lunes, 22 de mayo de 2023

JULIAN VALLE. EL MISTERIO DE LAS COSAS


Lo que ha creado Julián Valle en el espacio OLumen, Claudio Coello 141, no es una exposición al uso. Se vive más bien como un viaje, como una introspección al interior de cada uno, o como una experiencia en la que el tiempo se detiene para mostrarnos la perfecta comunión del artista con la naturaleza y consigo mismo. 

Impone ya desde el principio el espacio, una iglesia desacralizada cuya majestuosidad no se intuye en absoluto desde el exterior, con un magnífico crucifijo enclavado entre tres paramentos de ladrillo oscuro llagueado de blanco, y techos inclinados de madera. Impone también la luz, perfecta, matizada, adaptada por el autor a la obra que ilumina, como formando parte indisoluble del conjunto. Impone, por último, el silencio, que contrasta, y eso es algo que percibes nada más entrar, con el exterior agresivo. 

Sin conocer todavía a Julián, emprendo desde el primer momento un viaje interior, nada más ver la obra de la entrada. El espacio que representa, una oquedad iluminada vislumbrada desde el exterior, me evoca momentos del pasado en el campo, sensaciones casi olvidadas de mis paseos por los parajes de Burgos o Guadalajara, alguna que otra película, aquel día en las Médulas cuando me dejé llevar por el placer de estar allí y tardé veinticuatro horas en regresar a Madrid. 



Antes de la visita guiada me presento a Julián. Mira a los ojos cuando te habla, con una voz suave pero intensa, y sobre todo, algo a lo que no estoy muy acostumbrado, escucha, y escucha con mucha atención, además. Tras unos minutos de cortesía, nos reunimos en corro junto a él, y Julián nos empieza a hablar de su arte, de su vida, más bien, porque su arte es vida, y su vida es arte. 

Una de las primeras cosas que se me quedan grabadas de lo que dice, es el papel que nos otorga a los espectadores. Para Julián, cada espectador crea su propia obra a partir de la suya, su propio viaje a su interior, su propia comunión con la naturaleza. Él no quiere mostrar algo dado por sentado, porque, según sus propias palabras, el arte se expone, no se impone. Es la simbiosis perfecta entre artista y espectador. 

Otra característica que me impresiona es su capacidad de improvisación, unida también a la de observación, que le permite crear un proyecto nuevo y personal a partir de un proyecto encargado. Nos habla de la materia, y de cómo deja que se exprese y le muestre a veces un camino, en su propio lenguaje, en el que probablemente no había reparado a priori. Nos habla de los eremitorios rupestres que se muestran en gran parte de las obras expuestas, a través de acuarelas sobre tela y maquetas, y de la sensación de formar un único ser con la naturaleza cuando los visita. Nos habla de las huellas del pasado visibles, intuidas o sentidas en el presente, y de la impresión que produce una zarza, o unas cuantas hojas muertas, cuando rellenan una antigua tumba al aire libre horadada en la piedra. 

Julián nos habla, y nos habla con sumo respeto, y nos transmite su pasión, ese trabajo, por llamarlo de alguna manera, que realiza de una manera vocacional y sumamente admirable. Un trabajo que más que eso es una vida, una vida propia, y plena. Una vida como debería ser la vida.

El tiempo pasa volando escuchándole, o puede más bien que incluso se detenga, por la agradable comodidad que sentimos los que escuchamos. Escuchamos, sentimos, revivimos aquellos paseos de otoño en las Fragas del Eume, cuando caminaba despacio sobre una cuna de hojas de roble, de orballo, muy parecidas a las que Julián a recubierto de porcelana azul para crear una obra que remueve el alma. 

Y por último, sus cuadernos de campo, que son obras de arte en sí mismos. Un increíble recorrido por la naturaleza con dibujos hechos a veces con elementos naturales, como bayas, higos o madera mojada, y una tipografía cuidada y especial en cada hoja. Algunos de esos dibujos, acaben o no conformando una obra de arte, reflejan perfectamente el placer que estaba sintiendo Julián en aquel momento en aquel lugar.

Parece que durante un tiempo que no hemos sabido o no hemos querido medir, hemos viajado a otro mundo, muy diferente al que solemos vivir, o más bien malvivir, cada día. Ha sido una experiencia inmersiva en el lado probablemente más enigmático de nuestra naturaleza cercana, que nos ha llevado a su vez al rincón más representativo de nuestro propio ser, de nuestra propia alma. 

 Escuchemos a Julián: 

En “El silencio del arte”, Ramón Gaya nos dice que “la obra no es un fin, sino un tránsito”, un lugar de paso. Lo podemos entender también desde la transformación espiritual que acompaña una actividad que desde siempre fue vía de conocimiento. No aspira a un decir, no se le puede añadir nada desde fuera: “el arte no es vestir, sino desnudar”

Una experiencia que no te puedes perder, porque no puedes dejar escapar la profunda huella que va dejar en el camino de tu vida.

6 comentarios:

  1. Gracias por tus comentarios. Simplemente matizar que O_LUMEN no está en una iglesia desacralizada. Es un oratorio y sigue siendo espacio sacro. La Dirección.

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    1. Pido disculpas por el error. Recibí una información equivocada. Un abrazo y enhorabuena por el espacio

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  2. Muy atractivo visitar un lugar que conmueve así el alma. No me lo perderé. Muchas gracias

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  3. Nos alegramos que tu paso por O_LUMEN y por la exposición guiada por Julián Valle haya servido para remover el alma. Ciertamente es un oasis mental y espiritual en medio del bullicio y ruido madrileño, un espacio sencillamente para las artes y la palabra.

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  4. Es un espacio mágico. Tiene que resultar un placer para vosotros organizar experiencias tan gratificantes como la vivida el domingo con Julián y las personas que estuvieron allí. Un abrazo grande

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