Resultaba curioso, y ligeramente inquietante, sortear los grupos de iluminados que clamaban, en la puerta del cine, contra la película que se estaba proyectando, si es que a causa de esta se sentían ofendidos. El pulso se nos aceleraba, la sangre se agolpaba en nuestras sienes, el corazón latía desbocado al pasar al lado de los ofendidos, que no hacían nada sino gritar, pero que te miraban con un odio visceral que helaba la sangre en las venas.
Algunos nos sentíamos en cierto modo culpables, sin saber muy bien porqué. ¿Cómo se nos podía haber ocurrido ir a ver una película que socavaba las bases fundamentales del orden y de la moral, la religión y algunos de los valores más profundos de la sociedad?. No teníamos, ni de lejos, ideales políticos, ni de un signo ni de otro, aunque la reciente legalización del partido comunista, y la calma que siguió a ese suceso, nos hacía escamarnos, llegar a pensar, en un alarde de insolencia, que tal vez la izquierda no fuera el camino más directo al infierno.
Desde el patio de butacas se escuchaban las voces, que arreciaban o disminuían en función del estado de los que gritaban. De vez en cuando volvíamos la cabeza, temerosos de que una horda entrara de repente y nos sacara del cine a hostia límpia. Cuando empezó la proyección, se acallaron las voces, apagadas por la gloriosa música del gran Ennio Morricone, que acompañaba una de las presentaciones de película más hermosas que se han visto nunca, con ese cuadro de Pelizza Da Volpedo titulado “El cuarto estado”, que va creciendo al tiempo que aumenta el volumen de la música. Se trataba de “Novecento”, de Bernardo Bertolucci, conocido en todas partes como el marxista burgués. A los cinco minutos de proyección, el miedo había desaparecido para dejar su lugar a la emoción.
“Novecento” nos cuenta la historia de Olmo, interpretado por Gerard Depardieu, y Alfredo, un jovencísimo Robert de Niro, hijos respectivamente de un campesino y del patrón del mismo. Pero resultaría simplista resumir así la historia que cuenta la película. Olmo y Alfredo no son más que una parte muy pequeña de la trama. “Novecento”, la película italiana más cara de la historia, resume nada menos que cuarenta y cinco años de vida, desde 1901 hasta 1945, fecha en la que sucumbe el fascismo en Italia. Bertolucci no trata de hacer historia, sino de crear un mito que se pueda transmitir de generación en generación. Los fascistas son malísimos, como en todas las películas del director, y los trabajadores unos benditos. El abuelo de Alfredo, el gran Burt Lancaster, se suicida cuando interpreta que su mundo se ha acabado, que la soterrada ética existente hasta ese momento entre patrón y trabajadores toca a su fin, tanto por la ambición desmesurada de los primeros como por el inconformismo de los segundos. Se suicida, también, porque al contemplar un baile de campesinas, comprueba, entristecido, que ya no se le levanta, pero bueno, si queremos encontrarle un sentido más poético a su muerte, podemos quedarnos con la primera explicación.
Los personajes de “Novecento” no parecen personajes, sino estamentos. Attila, el fascista, interpretado por un Donald Sutherland al principio medio imbécil, que abraza la doctrina por lo que tiene de poder. Giovanni, el terrateniente, un ser tan ambicioso que monta una farsa terrible para quedarse con las tierras que en realidad le correspondían a su hermano. Leo, el abuelo de Olmo, interpretado por Sterling Hayden, el bracero al servicio de Alfredo, íntegro, fuerte, sensato y luchador, que representa el poder del trabajador. Ada, la mujer de Alfredo, frívola y feliz, Anita la hija de Olmo, la maestra comprometida y solidaria...Todo un kaleidoscopio de personalidades muy bien definidas, sin matices, sin fisuras en su forma de pensar, en un entorno bastante maniqueo, de malos malísimos y buenos empalagosos, excepto en la parte que narra las vivencias de los dos abuelos, que parecen ser los únicos que se respetan mutuamente y saben a ciencia cierta que no pueden vivir el uno sin el otro. Una gran película, llena de escenas memorables, y de un erotismo que hoy podría parecer desfasado, pero muy atrevido en aquella época. Recuerdo todavía con nitidez la escena del acordeonista que se aleja, cuando el tren que se lleva a Olmo ha partido, mientras interpreta la Internacional.
“El conformista”, interpretada por Jean Luis Trintignant, Stefanía Sandrelli y Dominique Sanda, nos cuenta la historia de un individuo con un gran complejo, que se niega a asumir su homosexualidad y que se afilia al partido fascista italiano. De nuevo demoniza Bertolucci a sus fascistas, a través de un personaje psicológicamente en el límite de la locura. Un personaje al que otro le dice, en una frase para la posteridad, “todos quieren ser diferentes y tu quieres ser igual a los demás”. Una película de una crudeza extrema, brutal, pero que no por ello deja de ser una auténtica obra de arte.
Con “El último emperador”, Bertolucci vuelve a manejar astronómicos presupuestos de superproducción para tejer sus historias. Narra la historia autobiográfica de Pu yi, interpretado por un entonces casi desconocido John Lone, el último emperador de China, y fue la primera vez, y creo que la única, que las autoridades chinas permitieron rodar en el interior de la ciudad prohibida de Pequín. Un dramático personaje, que vivió en primera persona los vaivenes políticos de su país, con la llegada de la república, que le obligó a permanecer encerrado en su jaula de oro, un breve periodo de esplendor cuando los japoneses le colocaron como emperador títere de la ocupada Manchuria, y la posterior llegada del comunismo, que le encerró durante un largo periodo de tiempo para que alejara de su mente cualquier pensamiento capitalista. Una película colorista y magnífica, con una cuidad fotografía y llena de los grandes movimientos de masas de los que tanto le gustaban al director. Se dice que en algunas escenas llegaron a participar hasta 19.000 estras. Como no podía ser de otra manera, la película acaparó nueve oscars de la academia en 1987. Una de las imágenes que más me vienen a la cabeza de este film, es la del ojo del cuidador de Pu Yi en la cárcel, asomándose a un agujero de la puerta de madera para vigilarle.
En 1990 rodó Bertolucci “El cielo protector”, basada en una novela del mismo título de Paul Bowles, que aparece incluso, en persona, en la última escena de la película. Siento un especial cariño por esta película, que narra el viaje existencial de una pareja, formada por John Malkovich y Debra Winger. La apatía y frivolidad que preside las relaciones de un matrimonio, que trata de encontrar un sentido a su existencia, se troca magistralmente en fascinación, soledad y lucha por la vida cuando muere el Malkovich y su esposa se embarca, en un estado de semiinconsciencia, en un extraño viaje a través del desierto, dejándose llevar por las circunstancias y visiblemente traumatizada por la experiencia que ha vivido al ver morir a su marido. El escenario de la transformación, un semi ruinoso fortín francés situado en medio de la nada, rodeado de la inalcanzable inmensidad del desierto. Siempre me ha fascinado Debra Winger, pero reconozco que esa fascinación me viene precisamente de esta película. Resultan tan asequibles sus reacciones, su debilidad, su indefensión ante los acontecimientos...Una película que pasó casi sin pena ni gloria por los cines de España. Una película que yo me empeñaba en defender ante mis amigos, mientras ellos despotricaban contra ella tachándola de aburrida y pretenciosa.
Una banda sonora fascinante, que mezcla composiciones de Ryuichi Sakamoto, esa especie de músico polivalente, con fascinantes melodías nativas de Marruecos, tan sugerentes que, si te dejas llevar por ellas, por ese ritmo que se te mete en el cerebro, es imposible que no muevas las piernas al compás del paroxismo que muestran varias escenas. John Malkovich, en su estado enfebrecido, suelta el dinero sin medida para que los músicos africanos toquen para el sus instrumentos. Valga una frase que se dice en la película, un aforismo de Kafka que utilizó Bowles en la novela: “A partir de cierto punto, no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar”.
Y la última mención a este gran director es para “El pequeño Buda”, otra demostración de lo bien que se mueve Bertolucci manejando amplios presupuestos y gran número de extras. Protagonizada por Keanu Reeves y Bridget Fonda, se rodó en escenarios naturales y palacios de Nepal. No fue muy mimada precisamente por la crítica, pero no se le puede negar su bella factura, una inmejorable fotografía y una excelente banda sonora, parida de nuevo por el sin par Ryuichi Sakamoto, elevado por méritos propios a la categoría de Nino Rota particular del director italiano. Carmen, que nos honra de vez en cuando con algunas de las acuarelas que presiden estos artículos (de hecho, la de hoy es suya), ha tenido la inmensa suerte de viajar a Nepal, hecho por la cual la envidio profundamente, y a pesar de que la pincho continuamente para que me regale una colaboración literaria en la que nos cuente su experiencia, no hay manera. Carmen, gran admiradora de Bertolucci, piensa que “El pequeño Buda” supuso un giro de Bertolucci hacia el misticismo, cambiando el puño en alto y la política por otra forma de interpretar un mundo que no se entiende desde otra perspectiva, la de la mística. Al parecer, Bertolucci ha hecho mención en alguna ocasión a esta circunstancia, y la película, según nos dice también Carmen, está llena de referencias y símbolos que no se escapan a los que están en esa onda.
Un director de cine con mayúsculas, en definitiva.
Algunos nos sentíamos en cierto modo culpables, sin saber muy bien porqué. ¿Cómo se nos podía haber ocurrido ir a ver una película que socavaba las bases fundamentales del orden y de la moral, la religión y algunos de los valores más profundos de la sociedad?. No teníamos, ni de lejos, ideales políticos, ni de un signo ni de otro, aunque la reciente legalización del partido comunista, y la calma que siguió a ese suceso, nos hacía escamarnos, llegar a pensar, en un alarde de insolencia, que tal vez la izquierda no fuera el camino más directo al infierno.
Desde el patio de butacas se escuchaban las voces, que arreciaban o disminuían en función del estado de los que gritaban. De vez en cuando volvíamos la cabeza, temerosos de que una horda entrara de repente y nos sacara del cine a hostia límpia. Cuando empezó la proyección, se acallaron las voces, apagadas por la gloriosa música del gran Ennio Morricone, que acompañaba una de las presentaciones de película más hermosas que se han visto nunca, con ese cuadro de Pelizza Da Volpedo titulado “El cuarto estado”, que va creciendo al tiempo que aumenta el volumen de la música. Se trataba de “Novecento”, de Bernardo Bertolucci, conocido en todas partes como el marxista burgués. A los cinco minutos de proyección, el miedo había desaparecido para dejar su lugar a la emoción.
“Novecento” nos cuenta la historia de Olmo, interpretado por Gerard Depardieu, y Alfredo, un jovencísimo Robert de Niro, hijos respectivamente de un campesino y del patrón del mismo. Pero resultaría simplista resumir así la historia que cuenta la película. Olmo y Alfredo no son más que una parte muy pequeña de la trama. “Novecento”, la película italiana más cara de la historia, resume nada menos que cuarenta y cinco años de vida, desde 1901 hasta 1945, fecha en la que sucumbe el fascismo en Italia. Bertolucci no trata de hacer historia, sino de crear un mito que se pueda transmitir de generación en generación. Los fascistas son malísimos, como en todas las películas del director, y los trabajadores unos benditos. El abuelo de Alfredo, el gran Burt Lancaster, se suicida cuando interpreta que su mundo se ha acabado, que la soterrada ética existente hasta ese momento entre patrón y trabajadores toca a su fin, tanto por la ambición desmesurada de los primeros como por el inconformismo de los segundos. Se suicida, también, porque al contemplar un baile de campesinas, comprueba, entristecido, que ya no se le levanta, pero bueno, si queremos encontrarle un sentido más poético a su muerte, podemos quedarnos con la primera explicación.
Los personajes de “Novecento” no parecen personajes, sino estamentos. Attila, el fascista, interpretado por un Donald Sutherland al principio medio imbécil, que abraza la doctrina por lo que tiene de poder. Giovanni, el terrateniente, un ser tan ambicioso que monta una farsa terrible para quedarse con las tierras que en realidad le correspondían a su hermano. Leo, el abuelo de Olmo, interpretado por Sterling Hayden, el bracero al servicio de Alfredo, íntegro, fuerte, sensato y luchador, que representa el poder del trabajador. Ada, la mujer de Alfredo, frívola y feliz, Anita la hija de Olmo, la maestra comprometida y solidaria...Todo un kaleidoscopio de personalidades muy bien definidas, sin matices, sin fisuras en su forma de pensar, en un entorno bastante maniqueo, de malos malísimos y buenos empalagosos, excepto en la parte que narra las vivencias de los dos abuelos, que parecen ser los únicos que se respetan mutuamente y saben a ciencia cierta que no pueden vivir el uno sin el otro. Una gran película, llena de escenas memorables, y de un erotismo que hoy podría parecer desfasado, pero muy atrevido en aquella época. Recuerdo todavía con nitidez la escena del acordeonista que se aleja, cuando el tren que se lleva a Olmo ha partido, mientras interpreta la Internacional.
“El conformista”, interpretada por Jean Luis Trintignant, Stefanía Sandrelli y Dominique Sanda, nos cuenta la historia de un individuo con un gran complejo, que se niega a asumir su homosexualidad y que se afilia al partido fascista italiano. De nuevo demoniza Bertolucci a sus fascistas, a través de un personaje psicológicamente en el límite de la locura. Un personaje al que otro le dice, en una frase para la posteridad, “todos quieren ser diferentes y tu quieres ser igual a los demás”. Una película de una crudeza extrema, brutal, pero que no por ello deja de ser una auténtica obra de arte.
Con “El último emperador”, Bertolucci vuelve a manejar astronómicos presupuestos de superproducción para tejer sus historias. Narra la historia autobiográfica de Pu yi, interpretado por un entonces casi desconocido John Lone, el último emperador de China, y fue la primera vez, y creo que la única, que las autoridades chinas permitieron rodar en el interior de la ciudad prohibida de Pequín. Un dramático personaje, que vivió en primera persona los vaivenes políticos de su país, con la llegada de la república, que le obligó a permanecer encerrado en su jaula de oro, un breve periodo de esplendor cuando los japoneses le colocaron como emperador títere de la ocupada Manchuria, y la posterior llegada del comunismo, que le encerró durante un largo periodo de tiempo para que alejara de su mente cualquier pensamiento capitalista. Una película colorista y magnífica, con una cuidad fotografía y llena de los grandes movimientos de masas de los que tanto le gustaban al director. Se dice que en algunas escenas llegaron a participar hasta 19.000 estras. Como no podía ser de otra manera, la película acaparó nueve oscars de la academia en 1987. Una de las imágenes que más me vienen a la cabeza de este film, es la del ojo del cuidador de Pu Yi en la cárcel, asomándose a un agujero de la puerta de madera para vigilarle.
En 1990 rodó Bertolucci “El cielo protector”, basada en una novela del mismo título de Paul Bowles, que aparece incluso, en persona, en la última escena de la película. Siento un especial cariño por esta película, que narra el viaje existencial de una pareja, formada por John Malkovich y Debra Winger. La apatía y frivolidad que preside las relaciones de un matrimonio, que trata de encontrar un sentido a su existencia, se troca magistralmente en fascinación, soledad y lucha por la vida cuando muere el Malkovich y su esposa se embarca, en un estado de semiinconsciencia, en un extraño viaje a través del desierto, dejándose llevar por las circunstancias y visiblemente traumatizada por la experiencia que ha vivido al ver morir a su marido. El escenario de la transformación, un semi ruinoso fortín francés situado en medio de la nada, rodeado de la inalcanzable inmensidad del desierto. Siempre me ha fascinado Debra Winger, pero reconozco que esa fascinación me viene precisamente de esta película. Resultan tan asequibles sus reacciones, su debilidad, su indefensión ante los acontecimientos...Una película que pasó casi sin pena ni gloria por los cines de España. Una película que yo me empeñaba en defender ante mis amigos, mientras ellos despotricaban contra ella tachándola de aburrida y pretenciosa.
Una banda sonora fascinante, que mezcla composiciones de Ryuichi Sakamoto, esa especie de músico polivalente, con fascinantes melodías nativas de Marruecos, tan sugerentes que, si te dejas llevar por ellas, por ese ritmo que se te mete en el cerebro, es imposible que no muevas las piernas al compás del paroxismo que muestran varias escenas. John Malkovich, en su estado enfebrecido, suelta el dinero sin medida para que los músicos africanos toquen para el sus instrumentos. Valga una frase que se dice en la película, un aforismo de Kafka que utilizó Bowles en la novela: “A partir de cierto punto, no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar”.
Y la última mención a este gran director es para “El pequeño Buda”, otra demostración de lo bien que se mueve Bertolucci manejando amplios presupuestos y gran número de extras. Protagonizada por Keanu Reeves y Bridget Fonda, se rodó en escenarios naturales y palacios de Nepal. No fue muy mimada precisamente por la crítica, pero no se le puede negar su bella factura, una inmejorable fotografía y una excelente banda sonora, parida de nuevo por el sin par Ryuichi Sakamoto, elevado por méritos propios a la categoría de Nino Rota particular del director italiano. Carmen, que nos honra de vez en cuando con algunas de las acuarelas que presiden estos artículos (de hecho, la de hoy es suya), ha tenido la inmensa suerte de viajar a Nepal, hecho por la cual la envidio profundamente, y a pesar de que la pincho continuamente para que me regale una colaboración literaria en la que nos cuente su experiencia, no hay manera. Carmen, gran admiradora de Bertolucci, piensa que “El pequeño Buda” supuso un giro de Bertolucci hacia el misticismo, cambiando el puño en alto y la política por otra forma de interpretar un mundo que no se entiende desde otra perspectiva, la de la mística. Al parecer, Bertolucci ha hecho mención en alguna ocasión a esta circunstancia, y la película, según nos dice también Carmen, está llena de referencias y símbolos que no se escapan a los que están en esa onda.
Un director de cine con mayúsculas, en definitiva.
Este director como otros muchos de la época, realizaron un paso adelante en el cine rompiendo las normas.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con Andrés. Visconti, Liliana Cavani son también exponentes de una época en la que se rompieron muchos moldes.
ResponderEliminarBertolucci, al igual que otros, nos mostró un cine comprometido, duro, donde nos presentaba una sociedad descarnada y corrupta, sobre todo en su primera etapa. Recuerdo que "El Conformista" me causó un gran impacto emocional con escenas durísimas para las que no estaba preparada ni acostumbrada a ver en esa época. A veces he tenido sentimientos encontrados respecto a ella, al igual que con "El último tango en París", o "Novecento" (nunca he podido olvidar la escena del incalificable Attila estrellando a un gato contra la pared, con un Donald Shutterland al que se le toma manía de por vida), Pero a pesar de todo, siempre he reconocido en este director un gran talento y su precocidad porque recordemos que empezó a triunfar muy joven.
Gracias Félix por este estupendo artículo, por tu mención y por ilustrarlo con mi acuarela.
Attila, su infame novia y el niño girando. Una imagen que se te queda grabada para los restos.
ResponderEliminarGracias a vosotros por vuestra agudeza, vuestro apoyo y vuestra aportación a todo lo que hago. Sin esos elementos, esto no sería más que un lamento en el desierto.
Abrazos a los dos.
Coleccionista? vaya! son una plaga los coleccionistas!
ResponderEliminarwww.puntperpunt.blogspot.com
Bueno...Acabo de visitar su joya de blog. A su lado soy un simple aficionado. Mare de Deu...Debe usted estar en búsqueda y captura en las librerías de medio mundo. Nunca había visto una colección tan completa. Pensaba que era algo atípico lo de coleccionar marcapáginas, y resulta que hay hasta museos dedicados a ello.
ResponderEliminarUn saludo, y gracias
¡Hola!
ResponderEliminarFelixon, muy buen artículo sobre Bertolucci, me ha encantado y he descubierto cosas que no sabía (una cosita inconfesable: No he visto "Novecento" entera).
En cuanto a "El Cielo Protector" lo que yo recuerdo es cierta polémica por la elección de Debra Winger (lo siento pero es una actriz que a mi no me gusta nada de nada) ya que por aquellos entonces mantenía una relación de pareja con Paul Bowles. Craso error y punto débil de la peli.
Besos.AlmaLeonor
¿Comooorrrr?. ¿Pero Paul Bowles no era homosexual?. Bueno, puede ser, pero creo que Debra, en esta película como en muchas otras, es precisamente el alma de la película. No sé. te podría citar tierras de penumbra, peligrosamente juntos, oficial y caballero, porqué no... Reconozco que tengo cierta debilidad por Debra Winger, entre otras cosas porque creo que no ha basado su carrera en su físico cuando podía haberlo hecho.
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