A veces los momentos se nos quedan grabados en la memoria, como a fuego, como si formaran parte de nosotros mismos, de nuestro ADN, de nuestra naturaleza particular. El momento del que hablo ocurrió en la primavera del 2000, en un lugar, el monasterio de Santa María de Monfero, en Ferrol, situado en medio de una especia de selva impresionante, formada por eucaliptos, hayas y orballos, llamada "Las fragas del Eume", a la ribera del río que desemboca en Pontedeume. Voy a intentar que imaginéis la escena. Un día soleado, bastante raro en Galicia. Una temperatura ideal. Mis padres y yo llegamos a una especie de explanada, después de recorrer el paraje, en la que se sitúa el monasterio, un edificio semi en ruinas pero que impresiona profundamente tanto por su tamaño como por su arquitectura. Nadie alrededor. Mientras caminamos escuchamos el sonido de nuestros pasos en la gravilla de la explanada. La puerta está abierta, no hay nadie en ella, la entrada es libre. El motivo, seguramente vergonzoso, por el que una joya así se está cayendo a pedazos sin que nadie, absolutamente nadie haga nada por impedirlo, no es el tema de esta entrada.
Cruzamos el umbral de lo que era la iglesia anexa al monasterio, y al avanzar unos pasos, y sumergirnos en la penumbra, rota solamente por unos cuantos rayos de sol que penetraban por agujeros del techo, formando una atmósfera mágica, escuchamos, claramente, cada vez más potente, una música que procedía del fondo, de la zona del altar. Mi madre dijo "uy, si han puesto música", y yo me sorprendí, muy agradablemente, porque lo que se escuchaba, en todo su esplendor, era "Shine on you crazy diamond", de Pink Floyd. Imaginaos el momento. Los tres. sorprendidos ante la salvaje belleza de un lugar que en otro tiempo fue grande y que conserva su grandeza, empequeñecidos ante una arquitectura soberbia, y escuchando a Pink Floyd. Al cabo de unos minutos nos dirigimos al altar, a la zona de la que procedía la música, y a nuestro encuentro salió un individuo delgado, desnudo de torso para arriba, con barba de chivo, ojos de loco y pelo muy largo. Caminaba deprisa, nervioso, y llevaba en la mano una maqueta que estaba haciendo en barro de uno de los capiteles de aquel lugar. "Buenas tardes. Si les molesta la música puedo bajarla". "Al contrario -le digo- Nos encanta. Ha sido una sorpresa escuchar a Pink Floyd en este lugar". Se trataba del restaurador. Nos estuvo explicando durante un buen rato la historia del monasterio, su destino, su futuro. El hombre tenía su taller montado allí, seguramente pagado por la Xunta, y se entretenía en su mundo, con su música.
Cuando salimos de allí y nos metimos en el coche, recuerdo que mi padre, que estaba sentado delante, se volvió hacia atrás, sonriendo, cogió la mano de mi madre, y dijo sólo dos palabras: "qué felicidad".
El otro día soñé con él, con mi padre. En el sueño, estaba en el mismo lugar, en Monfero, con la misma luz y la misma música, pero en esta ocasión yo sólo, sin mi madre, y era él el que aparecía, en lugar del restaurador, sonriente, desde la parte del fondo del altar, silbando con su silbido particular antes de dejarse ver, y cuando llegó a mi altura, me dijo, "qué felicidad".
Soy creyente a mi manera. No creo en el cielo ni en el infierno, ni en muchos otros dogmas, pero sí que creo que los nuestros, los que se han ido, pasan a formar de alguna manera parte de nosotros. Desde el sueño del otro día, además, creo que los nuestros están en lugares concretos, en puntos en los que en algún momento de su vida han sido felices. Mi padre es una de las personas que en más lugares se encuentra ahora mismo. Además de en El Retiro, uno de los lugares que más le gustaba, seguro que podemos encontrarle en Monfero, o en el U Flecu de Praga, donde también tuvo uno de sus momentos más importantes de felicidad, o en la impresionante desembocadura del Duero, en Oporto, o en el castillo de Lisboa, o en el Balcón del Mediterráneo, cuando cantó aquel tango con otro familiar que también vivió con él muchos momentos de felicidad en Benidorm (no sé si soñaste con él al mismo tiempo que yo, hermano, pero te acordaste de él y me llamaste, y esa llamada tuya también fue un momento de felicidad). Del mismo modo que Pilar está en Granada, y en el parador de Salamanca, y en esa fábrica de vidrio soplado de Manacor en la que fue feliz una tarde, además de formar parte intrínseca de mí y de mi hijo.
No me cabe duda. Están en nosotros, y están en los lugares en los que, siendo felices, nos han hecho felices a los que hemos tenido el privilegio de conocerlos. Porque la felicidad, para mí, es que los míos sean felices, con todo lo que abarca ese concepto de "míos" (familiares, amigos, compañeros, conocidos...). No se es feliz siempre, por supuesto, porque hay momentos de tristeza, pero hasta esos momentos te hacen apreciar más y mejor los momentos de felicidad, y los lugares en los que esta se produce.
En fin, que aunque hayan pasado un par de días, feliz día del padre.