui plenamente consciente, una vez más, de que de nuevo, como en muchas otras ocasiones en los últimos años, estaba aprendiendo de mi hijo, lo que para mí constituye el máximo orgullo que puede sentir un padre.
Cuando Dani se dirigió a mí para hablar del prólogo, eligió sin duda el párrafo que más me gustó escribir del mismo, ese en el que, mirando a Sergio mientras estudiaba un panel en el RIBA, en Londres, emprendí un viaje al pasado en el que rememoré el principio, el origen de la vocación de Sergio que nos había llevado finalmente hasta ese momento, hasta ese viaje a Londres en el que disfrutamos de nuestra profesión y de otras muchas cosas. Después de leer ese párrafo, Dani me cedió la palabra y hablé tranquilo, sereno, simplemente porque estaba hablando de lo que más me gusta: mi vocación, y la vocación de mi hijo. Y mientras hablaba, y mientras veía que la gente escuchaba, muchos de ellos con una sonrisa, sentí que estábamos viviendo un momento mágico, uno de esos momentos que jamás olvidaremos.
Hablamos también de cine, de "El manantial", de "El nadador". Hablamos de las ciudades que nos gustan, de los lugares mágicos que hemos visitado, de música, de sentimientos, de pasiones, de un sin fin de elementos que probablemente no tengan nada que ver con nuestra pasión, que es el arte y la arquitectura, o quizá sí, porque es posible que sin todos esos elementos nuestra pasión hubiera sido difícilmente alimentada.
Me sentía a veces uno con mi hijo, compartiendo vivencias y conceptos que parecían interesarle al público asistente. Dani llevaba la moderación de una manera magistral, haciendo preguntas y provocando un debate que venía al hilo de la idea que quiere transmitir Sergio con su libro. Hablamos mucho de la vocación (como condena, o salvación, según matizó muy bien Dani), de lo que el libro consigue provocando a cada momento la inquietud del lector, invitándole a seguir las innumerables referencias de libros, películas, mapas de ciudades y hasta música, de la apelación a la libertad de pensamiento de cada uno, o al menos del sentido crítico, para elegir ciudad, para elegir el lugar en que vivimos. Hablamos mucho de la profesión, del papel del arquitecto en todo esto, de la transgresión por un lado, o de la aceptación por otro del camino fácil, academicista y sometido a las corrientes más conservadoras. Hablamos de muchos temas, y leí la referencia a Jacobs que escribe Sergio en el epílogo del libro, en la que el autor invita a pensar por uno mismo.
“Jacobs, al final de su ensayo, proponía soluciones específicas para reconectar con ese espacio urbano que las ciudades parecían haber perdido. Al contrario que ella, más osada y directa, lo que pretendo con este epílogo es que penséis en las ciudades en las que vivimos, que penséis en el papel que estáis teniendo en decidir cómo se desarrollan”
Porque eso, y no otra cosa, pretende Sergio con su libro. Que cada uno piense por sí mismo, sin dogmas, sin prejuicios, sin pensamientos preconcebidos. Algo, y no me cuesta nada admitirlo, que tanto Sergio como yo llevamos haciendo toda nuestra vida. De ahí, probablemente, nuestra visión vocacional no sólo de la Arquitectura, de nuestra profesión, sino de todo lo que nos rodea.
Alguien nos dijo, después de los aplausos y las felicitaciones, "habéis sabido transmitir perfectamente vuestra pasión por lo que hacéis". Creo que esas palabras son el mejor regalo que me han hecho en mucho tiempo, porque me parece muy complicado transmitir lo que sea, pero también creo que el miércoles, después de los nervios, y además de las palabras, también hubo magia. La magia que supieron desarrollar durante bastante más de una hora, con su simpatía, su entrega, su pasión y su profesionalidad tanto Sergio como su amigo Dani.
El único problema de todo esto es que lo pasamos tan bien, nos sentimos tan a gusto, tan cómodos, tan motivados hablando de lo que nos entusiasma, que ya estamos contando los días, las horas, para hacer la siguiente presentación. Esto no ha hecho más que empezar.
Quiero dedicarle con todo mi cariño, mi admiración y mi agradecimiento esta entrada a Fernando Landecho, arquitecto y vocal del COAM, por todas las facilidades, por su presentación, por su amabilidad, por haber estado atento en todo momento a la charla, y quiero dedicársela porque gracias a personas como él se materializan los sueños de personas como mi hijo.
Y por supuesto, se la dedico también a Dani, gran profesional y mejor persona, porque también aprendí mucho de él el otro día. Con todo mi cariño, mi afecto y mi admiración, Dani, gracias por la magia que supiste desarrollar.