Con un año tan horrible como el que hemos tenido, la verdad es que el espíritu navideño se había disipado por completo de mi cabeza. No le veía ningún sentido a disfrutar de las luces, los paseos por los lugares emblemáticos de Madrid, los encuentros navideños con familia y amigos… A esto último no sólo no le veía sentido, sino que, con lo que tenemos encima, le veo precisamente más sentido a no reunirse con nadie, porque el amor, el encuentro, los abrazos y los besos, y esos “Vuelve a casa por navidad” este año pueden ser letales, y se demuestra mucho más amor no viendo a tus seres queridos, que reuniéndote con ellos. Ya habrá tiempo y ocasión para volver a las tradiciones cuando la pandemia esté por fin controlada, que ahora precisamente no lo está en absoluto, aunque empiezan a verse luces al final del camino.
Estando así las cosas, una de las tradiciones que he seguido
otros años, la de enviar mensajes de felicitación, la había descartado por
completo, hasta que, lógicamente, empecé a recibirlos de personas más o
menos cercanas, pero siempre queridas y apreciadas. Al leerlos, me di cuenta de que me apetecía saber de otras personas, de las que he tenido noticias de forma esporádica durante la pandemia por mensajes que nos hemos ido
enviando simplemente para saber si todo iba bien, si habíamos tenido algún
problema, etc. La cuestión, pues, no era enviar ese mensaje navideño rutinario, sino saber de esa persona, saber si seguía bien él o ella, y
su familia. Creo que nunca he encontrado más valor a la felicitación navideña que este año precisamente, en el que la
Navidad, para mí, ha pasado a un plano mucho menos importante que el que ha
tenido en otras ocasiones.
Puesto a ello, estuve gran parte de la tarde del día 24
enviando y recibiendo mensajes. Por suerte, todas las personas a las que he
saludado y me han contestado siguen bien, ellos y sus familias, lo que ya de
por sí me alegró bastante la tarde y la noche.
Una de esas personas contestó de una manera muy especial a
mi mensaje. Se trata de una chica, llamémosla Isabel (no se
llama así, pero la llamaremos Isabel por razones de seguridad) que estuvo
trabajando conmigo en Murcia, en una de las mejores épocas de mi vida, en un
equipo en el que éramos muy pocos, seis personas, pero muy bien compenetrados, tanto en lo personal como en lo profesional. Isabel era amable, siempre
sonriente, trabajadora, simpática, y sobre todo muy, muy buena persona. Por
aquella época estaba con una relación, y cuando ya lo tenían todo preparado
para casarse, con el salón, las invitaciones enviadas y toda la parafernalia
que conlleva preparar una boda, su novio voló, dejando a Isabel hecha polvo.
Poco después de aquello yo me tuve que volver a Madrid de manera urgente por
las razones que todos mis conocidos saben (por si alguno de los que leen este
blog no lo sabe, mi mujer enfermó de cáncer), y le perdí la pista a Isabel y
al resto del equipo, aunque siempre he sabido más o menos de ellos comunicándome
de vez en cuando.
Isabel contestó a mi mensaje del otro día. Por sus palabras, deduje que seguía siendo la misma persona de siempre. Amable, simpática,
sonriente, y sobre todo, buena persona. Tras dos o tres mensajes, me envió la
foto de su hija, Estrella (este sí es el nombre real), una niña preciosa, que
ahora tiene dos años. Mirando de cerca los ojos de esa niña, su sonrisa, ese
aspecto de muñeca que tiene mucho de Isabel, sentí algo que me dijo que esa
niña era el regalo del destino para Isabel. Estrella era la razón, el fin, el resultado de todo lo
que le había ocurrido a su madre. Ese novio que había volado tenía que volar, por
fuerza, porque por alguna razón que se nos escapaba a todos en ese momento, no
era la persona adecuada para Isabel. Esa tristeza que sin duda tuvo mi compañera no era
más que los preliminares de la felicidad que tiene ahora, encarnada en esa niña
que, sin duda, es la mejor obra que Isabel habrá hecho en su vida. Recuerdo que
en alguna ocasión, cuando ella estaba destrozada porque aquel chico la había
abandonado por un ataque de pánico ante la boda que se le venía encima (siempre
he supuesto que fue por eso, aunque igual era por otra razón que ni sé, ni me imagino, ni me importa), yo le decía “probablemente es lo mejor que te ha podido pasar, porque
esa no era la persona adecuada para ti”, y el tiempo nos ha dado la razón,
porque ahora, viendo a esa niña, me doy cuenta de que Isabel conoció más tarde
a la persona adecuada para tener un regalo como la hija que ha tenido.
Estuve charlando en Nochebuena por wasap con Isabel hasta
que ya no podía mantenerme despierto. En esa conversación, Isabel me dijo una
cosa sobre mí que me encantó. Probablemente lo más bonito que me han dicho en
mi vida, que no pongo aquí porque parecería presuntuoso, y porque seguramente
tampoco es verdad, por muy orgulloso que estuviera si yo fuera realmente como
ella me dijo que me veía, aunque sólo fuera en una pequeña parte. Si es cierto
que no somos lo que creemos que somos, sino la forma en que de verdad nos ven
los demás, me doy por muy contento con lo que me dijo Isabel.
Y eso me llevó a otra conclusión. He estado en proyectos muy
importantes en mi vida. Unos cuantos emblemáticos, como la Torre Repsol, la
sede del BBVA en las Tablas (sí, la tapa de inodoro…) o el Hotel AC Oblatas en
Santiago de Compostela. Otros no tan emblemáticos pero complicados, como el
Portón de los Jerónimos en Murcia. Otros modestos, como muchos bloques de
viviendas desperdigados por Madrid, Getafe, Leganés, o Guadalajara, y reformas
en lugares bellísimos como el Palacio de los Serrano, en Ávila. He tocado
también la logística en un proyecto muy interesante en Illescas, que me sirvió
para desarrollar una rama de la edificación que no había tocado hasta ahora.
Todos esos edificios son importantísimos para mí, porque en todos ellos he
sufrido, he reído, he llorado y hasta he amado (no en ellos, sino mientras
estaba trabajando en ellos, no seáis mal pensados), y guardo de ellos un
recuerdo en lo profesional y en lo humano increíble, hasta el punto de que
siempre he tenido la sensación de que no he trabajado, porque estaba haciendo
lo que me gustaba, que era construir, ver levantarse una obra desde los cimientos
hasta la cubierta.
Siempre he pensado eso, pero el otro día, viendo la cara de
Estrella, la cara de Isabel, me di cuenta de que lo bonito, lo grande, además
de haber estado en esos proyectos, es haber conocido a toda la gente especial
que he conocido a lo largo de mi trayectoria. Personas importantes en mi vida,
muchos de ellos anteriormente jefes y ahora amigos, muchos compañeros
abnegados, dispuestos siempre a echar una mano, codo con codo siempre, con sus
problemas, sus tristezas, sus alegrías, y sobre todo sus grandezas como
personas y como profesionales. Muchos de ellos compañeros, otros clientes,
incluso rivales en el terreno profesional, pero todos ellos grandes personas, y ahora buenos amigos. A
muchos les saludé la otra noche, y les seguiré saludando sin duda, porque han
conformado gran parte de mi vida profesional, pero sobre todo, humana.
Muchas gracias, Isabel, por ser como eres, y por haber
finalizado, con nota, una obra tan importante y bonita como Estrella. Es un honor y un placer conocerte y haber trabajado contigo