martes, 12 de marzo de 2013

"Detrás del cristal", de Mayte Esteban

“A veces nos dejamos llevar por personas que dibujan para nosotros un escenario donde somos las estrellas principales, sin darnos cuenta que las luces del teatro deslumbran tan solo por un par de horas, apagándose de pronto y dejando el alma en la más completa oscuridad.”



¿Porqué me gustan los libros de Mayte Esteban? Precisamente por frases como la que precede esta entrada. Frases que se podrían leer una y otra vez, de gran belleza literaria, de gran belleza espiritual. He leído dos libros de Mayte, “La arena del reloj” y este, y los dos me han encantado. ¿Porqué, siendo de temáticas aparentemente tan diferentes, disfruto con la escritura de Mayte?



No me gustan las novelas románticas. Los que me conocen, aunque sea de manera superficial, lo saben de sobra, y al que no lo sepa, se lo digo ahora. Leí la novela de Mayte porque me la recomendó encarecidamente una persona a la que le encantó, y porque en cierto modo me sentía obligado al figurar como uno de los autores a los que se refiere Mayte en los agradecimientos del final del libro. Con estas premisas comencé a leer, y con la seguridad de que se trataba de Mayte, de que no se iba a limitar a escribir una novela romántica al uso. No, no podía ser. “Es Mayte -me dije-, ya te ha dado muestras de su desbordada imaginación y de su buen hacer”… Y me quedé enganchado desde la primera página. ¿Porqué me ocurre esto con Mayte Esteban?



Creo poder ser capaz a estas alturas de dar una respuesta a esa pregunta. Me gusta lo que escribe Mayte, cualquier cosa que escriba, cualquier incursión suya en el género que sea. He llegado a la conclusión de que Mayte hace literatura. Literatura de verdad, con mayúsculas, comprometida con la razón, con el alma, con el sentimiento. Leyendo a Mayte da la impresión de que cuando escribe lo hace desde el mismo fondo de su alma, y eso es algo que muy pocos, poquísimos autores son capaces de conseguir, y sobre todo, de transmitir. “Detrás del cristal” es una muestra de su buen hacer. Pudiendo ser clasificada en el género romántico, en caso de que alguien fuera capaz, o sintiera esa necesidad a veces injusta que sentimos muchas veces de clasificar las cosas, la novela desborda sin embargo los clichés del género, y se convierte en algo más.



“Detrás del cristal” es una galería de personajes perfectamente construidos, desde Pablo hasta Andrés, pasando por Irene, César o Ana. Provoca admiración la facilidad de Mayte para dotar a sus personajes de matices, de sentimientos, de convicciones que se rompen y emociones que les llevan a acertar o a equivocarse, a meter la pata hasta el corvejón o a tomar decisiones trascendentales para su porvenir. Sus personajes no son planos, no son previsibles, no pueden enmarcarse en un determinado cliché. Se mueven por la novela como cualquiera de nosotros por la vida, y nos atraen con sus errores, con sus aciertos, con sus tonterías, con sus bromas… Nos atraen, en definitiva, porque VIVEN, y eso es algo muy difícil de transmitir.



“Detrás del cristal” es un ejercicio de buena literatura, de esa que cuando estás leyendo tienes la impresión de estar haciendo algo positivo para tu alma, para alimentar el espíritu. Las casualidades dotan de encanto a la trama y no parecen increíbles en ningún momento. Los ambientes descritos son perfectos, tanto las casas de los protagonistas como el bar de copas o la sección de empaquetado de unos grandes almacenes. La línea temporal está magistralmente construida, apretada en la primera parte y más diluida en la segunda. Todo, en definitiva, está èrfectamente orquestado por la mano fuerte y la desatada imaginación de la autora. No se tiene jamás la tentación de estar perdiendo el tiempo cuando uno se enfrenta a un libro de Mayte Esteban.



“Detrás del cristal”, una novela más que recomendable. Sobrepasará con creces las expectativas de todo amante de la novela romántica, de la novela de humor, de la novela testimonial y de cualquier otro género, porque el libro está muy por encima de poder encuadrarse, algo que solo ocurre con los ejercicios de literatura tan magníficos como este.