domingo, 30 de junio de 2013

UNA CHARLA CONSTRUCTIVA

No le conocía, no sabía nada de él. El viernes pasado, en un encuentro de empresa, después de analizar la situación actual, nuestra posición en el mercado, y el futuro, la directora de Recursos Humanos nos lo presentó como un experto en motivación. Antes de que empezara a hablar le envié un mensaje por Wasshap a mi santa. “Un conferenciante que nos va a dar una charla sobre la felicidad. Me está entrando un miedito…”. A los siete minutos justos le envié otro mensaje: “Joder, es genial”, y al minuto siguiente le desvelé el misterio: “Se llama Emilio Duró”. Ella me contestó al instante, histérica perdida “Ay!! Hazte una foto con él, dile que soy fan suya!! Y que es un sol”.

Tras casi dos horas de charla, entendí perfectamente la admiración de mi chica hacia él. De una forma amena, perfecta, que no cede ni un solo segundo al aburrimiento, mezclando sabiamente momentos de carcajada incontenible con datos serios y contrastados científicamente, Emilio Duró logró con creces, al menos en mi caso y en el de muchos de mis compañeros, que saliéramos de allí con algún que otro chip cambiado para siempre.

Me considero una persona positiva y optimista. Siempre lo había sido hasta que en el año 2008 la vida me pegó un mazazo. Perdí a mi mujer, que tenía por aquel entonces 50 años, y me dejaba a mí, a un hijo de catorce años, y a unos padres, los suyos, que se quedaron destrozados porque ella era hija única. Durante el primer año pensé que no íbamos a salir. Durante el segundo año, ya habíamos salido, y tiramos todos con fuerza hacia adelante. Mis suegros tenían la motivación de su nieto, yo tenía la motivación de mi hijo, mis suegros y mi familia, que me ayudó muchísimo no dejándonos ni un momento solos a mi hijo y a mí. Ahora estamos todos más o menos tranquilos, mi hijo madura con fuerza, se labra poco a poco su vida y comienza a volar por su cuenta, y mis suegros han recuperado la sonrisa y las ganas de vivir después de aquello. Yo he conocido a una mujer maravillosa, la de los mensajes de Wasshap del principio, que me ayudó a recuperar las ganas de volver a amar, y a la que yo contribuí también en cierto modo a ayudar a salir de un bajón. Ahora somos felices, porque viajamos, nos amamos, disfrutamos como niños de cada momento del día, y hablamos y compartimos aficiones.

Algunos compañeros, amigos y familiares me tachan de inconsciente cuando les digo que no me preocupa el futuro, que lo que tenga que ocurrir ocurrirá, y en ese momento, si la situación lo merece, me preocuparé, aunque no creo que sea por mucho tiempo, porque cuando se quiere salir, se sale, y yo y las personas de mi entorno más cercano somos una muestra viviente de ello y sabemos hacerlo. Vivimos el presente intensamente con el bagaje de un pasado por el que no nos dejamos arrastrar, pero que sin embargo nos ha hecho fuertes.

¿En qué me afectó entonces la charla de Emilio Duró, si yo ya soy una persona positiva y optimista? Muy sencillo: me demostró que voy por el camino correcto. Habló del nivel de optimismo, dibujando un gráfico con las distintas escalas. Desde las más altas dibujó una línea hacia abajo que luego volvía a subir. “El nivel de optimismo es siempre el mismo en cada persona. Al que es optimista, un golpe de la vida le puede hacer bajar al nivel más bajo, pero más tarde o más temprano volverá a recuperar su nivel”, y entonces entendí que eso es exactamente lo que me ha ocurrido, y que ahora estoy de nuevo en mi nivel de siempre.

Lo que hizo Emilio Duró fue corroborar a los optimistas que están en el camino correcto, enseñarles ciertas técnicas físicas y psíquicas para mantener ese optimismo, pensar en las cosas en las que realmente hay que pensar, en las importantes, que son la familia, los hijos, los padres, el entorno, y en disfrutar de lo que se haga en cada momento, sin obsesionarse en absoluto en poseer cosas, porque las cosas están ahí para que las disfrutemos, no para que las poseamos. A los que no son optimistas, les dio las pautas y razones más que poderosas para poder llegar a serlo algún día. Recuperar la ilusión del niño que han sido, recuperar la capacidad de soñar.

Y sobre todo, nos hizo reír a mandíbula batiente en muchos momentos a más de ciento cincuenta personas, y eso hoy en día, es muy complicado. Reír por reír es tontería, pero si al tiempo que ríes te cambia la vida, es un triunfo.