miércoles, 28 de agosto de 2024

PENSIÓN LOBO, de Ramón Lobo. PARALELISMOS CIRCULARES

Seguro que tanto Ramón como vosotros me vais a perdonar que empiece la entrada con este diminuto spoiler: al final, muere.

Además del spoiler, también advierto de antemano que vamos a hablar de la muerte, el tema estrella del libro de Lobo, y comprendo que a muchos no os apetezca abandonar por un momento el País de los Inmortales para adentraros en el oscuro País de los Mortales.

Porque “Pensión Lobo” habla de la muerte, y en concreto de la muerte anunciada de su autor, diagnosticado de un doble cáncer devastador con unas posibilidades de supervivencia que van variando a lo largo de la singladura, de ese viaje a Itaca, como el propio Lobo define ese trayecto, ese cierre del círculo de una vida que ha sido plenamente vivida.

Una parte de mí escribe palabras desde los kilómetros vividos; otra, desde los pocos que me quedan por vivir”

El libro me lo había recomendado una amiga, y me pasó un resumen en el que se podían leer las primeras ocho páginas. No me hizo falta leerlas en su totalidad. Me bastó esa frase, la primera, para comprar el libro en papel y sumergirme de lleno en la filosofía de vida, estrechamente ligada a la de muerte, de Ramón Lobo. Empecé como siempre, a subrayar las frases que me parecían más interesantes, poniendo al inicio la página en la que aparecía un subrayado. Al poco de empezar dejé de hacer eso, porque todo era subrayable. Todo me parecía interesante, tanto lo que Lobo nos cuenta desde las entrañas, como la forma de contarlo. El estilo, la prosa, ese conocimiento del poder de las palabras que ha adquirido como periodista, pero también como lector incansable, a lo largo de los años.

Pensión Lobo” recoge innumerables referencias a otros libros, algunos relacionados con el tema de la muerte y otros muchos con temas que nada tienen que ver. Ahí están Elizabeth Kubler Ross, a quien Lobo menciona en bastantes ocasiones por tratarse de una investigadora experta en el estado inmediatamente anterior a la muerte, Italo Calvino con su maravilloso libro “Las ciudades invisibles”, que también aparece mucho, y Hanna Arendt, además de Víctor Hugo, Saramago, Flaubert o Auster entre otros. Referencias literarias, complementadas perfectamente por las referencias musicales que conforman el universo inmaterial de Lobo, para quien la música formaba parte indisoluble de su alma tanto en los momentos de alegría como en los de tristeza. A medida que le leía iba elaborando una lista de Spotify con esos temas tan importantes para él.

La percepción de la inminencia del final ilumina el camino andado, le da sentido

Creo que en esta frase se resume la idea principal del libro de Lobo, lo que le empujó a escribirlo al sospechar que le quedaba poco tiempo para hacerlo. A través de sus páginas, de su historia, de sus recuerdos y, por qué no decirlo, de sus ajustes de cuentas con amigos, familia y consigo mismo, Lobo parece obsesionado por darle sentido a ese camino andado, a su vida, y lo hace sabiendo que sus palabras no van a resultarles muy cómodas a todos los que viven en el País de los Sanos, porque en ese país la muerte es algo inexistente. Todo se ha desarrollado desde tiempo inmemorial de espaldas a algo que es inherente a la propia vida, que no es más que un círculo que se cierra después de haberse abierto en el momento del nacimiento. Para Lobo es muy importante que ese círculo se cierre de una manera tranquila, saldando cuentas pendientes, consiguiendo el desapego a las cosas materiales, porque el apego alimenta el miedo a la pérdida. “Para morir bien es necesario entrenarse en la renuncia”.

Para alcanzar cierta tranquilidad ante la idea de nuestra propia muerte, nos dice Lobo, hay que centrarse en lo vivido, y no en lo que hubiéramos podido vivir. Al contrario, hay que conformarse con lo conseguido. En este sentido las experiencias vividas son más importantes que cualquier otra cosa, como esas raciones de ostras que se comía sin casi poder permitírselo un amigo de Lobo que falleció antes que él. También tienen importancia esos objetos que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida y que ya forman parte de nosotros. Con un gran sentido del humor, algo que no falta en ningún momento a lo largo de este viaje, Lobo nos cuenta que alguno de esos objetos (camisetas, recuerdos de la playa de Omaha, trozos de madera y arena de playa…) tuvieron que pedir permiso a los objetos ya existentes para ser aceptados en ese santuario que constituía la habitación de la Pensión Lobo en Arturo Soria.

Esa referencia al círculo que se abre en el nacimiento y se cierra con la muerte ha constituido para mí la mayor enseñanza del libro. Según Lobo, “se compone de cientos de pequeños círculos que debemos de completar en el camino. Son los que dictan la sentencia de si mereció o no la pena. Debemos medirnos con la realidad vivida, no con nuestras fantasías de cómo pretendíamos vivir”. Ese intenso análisis de los círculos completados en muchos aspectos es lo que compone el libro. Como colofón a una vida plenamente vivida, Lobo nos cuenta su viaje a Venecia, aunque al emprenderlo todavía no tenía muy claro que iba a ser el último. Viajó a una Venecia vaciada de turistas, por calles que incluso en temporada alta no están muy pobladas, saboreando y haciendo suya una ciudad que amaba y que ya había visitado en varias ocasiones.

Mientras leía y disfrutaba de ese último círculo viajero que describe Lobo, no pude evitar acordarme de otro círculo, de otros más bien, que cerró una persona muy cercana a lo largo del año 2008. En aquel momento no lo sabía, no era consciente de ello porque jamás nos habían dado una fecha de caducidad, pero de alguna manera, y eso lo comprobé después, ella intuía, aunque sin decirme nada, que debía de cerrar algunos círculos. Antes, muy poco antes de irse, cerró el círculo de los viajes, probablemente lo que más le gustaba en la vida, con un maravilloso viaje a la Carretera Romántica en Alemania, en el que ya mostraba al final de cada día evidentes muestras de cansancio. Estaba cerrando círculos cuando envolvió gran parte de su ropa en un paquete que descubrí en el armario cuando ella ya se había ido, y estaba cerrando círculos cuando, dos noches antes de irse, me encomendó sonriendo y cogiéndome las manos el seguimiento de nuestro hijo, algo que en aquel momento no entendí porque no sospechaba lo que iba a ocurrir  Viví su despedida, y comprendí poco tiempo después que ella lo sabía, pero no había entendido hasta que he leído el libro de Lobo que lo que estaba haciendo ella no era otra cosa que cerrar círculos, y cerrarlos con tranquilidad, con una paz consigo misma admirable y envidiable. Con la paz que le proporcionaba el hecho de tener un carácter, una forma de ser, muy parecida a la que describe Camus en “El verano”, uno de los párrafos más bellos citados por Lobo en su obra maestra:

En medio del odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible.

En medio de las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible.

En medio del caos, me pareció que había dentro de mí una calma invencible.

Me di cuenta, a pesar de todo, de que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible.

Y eso me hace feliz

Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta.

Todos, de alguna manera, empezamos a cerrar círculos en un momento dado. Para unos supone dedicarse a poner en orden sus empresas, su legado, a irse despegando de cosas que muchas veces no han disfrutado. Para otros, en tomar conciencia de la obra terminada en lo que se refiere a hijos que ya vuelan por su cuenta, que ya no nos necesitan. Alguno cierra el círculo dando gracias por haber completado una vuelta a la manzana sin haberse desmayado, sabiendo, cada día que la emprende, que esa vuelta puede ser la última. Alguno cierra círculos sin ser siquiera consciente de lo que está haciendo, y precisamente este libro puede ayudar a entender que estamos empezando a reconciliarnos con la idea de la muerte. Cerrar los círculos, dice Lobo, no está relacionado con la edad, sino con la toma de conciencia de que existe el País de los Mortales. De hecho, Lobo construyó su vínculo no dramático con la muerte cuando leyó “Muerte en Venecia” con quince años. A partir de ahí, su amor a la literatura, a la música, al cine y a todo el mundo del arte en general, le ayudaron a ir cerrando esos círculos que, vistos desde la perspectiva de su gran sentido del humor y su enorme humanidad, le permitieron llegar a la conclusión de que había merecido mucho la pena lo vivido.