Decía la propaganda de la película, en el inolvidable folleto que te daban en el cinestudio Griffith (una especie de póster con las películas del mes en pequeño. Lástima que no conserve ninguno). “de un lugar del que nunca has oído hablar, llega una historia que nunca olvidarás”. Se trataba de “Gallípoli”, rodada por Peter Weir en 1981, y en la que se nos contaba, aparte de la historia de intensa amistad entre un debutante Mel Gibson y el actor Mark Lee, el absurdo sacrificio de todo un ejército formado por australianos en la batalla de Galípoli, en el transcurso de la primera guerra mundial.
Título emblemático para tomar conciencia de lo absurdo de cualquier conflicto armado, “Gallípoli” refleja a la perfección la honestidad y la nobleza de unos jóvenes ilusionados con la vida, enfrentados a la enfermiza mentalidad guerrera y adoradora de la muerte de unos altos mandos que no dudan ni un momento en enviarlos al matadero. Las escenas de la carrera de Mark Lee contra un caballo, amenizada con la por aquel entonces famosa música de Jean Michel Jarre (se trata de “Oxígeno”, que sin duda recordareis), la desesperación de los atildados británicos, al pie de las pirámides, ante esos indisciplinados soldados australianos, la llegada bajo una lluvia de bombas a Gallípoli, y la desesperada y emotiva carrera final de Mel Gibson para tratar de impedir la masacre, forman parte indeleble de la historia del cine. Por no mencionar la última carrera, antes de morir, completamente en silencio, del protagonista. Una maravilla que no puede dejar indiferente a cualquier espectador que no tenga un mínimo de sensibilidad. La crítica de la época hablaba así de la película: “Retrato de la amistad mucho más grande que la propia vida. La escena final se antoja uno de los finales más emotivos y tensos del cine moderno. Meticulosa dirección dotada de una rara habilidad para destripar emociones” (Luis Martínez: Diario El País).
Poco después, en 1983, pudimos ver “El año que vivimos peligrosamente”, la historia de un reportero, Guy Hamilton (interpretado de nuevo por Mel Gibson) que vive en primera línea los sucesos acaecidos en Indonesia en 1965. Una historia de amor, coprotagonizada por Sigourney Weaver, ambientada en el tenso escenario de un conflicto político, la insurrección contra el régimen dictatorial de Sukarno, que tuvo gran repercusión. Resulta curiosa la presencia de Linda Hunt, una actriz que interpretaba a un hombre, Billy Kwan, de pequeño tamaño pero de gran calado filosófico, y buen conocedor de la situación de su país. Tan fascinante resultaba la presencia de este personaje, que la Academia no dudó en otorgarle ese año el oscar a la mejor actriz de reparto. Como muestra, he recuperado uno de los diálogos más impactantes mantenidos entre el periodista y su amigo indonesio:
Billy Kwan: La gente preguntaba que debemos hacer entonces.
Título emblemático para tomar conciencia de lo absurdo de cualquier conflicto armado, “Gallípoli” refleja a la perfección la honestidad y la nobleza de unos jóvenes ilusionados con la vida, enfrentados a la enfermiza mentalidad guerrera y adoradora de la muerte de unos altos mandos que no dudan ni un momento en enviarlos al matadero. Las escenas de la carrera de Mark Lee contra un caballo, amenizada con la por aquel entonces famosa música de Jean Michel Jarre (se trata de “Oxígeno”, que sin duda recordareis), la desesperación de los atildados británicos, al pie de las pirámides, ante esos indisciplinados soldados australianos, la llegada bajo una lluvia de bombas a Gallípoli, y la desesperada y emotiva carrera final de Mel Gibson para tratar de impedir la masacre, forman parte indeleble de la historia del cine. Por no mencionar la última carrera, antes de morir, completamente en silencio, del protagonista. Una maravilla que no puede dejar indiferente a cualquier espectador que no tenga un mínimo de sensibilidad. La crítica de la época hablaba así de la película: “Retrato de la amistad mucho más grande que la propia vida. La escena final se antoja uno de los finales más emotivos y tensos del cine moderno. Meticulosa dirección dotada de una rara habilidad para destripar emociones” (Luis Martínez: Diario El País).
Poco después, en 1983, pudimos ver “El año que vivimos peligrosamente”, la historia de un reportero, Guy Hamilton (interpretado de nuevo por Mel Gibson) que vive en primera línea los sucesos acaecidos en Indonesia en 1965. Una historia de amor, coprotagonizada por Sigourney Weaver, ambientada en el tenso escenario de un conflicto político, la insurrección contra el régimen dictatorial de Sukarno, que tuvo gran repercusión. Resulta curiosa la presencia de Linda Hunt, una actriz que interpretaba a un hombre, Billy Kwan, de pequeño tamaño pero de gran calado filosófico, y buen conocedor de la situación de su país. Tan fascinante resultaba la presencia de este personaje, que la Academia no dudó en otorgarle ese año el oscar a la mejor actriz de reparto. Como muestra, he recuperado uno de los diálogos más impactantes mantenidos entre el periodista y su amigo indonesio:
Billy Kwan: La gente preguntaba que debemos hacer entonces.
Guy Hamilton: ¿Cómo dices?
Billy Kwan: Es de Lucas, capítulo 3 versículo 10. ¿Qué debemos hacer entonces? Tolstoi se hizo la misma pregunta. Escribió un libro con ese título. Estaba tan preocupado por la pobreza de Moscú, que una noche entró en el lugar más pobre y les dio todo su dinero. Usted podría hacer lo mismo. Cinco dólares serían una fortuna para cualquiera de ellos.
Guy Hamilton: No iba a solucionar nada. Sería una gota en el océano.
Billy Kwan: Esa es la misma conclusión a que llegó Tolstoi. Yo no estoy de acuerdo.
Guy Hamilton: ¿Cúal es la solución?
Billy Kwan: Soy de la opinión de que no se debe pensar en el problema en general. Debe hacerse lo que se pueda por la miseria que se tiene delante. Sumar la luz propia a toda la luz.
Guy Hamilton: ...
Billy Kwan: Piensa que es ingenuo ¿no?
Guy Hamilton: Si.
Billy Kwan: Muchos periodistas piensan lo mismo.
Guy Hamilton: No nos podemos entrometer.
Billy Kwan: Típica respuesta de un periodista....
“Único testigo”(1985) supuso el salto de Weir a Hollywood. Para mi gusto, la película supone la mejor interpretación de Harrison Ford de su larga carrera. El actor encarna el papel de un policía al que no le queda más remedio que integrarse en la extraña y anacrónica comunidad Amish para proteger a un niño que ha sido testigo de un crimen. Resulta inolvidable su reacción ante el típico turista patoso que disfruta insultando a personas que no se defienden (la película parece dejar ver que los Amish responden a la afrenta presentando la otra mejilla), o la forma en la que se enamora de una chica de la comunidad, magistralmente interpretada por Kelly McGuillis, que parece sumergirse por primera vez, aunque con una indudable sensualidad, en el terreno del amor. A recordar también la escena en la que se muestra el levantamiento de la casa de madera, en un solo día, y en el que interviene toda la comunidad Amish montando una gran fiesta. Como colofón a una buena película, un final emotivo y entrañable, que despierta sin duda los sentimientos más emotivos del espectador.
“El show de Truman”(1998) nos muestra el apocalíptico poder de la televisión. El pobre Truman (Jim Carrey) vive una vida perfecta, en la que todo está milimétricamente ordenado, enfocado y dirigido a que toda su existencia no sea más que un programa de televisión, en tiempo real, de máxima audiencia. Los personajes que rodean a Truman, que al parecer ha nacido incluso en el plató, son actores contratados al efecto, con auriculares a través de los cuales el centro de control les indica cada paso a dar en cada momento. Las novias que ha tenido Truman, sus amigos...Todo es falso. La ciudad en la que vive, el lago, todo está encerrado en una gran cúpula de tela destinada a simular el efecto de realidad. El creador de tan magna idea, Ed Harrys, tendrá que componérselas para engañar a un Truman que de repente, y a causa de unas pocas situaciones inesperadas, empieza a desconfiar, cada vez con más intensidad, de todo lo que le rodea. Las sospechas del personaje contribuyen a que el público del programa tome postura, a su favor o en su contra, deseando que encuentre la verdad unos, y que siga en su falso mundo una buena parte de la audiencia. El discurso de Ed Harrys hacia el final, con el aire de sumo creador de todo lo visible e invisible, no consigue que Truman desista en su empeño de salir de esa falsa vida a la que le han confinado sin ser consciente jamás de ello. Uno de los grandes logros de la película es el de mostrar la sospecha paulatinamente, poco a poco, como si los primeros treinta años de la vida del personaje los hubiera pasado completamente en el limbo. Una buena actuación de Jim Carrey, actor que a mi al menos me convence cuando no muestra ese catálogo de gestos histriónicos con el que suele amenizarnos en la mayoría de sus títulos.
Y quiero comentar finalmente “Master and Commander”(2003), un digno regreso al cine de aventuras de todos los tiempos, interpretado por Russell Crowe (Jack Aubrey) y el siempre acertado Paul Bettany (Stephen Maturin). La película está basada en las novelas que escribió Patrick O´Brian, situadas en torno al año 1805, en pleno período napoleónico, y recoge distintos episodios, como la persecución del Acheron o la estancia del médico (Paul Bettany) en las Islas galápagos para recuperarse de una delicada operación que se ha infligido a sí mismo. Correcta en su planteamiento, “Master and Comander” despierta los sentidos de cualquier aficionado al mar y a la navegación. Las tomas de las naves desde el cielo resultan muy cuidadas y sugerentes, así como la ambientación musical, basada en piezas y autores de la época. Una buena y digna muestra de que la comercialidad y los altos presupuestos no tienen porqué ser un obstáculo para hacer buen cine cuando el director de orquesta es tan válido como nuestro amigo de Sydney.
“El show de Truman”(1998) nos muestra el apocalíptico poder de la televisión. El pobre Truman (Jim Carrey) vive una vida perfecta, en la que todo está milimétricamente ordenado, enfocado y dirigido a que toda su existencia no sea más que un programa de televisión, en tiempo real, de máxima audiencia. Los personajes que rodean a Truman, que al parecer ha nacido incluso en el plató, son actores contratados al efecto, con auriculares a través de los cuales el centro de control les indica cada paso a dar en cada momento. Las novias que ha tenido Truman, sus amigos...Todo es falso. La ciudad en la que vive, el lago, todo está encerrado en una gran cúpula de tela destinada a simular el efecto de realidad. El creador de tan magna idea, Ed Harrys, tendrá que componérselas para engañar a un Truman que de repente, y a causa de unas pocas situaciones inesperadas, empieza a desconfiar, cada vez con más intensidad, de todo lo que le rodea. Las sospechas del personaje contribuyen a que el público del programa tome postura, a su favor o en su contra, deseando que encuentre la verdad unos, y que siga en su falso mundo una buena parte de la audiencia. El discurso de Ed Harrys hacia el final, con el aire de sumo creador de todo lo visible e invisible, no consigue que Truman desista en su empeño de salir de esa falsa vida a la que le han confinado sin ser consciente jamás de ello. Uno de los grandes logros de la película es el de mostrar la sospecha paulatinamente, poco a poco, como si los primeros treinta años de la vida del personaje los hubiera pasado completamente en el limbo. Una buena actuación de Jim Carrey, actor que a mi al menos me convence cuando no muestra ese catálogo de gestos histriónicos con el que suele amenizarnos en la mayoría de sus títulos.
Y quiero comentar finalmente “Master and Commander”(2003), un digno regreso al cine de aventuras de todos los tiempos, interpretado por Russell Crowe (Jack Aubrey) y el siempre acertado Paul Bettany (Stephen Maturin). La película está basada en las novelas que escribió Patrick O´Brian, situadas en torno al año 1805, en pleno período napoleónico, y recoge distintos episodios, como la persecución del Acheron o la estancia del médico (Paul Bettany) en las Islas galápagos para recuperarse de una delicada operación que se ha infligido a sí mismo. Correcta en su planteamiento, “Master and Comander” despierta los sentidos de cualquier aficionado al mar y a la navegación. Las tomas de las naves desde el cielo resultan muy cuidadas y sugerentes, así como la ambientación musical, basada en piezas y autores de la época. Una buena y digna muestra de que la comercialidad y los altos presupuestos no tienen porqué ser un obstáculo para hacer buen cine cuando el director de orquesta es tan válido como nuestro amigo de Sydney.
Uno de los grandes directores vivos.
ResponderEliminarCapaz de encarar cualquier género y sacarlo con suma elegancia.
Unico Testigo.
Gallipolli.
El show de truman.
o sus primeras incursiones en el fantastico con The picnic an The rock. Demuestran su enorme versatilidad.
Grandisimo director.
Magnifico post y enhorabuena por tu nuevo blog, te seguirés siempre q pueda
ResponderEliminarMe gustó "Único testigo". Y sí, estoy de acuerdo contigo, la chica derrocha sensualidad en algunas escenas. Para mí lo mejor de la película.
ResponderEliminarGracias a los tres por vuestros comentarios.
ResponderEliminarAndrés, no conocía esa película que citas de Picnic at the rock, así que me voy a poner a ello. Si a ti te gusta, es una garantía.
Pacocalvo, me he dado una vuelta por tu página y me ha gustado mucho. Gracias por tu comentario, y bienvenido.
¿A que sí, Juan?. Se suele mencionar a Jessica Lange en "El cartero siempre llama dos veces", pero yo creo que esta mujer la supera, y además con mucha mejor nota. Una belleza serena y contenida, que sin grandes alardes puede despertar pasiones.
Sin duda que su cine es elegante y también inteligente. Cuidadoso también en los diálogos y en la descripción de la psicología de los personajes que aparecen en sus películas. Recuerdo "El Show de Truman", con un Ed Harris que borda el papel. Y como no, "El año que vivimos peligrosamente". Lo que más se me quedó grabado es justamente el diálogo que reproduces entre el periodista y su peculiar amigo.
ResponderEliminarEn cualquier caso, inolvidables películas las de Weir.
Ed Harris, la inolvidable Linda Hunt, Paul Bettany... En muchas ocasiones, por no decir en todas, los secundarios de Peter Weir superan con creces a los protagonistas. Linda Hunt interpreta a un personaje en "El año que vivimos peligrosamente" que desborda la pantalla y se incrusta en la conciencia del espectador para toda la vida. Escogí ese diálogo porque me parece magnífico, pero todas las intervenciones de Kwan merecerían una mención.
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