“¿Qué es lo que queda?”, nos
preguntamos siempre ante la pérdida de un ser querido. “¿Qué ha dejado para la
posteridad? ¿Cuáles han sido sus obras?”. Recuerdos, vivencias… En tu caso,
además, innumerables cuadros, dibujos, cuadernos escritos con esa letra tuya
tan particular, llenos de pensamientos, de cultura, de arte… Cuando te pones a
pensar, descubres un legado casi inagotable.
Nos regalaste la mejor infancia
que se puede desear. Esa que se recuerda con un brillo en los ojos y una
sonrisa permanente. Una infancia llena de viajes de diecisiete horas a Cádiz, o
de algo menos a Alicante, al principio en los coches de los tíos que venían de
Alemania en verano, y más tarde en ese R8 que escupía correas del ventilador
cada cincuenta kilómetros. Una infancia llena de despertares mágicos, con los
cinco (tú, mamá y nosotros tres) metidos hasta más de media mañana, los sábados
y los domingos, en una cama de matrimonio que parecía ensancharse
milagrosamente para aguantarnos mientras planeábamos el fin de semana. Una
infancia llena de trastadas, que provocaban tu risa y la desesperación de mamá,
como cuando aquella vez que llenamos la pared de rallajos de rotulador, tú le
dijiste a ella tan tranquilo “no me negarás que tienen madera de artistas”.
Jamás trataste de imponernos tus
ideas, salvo una. La mejor que se puede transmitir, con la libertad y esa
tolerancia tuya que te caracterizaban: la capacidad para que tuviéramos las
nuestras propias. Nos inculcaste la necesidad de pensar por nosotros mismos,
para que eligiéramos nuestro propio camino, para que supiéramos vivir. ¿Existe
algo más importante que inculcarle a alguien la vida?
Nos enseñaste a pensar, a valorar
las pequeñas cosas, a ilusionarnos perpetuamente, incluso en nuestra madurez. Nos
transmitiste el placer por el arte, por la cultura, por el cine, con aquellas
sesiones de dos películas con cena incluida. Nos enseñaste a reírnos de los
problemas, a encontrar situaciones graciosas y entrañables incluso en los
peores momentos. A contemplar la situación desde cierta perspectiva, para
obtener la visión más positiva y el camino a seguir. A distinguir el valor y el
inmenso poder de la sencillez, que es lo realmente grande, como decía Balzac en
una frase que tú anotaste en uno de tus cuadernos. A saber que nadie es nada si
no tiene humildad y no sabe ponerse en el lugar del otro. A que darle más
importancia a lo que se tiene, y no a lo que se es, no conduce a nada.
Nos diste una curiosidad
infinita, que te provocaba ese placer que sentías al viajar, para conocer mundo
y abrir la mente ante otras gentes y otras culturas. Nos enseñaste a trabajar
para vivir, y no a vivir para trabajar. Llenaste tus años de vida, y no tu vida
de años. Viviste como quisiste, y te has ido cuando has querido, en el momento
adecuado, tranquilo, con serenidad, sin dolor, con la tarea hecha y la obra
terminada. Y muy bien terminada, papá.
Así pues, ¿qué queda? Queda la
obra, y la obra es buena. Mira a tu alrededor. Tu obra somos nosotros. Observa
a la gente que te acompañó en el tanatorio, o en el funeral, o de corazón,
aunque no estuvieran presentes. Has dejado huella en todo aquel que haya tenido
la suerte, el honor de conocerte. Es imposible no encontrar alguna cualidad
tuya en cualquiera de nosotros. Todo el mundo me decía siempre que eras
especial, y es verdad, lo eras, y nos has hecho especiales a los demás.
“El río llega al mar. No lo ves,
pero ahí está”. No se me ocurre otra frase más emotiva que esta, de mi amigo y
hermano Rafa Navidad, para definir de alguna manera tu trayectoria vital. Has
llegado al mar, papá, tras una vida propia, plena, serena y tranquila. Y lo que
es más importante, elegida y construida por ti mismo. No te vemos, pero estás
ahí, en cada uno de nosotros, en esas lágrimas que vertemos al recordarte, en
nuestros gestos y en nuestras acciones. En la honradez y en la nobleza de tus
nietos, fuertes y decididos, como cuando Adrian se sentó el otro día, llorando,
en tu lugar en la mesa, al ver que ninguno de nosotros nos decidíamos a
ocuparlo. En la bondad y la empatía que has transmitido a los que te han
conocido, y a los que sin duda has hecho un poco mejores de lo que eran antes.
Esa es tu obra, papá, y es una gran obra.
Cada uno se imagina a los seres
perdidos de una manera. Personalmente, yo te imagino ahora sentado a una mesa,
con una taza de café y un chupito de whisky, conversando amigablemente con el
tío Félix, y los tíos Fernando, Germán y Gregorio. Te imagino también bailando
esa música de tango, que tanto te gustaba, con Isabel, con Pura, con María, con
Bebi o con Pilar. Francamente, papá, me cuesta no imaginarte mirándonos desde
arriba, riéndote de la travesura que nos has hecho al emprender el viaje. Feliz
al haberte salido con la tuya, dejando este mundo. Seguramente porque ya te
apetecía, por esa curiosidad tuya que antes mencionaba, conocer otro.
Hasta siempre, papá. Ahora lloramos,
pero dentro de poco nos haremos más fuertes al recordarte tal y como eras, tal
y como has sido siempre, y sonreiremos otra vez, como tú nos has enseñado.
Mi padre falleció el día 11 de Diciembre a los 86 años de edad. Era un hombre bueno, y sobre todo, VIVIÓ.