viernes, 20 de diciembre de 2013

José Luis Jaime, mi padre

“¿Qué es lo que queda?”, nos preguntamos siempre ante la pérdida de un ser querido. “¿Qué ha dejado para la posteridad? ¿Cuáles han sido sus obras?”. Recuerdos, vivencias… En tu caso, además, innumerables cuadros, dibujos, cuadernos escritos con esa letra tuya tan particular, llenos de pensamientos, de cultura, de arte… Cuando te pones a pensar, descubres un legado casi inagotable.

Nos regalaste la mejor infancia que se puede desear. Esa que se recuerda con un brillo en los ojos y una sonrisa permanente. Una infancia llena de viajes de diecisiete horas a Cádiz, o de algo menos a Alicante, al principio en los coches de los tíos que venían de Alemania en verano, y más tarde en ese R8 que escupía correas del ventilador cada cincuenta kilómetros. Una infancia llena de despertares mágicos, con los cinco (tú, mamá y nosotros tres) metidos hasta más de media mañana, los sábados y los domingos, en una cama de matrimonio que parecía ensancharse milagrosamente para aguantarnos mientras planeábamos el fin de semana. Una infancia llena de trastadas, que provocaban tu risa y la desesperación de mamá, como cuando aquella vez que llenamos la pared de rallajos de rotulador, tú le dijiste a ella tan tranquilo “no me negarás que tienen madera de artistas”.

Jamás trataste de imponernos tus ideas, salvo una. La mejor que se puede transmitir, con la libertad y esa tolerancia tuya que te caracterizaban: la capacidad para que tuviéramos las nuestras propias. Nos inculcaste la necesidad de pensar por nosotros mismos, para que eligiéramos nuestro propio camino, para que supiéramos vivir. ¿Existe algo más importante que inculcarle a alguien la vida?

Nos enseñaste a pensar, a valorar las pequeñas cosas, a ilusionarnos perpetuamente, incluso en nuestra madurez. Nos transmitiste el placer por el arte, por la cultura, por el cine, con aquellas sesiones de dos películas con cena incluida. Nos enseñaste a reírnos de los problemas, a encontrar situaciones graciosas y entrañables incluso en los peores momentos. A contemplar la situación desde cierta perspectiva, para obtener la visión más positiva y el camino a seguir. A distinguir el valor y el inmenso poder de la sencillez, que es lo realmente grande, como decía Balzac en una frase que tú anotaste en uno de tus cuadernos. A saber que nadie es nada si no tiene humildad y no sabe ponerse en el lugar del otro. A que darle más importancia a lo que se tiene, y no a lo que se es, no conduce a nada.

Nos diste una curiosidad infinita, que te provocaba ese placer que sentías al viajar, para conocer mundo y abrir la mente ante otras gentes y otras culturas. Nos enseñaste a trabajar para vivir, y no a vivir para trabajar. Llenaste tus años de vida, y no tu vida de años. Viviste como quisiste, y te has ido cuando has querido, en el momento adecuado, tranquilo, con serenidad, sin dolor, con la tarea hecha y la obra terminada. Y muy bien terminada, papá.

Así pues, ¿qué queda? Queda la obra, y la obra es buena. Mira a tu alrededor. Tu obra somos nosotros. Observa a la gente que te acompañó en el tanatorio, o en el funeral, o de corazón, aunque no estuvieran presentes. Has dejado huella en todo aquel que haya tenido la suerte, el honor de conocerte. Es imposible no encontrar alguna cualidad tuya en cualquiera de nosotros. Todo el mundo me decía siempre que eras especial, y es verdad, lo eras, y nos has hecho especiales a los demás.

“El río llega al mar. No lo ves, pero ahí está”. No se me ocurre otra frase más emotiva que esta, de mi amigo y hermano Rafa Navidad, para definir de alguna manera tu trayectoria vital. Has llegado al mar, papá, tras una vida propia, plena, serena y tranquila. Y lo que es más importante, elegida y construida por ti mismo. No te vemos, pero estás ahí, en cada uno de nosotros, en esas lágrimas que vertemos al recordarte, en nuestros gestos y en nuestras acciones. En la honradez y en la nobleza de tus nietos, fuertes y decididos, como cuando Adrian se sentó el otro día, llorando, en tu lugar en la mesa, al ver que ninguno de nosotros nos decidíamos a ocuparlo. En la bondad y la empatía que has transmitido a los que te han conocido, y a los que sin duda has hecho un poco mejores de lo que eran antes. Esa es tu obra, papá, y es una gran obra.

Cada uno se imagina a los seres perdidos de una manera. Personalmente, yo te imagino ahora sentado a una mesa, con una taza de café y un chupito de whisky, conversando amigablemente con el tío Félix, y los tíos Fernando, Germán y Gregorio. Te imagino también bailando esa música de tango, que tanto te gustaba, con Isabel, con Pura, con María, con Bebi o con Pilar. Francamente, papá, me cuesta no imaginarte mirándonos desde arriba, riéndote de la travesura que nos has hecho al emprender el viaje. Feliz al haberte salido con la tuya, dejando este mundo. Seguramente porque ya te apetecía, por esa curiosidad tuya que antes mencionaba, conocer otro.


Hasta siempre, papá. Ahora lloramos, pero dentro de poco nos haremos más fuertes al recordarte tal y como eras, tal y como has sido siempre, y sonreiremos otra vez, como tú nos has enseñado.

Mi padre falleció el día 11 de Diciembre a los 86 años de edad. Era un hombre bueno, y sobre todo, VIVIÓ.

domingo, 14 de julio de 2013

Comentario borrado

Ayer coloqué un comentario en una página de FB que se llamaba “Cambio tesoros del Vaticano por comida para Africa, ¿te apuntas?”, en la que más de dos millones y medio de personas le han dado al “Me gusta”. Mi comentario decía más o menos así:
Los tesoros del Vaticano no son más que una gota en el océano si los comparamos con la cantidad de pasta que nos están robando a nivel mundial para las fábricas de armamento, o con las subvenciones para multinacionales que fabrican sus cosas en países del Tercer Mundo explotando a seres humanos. Por favor, no os dejéis engañar, que se supone que pensáis. A toda esa gentuza le viene genial desviar vuestra atención hacia la Iglesia para que no reflexionemos sobre lo que nos están haciendo. Si no os gustan los dictados de la Iglesia, aunque muchos de vosotros os hayáis casado por ella y estéis bautizados y con la Primera Comunión, pasad de ellos, pero no le dediquéis vuestro desprecio. Dedicádselo a los verdaderos culpables, que no son otros que un sistema financiero corrompido e inhumano y una clase política que lo venera”
El comentario fue borrado, algo que ya supuse desde el momento en que lo colgué. Muchas de las entradas de la página hacen referencia a los curas pederastas, al aborto, a los preservativos, y a toda la lista recurrente de dogmas de fe anticlerical.
No sé si voy a ser capaz de hacerme entender con esta entrada, pero voy a intentarlo. No me considero religioso, y tengo dudas de si soy creyente o no. No voy a misa, pero si algún día tengo que entrar en una Iglesia para algún acontecimiento o para acompañar a alguien que quiere escuchar misa, lo hago, y no me salen sarpullidos, ni se me caen los anillos, ni nada de eso. No considero a ”los curas” en su conjunto, de la misma manera que no considero jamás a ningún colectivo en su conjunto. He conocido curas magníficos, y curas pesados y dogmáticos. Cada persona es un mundo, y primero se es persona, y después lo que sea. Lo que no hago nunca, ni he hecho jamás con ninguna institución, ya sea laica o religiosa, es permitir que se entrometan en mi forma de pensar, o que traten de “llevarme a su huerto”, como se suele decir. El problema está en que el colectivo de turno, ya sea la Iglesia, la Cruz Roja, Greenpeace o el padre de Domingo Ortega, se entrometerá en nuestra vida, en nuestra forma de pensar, lo que NOSOTROS le permitamos, que en mi caso, como ya he dicho, es cero.
Partiendo de esa premisa, no entiendo el miedo, cuando el miedo deberíamos tenérselo a los bancos, a la Bolsa o al Club Beidelberg, si es que existe. No entiendo los ataques a personas que tienen fe, como Santi Rodríguez, al que amenazó un fanático cuando declaró que era católico. No entiendo esa comparación entre Iglesia y políticos del PP, cuando en la Semana Santa andaluza, feudo del Psoe y de Izquierda Unida, todo el mundo se echaba a la calle con un respeto reverencial ante los diferentes pasos. Existe mucha gente humilde que tiene Fe, y al contrario. ¿Por qué, entonces, esa intolerancia? Algunos dicen que la Iglesia sigue gobernando el mundo. ¿Realmente se lo creen? El mundo lo gobiernan cuatro hijos de puta que se forran cada día más con la venta de armas y con los tejemanejes en la bolsa, y el que desvíe su atención de eso es que no se entera o no se quiere enterar.
Centrémonos en la realidad, y no nos dispersemos con tonterías. El aborto es un tema demasiado personal e íntimo como para dejarlo en manos de cualquier institución, pero es que eso no hay ni que decirlo. El uso del preservativo, disfrutar del sexo… Por favor, que ya somos mayorcitos, y nadie tiene ni siquiera que opinar sobre lo que cada uno haga en su casa. Los curas pederastas… Los pederastas, a secas. Nadie se mete con el turismo sexual pederasta a países como Thailandia, por ejemplo, o con las redes de pedófilos que florecen como setas en Internet. Tan hijos de puta son unos como otros, pero el desprecio se desvía sólo hacia los curas.
Creo que muchas veces se ha utilizado la intolerancia hacia la Iglesia como una forma de rebelión hacia nuestros mayores, que siguen yendo a misa en cuanto se les presenta la ocasión, pobrecillos ellos, lo engañados que están. Bueno, pues ya hemos madurado un poco. Desviemos nuestra atención hacia los problemas realmente importantes.

domingo, 30 de junio de 2013

UNA CHARLA CONSTRUCTIVA

No le conocía, no sabía nada de él. El viernes pasado, en un encuentro de empresa, después de analizar la situación actual, nuestra posición en el mercado, y el futuro, la directora de Recursos Humanos nos lo presentó como un experto en motivación. Antes de que empezara a hablar le envié un mensaje por Wasshap a mi santa. “Un conferenciante que nos va a dar una charla sobre la felicidad. Me está entrando un miedito…”. A los siete minutos justos le envié otro mensaje: “Joder, es genial”, y al minuto siguiente le desvelé el misterio: “Se llama Emilio Duró”. Ella me contestó al instante, histérica perdida “Ay!! Hazte una foto con él, dile que soy fan suya!! Y que es un sol”.

Tras casi dos horas de charla, entendí perfectamente la admiración de mi chica hacia él. De una forma amena, perfecta, que no cede ni un solo segundo al aburrimiento, mezclando sabiamente momentos de carcajada incontenible con datos serios y contrastados científicamente, Emilio Duró logró con creces, al menos en mi caso y en el de muchos de mis compañeros, que saliéramos de allí con algún que otro chip cambiado para siempre.

Me considero una persona positiva y optimista. Siempre lo había sido hasta que en el año 2008 la vida me pegó un mazazo. Perdí a mi mujer, que tenía por aquel entonces 50 años, y me dejaba a mí, a un hijo de catorce años, y a unos padres, los suyos, que se quedaron destrozados porque ella era hija única. Durante el primer año pensé que no íbamos a salir. Durante el segundo año, ya habíamos salido, y tiramos todos con fuerza hacia adelante. Mis suegros tenían la motivación de su nieto, yo tenía la motivación de mi hijo, mis suegros y mi familia, que me ayudó muchísimo no dejándonos ni un momento solos a mi hijo y a mí. Ahora estamos todos más o menos tranquilos, mi hijo madura con fuerza, se labra poco a poco su vida y comienza a volar por su cuenta, y mis suegros han recuperado la sonrisa y las ganas de vivir después de aquello. Yo he conocido a una mujer maravillosa, la de los mensajes de Wasshap del principio, que me ayudó a recuperar las ganas de volver a amar, y a la que yo contribuí también en cierto modo a ayudar a salir de un bajón. Ahora somos felices, porque viajamos, nos amamos, disfrutamos como niños de cada momento del día, y hablamos y compartimos aficiones.

Algunos compañeros, amigos y familiares me tachan de inconsciente cuando les digo que no me preocupa el futuro, que lo que tenga que ocurrir ocurrirá, y en ese momento, si la situación lo merece, me preocuparé, aunque no creo que sea por mucho tiempo, porque cuando se quiere salir, se sale, y yo y las personas de mi entorno más cercano somos una muestra viviente de ello y sabemos hacerlo. Vivimos el presente intensamente con el bagaje de un pasado por el que no nos dejamos arrastrar, pero que sin embargo nos ha hecho fuertes.

¿En qué me afectó entonces la charla de Emilio Duró, si yo ya soy una persona positiva y optimista? Muy sencillo: me demostró que voy por el camino correcto. Habló del nivel de optimismo, dibujando un gráfico con las distintas escalas. Desde las más altas dibujó una línea hacia abajo que luego volvía a subir. “El nivel de optimismo es siempre el mismo en cada persona. Al que es optimista, un golpe de la vida le puede hacer bajar al nivel más bajo, pero más tarde o más temprano volverá a recuperar su nivel”, y entonces entendí que eso es exactamente lo que me ha ocurrido, y que ahora estoy de nuevo en mi nivel de siempre.

Lo que hizo Emilio Duró fue corroborar a los optimistas que están en el camino correcto, enseñarles ciertas técnicas físicas y psíquicas para mantener ese optimismo, pensar en las cosas en las que realmente hay que pensar, en las importantes, que son la familia, los hijos, los padres, el entorno, y en disfrutar de lo que se haga en cada momento, sin obsesionarse en absoluto en poseer cosas, porque las cosas están ahí para que las disfrutemos, no para que las poseamos. A los que no son optimistas, les dio las pautas y razones más que poderosas para poder llegar a serlo algún día. Recuperar la ilusión del niño que han sido, recuperar la capacidad de soñar.

Y sobre todo, nos hizo reír a mandíbula batiente en muchos momentos a más de ciento cincuenta personas, y eso hoy en día, es muy complicado. Reír por reír es tontería, pero si al tiempo que ríes te cambia la vida, es un triunfo.

domingo, 16 de junio de 2013

abbily: Personas que DE VERDAD se ocupan de personas

Ese debería ser el slogan de una gran iniciativa: la que ofrece la página a la que se accede mediante este enlace:


"Personas que DE VERDAD se ocupan de personas", y no se refiere a una gran compañía de seguros, no. Se trata de la realidad. Desde Abbily se gestiona uno de los valores más escasos en nuestra sociedad actual: la generosidad. Es muy sencillo. Si tienes una habilidad, sea del tipo que sea, que te interese ofrecer a los demás, te registras en la página, y ya está. Ellos se encargan de ponerte en contacto con alguien que pueda precisar de tus servicios, y que a su vez pueda ofrecerte alguna de sus habilidades. Así de sencillo. Así de útil. Y sobre todo: así de generoso.

He tenido la inmensa suerte de conocer en persona al administrador de la página. Sus ojos se iluminan cuando te habla de su proyecto. Detectas enseguida en sus palabras una gran carga de profesionalidad, de ilusión, de amor hacia la gente. Te sientes algo extrañado cuando te cuenta que no cobra absolutamente nada por los servicios que la página presta, que lo hace por puro y simple altruísmo, por amor al arte. Una iniciativa así no merece pasar desapercibida. De hecho, NCESITAMOS iniciativas como esta, que parten de la generosidad más absoluta, sin dobleces, sinmezquindades, sin medias tintas. Lo que se ve en la página, muy atractiva por otro lado, es lo que hay. 

Te invito a conocer la página. Mi blog apenas lo lee nadie, pero los pocos que se asoman por aquí saben de sobra que cuando algo me entusiasma pongo todo mi empeño en darlo a conocer, y esta página, amigos, merece realmente la pena.

Le auguro un futuro esplendoroso a abbily, porque las buenas ideas, las ideas que no pretendern otra cosa que ayudar a los demás, a hacer un poco más llevadero el color gris de este mundo en que vivimos, acaban triunfando por sí solas. Si con esta entrada consigo que algunos de vosotros se asomen a ese portal, y que a su vez lo den a conocer,me doy por más que satisfecho.

Muy buena suerte, Flavio, te deseo lo mejor de todo corazón, porque te lo mereces.  

sábado, 18 de mayo de 2013

De Dioses y Héroes

¿Cómo era aquello?... Me cuesta recordarlo… A ver… Unos tipos se metían en un caballo de madera, se dejaban llevar al interior de la ciudad, y después, por la noche, mientras la ciudad dormía, la conquistaban. ¿Quién era su líder? A, sí, un tal Ulises…

Me ocurrió a la salida de la película “Troya”, hace ya bastantes años. Un adolescente, entusiasmado porque probablemente era la primera vez que tenía contacto con los héroes de la antigüedad, le decía a su padre que le había encantado conocer a Aquiles, a Agamenón, al astuto Ulises, a Héctor, a Paris, que había causado todo aquel tinglado por amor, por puro y simple amor… Recuerdo que el padre, con gesto de sobrado, le contestaba a su hijo “son historias para niños”.

Aquello me dejó pensando. Hoy, viendo que los informativos de la televisión llevan todo el santo día haciéndose eco del encarcelamiento de Blesa y de su salida de la cárcel de Soto del Real, he recordado la frase de aquel padre, y de repente, creo que he dado con la clave de todo esto. Es muy sencillo. Simplemente, hemos pasado de adorar a héroes humanos que se atrevían a desafiar a los Dioses, a adorar a Dioses que se atreven a desafiar a los seres humanos “de a pie”, por denominar de alguna manera a todos los que estamos sufriendo los desmanes de todos esos seres que se han fabricado su Olimpo particular a costa de los demás mortales.

¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cuál es el mecanismo por el que les hemos permitido a unos pocos seres instalarse en el poder y disponer a su libre albedrío de las vidas, sueños, ilusiones y economías de los que nos dejamos la piel para llegar a fin de mes? No lo sé. Puede que sea algo tan antiguo como la Humanidad, o al menos tan antiguo como esa época de oscurantismo que llegó tras la época de esplendor de los héroes a los que antes hacía mención, por culpa del fatalismo de las religiones y de la exaltación de la ignorancia y la incultura que propiciaron.

Blesa sale de la cárcel. Viste un jersey marrón, una camisa blanca, y vaqueros. Se mete en la parte de atrás del coche de sus abogados, para lo cual entra por la puerta de delante mientras uno de ellos reclina el asiento. La imagen, repetida hasta la saciedad, deja su lugar a otra imagen, la de un buen número de informadores esperando en la puerta del domicilio del banquero, situado en una lujosísima urbanización. Hasta la saciedad aparece también el titular “Apenas ha pasado 24 horas en la cárcel tras pagar dos millones y medio de euros”. ¿Acaso alguien dudaba de que se iba a pagar a tiempo la fianza? ¿Existe alguien capaz de pensar que reunir una cifra así supone un gran esfuerzo para un individuo, para una persona como Blesa? No nos engañemos. Blesa, como muchos otros, pertenece a otra especie, a otra casta, a la de esos Dioses que han adquirido poder, vaya usted a saber por qué causa, ya sea política, económica, o porque haya sido tocado por la Gracia de Dios. Nos sorprende ver a una persona con esa categoría en vaqueros, escondiéndose de las cámaras, saliendo de la cárcel. ¿Por qué nos sorprende? ¿Por qué nos fascina que alguien que probablemente sea culpable de los grandes agujeros de Bankia tenga esa dimensión humana? Precisamente porque inconscientemente hemos elevado a las alturas a toda una casta de banqueros, financieros, altos consejeros de empresas y demás fauna a una categoría que está muy por encima del ciudadano de a pie.

Por más que lo intentemos, lo único que podemos hacer es sorprendernos, disfrutar con las imágenes, soñar con que probablemente se haga justicia, con que probablemente se abra la caja de Pandora. No nos cabe otra que esperar a que alguien se atreva por fin a ponerle el cascabel al gato, a llamar a las cosas por su nombre y a aplicar las leyes a humanos y a Dioses por igual. Sólo podemos elucubrar, porque nos resulta imposible analizar, meternos en la mente de una persona con poder. Sólo podemos imaginar, entrever a través de una nube el profundo desprecio, el desapego, la absoluta falta de empatía que debe de sentir uno de estos seres hacia cualquier ser humano que no forme parte de su familia, su clan o su lobby. Recuerdo la frase de Orson Welles desde la noria de Viena, en “El tercer hombre”, mientras contempla a la gente que pasea por debajo. “Son sólo hormigas, puntitos que se mueven, No pasaría nada si de repente unos cuantos puntitos de esos dejaran de moverse”. Para ellos la Humanidad es eso, hormigas, puntitos a los que se les puede robar, mangonear, exprimir hasta la saciedad, y además estarán encantados, porque no se enteran, porque ellos, los Dioses, están en otra esfera, en su Olimpo particular.

Ojalá fuéramos capaces de recuperar a los héroes de verdad, a los que se merecen ser admirados, a los que dedican su pensamiento y su vida a hacer un mundo mejor a través de su profesión, de su solidaridad o de su esfuerzo. Ojalá fuéramos capaces de contemplar a estos Dioses como seres humanos que no son dignos de ocupar los cargos que ocupan, que no son dignos de ostentar el poder que ostentan, que tienen que ser estudiados, analizados, controlados por verdaderos profesionales. Ojalá que nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestras vidas, estuvieran en nuestras propias manos, y esos Dioses no sirvieran para otra cosa que para contemplarlos en la televisión o en las revistas del corazón.

Puede ser un primer paso, o quedarse todo en agua de borrajas. O puede que sea la mecha que nos haga salir de nuestro letargo. Sólo el tiempo lo sabe.

lunes, 15 de abril de 2013

El espíritu

Irradian paz, eso de entrada. Una tranquilidad en su forma de hablar que invita a la reflexión, a la charla amigable, a la complicidad, a la risa. Sí, a la risa también, porque su sentido del humor es incomparable.


La comida transcurre con normalidad, al filo de las tres de la tarde. El matrimonio anfitrión las invitó a comer el día antes (invitar a comer, para ellos y la pareja invitada, es pasar la tarde, y hasta la noche a veces), al encontrarse en un conocido restaurante de la zona. Empezamos a charlar desde el primer momento. A pesar de no conocerlas de nada, me sentí integrado casi al instante, gracias a esa familiaridad que sólo unas pocas personas son capaces de mostrar, mantener y compartir con los demás. Me sentía cómodo. Tenía la extraña y grata sensación de conocerlas de toda la vida, como cuando conocí al matrimonio anfitrión, los padres de mi pareja.


Las dos están curtidas en cien batallas, en los reveses, sinsabores, alegrías y tristezas que les ha dado la vida. Creo que eso es algo muy importante para poder sentirse a gusto, para ser capaz de impregnarse de su experiencia, de su entereza, de su jovialidad, de su amor a la vida. No hay que hacer nada cuando uno tiene la inmensa suerte de encontrarse con personas como ellas. Sólo dejarse llevar, convertirse en esponja, escuchar, aprender, disfrutar y asimilar esa lección de vida.


Poco a poco se van desgranando historias, anécdotas, viajes que en los cuatro, ellas y el matrimonio anfitrión, disfrutaron y rieron como si fuera la primera vez que salían. Probablemente la experiencia consista en eso, en ser capaz de disfrutar de todo y de todo como si lo que ocurre sucediera por primera vez. Quizá la sabiduría se alcance cuando volvemos a recuperar el espíritu del niño que se ilusiona ante lo nuevo, ante lo bueno, dejando atrás prejuicios, ideas preconcebidas, dogmas de fe y todo aquello que limita el vuelo libre de nuestro espíritu. Aquella tarde me dio mucho que pensar.


Pondré como ejemplo solamente un par de charlas. Una de ellas, que se define a sí misma como roja “no sólo por fuera, sino hasta el mismo tuétano”, más a la izquierda que la misma Pasionaria, nos contó sus sensaciones ante la procesión del “Cautivo”. Con un sentido de emoción que arrancaba nuestras risas a cada frase pronunciada por ella, nos describió perfectamente la emoción que sintió en ese momento, hasta el punto de ponernos a todos la carne de gallina. Nos contó su sorpresa ante sus sensaciones. “¿Cómo era posible que yo, más de izquierdas que la misma izquierda, estuviera tan afectada por la visión de aquello, por el encuentro de quién en teoría era el enemigo?”. Ella, que se define como más allá de atea y agnóstica, sintió en su corazón el fervor, el respeto y la profundidad de sentimientos de aquella procesión, a la que no deja de asistir cada año desde entonces.


La otra charla magistral que nos regaló fue la relacionada con el Ayuntamiento de la localidad en la que vive. La alcaldesa es del PP, y ella ocupa un lugar importante en la casa. A pesar de no compartir ni ideas políticas, ni dogmas ni otra cosa que se le parezca, nos relató con minuciosidad la meritoria labor que la joven alcaldesa está llevando a cabo en el municipio. Al parecer se deshizo de buena parte del inmenso despacho que mantenía el alcalde anterior, como primera medida. Utiliza su coche para los desplazamientos oficiales, y ha impuesto una política de austeridad que ha logrado sus frutos. Simplemente, ha puesto a todo el mundo a trabajar, desde los servicios técnicos municipales, que al parecer antes eran un auténtico caos, hasta los trabajadores de limpieza.


Me sorprendía no lo que mi nueva amiga me contaba de la alcaldesa, sino el RESPETO, así, con mayúsculas, que sentía hacia esa forma de actuar, independientemente de cualquier otra consideración. Me sorprendía no la forma en que me contó las sensaciones que tuvo ante la procesión del cautivo, sino el RESPETO hacia algo en lo que ella no creía. Y me sorprendió porque jamás hubiera esperado que una persona en teoría en el otro extremo político de los dos sucesos que nos contó, hablara con tanto entusiasmo de algo con lo que a priori, según la mezquina consideración y cortedad de miras de los que son incapaces de entender algo tan sencillo como eso, debería estar en contra.


Más tarde hablamos de tolerancia, de la famosa frase de Voltaire, que tanto ella como yo hemos adoptado como forma de vida: “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”, de RESPETO, de esfuerzo, de compromiso, de lo mucho que se conseguiría si todo el mundo se pusiera realmente a trabajar. La alcaldesa y ella son las primeras en llegar a la alcaldía y las últimas en marcharse. ¿Qué pasaría si todo el mundo hiciera lo mismo, si cada uno se preocupara menos de llenarse los bolsillos y de escaquearse y más de aportar realmente su experiencia, su trabajo y su buena voluntad para alcanzar el bien común?


Sé que esto es una utopía, una perogrullada tan irreal como imposible de conseguir en un país en el que lo único que se respeta es la picaresca y el beneficio inmediato con el mínimo esfuerzo posible, el despilfarro inútil y los anillos que nadie se merece en realidad, pero conociéndolas a ellas dos, creo que está claro que el espíritu existe. En unos pocos, pero existe. Ese es el espíritu que se debería mantener, potenciar, votar, envidiar y cuidar si algún día queremos salir del agujero de ignorancia, imbecilidad y negrura en el que ahora mismo estamos todos inmersos.


Cuando miré el reloj pensando que habían pasado como máximo tres horas, ya eran las nueve. La tarde se nos había pasado en un suspiro. ¿Será que el tiempo pasa volando cuando tienes la inmensa suerte de encontrarte con alguien capaz de removerte el alma, hacerte pensar y convencerte de que por encima de ideologías está la inteligencia y la capacidad del ser humano?


Será eso, seguro.

martes, 12 de marzo de 2013

"Detrás del cristal", de Mayte Esteban

“A veces nos dejamos llevar por personas que dibujan para nosotros un escenario donde somos las estrellas principales, sin darnos cuenta que las luces del teatro deslumbran tan solo por un par de horas, apagándose de pronto y dejando el alma en la más completa oscuridad.”



¿Porqué me gustan los libros de Mayte Esteban? Precisamente por frases como la que precede esta entrada. Frases que se podrían leer una y otra vez, de gran belleza literaria, de gran belleza espiritual. He leído dos libros de Mayte, “La arena del reloj” y este, y los dos me han encantado. ¿Porqué, siendo de temáticas aparentemente tan diferentes, disfruto con la escritura de Mayte?



No me gustan las novelas románticas. Los que me conocen, aunque sea de manera superficial, lo saben de sobra, y al que no lo sepa, se lo digo ahora. Leí la novela de Mayte porque me la recomendó encarecidamente una persona a la que le encantó, y porque en cierto modo me sentía obligado al figurar como uno de los autores a los que se refiere Mayte en los agradecimientos del final del libro. Con estas premisas comencé a leer, y con la seguridad de que se trataba de Mayte, de que no se iba a limitar a escribir una novela romántica al uso. No, no podía ser. “Es Mayte -me dije-, ya te ha dado muestras de su desbordada imaginación y de su buen hacer”… Y me quedé enganchado desde la primera página. ¿Porqué me ocurre esto con Mayte Esteban?



Creo poder ser capaz a estas alturas de dar una respuesta a esa pregunta. Me gusta lo que escribe Mayte, cualquier cosa que escriba, cualquier incursión suya en el género que sea. He llegado a la conclusión de que Mayte hace literatura. Literatura de verdad, con mayúsculas, comprometida con la razón, con el alma, con el sentimiento. Leyendo a Mayte da la impresión de que cuando escribe lo hace desde el mismo fondo de su alma, y eso es algo que muy pocos, poquísimos autores son capaces de conseguir, y sobre todo, de transmitir. “Detrás del cristal” es una muestra de su buen hacer. Pudiendo ser clasificada en el género romántico, en caso de que alguien fuera capaz, o sintiera esa necesidad a veces injusta que sentimos muchas veces de clasificar las cosas, la novela desborda sin embargo los clichés del género, y se convierte en algo más.



“Detrás del cristal” es una galería de personajes perfectamente construidos, desde Pablo hasta Andrés, pasando por Irene, César o Ana. Provoca admiración la facilidad de Mayte para dotar a sus personajes de matices, de sentimientos, de convicciones que se rompen y emociones que les llevan a acertar o a equivocarse, a meter la pata hasta el corvejón o a tomar decisiones trascendentales para su porvenir. Sus personajes no son planos, no son previsibles, no pueden enmarcarse en un determinado cliché. Se mueven por la novela como cualquiera de nosotros por la vida, y nos atraen con sus errores, con sus aciertos, con sus tonterías, con sus bromas… Nos atraen, en definitiva, porque VIVEN, y eso es algo muy difícil de transmitir.



“Detrás del cristal” es un ejercicio de buena literatura, de esa que cuando estás leyendo tienes la impresión de estar haciendo algo positivo para tu alma, para alimentar el espíritu. Las casualidades dotan de encanto a la trama y no parecen increíbles en ningún momento. Los ambientes descritos son perfectos, tanto las casas de los protagonistas como el bar de copas o la sección de empaquetado de unos grandes almacenes. La línea temporal está magistralmente construida, apretada en la primera parte y más diluida en la segunda. Todo, en definitiva, está èrfectamente orquestado por la mano fuerte y la desatada imaginación de la autora. No se tiene jamás la tentación de estar perdiendo el tiempo cuando uno se enfrenta a un libro de Mayte Esteban.



“Detrás del cristal”, una novela más que recomendable. Sobrepasará con creces las expectativas de todo amante de la novela romántica, de la novela de humor, de la novela testimonial y de cualquier otro género, porque el libro está muy por encima de poder encuadrarse, algo que solo ocurre con los ejercicios de literatura tan magníficos como este.

lunes, 25 de febrero de 2013

"El hombre de Grafeneck". Balance de reseñas

Ha pasado un año desde que publiqué “El hombre de Grafeneck” en Amazon, allá por febrero del 2012. En ese año la novela me ha dado más alegrías que tristezas, más estímulos para seguir escribiendo que para dejarlo. A mediados de año me llamó la editora del sello Tagus, la marca digital de Casa del Libro, perteneciente al grupo Planeta, que comenzaba su andadura. Estaban interesados por la novela, que había quedado finalista en un concurso de novela histórica, y fue publicada por ellos en septiembre. Tanto en Amazon como en Tagus, la novela se ha desenvuelto bien y ha cosechado nada más y menos que diecinueve reseñas, todas ellas fantásticas, todas rigurosas, todas objetivas y acertadas. Empezando por la de Blanca Miosi (la primera persona que se leyó la novela, y que me regaló unas cuantas ideas para mejorarla), siguiendo por Montse, paradigma de la honestidad y la objetividad, y terminando por Eva, que no sólo tuvo la generosidad de reseñar, sino de organizar una lectura conjunta de la novela, cada una de las reseñas ha provocado en mi ánimo un subidón de adrenalina, un estímulo para seguir escribiendo, una alegría ante el hecho de que alguien, unas veces amigo y otras no, se tome la molestia no sólo de leer la novela, sino de comentarla.
No se puede describir con palabras lo que se siente al leer la reseña de un libro propio. Un reseñador no es un familiar, que siempre va a alabar tu trabajo aunque no valga para nada. Se trata de alguien riguroso, acostumbrado a leer, con un gusto literario sólido, objetivo y en muchas ocasiones exigente, que no te conoce de nada, salvo como mucho a través de las redes, que coge tu libro y se lo lee, y que, encima, tiene la generosidad, el enorme gesto de comentarlo en su página o en su blog. No soy capaz de expresar la emoción que me producen los comentarios que van surgiendo de los seguidores de esos blogs de reseñas, que suelen ser muchos, y muy sensibles al feeling literario de la persona que conduce el lugar con criterio y rigurosidad.
Seamos serios y coherentes. Los que estamos en este mundillo, los que publicamos en amazon o somos repescados en alguna ocasión por una editorial importante, pero de forma esporádica, estamos jugando en la tercera división de la literatura. Lo dijo hace poco un compañero de penurias que está a punto de ascender de categoría, y creo que tenía toda la razón. Nos movemos en aguas turbulentas. Los agentes, que empiezan a llamar a mi amigo ahora que empieza a descollar y que ha escrito un libro acojonantemente bueno, pasaban antes de él, y de todos nosotros, como de la mierda. No nos engañemos a nosotros mismos. Y una vez comprendido eso, valoremos como se merece la actuación, solitaria, completamente altruista, objetiva y minuciosa de los reseñadores, porque sin ellos, creedme, los que escribimos en esta tercera división no veríamos jamás la luz.
Creo que están todas las reseñas de la novela, colocadas por orden de aparición. Si me he olvidado de alguna, por favor, que alguien me avise. Mi torpeza manifiesta para todo lo relacionado con la tecnología es ya legendaria.
http://labibliotecademontse.blogspot.com.es/2012/03/el-hombre-de-grafeneck-jaime-cortes.html

A todos los reseñadores, gracias, porque si alguna vez ascendemos los que jugamos en esta categoría, será en gran parte gracias a vuestra fantástica valor. Un fuerte abrazo.

sábado, 16 de febrero de 2013

IBERIA

Tengo que reconocer que me toca la fibra ese anuncio de Balay en el que un hombre jubilado, que trabajó allí, visita la fábrica y rememora situaciones entrañables, como cuando le dice a una empleada actual “y en esa cadena trabajaba tu padre”. Se quiere transmitir la impresión, y se consigue, de que ese hombre está visitando un lugar que le emociona, su segunda casa, el lugar en el que se ha desarrollado gran parte de su vida. Se quiere transmitir, y se transmite, que el valor más importante de cualquier empresa es su potencial humano, las personas que trabajan en ellas. Ocurre algo parecido cuando Nadal, en el anuncio de Mapfre, declara “personas que trabajan para personas”. Porque las empresas son eso, no nos olvidemos, personas, que viven, actúan, se mueven y son susceptibles de sufrir o disfrutar de las mismas emociones que cualquiera de nosotros.

El caso de Iberia no es diferente. Ni mucho menos. Recuerdo con auténtico placer un vuelo a Londres, hace unos ocho años, cuando mi hijo era pequeño. El piloto, que era compañero y seguramente amigo de un amigo común, nos invitó a mi hijo y a mí a la cabina cuando regresamos a Madrid. Mi hijo disfrutó como el niño que era de aquel momento, de las charlas del piloto y sus tripulantes, de las bromas que se gastaban entre ellos mientras la inmensidad del cielo, que encontrábamos por primera vez desde ese punto de vista, nos dejaba con la boca abierta. Recuerdo que pensé que aquel hombre era piloto, pero primero era persona, y buena persona, que disfrutaba con la alegría de mi hijo.

Recuerdo también el trato de la tripulación de a bordo, siempre amable, siempre atenta, dispuesta a suavizar en todo momento la inevitable sensación de nerviosismo de casi todo aquel que coge un avión. En alguna ocasión he escuchado “A, no, yo siempre vuelo con Iberia. Aunque salga algo más caro, me siento mucho más cómodo”, y actualmente añaden “y seguro”.

Conozco a algunas personas que trabajan en Iberia. Personas sobradamente preparadas, que tuvieron que aprobar una dura prueba de varios exámenes para conseguir un puesto de trabajo que durante toda la vida se ha considerado respetable y hasta envidiable. Personas cuyo potencial humano, su capacidad para estar pendiente de los requerimientos del pasaje, para organizar los vuelos, el equipaje, el ocio a bordo, las comidas, el tránsito por los pasillos, a poco que uno repare en ello, es digna de admiración y respeto. Azafatas siempre dispuestas a llevarle un vaso de agua a un pasajero sediento, a cambiar sus hábitos de sueño en función de los vuelos en los que tengan que trabajar, sobrecargos que desarrollan su trabajo con paciencia, amor y profesionalidad, porque se encuentran, como el jubilado de Balay, en su segunda casa.

O se encontraban, mejor dicho.

Hoy, esas personas asisten impotentes al desmoronamiento de su casa, de su trabajo, de su vida, provocado por una directiva inepta para la que el valor humano de una empresa no significa nada, para la que los trabajadores cualificados de su plantilla no son sino números a los que eliminar, a los que vender. Esas personas a las que conozco, tan profesionales, tan válidas y tan seguras antaño de sí mismas, con esa cualidad humana tan admirable y tan escasa hoy en día como es la empatía hacia el pasaje que cuidan como su fuera su familia, son hoy en día víctimas de la incertidumbre, del miedo a su futuro, de la angustia que provoca una situación que al parecer a nadie responsable de este país le importa un carajo. Esas personas, que nadan con su admirable naturaleza humana entre las mediocres aguas de unos sindicatos y una patronal a los que lo único que les importa es el beneficio inmediato, los números y otros valores relacionados con esa gran imbecilidad que son los mercados, asisten impotentes al mangoneo y a las malas prácticas, encaminadas a engordar los bolsillos de unos pocos y a hundir una compañía que ha sido pionera en su sector durante toda la vida.

Maldita sea por siempre la empresa, la asociación o el partido político que se olvide por un momento de que el valor más importante de cualquier asociación es su valor humano. Maldita sea la empresa que provoque entre sus trabajadores el malestar y la incertidumbre. Maldita sea la empresa, en definitiva, que nos prive a los ciudadanos de la sensación, como se ha tenido hasta ahora, de estar en buenas manos. Una empresa que no es deficitaria no puede convertirse en una cabeza de turco para ninguna compañía, ni extranjera ni nacional. No puede, no se debe consentir que poco a poco nos dejemos arrebatar lo mejor de nosotros mismos. El caso de Iberia no es un caso aislado. Innumerables empresas están en la misma situación, en manos de agentes a los que el potencial humano no les importa en absoluto.

Si existe algo de dignidad en este país, si todavía queda un resquicio de orgullo, de admiración por el trabajo bien hecho, de respeto hacia el trabajo de personas que realmente se ocupan de personas, no deberíamos permitir que Iberia, y tantas otras empresas como ella, se vayan al carajo de la forma tan humillante en que se están yendo.