Esta viñeta de @MikiyDuarte
publicada en los diarios de @grupojoly ilustra perfectamente la sensación que
tuve los días 27 de Mayo, durante la jornada de control al Gobierno en el Congreso, y al día siguiente. Mientras los ciudadanos estamos
preocupados por la pandemia, el posible rebrote y las consecuencias de una
desescalada irresponsable y precipitada, y además entristecidos por el goteo
incesante y continuo de fallecidos por el coronavirus, nuestra clase política
se dedica en el Congreso a insultarse, a mencionar para hacer daño el origen y
el parentesco de cada uno, a acusar y acosar a un ministro a causa de un
informe tendencioso y mal ejecutado, a acusar a la oposición de querer dar un
golpe de estado, y así hasta el infinito. Y para colmo, que es lo que ha dado
lugar a esta entrada, un diputado del PP dijo ayer en los informativos que “las
broncas en el congreso son un reflejo de la crispación que hay en la calle”.
Pues no, señores diputados y
políticos en general, no tengan ustedes encima la desfachatez y la poca
vergüenza de echar la culpa a los ciudadanos de su incompetencia, de su
estupidez y de su fanatismo. No confundamos los términos, que ya está bien. Son
ustedes, a los que todos nosotros les pagamos el sueldo para que trabajen, los
que están sembrando la crispación de la que nos culpan a nosotros. Son ustedes
los que, con el único afán de ocupar los asientos del Gobierno en el Congreso,
vomitan ese odio que provoca que la brecha entre las dos Españas se esté
haciendo más ancha que nunca. Son ustedes los que, desde el Gobierno, están
gestionando la crisis tanto económica como sanitaria tirando pedradas a la oposición
y a las autonomías que no están siendo gobernadas bajo su signo político. Que
no les quepa duda de que todos, TODOS USTEDES, están haciendo las cosas ya no
mal, sino fatal, así que no nos pongan a nosotros por pantalla.
Se les paga a ustedes para
gobernar, para gestionar, para hacer bien su trabajo, para llegar al consenso
al que están llegando en prácticamente todos los países del mundo frente a esta
crisis sanitaria que nos ha sacudido. Con esa actitud de patio de colegio están
provocando inestabilidad, crispación, incapacidad de maniobra, pero también
risa y desprecio en todos los países del mundo, que nos miran asombrados de que
ni aún con lo que tenemos encima seamos incapaces de olvidar ese odio
ancestral, tribal y primitivo entre las dos Españas. Están provocando que Europa
no nos conceda esa extraordinaria ayuda porque NO SE FÍA de ustedes, como
tampoco las empresas multinacionales que van a empezar a huir de aquí por su
estupidez y por la inestabilidad que están provocando. Esos son los verdaderos
problemas, no la puta brecha de siempre.
Fanatismo, según la RAE, significa
“Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u
opiniones, especialmente religiosas o políticas”. Creo que la definición se
queda corta. Fanatismo es luchar por una idea política obsesiva, aunque sea en
medio de una crisis global, a nivel mundial, ante la cual la victoria se
consigue únicamente si se juntan todas las fuerzas. Fanatismo es anteponer el
odio al rival por encima de los sentimientos intrínsecos de todo ser humano,
como puede ser el dolor ante la pérdida de un ser querido cercano. Fanatismo es
ver el insulto del contrario y ser incapaz de ver el insulto de aquel con el
que simpatizamos. Todo esto es fanatismo, y hay muchas personas que caen en ese
pozo, por supuesto, pero nuestros políticos NO PUEDEN SER FANÁTICOS, así de
simple, así de claro.
Si algún diputado, gobernante,
responsable, juez, director, presidente o secretario muestra signos de
fanatismo, como estos días atrás, tiene que ser cesado de inmediato, porque no
nos hace ningún bien a los ciudadanos. Se supone que la clase política tiene
que estar muy por encima del nivel de pensamiento de los ciudadanos, y existen
políticos así, y muchos, pero es a los políticos fanáticos a los que se presta
atención en los medios, que esa es otra lucha que ya doy por perdida. Claro que
existe mucha gente capacitada para gobernar, y para estar en la oposición, pero
se premia en los partidos al fanático, al que mejor tira por tierra al
contrario con el único propósito de ocupar su lugar, de ganar votos y de, en
definitiva, arrancar un trozo del pastel del poder.
Claro que hay fanáticos entre los
ciudadanos. Ya lo demostró Dennis Gansel en “La ola”, una maravillosa
película en la que se muestra mediante el experimento del profesor Rainer
Wenger que se puede montar una dictadura de fanáticos en menos de una semana.
Uno de los personajes, Tim, interpretado por Frederick Lau, se convierte en el fanático
por excelencia, un fanático de libro. Se trata de una persona que se siente
parte del montón, que nunca se ha sentido querido, ni en su casa ni en el
colegio, que nadie le ha prestado atención hasta que se siente arropado por el “grupo”.
Es un personaje triste, gris, negativo y muy, muy manipulable. El retrato
perfecto de alguien que, teniéndolo todo, sin ninguna razón para odiar, se
sumerge en el odio por la sencilla razón de que hay otros muchos que se
sumergen en el odio como él. Lo estamos viendo en el barrio de Salamanca, en
las manifestaciones de los independentistas catalanes, y hasta en los partidos
de fútbol. No hay una razón real para odiar. No hay hambre, ni necesidades como
probablemente las había en otros tiempos, en los que odiar no era lícito, pero
en todo caso era más justo que hoy. No existe otra razón para caer en el
fanatismo que la de amargarse la vida, que la de abrazar causas que no se
defienden con lógica o con diálogo porque son indefendibles.
Pero a mí todo eso me pilla ya
mayor. Tonterías, las justas. Durante estos dos días he decidido que no voy a
entrar en ese juego, en esa jugada maestra de los políticos que consiste en
crispar a las personas para conseguir votantes fanáticos a los que ni por
ensoñación les pueda dar un día por pensar, y votar otra cosa diferente. No, ya
estoy harto. Esta es mi última entrada dedicada a temas políticos, porque la
política no puede llenar nuestras vidas como estos incompetentes desean. Que
hagan su trabajo mientras el resto nos dedicamos a vivir, que con lo que
tenemos encima en estos momentos ya es bastante y dura tarea.
Ayer me encantó una frase que
dijo Héctor Alterio en “kamikaze”: “Siempre hay alguien que sufre más que
tú, y no quedan más que dos opciones: o pudrirte por dentro, o bailar al ritmo
de la vida”. Una persona que ya no está entre nosotros me dijo una vez “mientras
haya música, hay que bailar”, así que os deseo lo mejor a los fanáticos, a los
que odiais, a los que permanecéis en pozos de tristeza excavados por vosotros
mismos. A los que en definitiva, habéis elegido la opción de pudriros por
dentro por una causa que os impide vivir. Os deseo lo mejor, repito, pero a mí
perdonadme que me aleje de vosotros, porque prefiero seguir bailando mientras
la música suene.
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