sábado, 26 de diciembre de 2020

Nochebuena

 

Con un año tan horrible como el que hemos tenido, la verdad es que el espíritu navideño se había disipado por completo de mi cabeza. No le veía ningún sentido a disfrutar de las luces, los paseos por los lugares emblemáticos de Madrid, los encuentros navideños con familia y amigos… A esto último no sólo no le veía sentido, sino que, con lo que tenemos encima, le veo precisamente más sentido a no reunirse con nadie, porque el amor, el encuentro, los abrazos y los besos, y esos “Vuelve a casa por navidad” este año pueden ser letales, y se demuestra mucho más amor no viendo a tus seres queridos, que reuniéndote con ellos. Ya habrá tiempo y ocasión para volver a las tradiciones cuando la pandemia esté por fin controlada, que ahora precisamente no lo está en absoluto, aunque empiezan a verse luces al final del camino.

Estando así las cosas, una de las tradiciones que he seguido otros años, la de enviar mensajes de felicitación, la había descartado por completo, hasta que, lógicamente, empecé a recibirlos de personas más o menos cercanas, pero siempre queridas y apreciadas. Al leerlos, me di cuenta de que me apetecía saber de otras personas, de las que he tenido noticias de forma esporádica durante la pandemia por mensajes que nos hemos ido enviando simplemente para saber si todo iba bien, si habíamos tenido algún problema, etc. La cuestión, pues, no era enviar ese mensaje navideño rutinario, sino saber de esa persona, saber si seguía bien él o ella, y su familia. Creo que nunca he encontrado más valor a la felicitación navideña que este año precisamente, en el que la Navidad, para mí, ha pasado a un plano mucho menos importante que el que ha tenido en otras ocasiones.

Puesto a ello, estuve gran parte de la tarde del día 24 enviando y recibiendo mensajes. Por suerte, todas las personas a las que he saludado y me han contestado siguen bien, ellos y sus familias, lo que ya de por sí me alegró bastante la tarde y la noche.

Una de esas personas contestó de una manera muy especial a mi mensaje. Se trata de una chica, llamémosla Isabel (no se llama así, pero la llamaremos Isabel por razones de seguridad) que estuvo trabajando conmigo en Murcia, en una de las mejores épocas de mi vida, en un equipo en el que éramos muy pocos, seis personas, pero muy bien compenetrados, tanto en lo personal como en lo profesional. Isabel era amable, siempre sonriente, trabajadora, simpática, y sobre todo muy, muy buena persona. Por aquella época estaba con una relación, y cuando ya lo tenían todo preparado para casarse, con el salón, las invitaciones enviadas y toda la parafernalia que conlleva preparar una boda, su novio voló, dejando a Isabel hecha polvo. Poco después de aquello yo me tuve que volver a Madrid de manera urgente por las razones que todos mis conocidos saben (por si alguno de los que leen este blog no lo sabe, mi mujer enfermó de cáncer), y le perdí la pista a Isabel y al resto del equipo, aunque siempre he sabido más o menos de ellos comunicándome de vez en cuando.

Isabel contestó a mi mensaje del otro día. Por sus palabras, deduje que seguía siendo la misma persona de siempre. Amable, simpática, sonriente, y sobre todo, buena persona. Tras dos o tres mensajes, me envió la foto de su hija, Estrella (este sí es el nombre real), una niña preciosa, que ahora tiene dos años. Mirando de cerca los ojos de esa niña, su sonrisa, ese aspecto de muñeca que tiene mucho de Isabel, sentí algo que me dijo que esa niña era el regalo del destino para Isabel. Estrella era la razón, el fin, el resultado de todo lo que le había ocurrido a su madre. Ese novio que había volado tenía que volar, por fuerza, porque por alguna razón que se nos escapaba a todos en ese momento, no era la persona adecuada para Isabel. Esa tristeza que sin duda tuvo mi compañera no era más que los preliminares de la felicidad que tiene ahora, encarnada en esa niña que, sin duda, es la mejor obra que Isabel habrá hecho en su vida. Recuerdo que en alguna ocasión, cuando ella estaba destrozada porque aquel chico la había abandonado por un ataque de pánico ante la boda que se le venía encima (siempre he supuesto que fue por eso, aunque igual era por otra razón que ni sé, ni me imagino, ni me importa), yo le decía “probablemente es lo mejor que te ha podido pasar, porque esa no era la persona adecuada para ti”, y el tiempo nos ha dado la razón, porque ahora, viendo a esa niña, me doy cuenta de que Isabel conoció más tarde a la persona adecuada para tener un regalo como la hija que ha tenido.

Estuve charlando en Nochebuena por wasap con Isabel hasta que ya no podía mantenerme despierto. En esa conversación, Isabel me dijo una cosa sobre mí que me encantó. Probablemente lo más bonito que me han dicho en mi vida, que no pongo aquí porque parecería presuntuoso, y porque seguramente tampoco es verdad, por muy orgulloso que estuviera si yo fuera realmente como ella me dijo que me veía, aunque sólo fuera en una pequeña parte. Si es cierto que no somos lo que creemos que somos, sino la forma en que de verdad nos ven los demás, me doy por muy contento con lo que me dijo Isabel.

Y eso me llevó a otra conclusión. He estado en proyectos muy importantes en mi vida. Unos cuantos emblemáticos, como la Torre Repsol, la sede del BBVA en las Tablas (sí, la tapa de inodoro…) o el Hotel AC Oblatas en Santiago de Compostela. Otros no tan emblemáticos pero complicados, como el Portón de los Jerónimos en Murcia. Otros modestos, como muchos bloques de viviendas desperdigados por Madrid, Getafe, Leganés, o Guadalajara, y reformas en lugares bellísimos como el Palacio de los Serrano, en Ávila. He tocado también la logística en un proyecto muy interesante en Illescas, que me sirvió para desarrollar una rama de la edificación que no había tocado hasta ahora. Todos esos edificios son importantísimos para mí, porque en todos ellos he sufrido, he reído, he llorado y hasta he amado (no en ellos, sino mientras estaba trabajando en ellos, no seáis mal pensados), y guardo de ellos un recuerdo en lo profesional y en lo humano increíble, hasta el punto de que siempre he tenido la sensación de que no he trabajado, porque estaba haciendo lo que me gustaba, que era construir, ver levantarse una obra desde los cimientos hasta la cubierta.

Siempre he pensado eso, pero el otro día, viendo la cara de Estrella, la cara de Isabel, me di cuenta de que lo bonito, lo grande, además de haber estado en esos proyectos, es haber conocido a toda la gente especial que he conocido a lo largo de mi trayectoria. Personas importantes en mi vida, muchos de ellos anteriormente jefes y ahora amigos, muchos compañeros abnegados, dispuestos siempre a echar una mano, codo con codo siempre, con sus problemas, sus tristezas, sus alegrías, y sobre todo sus grandezas como personas y como profesionales. Muchos de ellos compañeros, otros clientes, incluso rivales en el terreno profesional, pero todos ellos grandes personas, y ahora buenos amigos. A muchos les saludé la otra noche, y les seguiré saludando sin duda, porque han conformado gran parte de mi vida profesional, pero sobre todo, humana.

Muchas gracias, Isabel, por ser como eres, y por haber finalizado, con nota, una obra tan importante y bonita como Estrella. Es un honor y un placer conocerte y haber trabajado contigo

domingo, 13 de diciembre de 2020

BREXIT, UNA GUERRA INCIVIL. ¿LA MUERTE DE LA DEMOCRACIA?

 


Se trata de una película protagonizada por Benedict Cumberbatch en el papel de Dominic Cummings, el artífice de la victoria del NO a Europa en el referéndum que se hizo en 2016 en Gran Bretaña. En el menú de Movistar aparece como comedia, pero no os dejéis engañar, lo único que tiene de comedia, si acaso, son las patochadas de Boris Johnson.

Veamos los precedentes: Cameron, en su campaña, le prometió a una “chusma que alguien había azuzado contra él” (palabras de Douglas Carswell, diputado del UKIP, en la película) que si ganaba, cosa que ni él mismo se creía que sucedería, convocaría un referéndum para preguntarle a la población si querían seguir o no en Europa. Ganó, y no le quedó más remedio que convocar un referendum.

Cameron y los suyos veían la cosa muy clara. Con un mínimo esfuerzo, iban a conseguir que la población votara seguir en Europa apelando al espíritu económico, a la fortaleza que daba estar en bloque en la Unión, a la solidaridad y al trabajo. Primer error: basar su estrategia en lo de siempre. Mítines, pegada de carteles, encuestas, programas en la televisión, artículos de opinión en los periódicos… Obviaron, o no tuvieron en cuenta, por ignorancia y sobre todo por prepotencia, el tremendo poder que hoy en día tienen las redes sociales.

La intervención de Zack Massingham, presidente de AGGREGATEIQ magistralmente interpretado por el actor Kyle Soller, supone todo un máster para entender el poder de las redes sociales en todo esto. La cosa es sencilla cuando él la explica: dos mil millones de personas se meten doce veces al día para compartir con otros sus sueños, sus pesadillas, lo que comen, lo que piensan, lo que les impide dormir lo que hacen a cada momento. Todas esas intervenciones forman patrones de conducta, conductas que se solapan y que pueden alimentar un algoritmo. Esos algoritmos sofisticados sirven para realizar un enfoque de la población y saber lo que piensan, para diseñar anuncios y consignas adecuados para ellos. El sistema puede hacer predicciones, y darle a cada persona lo que necesita en cada momento. Es el sistema, no las personas, lo que influye más en la gente.  

De lo que se trata es de captar a la gente que nunca ha votado. A los indignados, a los perezosos, a los desencantados, a los que los políticos, en definitiva, nunca tienen ni han tenido en cuenta. En este sentido es curiosa la visita que Carswell y los suyos hacen a un barrio de Londres empobrecido y triste. Cuando el diputado dice “no conocía este barrio”, alguien le contesta “pues pertenece a tu jurisdicción”. El discurso político es cada vez más memo por culpa de los memos que se alimentan de él. De lo que se trata, en la película y en la realidad, o al menos lo que intentaba Cummings antes de que se le fuera de las manos, era de jalear el si8stema político para que reaccionara, pero al final ese sistema político, anquilosado en sus viejos procedimientos (no se trata de la izquierda contra la derecha, dice Massingham, sino de lo viejo contra lo nuevo), no es capaz de sobreponerse, y todos sabemos lo que sucedió. La salida de Europa ganó por más de un millón de votos.

AGGREGATEIQ hizo llegar a los votantes mil millones de anuncios de enfoque selectivo durante la campaña. Mil millones. ¿Os imagináis?. Esa empresa, junto con Cambridge Analytica, está vinculada al empresario multimillonario Robert Mercer, que luego se convirtió en el mayor donante de la campaña de Trump. Y todos recordamos que Trump ganó las elecciones.


La única buena noticia es que parece que los políticos, aunque a remolque, han tomado buena nota de la estrategia y han empezado a actuar de otra manera muy diferente a la que llevaban haciendo. La consecuencia es el reciente triunfo de Biden en EEUU, la reciente defenestración de Cummings por la nefasta gestión que ha hecho con el asunto del COVID en Inglaterra (una cosa es manipular a los votantes y otra muy diferente gestionar una crisis de salud) que provocará casi con toda seguridad la caída de Boris Johnson, cuyo único mérito político consistió en subirse al carro del abandono de Europa y que esta opción fuera la ganadora, lo que provocó la inminente dimisión de Cameron.

También hay que decir que, además de los algoritmos de las redes, ayudó bastante a que ganara el NO a Europa el discurso xenófobo y nacionalista de una derecha rancia y estúpida, de la que hasta el mismo Cummings quería desmarcarse en todo momento porque no soportaba esa apelación al odio, a la nostalgia de unos tiempos pasados siempre mejores y al rencor contra los inmigrantes. Es esa derecha la que tribaliza a la gente y provoca que una diputada, Jo Cox, fuera asesinada por un exaltado.

Y también, por último, ayuda mucho repartir por todas partes mentiras a las que la gente débil de carácter o perezosa de mente se agarra sin contrastar siquiera. >En ese sentido es graciosa la escena en la que una simpatizante le dice a Boris Johnson “Van a venir a Inglaterra sesenta millones de turcos. Lo pone aquí, en su panfleto”, y es el mismo Boris Johnson quien le aclara “bueno, disculpe, lo que pone es que Turquía tiene sesenta millones de habitantes”. Mentiras como la entrada inminente de Turquía en la UE, ocultaciones de la verdad, como las ayudas que la UE proporciona a todos los países miembros en materia de inmigración o gestión de refugiados (eso ocurre también en España, por cierto), quedan impunes ante la opinión pública porque el partido gobernante es incapaz de explicarle a la población que eso no es así, que no se trata más que de tendenciosas maniobras que apelan a esa nostalgia y a ese odio que no de debería usar en ninguna campaña política, pero que los que querían que el NO a Europa triunfara, y lo consiguieron.


¿Os suena?

Sí, es un poco lo que está ocurriendo también aquí. El mensaje de odio a lo exterior, a ese inmigrante que nos quita el pan de la boca, es el mismo, y se puede ver, incluso hoy mismo, si te metes en las redes y buceas un poco. La apelación a los miles de muertos por el COVID es otra llamada al dolor, que trata de enfocar ese dolor en el responsable que en este momento está gobernando. Pero no, en serio, no nos dejemos llevar por esos mensajes tendenciosos, falsos y mentirosos. Seamos capaces de indagar un poco, de bucear en temas como el famoso de los okupas, cuya única finalidad es meter el miedo a la gente, porque la gente con miedo es más manipulable, no nos dejemos engañar.

El tema del manejo de las redes ya es otro cantar. Los partidos extremistas de este país ya han intentado su jugada, o su jugarreta más bien, en este terreno, pero creo que estamos empezando a verles el plumero, como ya han hecho en EEUU y en otros países. Aquí es verdad que el discurso político sigue siendo memo, estúpido y despreciativo, y que todavía no tiene en cuenta a toda la población, sino sólo a los que piensan como cada una de las opciones, pero si no queremos que este sistema se vaya directamente al carajo, porque la realidad es que es el único sistema válido de convivencia en un país normal, tenemos que votar con criterio, analizando los programas, desenmascarando las mentiras, investigando lo que cada uno dice, si es verdad o no.  No podemos dejarnos llevar por lo que se diga en las redes, porque hay mucha gente falsa en las redes, que ni siquiera existe, es uno de esos algoritmos que crea patrones, y no hay que hacerles caso.

Votar no es un asunto banal, y ese es el problema, y el peligro de la democracia. Tomarse el voto a la ligera es muy peligroso, a corto y a largo plazo. Vale, siempre habrá gente que vota a piñón fijo, a su partido de toda la vida. Siempre habrá señoras que vitan a fulanito “porque es muy guapo”, o “porque tiene carisma”. Siempre habrá personas que voten por miedo a algo, o para contrarrestar el voto del cuñado. No es a esos a quienes hay que tener en cuenta, porque esos no deciden el resultado de las elecciones. Ese resultado se decide por la gente que analiza, que piensa, que reflexiona, y que cada vez que vota se inclina a uno u trol ad en función de lo que le ofrezca cada uno o de lo bien o lo mal que lo hayan hecho los que están. Es para esa gente para la que se necesita en estos momentos un partido serio, consecuente, con ganas de hacer cosas, que no se dedique sistemáticamente a tirar por tierra lo que hace el otro, a derrocar la monarquía o a expulsar a los inmigrantes como hizo la reina Isabel la Católica con los judíos. Señores, hay temas muchísimo más importantes que abordar de una vez por todas, como la educación o la inversión en I+D, por poner un par de ejemplos.

No todo está perdido. No nos rindamos. Recordad que la democracia es el ÚNICO sistema válido, y que ese sistema depende de nosotros. No lo dejemos en manos de las redes, no lo dejemos en manos de incapaces. Vamos a coger las riendas de una vez por todas.

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

No somos dioses. La paradoja del ser humano

 


Probablemente no he sido consciente de lo que ha ocurrido con mi actividad en las redes. No, no he sido consciente de que la última entrada de mi blog la escribí en Agosto, y de que desde el 7 de septiembre no he entrado en Twitter, y de que he tenido muy poca actividad también con wasap, por lo que me dice mi teléfono con su informe semanal.

No, realmente no me había dado cuenta del asunto hasta que hace un par de días me lo recordó una muy querida amiga, que de hecho también reapareció en mi wasap después de esos casi tres meses, para comentarme que había leído mi última entrada, que como ya he dicho era de agosto. Resulta curiosa la forma en que se altera la consciencia de cada uno cuando sucede algo inesperado, que nos supera y que nos empuja de un mazazo a sumirnos de repente en un estado de shock. El 8 de septiembre ocurrió una de esas cosas inesperadas con una persona que ha significado mucho en mi vida y en mi forma de ser y de pensar. Sufrió un terrible accidente del que por suerte, a día de hoy, se está recuperando felizmente. Eso es lo que me ha empujado hoy, animado también por la conversación con esa querida amiga que reapareció “de entre los vivos”, a retomar poco a poco la actividad en las redes.

Pensaba que el libro estaba completamente cerrado con esa persona que sufrió el accidente el día ocho. Casi siempre creemos estar seguros de nuestros sentimientos hacia los demás, como solemos estar más o menos seguros de nuestras ideas. Lo que ocurre, lo que te hace la vida de vez en cuando, y en mi caso no es la primera vez, es demostrarte con un mazazo que esa seguridad tuya se puede desmoronar en un instante. Me sentía ya muy alejado de ella, por una discrepancia bastante profunda en lo que se refiere a ideas políticas, religiosas, morales y vitales. La diferencia de nuestra forma de pensar derivó en el fin de la relación, y poco a poco el libro se cerró. Esa diferencia de ideas, tan sólida y tan determinante, se disolvió de un plumazo, “como lágrimas en la lluvia”, que diría el bueno de Roy Batty, cuando me enteré del accidente que había sufrido. No existía la política, ni la religión, ni nada más que la repentina y dolorosa toma de conciencia de lo frágiles que somos los seres humanos. Durante bastantes días estuvo en la UCI, en coma, y hasta que no salió de ese estado creo que muchas de las personas que habíamos tenido la suerte de conocerla estuvimos en estado de shock.

Sentí impotencia, y rabia, y tristeza, mucha tristeza. Sentí que mis ideas no valían absolutamente nada, que lo que dominaba mi mente era la intensa toma de conciencia de la fragilidad. Por mucho que quisiéramos no podíamos hacer absolutamente nada que no fuera desear con todas nuestras fuerzas que se recuperara cuanto antes, que saliera de ese estado de coma. Transmitirle de la forma que fuera nuestra energía positiva y rezar, no por convicción, sino porque ella rezaba. Ahora ya está mucho mejor. Se está recuperando y muy pronto saldrá del hospital para reunirse de nuevo con los suyos y retomar su vida.  

He llegado al convencimiento de que las ideas políticas, religiosas, económicas, sociales, etc, no valen nada, absolutamente nada, ante la inmensa fragilidad del ser humano. Somos frágiles, y cuando tomas conciencia de ello, curiosamente, se produce la paradoja de que te haces más fuerte, porque no necesitas amparar tu vida con un escudo político, religioso o social para sentirte mejor, o más acompañado por otros con esas mismas ideas. Somos frágiles, no somos dioses, somos incapaces de conseguir que alguien cambie su vida o su forma de pensar escuchándonos. Seamos realistas: cualquier día, en cualquier momento, la vida nos va a dar un mazazo, y en ese momento las ideas pasarán a un segundo plano y nos pondremos en la piel del otro, o para ser más exactos, SEREMOS el otro.

Puede incluso que tomar conciencia de nuestra propia fragilidad ayudara a que las cosas fueran bastante mejor. Esa es la otra cara de la moneda, la fortaleza de la que hablaba antes, esa paradoja que se produce en el ser humano por su propia naturaleza de ser humano, con sus fallos, sus taras y su profunda, enorme incapacidad para convertirse en un dios. Despojarse de las convicciones políticas, económicas y religiosas, y ponerse simplemente en el lugar del que sufre, o SER el que sufre, convertiría este mundo en algo bastante más agradable de lo que es ahora. Seríamos mucho más humanos, y nos preocuparíamos mucho más de los que sufren o pueden sufrir. La pandemia del COVID se hubiera acabado hace bastante tiempo si en su gestión no primaran las decisiones políticas, económicas, estadistas y religiosas. En el fondo de nuestra alma tratamos de esconder nuestra fragilidad bajo una capa muy profunda de ideas, y es precisamente cuando somos capaces de eliminar esas ideas cuando alcanzamos a entrever la verdadera grandeza del ser humano.

A casi todos nos gusta que los demás compartan lo que a nosotros nos resulta agradable. Cuando ves una película que te pone la carne de gallina, te preocupas por hacerles ver a las personas de tu entorno que se trata de una gran película. Posiblemente sea esa la razón por la que uno decide un día escribir: para compartir gustos, ideas, experiencias, simplemente por el placer de compartir, sabiendo de antemano que algunas personas lo apreciarán y otras no. También puede ser una razón para escribir tratar de ordenar los pensamientos, sacarlos de alguna forma al exterior para que no te vuelvan loco. Durante este tiempo no he escrito en redes, pero sí para mí, como terapia para eliminar la tristeza que me producía la situación.

El problema surge cuando alguien escribe únicamente para forrarse, o cuando abre un canal para hacerse influencer, o se mete en política por un irresistible deseo de poder. Aunque parezca una estupidez, sentimientos como la codicia, o el ansia de poder no son más que irreprimibles deseos de convertirse en un dios que ejerza su influencia sobre los demás, y eso es lo más alejado que se puede estar de ser un ser humano, que es lo verdaderamente grande e importante.

No, no podemos influir en los demás, y mucho menos, por esa mismo razón, tampoco podemos juzgar a nadie por lo que haga o deje de hacer, por sus ideas o por su forma de ser. Para los delitos ya están los jueces oficiales, para todo lo demás debería estar la conciencia de cada uno, pero nadie es quien para juzgar a nadie.

Da igual lo que se haga, en un sentido o en otro. Da igual que pretendas ser un dios, o forrarte, o humillar a todo el que puedas en tu trabajo. Más tarde o más temprano, la vida te da un mazazo, en tus propias carnes o a través de una persona que te ha dejado una profunda huella en el alma. A menos, claro está, que tus ideas estén lo suficientemente claras e incrustadas en tu mente como para que un mazazo sobre alguien de tu entorno, actual o pasado, te deje completamente indiferente, y antepongas las ideas al dolor que te produce la situación de esa persona. En ese caso, la verdad es que no sé qué decirte.

 

sábado, 29 de agosto de 2020

Flamenco para recordar. Fútbol para olvidar



Se llama Paco Mora. Yo no conocía hasta ayer a este hombre. Apareció durante dos o tres minutos en el Telediario de la tarde. Nació en 1973 en Málaga, y comenzó su formación como bailarín de flamenco de la mano de Carmen Fernanda y de Mario Maya, entre otros. Con 24 años crea su compañía, “Jabera”, y estrena “Lorca baila” en el 97 en Casa Patas. En 1999 estrena “Carmen”, que recorre Sudamérica y recala tres meses en el teatro Nuevo Apolo. A partir de ahí su carrera destaca en el mundo del flamenco, con innumerables galardones y reconocimiento de su arte por todo el mundo.

En 2016 abandona su carrera debido a que a su madre, Carmen, una malagueña de 86 años que siempre quiso bailar, le diagnosticaron Alzheimer. Paco colgó los zapatos para atenderla a tiempo completo. Pero no se limitó a levantarla, lavarla y peinarla. Hizo varios cursos relacionados con la enfermedad, entre los que se incluye uno de musicoterapia. Encontró a través del flamenco y la música un nuevo canal de comunicación que había perdido por culpa del Alzheimer. Puso en marcha un proyecto, “Flamenco para recordar, coplas de un recuerdo”, en centros de día y asistenciales, con otras personas como su madre, con Carmen como una especie de delegada de curso en cada una de sus clases. Carmen baila ahora, y la enfermedad, aunque sigue ahí, se desarrolla de una forma mucho más lenta. Podéis encontrar más información en este enlace:

https://www.uppers.es/salud-bienestar/terapia-y-psicologia/Paco-Mora-flamenco-para-recordar-alzheimer-madre_18_2839995227.html

Y el tráiler del documental “En mis zapatos”, que a mi madre y a mí nos puso la carne de gallina, lo podéis disfrutar aquí:

https://www.youtube.com/watch?v=-ylw8uHYsw4&vl=es-ES

Como decía en el principio de la entrada, esta noticia duró dos o tres minutos en el informativo de la tarde.

Después de ver esto, tanto mi madre como yo no pudimos evitar emocionarnos. Historias como la de Paco Mora son las que te hacen reflexionar en lo grande que puede llegar a ser el ser humano, y es inevitable solidarizarse de inmediato tanto con ese hombre, con ese gigante, como con su madre, Carmen, a la que impidieron bailar cuando era joven y que ha conseguido su sueño gracias a la capacidad, la generosidad y la grandeza humana de su hijo.

Creo que esa historia, y otras muchas como ella, deberían ocupar la mayor parte de los informativos. La otra cara de la moneda surgió de repente, de golpe, casi a continuación, con el inevitable culebrón de la marcha de Messi del Barcelona.

No voy a meterme con el tema de Messi, porque no soy aficionado al fútbol y no puedo comprender que las pasiones desatadas por la marcha de un multimillonario que se ha dedicado durante toda su vida a darle patadas a una pelota provoquen disturbios, linchamientos públicos del presidente del club y análisis diarios de la situación de un personaje al que, lo siento, no me imagino abandonando su carrera por nadie para realizar un gesto tan altruista como el de Paco Mora.

No, no voy a meterme con Messi, pero sí quiero hacer hincapié en la brutal diferencia que los medios le dedican a ese tema si lo comparamos con el tema de Paco Mora, mucho más interesante bajo mi punto de vista que el otro. En apenas dos minutos todos los que lo vimos, que seguro que fuimos pocos, nos enamoramos hasta la médula de Carmen y de su arte al bailar. ¿Ocurre eso mismo ante la noticia de la marcha de Messi del Barsa? Probablemente para sus seguidores más incondicionales sí, no lo sé, pero en cualquier caso dudo que provoque los mismos sentimientos que la otra noticia.

Se trata de una cuestión de estadísticas, de audiencias, de intereses que se nos escapan a los que cada vez estamos más hartos de unos medios que no le aportan absolutamente nada al sentido de la ética, de la empatía, de la solidaridad. Se limitan a darle bombo y platillo, de una forma machacona, a noticias que lo único que provocan es enfado, controversia, fanatismo y discusiones bizantinas que jamás llegan a buen puerto. Prefieren jalear a la masa, y sobre todo alarmarla, provocar miedo, pero se me escapa la razón de esa actitud, de esa forma de actuar, como no sea la de convertir a las personas en esos objetos sin sentimientos que ya aparecían en “1984” de Orwell, o en “Un mundo feliz” de Huxley. Cada día que pasa estamos más cerca de esas aparentes utopías que hoy día están de plena actualidad. O peor aún, estamos convirtiendo en cuentos de hadas los planteamientos de “Black mirror”.

No se trata de comparar una noticia con la otra, sino de analizar el tiempo dedicado a una y otra en los informativos de televisión. Simplemente eso. Reflexionemos un poco y valoremos un poco más a qué le queremos dedicar tanto nuestro tiempo como nuestro criterio a la hora de elegir programación.

domingo, 9 de agosto de 2020

LA VIOLABILIDAD ES UNA GOLOSINA

NOTA A LA ENTRADA DE FECHA 15 DE AGOSTO DE 2020

Escribí la entrada hace seis días, el 9 de Agosto de 2020, cuando muchas voces, muchos medios, muchos miedos, indicaban que la culpa de los rebrotes, porque siempre hay que culpar a alguien, eran casi en exclusiva de las reuniones juveniles en locales, fiestas, etc. Me dejé llevar por la marea, y lo reconozco. Con esta nota quiero pedir disculpas. Si bien algunos conceptos de la entrada relativos a la mala educación que un sector de la sociedad le ha proporcionado a sus hijos siguen siendo válidos en mi opinión, hoy me he dado cuenta de la manipulación, de la facilidad con que se ha culpado a un sector de la población, los jóvenes, del fracaso de la desescalada. Ayer vi en mi ciudad autobuses atestados de personas que iban a trabajar por la mañana, el metro con los andenes llenos, sin distancia de seguridad. Ayer dijeron que en Madrid se van a hacer "test masivos", consistentes en 1000 pruebas PCR en las zonas más afectadas, hasta un total de 6000, en una ciudad de más de cinco millones de habitantes. He seguido en los medios la chapucera contratación de 20 rastreadores en la Comunidad de Madrid, a dedo, a una empresa en la que, casualmente, trabaja el hermano del consejero de Sanidad de la Comunidad. 20 rastreadores en una ciudad en la que harían falta 800 más de los 400 que hay. Sigo percibiendo que las CCAA son cada vez menos solidarias, menos profesionales y mucho menos eficaces en la gestión de algo que le viene muy, muy grande. Y sigo viendo a un Gobierno desnortado, que no termina de coger el toro por los cuernos basándose precisamente en las competencias de las CCAA. A día de hoy los casos diarios se han duplicado, pero aún así las condiciones de trabajo de las empresas, de los temporeros y de la gente que trabaja en campo y cadenas de producción siguen siendo precarias, tercermundistas. Soy pesimista con todo esto, porque los opinadores oficiales, los memos, los odiantes y los imbéciles son los que llevan la voz cantante en un problema que nos afecta a todos. No, no se puede culpar a la juventud, o al menos no sólo a ellos. Me equivoqué con la entrada, lo reconozco.

Muchas veces he dicho que lo mejor de este blog son los comentarios. Uno de esos comentarios me ha hecho reflexionar mucho sobre el asunto, y los datos oficiales de los últimos días me han decidido, junto a ese comentario, a escribir esta nota. Voy a dejar la entrada como estaba, pero con esta nota aclaratoria. Espero que me disculpéis, me erigí en espada de Damocles sin ver más allá, y eso es algo que no me gusta. Un abrazo a todos.

ENTRADA DE FECHA 9 DE AGOSTO DE 2020

Son jóvenes, tienen que divertirse, hay que comprenderlo, hay que asimilarlo, Cuando las hormonas entran en ebullición, es imposible controlarlas, quien pudiera, quien pillara otra vez esa edad, pobrecitos, han sufrido mucho con el confinamiento, hay que entenderlos… Si, y hay que dejar que se desteten cuando ellos lo consideren oportuno, como la niña de cinco años pegada a la teta de su madre en “Embarazados”, y comprarles un teléfono móvil de última generación porque claro, lo llevan sus compañeros, y una mochila de cien euros para los libros del cole, porque al niño se le ha antojado porque lleva a la patrulla canina dibujada, cuando las que están al lado, de veinte euros, no llevan nada, pero son más robustas (en este caso, la madre compró la mochila cara, entre otras razones, además de por los llantos de la criatura, porque la papelería estaba llena de madres que observaban), y dejarles que coman pizza, chuches y Coca-cola todos los días, porque si no es así se ponen muy pesados. Pobrecitos, no hay que coartarles las iniciativas, hay que dejarles que desarrollen su propia personalidad. Hay que estimularles siempre, hagan lo que hagan y de la forma en que lo hagan, y darles todo lo que pidan, porque claro, al no estar con ellos durante la mayor parte del día, lo mejor es darles los caprichos. ¿Y los profesores? Los profesores no tienen ni idea, la mayoría son frustrados que no valen para otra cosa. Ya aprenderán ellos de quien tienen que aprender para ser algo en la vida, que eso es lo importante, ganar pasta sin esfuerzo alguno, y mientras llega ese día, pues oye, hay que sacrificarse y comprarles ropa de marca, zapatillas deportivas de culto, pagarles viajes, pagarles el móvil, pagarles las multas… Y pobrecitos, tienen que salir, y tienen que divertirse.

Sí, y tienen que saltarse todas las normas establecidas, porque al darles todo lo que piden, todo lo que necesitan antes incluso de que lo pidan (porque también queda muy bien entre las amistades ser los primeros padres en comprarle e su hijo esa Tablet de última generación), el único recurso que les queda para llamar la atención entre familiares y colegas es transgredir, violar las normas, ser los “malotes” de su grupo de amigos.

Vamos a ver, no nos engañemos. Nosotros, cuando éramos niños, robábamos chocolate de la nevera, galletas de la estantería, golosinas… Para ellos, para los de ahora, la violabilidad es una golosina. Y la violabilidad puede alcanzar muchos grados, como robarle al padre la tarjeta de crédito con doce años para comprar petardos (real), sacar una revista pornográfica con los colegas cuando se supone que estás estudiando, fumarse un cigarro y tirar la colilla por la ventana, o cosas más graves, como pinchar las ruedas de los coches del garaje de tu vecindad (porque pincharlas en los coches de la calle les acojonaría), poner pintadas violentas, agredir a los compañeros del colegio o violar niñas que se quieren integrar en el grupo de amigos. El grado de violabilidad permitido a los menores de edad, y no tan menores, es directamente proporcional a la estupidez de los que consienten esos actos, desde padres (para los que, por supuesto, sus hijos jamás son culpables, hagan lo que hagan) hasta amigos, conocidos e instituciones.

El problema surge cuando esa violabilidad, que para ellos es eso, una golosina, provoca muertes, como está ocurriendo ahora.

El problema surge cuando un muy numeroso colectivo de adultos, dejándose arrastrar por esa falacia estúpida de “son jóvenes, y hay que dejarles”, piensan que ellos son jóvenes también, y están fuera de peligro. Un colectivo muy numeroso de adultos irresponsables que no son gente, sino gentuza, porque les importa un pimiento no ya su propia salud, sino la de los demás. Adultos que están convencidos de las teorías más rocambolescas sobre una enfermedad de la que lo que menos se puede estar es convencido de algo, porque ni los propios especialistas saben bien cómo actúa, cómo se contagia. Pero ellos, esos estúpidos sociales, esos suicidas tipo lemming a los que no se les puedes convencer de que no llevar mascarilla es una irresponsabilidad, tan peligrosa como juntarse en una comilona de amigos o en una fiesta familiar, siguen con su mantra particular, entre los que he escuchado, por ejemplo, las siguientes “perlas de sabiduría”:

-          Estoy convencida de que el virus no se propaga por el aire.

-          No hace falta la mascarilla, porque el virus lo pilla quien Dios quiere.

-          No, no, el virus se contagia entre los jóvenes pero a estos no les pasa nada, y ellos no lo contagian a los mayores.

El caso, la verdad, es que en España lo estamos haciendo como el culo con los rebrotes. Somos ahora mismo el país de Europa con más peligro y más contagiados diarios, muy por encima de todos los países de nuestro entorno. No voy a entrar en razones políticas, que para muchos de esos descerebrados son lo más importante, porque no se trata de una cuestión política. Seguiremos como el culo, y probablemente tendremos otro confinamiento en septiembre o en octubre, como no borremos de nuestra cara y de nuestra mente esa sonrisa condescendiente con lo que está pasando, y tomemos medidas fuertes contra las reuniones de ocio nocturno y de muchedumbres sin controlar. Multas fuertes, castigos importantes, y sobre todo pruebas en esos lugares de riesgo.

Es una imbecilidad tremenda de todo el mundo, incluidas las autoridades, ese mantra que se ha instalado en nuestras mentes: “con el COVID hay que convivir”. No, señoras y señores, eso no es verdad. Es una gilipollez como un castillo de grande. Con el COVID hay que ir a por él, buscarle, atajarle donde se presente, y que no se expanda más allá. Hay que hacer más pruebas en los lugares de riesgo, contratar más rastreadores, analizar las aguas residuales… Lo que sea, pero antes de que explote en una determinada zona. Mientras no nos mentalicemos de eso, y de que nos estamos jugando la vida y el futuro, no conseguiremos nada.

La sangre tira, eso está claro. Por eso resulta muy complicado inculcar en la gente que hoy en día resulta un gesto de amor más grande y mucho más importante no ver a los seres queridos que quedar con ellos a tomar una caña en una terraza. Hoy en día, un abrazo puede matar, aunque sea un signo de amor.

Le dedico esta entrada a mi hermano Michael P., que me la ha inspirado. Su visión de las cosas es muy importante para configurar la mía

sábado, 27 de junio de 2020

Constructores y destructores. Cuando la estupidez se hace viral

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Después de sobrevivir intactas durante más de 1.500 años, los colosales budas de Barniyán fueron destruidos por el régimen talibán de Afganistán en el año 2001. ¿Por qué se destruyeron esas esculturas? por una simple razón de ideología religiosa. Eran ídolos, y por lo tanto contrarias a las enseñanzas del Corán. Fueron destruidas con disparos de tanques y cargas de dinamita, porque como dijo bromeando el ministro de información talibán Qudratullah Jamal, “no se pueden bombardear desde el aire porque están talladas en un acantilado, muy agarradas a la montaña”.

Por desgracia no es el único caso de destrucción que ha habido a lo largo de la historia. Todos recordamos el incendio de la biblioteca de Alejandría por parte de radicales cristianos, la quema de libros por los protestantes y los católicos, la destrucción de templos y tumbas por una crisis de ateísmo en el Primer Imperio Medio de Egipto… Los actos de vandalismo pueden ser colectivos o individuales, como cuando Erostrato incendió el templo de Diana en Efeso o cuando un loco arremetió a martillazos contra la Piedad de Miguel Ángel en el Vaticano. Las guerras son un pretexto para destruir la identidad cultural del enemigo, su patrimonio artístico, para debilitar su voluntad y poder vencerle con más facilidad.

Pero hoy en día no estamos en guerra, al menos de momento. Entonces, ¿Cuál es el motivo de querer destruir obras de arte? ¿Estamos en realidad en plena guerra contra nosotros mismos? Borrar la historia no sólo es un grave error, sino también una aberración. No es ya que todo el que borra su historia está condenado a repetirla, que suena ya un poco a perogrullo y a algo que puede ser real o no, sino que intentar borrar la historia es un paso atrás tremendo en la evolución humana.

Existe una tendencia muy marcada entre los teóricos del arte que consiste e intentar mirar, admirar y sentir el arte tal y como lo hicieron los espectadores en el momento en que la obra fue creada. Para nosotros, un capitel románico, por ejemplo, no tiene el mismo significado que para la persona que lo contempló poco después de ser creado. Seguro que el público que contempló por primera vez la transgresora Venus de Urbino se escandalizó ante un desnudo tan descarado y turbador. Tenemos que comprender que durante muchos siglos la esclavitud se consideró como una costumbre normal, incluso entre los grandes filósofos griegos que tanto admiramos hoy. Recordemos que en el circo romano se mataba gente en la arena mientras en las gradas el público comía alitas de pollo. Somos y hemos sido el producto de una evolución que en algunos casos ha ido por un camino más o menos correcto y en otros se ha desmarcado a usos y costumbres que hoy nos escandalizan, pero que han estado ahí durante muchos siglos consentidas, legisladas y amparadas por nuestros antepasados. Tratemos de ponernos en el lugar de esos antepasados, de empatizar con ellos, porque no nos olvidemos de que la empatía es lo único que puede salvarnos como especie. Si no tenemos la capacidad de asimilar, conocer, y sobre todo PERDONAR lo que hemos sido durante muchos siglos, estamos retrocediendo a las cavernas, a un estado de la Humanidad que se parece mucho precisamente a lo que queremos borrar. La intolerancia hacia el pasado, y el deseo de borrarlo, no conduce a otra cosa que a la misma anulación del sentido de lo humano.

No es cuestión de ideologías, ni de movimientos, ni de razas, ni de nada. Es un atentado contra el sentido común. Imaginemos que prosperan las iniciativas de esos nuevos talibanes que incitan a la población a derribar estatuas, a prohibir películas, a borrar la memoria. ¿Dónde estaría el límite de su actuación? Vamos a poner algunos ejemplos: en “El nacimiento de una nación”, Griffith hace una apología admirando al Ku klux Klan. En “Zorba el griego” no sólo aparece una violación de una mujer en grupo, sino que incluso dicha mujer es asesinada por uno de sus violadores. En “Casablanca” fuman. Mejor no indagar en todas las películas del oeste que se hacían antes de que aparecieran “Soldado azul” o “Pequeño Gran hombre”, en las que los indios eran malos malísimos y crueles hasta decir basta. Y tampoco nos fijemos en las novelas de Jane Austin, que reflejan una sociedad victoriana encorsetada en la que lo único que le esperaba a la mujer era poder pescar un marido rico o dedicarse a la mala vida, porque simplemente no podía trabajar. ¿Borramos todos esos libros y películas del mapa? 

Pensemos por un momento en términos de causa y efecto: un hombre muere brutalmente asesinado en EEUU bajo la rodilla de un policía, seguramente desequilibrado. Consecuencia: hay que derribar, pacíficamente, la estatua de Fray Junípero Serra que se encuentra en Palma de Mallorca. A cualquiera que no sepa nada del tema, y se le plantee esa línea de pensamiento, lo primero que le vendrá a la cabeza es que una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra, como de hecho es en la realidad. Lo segundo, probablemente, sea un rechazo a la causa de George Floyd por la banalización del caso que está provocando todo el circo que se ha montado a su alrededor. Ni siquiera el derribo de estatuas de esclavistas está justificado, porque en la época en que esas esculturas se levantaron el esclavismo era una actividad consentida y utilizada por la sociedad. De hecho hoy en día hay sociedades esclavistas en el mundo, y que yo sepa nadie ha arremetido contra ellas por el asesinato de esa persona en EEUU. Probablemente se deba, también, a que una escultura no puede protestar ni defenderse, y una sociedad sí. La cobardía es libre.

Quiero reproducir un párrafo muy interesante de “La destrucción del arte”, un maravilloso documento que forma parte de un Máster en estudios avanzados en Historia del Arte, escrito por Beatriz Yoldi y Dimitra Gozgou. Podéis leerlo completo aquí:

http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/9682/1/destruccion%20del%20arte.pdf

Los estudios psicológicos acerca del tema se basan en hipótesis relacionadas con el subconsciente y la represión social; destaca el prematuro pero significativo estudio de Julius van Végh de 1915. Para este investigador, el hombre quiere rebelarse de objetos que significan mucho para él y que no puede poseer. Esto significa que los iconoclastas agresores son en realidad más idólatras de lo que ellos creen. Establecen un vínculo emocional muy fuerte con la obra y llegan a considerarla como algo mucho más trascendental y espiritual de lo que en realidad es”.

Creo que eso es una de las claves principales para entender a los que son capaces de derribar esculturas por motivos ideológicos. Para ellos, el arte no es arte, sino símbolos de algo a lo que su ideología les empuja a odiar. Para la mayoría de nosotros, el arte es lo más importante que puede salir de una mente humana, porque crear, construír, es algo que nos engrandece, el sentido de nuestra vida. Estamos en lo mismo de siempre. Cuando antepones tu ideología a tu calidad como ser humano, nada que se oponga a esa ideología tiene sentido, y tiene que ser destruido. Tan simple, tan absurdo y tan peligroso como eso.

En el mundo hay unos pocos constructores, unos pocos destructores, y una inmensa masa que se deja llevar a una de las dos tendencias según se mueva el viento. Lo malo de estos tiempos es que ese viento destructor circula muy deprisa. La destrucción, la ignorancia y la estupidez se están haciendo virales. La globalidad es muy buena para muchas cosas, pero nefasta para otras.   


viernes, 29 de mayo de 2020

La jugada maestra. La tormenta perfecta

Esta viñeta de @MikiyDuarte publicada en los diarios de @grupojoly ilustra perfectamente la sensación que tuve los días 27 de Mayo, durante la jornada de control al Gobierno en el Congreso, y al día siguiente. Mientras los ciudadanos estamos preocupados por la pandemia, el posible rebrote y las consecuencias de una desescalada irresponsable y precipitada, y además entristecidos por el goteo incesante y continuo de fallecidos por el coronavirus, nuestra clase política se dedica en el Congreso a insultarse, a mencionar para hacer daño el origen y el parentesco de cada uno, a acusar y acosar a un ministro a causa de un informe tendencioso y mal ejecutado, a acusar a la oposición de querer dar un golpe de estado, y así hasta el infinito. Y para colmo, que es lo que ha dado lugar a esta entrada, un diputado del PP dijo ayer en los informativos que “las broncas en el congreso son un reflejo de la crispación que hay en la calle”.

 

Pues no, señores diputados y políticos en general, no tengan ustedes encima la desfachatez y la poca vergüenza de echar la culpa a los ciudadanos de su incompetencia, de su estupidez y de su fanatismo. No confundamos los términos, que ya está bien. Son ustedes, a los que todos nosotros les pagamos el sueldo para que trabajen, los que están sembrando la crispación de la que nos culpan a nosotros. Son ustedes los que, con el único afán de ocupar los asientos del Gobierno en el Congreso, vomitan ese odio que provoca que la brecha entre las dos Españas se esté haciendo más ancha que nunca. Son ustedes los que, desde el Gobierno, están gestionando la crisis tanto económica como sanitaria tirando pedradas a la oposición y a las autonomías que no están siendo gobernadas bajo su signo político. Que no les quepa duda de que todos, TODOS USTEDES, están haciendo las cosas ya no mal, sino fatal, así que no nos pongan a nosotros por pantalla.

 

Se les paga a ustedes para gobernar, para gestionar, para hacer bien su trabajo, para llegar al consenso al que están llegando en prácticamente todos los países del mundo frente a esta crisis sanitaria que nos ha sacudido. Con esa actitud de patio de colegio están provocando inestabilidad, crispación, incapacidad de maniobra, pero también risa y desprecio en todos los países del mundo, que nos miran asombrados de que ni aún con lo que tenemos encima seamos incapaces de olvidar ese odio ancestral, tribal y primitivo entre las dos Españas. Están provocando que Europa no nos conceda esa extraordinaria ayuda porque NO SE FÍA de ustedes, como tampoco las empresas multinacionales que van a empezar a huir de aquí por su estupidez y por la inestabilidad que están provocando. Esos son los verdaderos problemas, no la puta brecha de siempre.

 

Fanatismo, según la RAE, significa “Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. Creo que la definición se queda corta. Fanatismo es luchar por una idea política obsesiva, aunque sea en medio de una crisis global, a nivel mundial, ante la cual la victoria se consigue únicamente si se juntan todas las fuerzas. Fanatismo es anteponer el odio al rival por encima de los sentimientos intrínsecos de todo ser humano, como puede ser el dolor ante la pérdida de un ser querido cercano. Fanatismo es ver el insulto del contrario y ser incapaz de ver el insulto de aquel con el que simpatizamos. Todo esto es fanatismo, y hay muchas personas que caen en ese pozo, por supuesto, pero nuestros políticos NO PUEDEN SER FANÁTICOS, así de simple, así de claro.

 

Si algún diputado, gobernante, responsable, juez, director, presidente o secretario muestra signos de fanatismo, como estos días atrás, tiene que ser cesado de inmediato, porque no nos hace ningún bien a los ciudadanos. Se supone que la clase política tiene que estar muy por encima del nivel de pensamiento de los ciudadanos, y existen políticos así, y muchos, pero es a los políticos fanáticos a los que se presta atención en los medios, que esa es otra lucha que ya doy por perdida. Claro que existe mucha gente capacitada para gobernar, y para estar en la oposición, pero se premia en los partidos al fanático, al que mejor tira por tierra al contrario con el único propósito de ocupar su lugar, de ganar votos y de, en definitiva, arrancar un trozo del pastel del poder.

 

Claro que hay fanáticos entre los ciudadanos. Ya lo demostró Dennis Gansel en “La ola”, una maravillosa película en la que se muestra mediante el experimento del profesor Rainer Wenger que se puede montar una dictadura de fanáticos en menos de una semana. Uno de los personajes, Tim, interpretado por Frederick Lau, se convierte en el fanático por excelencia, un fanático de libro. Se trata de una persona que se siente parte del montón, que nunca se ha sentido querido, ni en su casa ni en el colegio, que nadie le ha prestado atención hasta que se siente arropado por el “grupo”. Es un personaje triste, gris, negativo y muy, muy manipulable. El retrato perfecto de alguien que, teniéndolo todo, sin ninguna razón para odiar, se sumerge en el odio por la sencilla razón de que hay otros muchos que se sumergen en el odio como él. Lo estamos viendo en el barrio de Salamanca, en las manifestaciones de los independentistas catalanes, y hasta en los partidos de fútbol. No hay una razón real para odiar. No hay hambre, ni necesidades como probablemente las había en otros tiempos, en los que odiar no era lícito, pero en todo caso era más justo que hoy. No existe otra razón para caer en el fanatismo que la de amargarse la vida, que la de abrazar causas que no se defienden con lógica o con diálogo porque son indefendibles.

 

Pero a mí todo eso me pilla ya mayor. Tonterías, las justas. Durante estos dos días he decidido que no voy a entrar en ese juego, en esa jugada maestra de los políticos que consiste en crispar a las personas para conseguir votantes fanáticos a los que ni por ensoñación les pueda dar un día por pensar, y votar otra cosa diferente. No, ya estoy harto. Esta es mi última entrada dedicada a temas políticos, porque la política no puede llenar nuestras vidas como estos incompetentes desean. Que hagan su trabajo mientras el resto nos dedicamos a vivir, que con lo que tenemos encima en estos momentos ya es bastante y dura tarea.

 

Ayer me encantó una frase que dijo Héctor Alterio en “kamikaze”: “Siempre hay alguien que sufre más que tú, y no quedan más que dos opciones: o pudrirte por dentro, o bailar al ritmo de la vida”. Una persona que ya no está entre nosotros me dijo una vez “mientras haya música, hay que bailar”, así que os deseo lo mejor a los fanáticos, a los que odiais, a los que permanecéis en pozos de tristeza excavados por vosotros mismos. A los que en definitiva, habéis elegido la opción de pudriros por dentro por una causa que os impide vivir. Os deseo lo mejor, repito, pero a mí perdonadme que me aleje de vosotros, porque prefiero seguir bailando mientras la música suene.


jueves, 14 de mayo de 2020

Amores a España. Amores que matan


ACLARACIÓN IMPORTANTE: Hoy, 18 de mayo, acabo de ver en las redes que el palo de golf no es un palo de golf, sino un cepillo. Entré al trapo del bulo sin mirar bien la fotografía. Mea culpa, pido disculpas. No quiero corregir la entrada, prefiero dejarla tal y como estaba, con esta aclaración. 

La fotografía de la izquierda muestra al famoso Cojo Manteca, aquel personaje que destrozaba mobiliario urbano en la manifestación estudiantil que se desarrolló en Madrid en 1987. Símbolo mediático, en las muchas entrevistas que le hicieron solía decir siempre más o menos lo mismo, “Los estudiantes no me importan nada. Lo que me gusta es tirar piedras”.

La fotografía de la derecha corresponde a la manifestación “espontánea” de ayer en la calle Núñez de Balboa para protestar por las medidas que está tomando el gobierno, y pedir la dimisión de Pedro Sánchez. Una persona mayor ha echado mano de un palo de golf para golpear una señal de tráfico y unirse así a la cacerolada que se estaba produciendo en los balcones de esa calle. 

El espíritu de las dos fotografías es exactamente el mismo: la protesta. Los medios son parecidos: una muleta y un palo de golf. Igual de contundentes, y golpeando lo mismo, el mobiliario urbano, si bien el cojo Manteca era más meticuloso y radical a la hora de destrozarlo. El momento también es diferente. Muy diferente, de hecho. En 1987 no había una pandemia mundial como la que tenemos ahora encima.

Los paralelismos entre las dos fotografías podrían analizarse si consiguiéramos por un momento eliminar las ideas políticas que tenga cada uno. Al cojo Manteca no le importaban los estudiantes, lo que le gustaba era tirar piedras. Al señor de la derecha no le interesan los ciudadanos, lo que le gusta es protestar y, si puede ser, derribar a este gobierno (chavista, asesino, ladrón, bolchevique… cualquiera de estos adjetivos define lo que es el gobierno para este hombre).

Los dos se parecen mucho más de lo que ellos mismos quisieran. Los dos son energúmenos, los dos son insolidarios, los dos carecen por completo de empatía, los dos representan dos polarizaciones extremas que, si se encontraran frente a frente en una plaza de toros, se pelearían hasta la muerte para acabar el uno con el otro, porque su idea de la política consiste en proteger a muerte a “los suyos” y eliminar por completo a “los otros”, a los que no piensan como ellos o simplemente no comulgan ni con un extremo ni con el otro.

Uno odia a España. El otro dice que la ama, pero en realidad sólo ama a SU España, que no es la España solidaria, fuerte, trabajadora, puntera y alegre que todos queremos. Sólo se ama a sí mismo. Ni siquiera a “los suyos”, porque no saben amar a nadie. Ninguno de los dos. El primero porque sólo sabe odiar, el segundo porque antepone siempre su fanatismo político a cualquier otra cosa. Ninguno de los dos ve a una persona cuando la tiene enfrente. Sólo saben ver ideas políticas, consignas, banderas de la República, peinetas, mantillas, hoces y martillos. Símbolos que poco o nada tienen que ver con la verdadera naturaleza del ser humano.

Para ellos no existe la pandemia. No ven las noticias, no ven la cantidad de gente que está muriendo en todo el mundo, no sólo aquí. Para lo único que utilizan la pandemia es para culpar al 8M de la situación, para una finalidad política, cuando en esa fecha ni ellos ni nadie sabía o podía valorar la gravedad de lo que se nos venía encima. Les da igual que en ese momento estuvieran entrando miles de aviones repletos de gente de todos los países del mundo. Les da igual que ese fin de semana hubiera miles de actos multitudinarios en toda España, entre ellos uno en Vista Alegre. Todo eso les da igual, ya han adoptado su mantra del 8M y de ahí no les va a bajar nadie. Entre otras razones, porque con ellos no se puede razonar. Ya sabemos por activa y por pasiva que el virus se contagia con una velocidad extrema, que un tipo positivo en Seul contagió en una tarde a casi cuarenta personas. Pero todo eso a ellos les da igual. El confinamiento es un arresto que ha orquestado el gobierno para imponer con total impunidad su estado bolivariano, dicen ellos. El confinamiento tiene para ellos una razón política, no de salud pública.

Que no me digan que aman a España, porque no la han amado jamás, ni siquiera cuando gobiernan. En Madrid su presidenta está empeñada en pasar a la Fase 1, cuando cada día sigue subiendo, aunque sea poco, el número de contagios, hoy mismo por encima del número de recuperados. La población de la Comunidad de Madrid supone el 14 por ciento de la población de toda España, y sin embargo el número de fallecidos en la Comunidad está muy cerca del 33 por ciento del total. Tenemos también el oscuro record de fallecidos en residencias de ancianos, y eso es responsabilidad de la Comunidad, absolutamente, a pesar de que algunos amigos del señor del palo de golf digan que las residencias son responsabilidad del señor Pablo Iglesias.

Que no me digan que aman a España, porque para amar un país hay que amar a su gente, amar la vida, y esta gente se ha cagado literalmente, y se está cagando en la vida de los demás cuando salen a la calle de esa manera, sabiendo de sobra el peligro que supone. Para ellos, los que nos quedamos en casa le estamos bailando el agua al gobierno, cuando la realidad es que muchos no estamos de acuerdo con muchas gestiones que se están haciendo rematadamente mal, pero hemos entendido que el confinamiento es la única manera de contener la enfermedad, como se ha venido demostrando desde que empezó el mismo.

Juegan con el miedo, como siempre han hecho. Pero cuando la gente tiene miedo, hay que arrimar el hombro, cada uno en la medida de sus posibilidades, no gritar “¡Fuego!” mientras arrojas a las llamas un cubo de gasolina. Quedarse en casa es una opción de sentido común, de criterio, de amor a la vida y del verdadero amor a España. Ya habrá tiempo de pedir cuentas, de recuperarse, de levantar de nuevo el país como tantas veces lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia, pero hoy es momento de prevenir, de precaución, de paciencia y de espera a que realmente el número de fallecidos no siga aumentando cada día. No es momento de llamar a la rebelión, a la desobediencia, como ha hecho hoy Espinosa de los Monteros con estas palabras, “Aliento a todos los españoles que así lo deseen a que salgan a manifestarse donde les dé la gana siempre que cumplan el mantenimiento de la distancia de seguridad para no poner en riesgo la salud de nadie". ¿Es consciente este hombre de lo que está haciendo incitando a la gente a salir a la calle? Seguramente, pero para él lo importante es la ventaja política que pueda obtener, no la salud de los que salgan. 

Que no me vengan después con el respeto a los fallecidos, ni con postureos de ese tipo, porque por su culpa puede haber muchos más fallecidos de los que tenemos hoy. Todo lo que no sea arrimar el hombro, poner cada uno de su parte y respetar a los demás, es una pura y simple obsesión, fanatismo, dolor y muerte. No nos dejemos arrastrar por estos extremismos (y me refiero a los dos, a los de uno y otro signo) para los cuales la ciudadanía no importamos ni una mierda. Vamos a seguir tranquilos, sin entrar al trapo, con serenidad y con esperanza. Por el bien de España y de todos


domingo, 12 de abril de 2020

Amén, de Costa Gavras. Disciplina de partido, disciplina de vida


“Amén” es una película de Costa Gavras rodada en el año 2002, que nos cuenta la historia de dos luchas diferentes durante los años del holocausto alemán. Por un lado, la de Kurt Gerstein, un personaje real, integrado en las SS, que cuando ve lo que sus compañeros nazis están haciendo con el gas Ziklon B que él mismo está suministrando a los campos de concentración, decide denunciarlo a las autoridades, a la prensa extranjera y a la iglesia a la que pertenece como practicante, jugándose la vida y la de su familia en el empeño. La otra lucha es ficticia, y la emprende Ricardo, un jesuita que se opone a la matanza, y a cuyo dolor hace oídos sordos el Vaticano. La película narra, de una forma magistral, la indiferencia de todos aquellos que sabían lo que estaba pasando, y decidieron callarse.

Hoy me he acordado de esa película porque recuerdo que, cuando la vi en el cine, lo que más me impresionó de la misma, y me pareció un acierto de guión y un recurso increíble para provocar angustia en el espectador, era que cada pocas escenas salía un tren, cargado de judíos, rumbo a Auschwitz. Una imagen que apenas duraba unos segundos, pero de una enorme carga emocional. Los dos protagonistas hablaban con sus superiores, enviaban cartas, veían que se les abrían unas puertas y se les cerraban otras, pero cada día que pasaba, inexorables, inevitables, seguían circulando con su carga humana esos trenes de la muerte rumbo a Auschwitz.

He recordado la película, esa escena de los trenes en particular, porque me parece una metáfora perfecta de la situación que estamos viviendo estos días. No importa lo que se diga en los medios, lo que acuerden los partidos políticos que gobiernan y los que no, lo que ocurra en los hospitales y en las residencias. Cada día, inexorable, como una losa, sin que nadie pueda evitarlo hasta el momento, hay una cifra de fallecidos que varía, a veces a más, a veces un poco más baja, pero siempre muy superior a las cifras a las que estamos acostumbrados.

La situación es dantesca. Dado el peligro de contagio, la mayoría de esos fallecidos no han podido ser despedidos por sus familiares, que posiblemente ni siquiera les hayan visto días o incluso meses antes de su ida. Se van solos, sin compañía, sin lágrimas de despedida, sin el afecto de los suyos que tan necesario es en un trance tan duro como lo es el dejar la vida. Se van sin más, en silencio, sin compañía, dejando en los suyos, y en los sanitarios y médicos que presencian su último suspiro, un hueco en el alma y una desazón que va a resultar muy complicada de reparar.

Y mientras ese caudal de fallecidos sigue circulando ante nuestros ojos cada día, como ya he dicho inexorable, constante, fatídico y con toda su carga de dolor y desconsuelo, se alzan voces en muchos lugares, en muchos partidos, en muchas redes sociales, que tratan de encontrar la causa, la culpa, la responsabilidad ante esas muertes. Es muy sencillo: el culpable es el partido político del signo contrario al que sigo como sigo a mi equipo favorito de fútbol, a muerte, y nunca mejor dicho. Entre esas voces también las hay de carroñeros, de oportunistas para los cuales cualquier acción, por muy REPUGNANTE que sea, es válida para vomitar su odio contra el partido que gobierna, bien en la nación o en cada comunidad autonómica, en un intento desesperado por arrancar el poder de manos de quien lo ostenta en este momento. Esos carroñeros no dudan ni un segundo a la hora de realizar montajes fotográficos, utilizando ataúdes situados en determinados lugares más o menos emblemáticos, más o menos simbólicos, para desatar la ira contra el contrario de los que están con ellos por esa obscena manera de hacer política, y la repulsa de muchas otras personas, entre ellas muchos de sus propios votantes, que no están de acuerdo en utilizar a los fallecidos como arma arrojadiza. Pero a estos carroñeros prefiero no prestarles ni un segundo de atención. Su propia estupidez, y esa constante apología del odio, les pasará factura en un futuro más o menos incierto.

Los partidos políticos en nuestro país, y probablemente en muchos otros lugares del mundo, se han convertido en entes absolutamente deshumanizados, en lugares en lo que lo más importante no es el bienestar de la población, sino la propia disciplina de partido que dicta, además, que hay que hacer la guerra al oponente, sacar a la luz el máximo posible de trapos sucios del mismo, para robarle votos, porque para los partidos ya no somos personas, sino simples votos. Cuando se hacen elecciones en España esos partidos ocupan lugares destacados en tres posibles instituciones diferentes: gobierno central, gobiernos autonómicos, y ayuntamientos.

Y es ahí donde reside el problema. Llevamos muchos años comprobando que en muchas ocasiones, el gobierno autonómico o el ayuntamiento está ostentado por un partido de signo opuesto al que lleva el gobierno de la nación. Seguro que más de uno ha tenido alguna vez un problema administrativo y ha escuchado “no, eso es competencia del Ayuntamiento”, “es competencia del gobierno central”. Las fronteras a la hora de tomar decisiones no están muy claras, y esos organismos se desmarcan de sus competencias muchas veces culpando al contrario. Lo vimos hace poco con el tema del hacinamiento de chavales en las residencias de MENAS. La Comunidad culpaba al Ayuntamiento de la situación, y viceversa. Podemos imaginar fácilmente que, cuando ocurre eso, tanto la Comunidad le pondrá zancadillas al gobierno central, como el gobierno central a la Comunidad. Se paralizarán actuaciones por parte de uno y del otro simplemente por esa disciplina de partido que antepone su interés de joder al contrario, al interés por hacer un buen servicio a la comunidad. Se pondrán innumerables zancadillas administrativas para que el otro fracase, se taparán trapicheos, se contratarán fastos carísimos a personas afines a la institución correspondiente, o al familiar que precisamente se dedica a fabricar farolas, que tanta falta hace cambiar en toda la ciudad. Es inevitable, estamos acostumbrados a esas trampas, a esas “travesuras” políticas de unos y otros, a esa lacra mezcla de picaresca, ambición y estupidez.

El problema es seguir haciendo eso mismo en una situación como esta.

Ese es el problema. Paralizar un envío de material sanitario en la frontera “por una cuestión administrativa”, simplemente porque lo haya pedido para una determinada Comunidad un partido de diferente signo, es un problema. Comprar material defectuoso con un dinero que no te pertenece, es un problema. Esos aviones de material sanitario que no terminan de llegar, son un problema. Esos respiradores que misteriosamente no se homologan por parte de Sanidad, son un problema, y todos esos problemas, que habría que resolver de un plumazo, con coraje y decisión, están costando vidas.

Es imprescindible, urgente como jamás lo ha sido, y una cuestión de sentido común, que los partidos políticos en su totalidad abandonen su disciplina de partido y se pongan de una vez a trabajar por el bien común, por la salud del país, por la VIDA de las personas. No pueden seguir dedicándose impunemente a sus trapicheos, sus zancadillas, sus insultos al contrario, su “y vosotros más” al que nos tienen acostumbrados, porque eso, señores, está costando vidas. No se trata de buscar culpables en estos momentos, porque eso no soluciona nada. Ya llegará el momento, en un futuro más o menos incierto, de investigar si esos respiradores fueron retenidos por una cuestión administrativa o una negligencia, o si los contagios se produjeron en los aviones cargados de pasajeros procedentes de países en riesgo porque los TCP de vuelo no llevaban las protecciones adecuadas en el momento adecuado, o si la flagrante falta de EPIS se debe a compras fraudulentas, o a que alguien se ha forrado con las gestiones necesarias, o a que alguien ha ocultado de mala manera lo que estaba ocurriendo en la residencia de su responsabilidad, o si la Comunidad sabía perfectamente lo que ocurría en sus residencias, o si se podían haber tomado otras medidas mucho más efectivas para detectar a los asintomáticos que han estado trasmitiendo el virus, sin que nadie lo detectara porque no presentaban síntomas.

Ya llegará el momento de investigar las causas, porque de unos fallecimientos será culpable la pandemia en sí, de otros una institución, una Comunidad, un departamento de compras, un director de residencia, un ministro o un partido, y de otros cualquier otra causa que se determine en esa necesaria investigación. Pero lo que está claro es que no hay un único culpable, sino muchos, muy variados y de diferente signo según el lugar que se analice.

Pero ahora, por favor, poneos de acuerdo todos para detener esos trenes de la muerte que circulan inexorables cada día.



sábado, 21 de marzo de 2020

Prudente temor, patológico terror


Mi amiga Myriam me ha pasado esta mañana un video que me ha dado mucho que pensar. Myriam es una de esas personas con las que tengo el privilegio de mantener una amistad de esas que, aunque por circunstancias se encuentre larvada durante largos periodos de tiempo, surge con fuerza cada vez que nos ponemos de acuerdo. Los dos tenemos una sensibilidad muy parecida con respecto a nuestro entorno, a nuestra gente, a los amigos y al propio concepto de amistad. El caso, decía, es que esta mañana me ha pasado este video, comentándome que la había tranquilizado bastante:


Y es verdad, lo que dice este hombre, además de tener mucho sentido desde el punto de vista científico, aporta mucho con respecto a lo que debería ser nuestro comportamiento durante estos extraños días que estamos viviendo.

La situación nos sobrepasa a todos. Nadie, y repito, NADIE (ni siquiera nuestros mayores, que sonreirían socarronamente diciendo “esto ya lo he vivido yo” si realmente hubiera sido así) se ha encontrado jamás ante una emergencia como esta. El inolvidable “quédense en sus casas” que salía de un vehículo en marcha en la localidad de Benidorm el pasado sábado día 14 de marzo (sí, la alerta nos pilló a mi madre y a mí allí, en una visita de varios días a mis primos Isabel y Miguel, pero eso es otra historia…) se asemejaba vagamente a una escena vista en alguna película de ciencia ficción, pero a nada vivido realmente. Recuerdo al principio a mi madre descolocada, sin saber muy bien qué hacer, hasta que decidimos regresar a Madrid el domingo.

El vídeo de este hombre comienza con el llamamiento a la tranquilidad del presentador. “¿Por qué no nos pone un poco de tranquilidad en todo esto?”. Es importante mantener la calma, y Alfredo Miroli nos habla de los dos tipos de miedo que nos pueden sobrevenir. Por un lado, está el “Prudente temor” (mejor me cuido), y por otro el “Patológico terror”, que viene además acompañado de discriminación. Pero no voy a desvelar más sobre el video. Aunque es un poco largo, os recomiendo que lo veáis, ya que da muchas pautas para prevenirse contra el contagio. Es especialmente interesante también la parte que le dedica a la epidemia de peste que se cebó en Europa en la Edad Media, y en la que por culpa de ese “patológico terror” murieron más de 25.000.000 de personas en lugar de las 200.000 que deberían haber muerto (la causa de ese aumento os va a sobrecoger).

El tema está en lo que significa ese “Prudente temor”. Ayer estuve hablando con mi prima Maise, que trabaja en el 12 de Octubre (mi aplauso de las ocho de hoy ha sido para ella). Tenía miedo, pero era ese miedo prudente que la va a llevar a protegerse. Es como el miedo que tienen los que montan los andamios en las obras de construcción. Una vez me dijo uno de esos montadores “tenemos miedo, pero lo superamos y cumplimos con nuestro trabajo. El que no tiene miedo es el que se cae”. Y ese es el quiz de la cuestión. Creo que todos tenemos que tener en estos días ese “prudente temor”, mantener las indicaciones que se están dando desde las instituciones, no salir de casa, valorar el trabajo de los miles de héroes anónimos que se están jugando la vida, y centrarnos en llevar este problema, vuelvo a repetir que completamente desconocido, de la mejor manera posible.

Pero yo iría incluso un poco más allá: el confinamiento nos ha llevado a una nueva situación que en algunos casos puede producir stress por la falta de costumbre, por el contacto continuo con algún familiar o por esa incertidumbre sobre lo que va a durar en el tiempo. Ese “prudente temor” creo que se puede dedicar a hacer algunas actividades que igual no se nos ha ocurrido realizar antes. Existen multitud de iniciativas de plataformas digitales para aprovechar bien el tiempo. Podemos hacer cosas incluso por los que están enfermos, como escribir cartas anónimas para los que están aislados, preocuparnos de los mayores con menos recursos que están solos en sus casas… Hay multitud de páginas en Internet (no pongo enlaces, pero se pueden buscar sin problemas si es que no os han llegado ya por wasap) que se han centrado en lo que debería ser nuestro caballo de batalla, nuestro objetivo principal, que no es otro que el de arrimar el hombro, empujar todos en la misma dirección para terminar cuanto antes con esta situación.

Los que se han dejado llevar por el “patológico terror” no deberían merecer ni siquiera nuestra atención. Y no me refiero únicamente a los estúpidos que se empeñan en salir a la calle sin protección alguna, en parejas y sin un rumbo fijo, no, ni a los que montan broncas en los supermercados o acaparan productos como si no hubiera un mañana (y algún descerebrado incluso cuelga en Twitter el video de su casa llena hasta el techo de productos). Me refiero también a los que siguen increpando y sembrando el odio con dogmas políticos, culpando a la izquierda de convocar las manifestaciones previas a la crisis, y a la derecha de haber recortado los presupuestos de Sanidad para inyectar a los bancos, lo que provoca la falta de medios. Me refiero a los políticos de otras comunidades que hacen chistes sobre los muertos de Madrid. Me refiero a los que insultan a los responsables visibles de la gestión de la crisis, y a los que en Twitter hacen predicciones apocalípticas anticipando el fin de la especie, y culpando a unas personas a las que les viene muy bien que disminuya el número de seres humanos en el mundo. Me refiero a los descerebrados que piden comida a domicilio y ni siquiera son capaces de tomar la más mínima medida de seguridad con la persona que se la lleva a casa. Me refiero a esos que cogen el coche para pasar el fin de semana a su segunda residencia, sin tomar tampoco la más mínima medida. Me refiero a esos que han estado en lugares de riesgo y lo ocultan, como dice el doctor en su video, y ni siquiera toman las precauciones mínimas. Todas estas personas se han dejado llevar por el terror, y en estos momentos tenemos que ser fuertes para no dejar que sus cantos de sirena nos afecten lo más mínimo en lo que es nuestro objetivo, que es mantener la tranquilidad y arrimar el hombro en la medida de nuestras posibilidades. No hay que prestarles ni un segundo de atención, ni en las redes sociales ni en los medios. Son cobardes a los que lo mejor es despreciar, apartarlos de nuestro lado para siempre.

Hay muertos en esta crisis. Muertos que de momento están aumentando con cifras alarmantes en todo el mundo. Por respeto a esos muertos, por respeto a la vida, debemos centrarnos en tranquilizarnos y en tomar las medidas que debemos tomar para evitar los contagios. Ya habrá tiempo, cuando las aguas se hayan calmado, para pedir explicaciones y ajustar cuentas con los que han preferido dejarse llevar por el “Patológico terror”.