viernes, 2 de noviembre de 2012

Sister Act Amorevo

Si me encantó el año pasado el montaje que hizo Amorevo de “El baile de los vampiros”, este año me ha gustado más si cabe “Sister Act”. Se nota ya la profesionalidad, el saber hacer, las ganas de teatro, de darlo todo de sí, de actuar, porque todos los actores de Amorevo, y los iluminadores, los decoradores, el director, en definitiva, la gran familia que conforman, está dedicados en cuerpo y alma a eso, a hacer buen Teatro, excelentes Musicales, así, con mayúsculas.

Comentábamos precisamente eso a la salida del teatro, después de tres horas de espectáculo que se nos habían pasado en un suspiro, con números que jamás olvidaremos, como el baile en solitario de “Sudorito”, el del grupo de gangsters en el que muestran sus encantos para seducir a las monjas, o cualquiera de los números que protagonizan unas hermanas que al principio cantan como el culo y al final acaban cantando como los propios ángeles. Comentábamos, decía, lo buenos actores que son todos, lo bien que declaman, que cantan, que consiguen emocionar al espectador, probablemente lo más complicado de conseguir. Son los de Amorevo actores con mayúsculas, de escuela, que parecen haber mamado clases de actuación desde la misma cuna. No hay momentos de aburrimiento en “Sister Act”. No decae ni por un momento el espíritu que tiene que tener que tener todo buen musical que se precie de serlo. El montaje que hacen es digno de cualquier teatro de la Gran Vía, e incluso superior a muchas de las obras que se representan hoy allí. No tiene nada que envidiar a Broadway. Los de Amorevo lo tienen todo. Tablas, ideas, genio, ingenio, sentido del humor a mansalva, y una ilusión que desde el primer momento consiguen inocular en los espectadores.

Ya lo viví el año pasado, y he vuelto a vivirlo este año. No creo haber asistido a ningún espectáculo en mucho tiempo en que la salva de aplausos, con todo el mundo de pie, suene de una forma tan atronadora, con “bravos” emocionados de un público entregado. Iba con dos personas que pensaban antes de entrar lo mismo que pensé yo el año pasado antes de ver “El baile de los vampiros”. “Bueeeno, vamos a pasar la tarde… Un grupo de teatro aficionado… A ver si acaba pronto y nos dedicamos a otra cosa…”. Puedo dar fe, porque estaba a su lado, que desde el primer momento alucinaron en colores con las luces, con el montaje, con los decorados, con los actores. Aplaudieron los dos a rabiar, y juraron volver al próximo montaje, y al siguiente, y a todos, porque Amorevo es como una sustancia que se mete en el alma y te convierte en adicto a su forma de ver los musicales. Dos más que han caído, y no serán los últimos.

Al final del espectáculo tuvimos la oportunidad de saludar a algunos de los miembros del equipo, entre ellos a Rafael Justo, compañero y amigo de mi hermana, encargado de las luces, que por cierto son un espectáculo en sí mismas. Después saludamos a varios actores, y en ese momento fue cuando me llevé la sorpresa, la gran sorpresa de la noche: son actores muy jóvenes, todos, y os puedo asegurar que no lo parecen, que en el escenario crecen y se hacen gigantes del espectáculo. Tuve el gran honor de saludar a “Sudorito”, vestido todavía con su traje de faena, con el micrófono pegado a la mejilla, y quejándose de que al quitarle el traje en la maravillosa escena de su baile, se lo rompieron sin querer. Me hice una fotografía a su lado, y me sorprendió su juventud, sobre todo después de haber tenido el privilegio de contemplar su grandeza y su madurez como el gran actor que es. Lo mismo me ocurrió con el gángster rubio de la coleta, que se marca uno de esos bailes que cuesta trabajo olvidar en mucho tiempo, y con una de la hermanas. Son todos jóvenes, pero grandes, muy grandes actores.

El cine español está plagado de actores que no saben ni declamar ni, por supuesto, actuar, que basan todo su atractivo en su hipotética belleza, en su tabla de chocolate o en unos senos más o menos sugerentes, en la atracción que ejercen hacia una plaga de espectadores que ni sabe apreciar una buena actuación ni le importa un carajo, en su insolencia frente a las cámaras, en una supuesta rebeldía contra su entorno en particular y contra el mundo en general que de falsa que es ya aburre, y en sus constantes apariciones en la televisión, ese monstruo cada vez más mediocre, falso e insulso, que se fagocita a sí mismo y al mundo de la interpretción en general. Aparecen en series interminables, que aburren desde el primer capítulo, al menos a los que buscamos algo más que simplemente pasar el rato. Comentábamos todo eso a la salida de Sister Act, y llegamos a la conclusión de que menos mal que nos queda Amorevo. La cantera que supone ese grupo se valorará algún día como se merece.

Larga vida a Amorevo, y gracias por la ilusión, el saber hacer y la emoción que sois capaces de transmitir con un simple movimiento, una frase bien dicha, y una canción que hace vibrar.





sábado, 6 de octubre de 2012

Un sencillo test para determinar nuestra esencia

Hoy vamos a hacer un bonito test, parecido a esos que salen de vez en cuando en las revistas frívolas, para determinar un aspecto más o menos interesante, según se mire, de la personalidad de cada uno. En esta ocasión, que no será la primera, vamos a hacer todos el test de esencia española. Es muy sencillo, sólo hay dos opciones, y hay que escoger una de las dos. Digo que sólo hay dos opciones aunque en realidad hay tres, pero la tercera opción no está todavía al alcance de cualquiera. Luego veréis por qué.
El test consiste en lo siguiente: se relatan dos sucesos, y luego aparecen las opciones. Ambos sucesos se produjeron durante nuestra vergonzosa Guerra Civil. Seguramente los habrá más bárbaros, pero estos dos son probablemente los que más fuertemente se me quedaron grabados en la memoria.
SUCESO Nº 1
Creo que lo contaba Vilallonga, pero no estoy muy seguro. Toda su familia, buena familia, estaba en casa, en medio de una fiesta, cuando por delante de la mansión pasó un pelotón de falangistas con un grupo de personas maniatadas a las que iban a fusilar. El joven Vilallonga, o quién fuera, corrió a donde estaba su padre, gritando “!Les van a matar!...!No es justo!”. Su padre le respondió soltándole un ostiazo, al tiempo que le decía, con la voz desencajada por la ira “!Ellos han perdido la guerra!”
SUCESO Nº 2
Este al parecer lo vivió una de mis abuelas. Paseaba al lado de las tapias del cementerio de la Almudena. Poco antes habían fusilado a unos cuantos falangistas. Una mujer se agachó a horcajadas sobre uno de los fusilados, y comenzó a orinar sobre su cara. Con una voz desencajada por el odio, que mi abuela jamás pudo olvidar, gritó “!es un fascistaaaa!”…
 
Hasta aquí los sucesos. Ahora vienen las opciones. Las opciones consisten en decidir cuál de los dos sucesos relatados es más bárbaro. Elegid una de ellas:
OPCIÓN A: La barbaridad auténtica es el suceso 1. Parece mentira que esta gentuza, estos fascistas, chulos, beatones, soberbios y asesinos, sigan pensando que son los amos y los guardianes de la Patria. Son una casta de poderosos que mangonean y destrozan el tejido social para su propio beneficio. Qué pena que no hayamos tenido nuestra guillotina particular en su momento. Todo lo que hacen se les perdona en la misa del domingo, así, por el artículo treinta y tres. Ojalá desaparecieran quemadas todas las iglesias de un plumazo y los que van a ellas. No les importa hundir empresas porque saben que sus amiguitos de la secta les van a colocar rápidamente en otra. Si el patriotismo que esta gentuza tiene consiste en llevarse su pasta fuera del país, que me lo cuenten, que no lo veo… Y lo peor de todo es que siguen siendo exactamente iguales que cuando el abuelo Paquito campaba por sus respetos. Esa es la herencia que nos ha dejado su dictadura. Menos mal que existe un partido capaz de poner en su sitio a toda esa chusma. Ojalá se murieran todos.
OPCION B: La verdadera barbaridad es el suceso 2. La chusma debería tener una única cabeza para poder cortársela de un sólo tajo. Parece mentira que estos rojos huelguistas, vagos, abortistas profesionales, maricones, incendiarios de iglesias, ateos, asesinos, separatistas y chulos, pretendan pervertir el orden establecido con sus huelgas y sus manifestaciones. Los sindicatos, que chupan de la teta del estado, son los culpables de todo al meter mierda en la cabeza de los trabajadores. Anda que no hay gentuza viviendo del cuento, de las subvenciones, de los falsos eres, de los fraudes fiscales. Y ahí los tienes a los rojazos, gobernando como si hubieran aprendido en algún momento, removiendo la mierda de nuestro pasado, abriendo heridas que ya deberían estar olvidadas.  Escandalizando a los patriotas de verdad, amantes del orden y de la justicia. Menos mal que existe un partido capaz de meter en vereda a toda esa chusma. Ojalá se murieran todos
OPCION C: Los dos sucesos son auténticas barbaridades. No merece la pena desenterrar episodios de otro tiempo en el que estábamos, absolutamente todos en función de la zona en que le tocara vivir, marcados por el odio. No había personas en aquella época. Sólo había rojos y fachas. Era más sencillo eliminar a un rojo, o a un facha, que a una persona con nombre y apellidos. Cualquier suceso de un bando puede compensarse con otro del bando contrario. En caso de sacar toda esta mierda a la luz, que sea para restar, para ir eliminando uno con otro, no para sumar odio. Curiosamente, los dos partidos que mayor tiempo llevan gobernando, están nutridos de esta esencia, y la manejan a su antojo para arrojarla contra el otro, para enfrentar a sus votantes y, lo que es peor, para no hacer absolutamente nada, basándose en la inutilidad e inoperancia del otro. Jalean el odio, lo promueven, hablan de la derechona o de los rojos por igual, básicamente para distraer la atención. Saben que mientras se odia no se piensa con inteligencia, y esa es su arma. Ninguno de los dos es válido mientras no se preocupen de unir en vez de desunir más a los españoles.
Ahora te toca a ti elegir cualquiera de las tres opciones. Si eliges una de las dos primeras, tendrás claro a cuál de las dos Españas perteneces. Es sencillo. Por poco que rebusques en tu pasado, o en el de tus padres o abuelos, conseguirás motivos para odiar a los de la otra mitad. Si lo que buscas son motivos para odiar, adelante, lo tienes fácil, eso es lo que ha resultado más fácil en este país desde tiempo inmemorial. Una de las dos Españas es la tuya. Arremete contra la otra, no te cortes. Odia a tu contrario hasta el punto de desear que muera. Al fin y al cabo, nuestro sino es el de degollarnos unos a otros en cuanto se nos presenta la ocasión, como los paranoicos de ese cuadro de Goya que se dan de garrotazos enterrados hasta las rodillas. Y posiblemente esa fuera la solución, que una de las dos Españas desapareciera totalmente, pero, ¿cuál? En estos momentos de crisis, el campo está abonado para el odio. La cobardía, el miedo, la incertidumbre, despiertan el odio, las incontenibles ganas de culpar al que no piensa como nosotros de todo lo que está ocurriendo.
Si eliges la tercera, predicarás en el desierto, pero probablemente con el tiempo se te vaya uniendo algún loco más.  Piensa que la frontera entre cualquiera de las dos Españas establecidas es cada vez más difusa, y que cualquiera puede cambiar de lado en función de un reajuste de personal que le mande a la calle, un ascenso inesperado, un premio de la primitiva, un desahucio, un bajón del consumo del producto que venda en su negocio, o un simple manotazo de los mercados. Piensa que el odio no hace crecer, sino que limita. Que el odio sólo engendra odio. No se puede construir absolutamente nada con odio, no nos olvidemos. Y si eliges la tercera opción, y tienes la suerte de que a medida que transcurra el tiempo la vaya eligiendo más gente, probablemente llegará un momento en que se les podrá exigir a los que eligen sistemáticamente cualquiera de las otras dos que dejen de dar por culo a España con ese puto odio que no conduce a nada. Y entonces habrá llegado el momento de que los que verdaderamente gobernemos seamos nosotros, los ciudadanos, eligiendo a los que realmente no se preocupen de otra cosa que no sea la de conducir con inteligencia un país tan sumamente válido como el nuestro.
Espero que hayáis disfrutado con este bonito test.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Hablando de Grafeneck, de Tagus, de Amazon...Y del tiempo.


Han pasado ya dos semanas desde la salida de mi novela “El hombre de Grafeneck”, publicada por Tagus, el nuevo sello independiente de Casa del Libro, que a su vez depende del Grupo Planeta. ¡Dos semanas ya! Y dos semanas sólo. Parece que el tiempo transcurre de otra manera en la era digital. Apenas dos semanas, y ya me apetece hacer balance de la experiencia, contar mis impresiones, como escritor novel que soy, en un sello novel en un nuevo entorno del mundo editorial que, por qué no decirlo, también tiene algo de novel.
Uno escribe para que le lean, o al menos es esa la premisa de la que he partido siempre. ¿Qué sentido tiene transmitir las propias inquietudes al papel, si no es compartirlas con los demás? Partiendo de esa base, hay varios caminos para intentar conseguir algo que debería ser sencillo y que para todo aquel que comienza a escribir es sin embargo el escollo principal: conseguir que le lean. Así de simple. Así de duro.
¿Por qué ocurre esto, cuando precisamente lo que hoy sobran son medios para leer más y mejor, para conocer la obra de alguien justo cuando acaba de teclear la palabra fin? La respuesta es sencilla: leer supone dedicarle tiempo a alguien. Y dedicar tiempo a alguien, en un mundo en el que hoy en día todos nos creemos su ombligo, es algo muy raro. Una vez que alguien, por alguna extraña razón, se decide a ello, ¿por qué se lo va a dedicar a un desconocido, cuando existen tantos escritores consagrados, valores seguros, obras de las que todo el mundo habla, y que por tanto, tienen que estar bien?
Esa es la clave, y no creo que haya otra. El tiempo que cada uno de nosotros, como lectores, estemos dispuestos a dedicarle a los demás, a alguien que empieza, a alguien que probablemente escriba como los ángeles, pero que no sabe vender su trabajo. A alguien que tiene mucho que decir, pero al que nadie está dispuesto a escuchar porque no es más que un desconocido.
¿Cuál es el camino para hacerse ver en el mar de escritores que empieza? Creo que está claro que el de enviar el manuscrito sin más a editoriales y agentes está quemado, que hoy en día no sirve absolutamente para nada. En un mundo en crisis, las editoriales no dedican un minuto a leer todo lo que les llega, que es mucho, y apuestan por lo seguro. Lo mismo ocurre con los agentes, una figura que gracias a las nuevas tecnologías, o a causa de ellas, se encuentra en peligro de extinción, y se defiende como gato panza arriba apostando por los autores que mantiene en cartera que todavía venden con sólo nombrarlos.
Surge entonces un buen día la vía alternativa: la autopublicación en Amazon. Es sencillo, es gratuito, ¿qué más se puede pedir? Los autores suben sus novelas. Cualquiera puede subir lo que sea, lo que resulta a la vez una bendición y una maldición, porque lo mismo se pueden encontrar en Amazon joyas que verdaderos bodrios.
¿Quién decide si una obra es buena o no en Amazon? Aparentemente, el lector. Se dijo por activa y por pasiva “ahora es el lector el que tiene la sartén por el mango. La imposición de las grandes editoriales ha muerto. ¡Viva el lector independiente!”. El problema es que el lector se deja llevar muchas veces también por las listas, las famosas listas de ventas. Tan es así, que las listas deciden, que una prestigiosa editorial decidió un buen día fichar a los que estaban más arriba de las mismas, autores de éxito, con buenos productos, lo reconozco, pero no mucho mejores que otros muchos que pueblan la jungla de Amazon sin aparecer en las listas, porque no saben hacer publicidad de sí mismos o porque han colgado su novela “para ver qué pasa”.
La clave, vuelvo a repetir, no está en amazon, ni en las editoriales al uso, ni en nada de eso. La clave, el único camino para darse a conocer es conseguir que alguien se fije en lo que escribes. Alguien con criterio, con tiempo que dedicarte, con experiencia de lector, que no se consigue de otra manera que leyendo. Es la única manera.
Yo tuve la suerte, la inmensa suerte, de que mi novela fuera leída por el jurado de un concurso de novela histórica, valorada, elevada a la lista de los ganadores de ese concurso. Esa es la tercera vía, que casi nadie ha tenido nunca en cuenta, de la que casi nadie habla: la de los concursos. ¿Por qué se infravalora esta vía? Supongo que porque cuando alguien envía una obra suya a un concurso, y no gana, surge el desánimo, la sospecha de que realmente no se escribe tan bien como uno piensa. Se envía la segunda, y tampoco gana, y una tercera…Pero llega un momento en el que ya no se envían más. Ese es el error. El no ganar en uno, en diez, en cien concursos, no significa que uno escriba mal. Lo único que significa es que en ese concurso en concreto probablemente ni se hayan tomado la molestia de leerlo. Pero hay que seguir enviando manuscritos a concursos. En mi caso ha funcionado.
La editora de Tagus me telefoneó una mañana. Una llamada que jamás olvidaré, diciéndome que representaba al Grupo Planeta y que estaban interesados en la publicación de “El hombre de Grafeneck”. Ahí empezó todo. En un momento de la conversación me dijo que ella misma se había leído la novela, y que le había gustado. Recuerdo que durante toda la conversación, en la que creo que estuve un poco frío porque no me acababa de creer lo que me estaba ocurriendo, la idea que se ancló más profundamente en mi cabeza fue, precisamente, que aquella editora, perteneciente a uno de los más importantes grupos editoriales del mundo, se había tomado la molestia de leer mi novela, es decir, me había dedicado, a mí, escritor novel, una buena parte de su precioso tiempo.
Conozco a algunos reticentes a entablar relaciones con Tagus. Es un sello nuevo, con una andadura incierta, en un mundo actualmente revuelto, con un contrato más o menos vinculante… Bien, es una opción tan respetable como otra cualquiera. La publicación en Amazon también lo es, por supuesto. Bajo mi punto de vista, cualquier medio destinado a que alguien nos conozca, nos lea, nos valore y se tome la molestia de publicarnos, o de decirle a sus amigos que no escribimos del todo mal, es lícito de tomar. Yo no fiché por Tagus por otra razón que no fuera que su máximo responsable había creído en el potencial de la novela. Y además me había dedicado parte de su tiempo leyéndola, y eso es algo, esa es la clave, por la que le estaré siempre agradecido.
Del mismo modo que estaré siempre agradecido a todas aquellas personas que leyeron la novela, que perdieron parte de su tiempo conmigo, y en especial a las que se tomaron además la molestia de reseñarlas,
 como Blanca Miosi, la primera persona que la leyó, se tomó la molestia de corregir el sin fin de errores que tenía en su primera versión, y sobre todo, creyó en ella, porque es un tema que le entusiasma como a mí.
Como Lidia Cervantes, amiga de los tiempos de Yoescribo, que escribió una magnífica reseña.
Como Montse Martín, que escribió una reseña que me llegó al alma y que me tira de las ojeras cada vez que dudo de la calidad de la novela. Montse me dijo el otro día la frase probablemente más bonita: "Tú puedes pensar de tu novela lo que quieras, pero de mí no pienses que soy tonta, porque a mí me encantó.”
 Como Nyra Parra, que escribió una reseña, también emotiva, en la que incluyó fotografías de los posibles protagonistas de la película.
Como El bibliófilo enmascarado, otra persona a la que no conocía y que sin embargo realizó una crítica ecuánime y certera.
Como Jesúsde las Heras, que la leyó con criterio de conocedor del tema y la reseñó de la misma manera.
Como Tatty, de El Universo de los libros, que la leyó porque también le atrae el tema, y escribió una reseña digna de enmarcar.
O como PaulAndreas Wunderlinch, un gran amante del objetivismo de Ayn Rand (la autora de “El manantial”), que encontró en la novela aspectos que incluso a mí me habían pasado desapercibidos en el momento de escribirlos.
Pinchando en el nombre de cada uno de ellos, podréis acceder a la reseña que hicieron de la novela.
“El hombre de Grafeneck” ha comenzado su andadura de la mano de Tagus, cuya responsable creyó en la novela y se tomó la molestia de leerla. Hasta dónde llegue, sólo el tiempo lo dirá. Al final, es únicamente el tiempo el que coloca a cada cosa en su lugar.
A todas aquellas personas que dedicaron parte de su tiempo a conocer mi novela, a conocerme a mí, les dedico esta entrada. Gracias de todo corazón.
ENTREVISTAS
“EL HOMBRE DE GRAFENECK” EN CASA DEL LIBRO
BLOG DE CASA DEL LIBRO
PLANETA DE LIBROS
 

jueves, 17 de mayo de 2012

Hambre

Muchos de vosotros recordaréis unas imágenes que se emitieron por televisión hace bastantes años, procedentes de Argentina, cuando el país estaba sumido en su terrible crisis. Se trataba de una niña que estaba muriendo de hambre. Recuerdo que también salía hablando un político, que a la pregunta de una mujer, de por qué estaba sucediendo aquello, de cómo era posible que alguien muriera de hambre a aquella altura del siglo en un país supuestamente adelantado, respondía, con gesto de abatimiento, “Señora, eso está sucediendo porque todos los políticos de este país somos una casta de hijos de puta”. No recuerdo si a partir de aquello empezaron a mejorar o no las cosas en Argentina, pero quiero creer que, en efecto, así fue.
Esta tarde estaba buceando en la página de RNE. Por curiosidad, he escuchado una entrevista que Juan Ramón Lucas le hizo ayer a Antoni Bruuel Carreras, coordinador general de Cruz Roja, a tenor de la presentación del informe de vulnerabilidad social.
El documento me ha parecido espeluznante. Os dejo el enlace y os invito a escucharlo detenidamente. Sólo dura siete minutos.
Cruz Roja está ayudando con alimentos a 1.100.000 familias, con ropa a 80.000, y con ayudas para la escolarización a 10.000 niños, cuyo número se doblará el año que viene. El 80 por ciento de las personas que atiende Cruz Roja, está por debajo del umbral de la pobreza, que se sitúa en los 628 euros al mes. Por el sarcasmo de la estadística, el porcentaje ha bajado del año pasado a este, cuando se situaba en el 90 por ciento. No nos engañemos. El umbral de ingresos estaba situado en los 700 euros mensuales, de ahí que haya bajado el porcentaje. El perfil de los que acuden a la ayuda es de formación secundaria e incluso superior. El riesgo, que antes se asociaba sólo a factores sociales, se asocia ahora a factores puramente económicos, y termina desencadenándose en fracaso escolar, problemas de alcoholismo, depresiones, etc.
Lo peor sucede hacia el minuto 4:33. Juan Ramón lanza una pregunta, una terrible afirmación, más bien, y Antoni Bruul la corrobora, no sin titubear un momento:
Antoni, en estos momentos hay familias que están pasando hambre en España
— Si, si, definitivamente. Hay familias que están pasando hambre y que además se aíslan cada vez más. Otro dato que nos preocupaba muchísimo es el aislamiento de las personas por vergüenza o por sentirse inseguras.
La entrevista sigue. Juan Ramón comenta que en programa de Jordi Tuñón, “Afectos matinales”, un hombre parado llamó para decir que le habían tocado cien euros, y que se los había gastado en carne. Antoni dice entonces que muchas familias son incapaces de adquirir proteínas, en forma de carne o pescado, ni siquiera tres veces por semana. La entrevista acaba con una frase de Juan Ramón. “hay gente, el vecino de cualquiera de nosotros, que vive en nuestra escalera a lo mejor, que no puede comprarse carne”.
Me he quedado de piedra. No son una, ni dos. Son 1.100.000 familias las que están recibiendo alimentos. Me ha dolido en lo más hondo ese aislamiento al que hace alusión Antoni, por vergüenza o por sentirse inseguras. No son ellas precisamente quienes deberían sentirse avergonzadas. Ni mucho menos. Ya doy por hecho que aquí no van a salir a la luz, no van a presentarse ante las cámaras de televisión, ante la ciudadanía, la caterva que de una u otra manera nos ha empujado a todos a este callejón sin salida. Y no me refiero sólo a los políticos, tanto de un signo como de otro, sino a todo aquel que tenga algo que ver con esta situación.
Me refiero a unos sindicatos inútiles, ineficaces, con la tripa llena de dinero público, a los que les importa un carajo el bienestar de los trabajadores, y de lo único que se preocupan es de llenar las arcas.
Me refiero a los inútiles e ineficaces gobiernos de socialistas y de conservadores, más preocupados en defender sus reinos de taifas, sus parcelas de poder, el voto inútil y cautivo de sus incondicionales con orejeras, que del buen gobierno que un país como el nuestro necesita. Unos incapaces que se escudan en la incapacidad del otro para justificar la suya.
Me refiero a los corruptos en Ayuntamientos y Comunidades, desde el alcalde o el presidente hasta el más irrisorio concejal de festejos. A todos ellos, y son muchos, que han esquilmado nuestro dinero en gastos superfluos, consejerías que no valen para nada, subvenciones absurdas, comisiones vergonzantes, recalificaciones monstruosas y adjudicaciones de obras en burdeles de lujo y mercados de droga.  
Me refiero a esos falsos patriotas, patriotas de mierda, a los que lo único que les importa es el orden y conservar sus rancios privilegios, aunque este se rompa para reivindicar unos derechos básicos, como lo son la educación, la sanidad o el I+D, que nos están robando para compensar a un sistema financiero que se arrogó las atribuciones de promotor universal de España sin tener ni puta idea del negocio, y que sigue manteniendo unos sueldos astronómicos para consejeros que no sirven para nada. Los verdaderos patriotas, los que protestan, lo hacen porque aman de verdad a su país y a sus gentes, y aspiran a la perfección, como dijo alguien en Twitter hace poco.
Me refiero a los defraudadores de todo tipo, a los que luchan denodadamente por seguir sin dar un palo al agua, o por conseguir una baja permanente a pesar de estar sanísimos. A los que viven de subvenciones inmerecidas, a los que son incapaces de mover un dedo para mejorar su entorno, resignados como están a que en este país, “quien no corre, vuela”. A esos obreros especialistas en el escaqueo, y a esos empresarios de casta superior,  anquilosada en un pasado hortera, casposo y tercermundista, incapaces de subir diez céntimos el sueldo a su personal, pero muy capaces de gastarse 100.000 euros en invitar al corrupto de turno a irse de cacería y de putas caras para conseguir una licencia.
Me refiero a esos arribistas, empleados en una empresa, capaces de remover Roma con Santiago, de dar los codazos que sean necesarios, de chupar las pollas que hagan falta, para conservar su sillón. A esos cobardes de mierda incapaces de reivindicar mejoras laborales o una mera estabilidad, que vamos perdiendo poco por nuestra dejadez y nuestra absoluta falta de empatía con lo que le ocurra al prójimo.
A todos ellos les digo que deberían ser ellos los que se avergonzaran, que deberían ser ellos los que se metieran en su casa para no salir jamás, hasta que se pudrieran de vergüenza.
Aquí no ocurrirá como en Argentina con aquella niña a punto de morir de hambre. Aquí no se verán en televisión las imágenes de la primera víctima de esa lacra impensable en un país soberano. Ya se encargarán los medios de comunicación, al servicio también de oscuros intereses que nada tienen que ver con el bienestar del país, de ocultarla convenientemente con alguna final de fútbol, único acontecimiento de mierda capaz de remover nuestras conciencias y sacarnos a la calle. Probablemente ya se haya producido alguna defunción por hambre.
Probablemente, como decía Juan Ramón Lucas al final, sea ese vecino nuestro, que vive en nuestra escalera, el que haya fallecido, y ni siquiera nos hemos enterado. Probablemente ni siquiera nos enteremos cuando seamos nosotros mismos los que muramos de hambre.

martes, 8 de mayo de 2012

Premios Liebster Blog Award: Palabras y mundos

Me llena de orgullo y satisfacción... No, espera. que me he equivocado de papel. A ver este: !Pedroooooooo....!. No, no, este tampoco es, seguro. Mira que estoy espeso hoy. Es que no se puede hacer esto, y sobre todo un martes...
El caso es que me han dado una gran sorpresa, que por supuesto no me esperaba en absoluto. El blog Con el alma prendida a los libros, magníficamente llevado por la infatigable lectora Montse, que se define de una forma acertada en TW de la siguiente manera: "Lectora compulsiva y bibliófaga. Adoro el arte y la historia. India y sabinera. Contradicción con piernas. Políticamente incorrecta. Y me pierdo en TW", ha tenido la gentileza de otorgarme el premio que da título a esta entrada.

Liebster Blog Award es un Premio que está ideado para recompensar, estimular y promocionar aquellos sitios de internet, cuyo número de seguidores no excedan de doscientos, pero que, "por su esencia y contenido merezcan ser dados a conocer a todos los rincones de la blogosfera".

El premiado tiene que elegir a su vez otros cinco blogs. Esta es mi lista. El de Montse debería figurar en ella en uno de los primeros lugares, pero lógicamente, no se debe repetir. Y los cinco premiados son:

1- El espejo de la entrada, de Mayte Esteban.
2- El niño vampiro lee, del niño vampiro.
3- La hermana cruel, de Ana Martínez.
4- El blog de Pilar Alberdi, de Pilar Alberdi
5- Las musas de Montse, de Montse Augé


Enhorabuena a los premiados, y ojalá que esta generosa iniciativa sirva para que los blogs que figuran en la lista sean visitados por un mayor número de personas. Se lo merecen.

domingo, 11 de marzo de 2012

Triunfadores

El peor insulto que se le puede dirigir a alguien en EEUU es “perdedor”. Lo escuché el otro día en la radio. Es cierto. En esta vida hay que ser un triunfador, no nos queda otra. Hay que seguir al triunfador, copiarle, intentar ser algún día como él, enfocar todo nuestro esfuerzo a captar algo de esa esencia de triunfador, a barnizar nuestro espíritu con esa pátina dorada que supone el triunfo. Es cierto, tienen razón los americanos. Perdedor es la peor cosa que puede ser una persona. Hay que ser triunfador.
La clave está, por supuesto, en lo que signifique para cada uno la palabra “triunfador”.
Porque para mí, triunfadores no son precisamente los que aparecen en la imagen que encabeza esta entrada. No, ni mucho menos. La he puesto ahí para despistar. Porque para mí, por ejemplo, triunfador es Vicente Ferrer, que dedicó su vida a mejorar la de los más desfavorecidos. Triunfadores son todos los que viven y dejan vivir, los que no ven el mundo como una jungla, sino como un lugar en el que hay sitio para todos. Los que anteponen su ética, sus valores y sus principios, a la mezquina codicia estúpida que no lleva a ningún lado. Los que se fijan en el que tienen al lado y tratan de hacer su vida cada día un poco más agradable. Esos son los auténticos triunfadores, y no los vais a encontrar en “Forbes”, ni en “Hola”, ni en “Gran Hermano”, ni tan siquiera en el “Pronto”, porque son personas que triunfan en el anonimato, y es muy difícil llegar a ellas a menos que estés dispuesto a descubrirlas.
Triunfador es MP, compañero de colegio recuperado, emprendedor y amante de su familia, que va a montar un tinglado en Colombia echándole un par de narices con los tiempos que corren. Triunfadores son también AO, RN, AM y algunos otros, compañeros de colegio recuperados, con criterio e inquietudes, artistas, buenas personas y amigos de sus amigos. Triunfadora es MC, ex compañera de empresa que siempre tenía una palabra amable y un rato para dedicarte si tenías algún problema, que salió de la empresa por culpa de esta puñetera crisis y al poco tiempo tuvo que enfrentarse al fallecimiento de su madre, y aún así, el día que la vi, me dedico la sonrisa de siempre y paseaba entre sus familiares para infundirles parte de su gran fuerza. Triunfadora es PF, que te recibe con una sonrisa cuando te mereces y con un palo a punto cuando te ve renquear, pero siempre con la palabra adecuada. Triunfadores son todos los zumbad@s del grupo “AMQL”, de FB, que te reciben con una sonrisa y mantienen una alegría difícil de encontrar hoy en día, que ríen cuando hay que reír y lloran cuando hay que llorar. Triunfadores son MZ y M, que han superado una prueba difícil con coraje y sin perder la alegría, con inquietudes escritoras por parte de MZ que te ponen el corazón en un puño. Triunfadora es PG, que te despierta cada mañana con un desayuno y un jugoso apunte cultural que te alegra el día. Triunfador es JCM, de Burgos, que a pesar de quedarse en paro hace tiempo, ha afrontado el problema con valentía, reciclándose y haciendo cursos que le puedan ayudar en el futuro mientras saca adelante a su familia con la ayuda de A, otra triunfadora ante la que hay que quitarse el sombrero. Triunfador es JLJ, que a sus 84 años está disfrutando como un niño con zapatos nuevos de un ordenador que funciona casi a pedales, metiendo todas sus memorias que algún día nos sorprenderán a todos. Triunfadores son C y P, luchadores y encantadores a pesar de la esclerosis múltiple que aqueja a P desde tiempo inmemorial (gran amante del buen jazz, por cierto). Triunfadora es LC, gran curiosa e inoculadora de ese vicio por conocer siempre cosas que nos afecta a toda la familia. Triunfadora es LJ, excelente persona, con un corazón más grande que ella, siempre alegre, siempre atenta, siempre dispuesta a dejarse la piel por la familia. Triunfador es JLJ, que a pesar de ser ejecutivo en una gran compañía antepone el bienestar de sus empleados al suyo, que se está dejando la piel para conservar a su plantilla. Triunfadora es BM, gran escritora y mejor persona, que pasó por una dura prueba hace un tiempo al perder al sostén de su vida, su marido, y sin embargo siguió adelante y está pronta a convertirse en una gran referencia de la literatura. Triunfadora es MJ, que con la carga familiar que tiene, el trabajo y todo lo demás, conserva intacta la ilusión por la escritura, cosa que cada vez domina mejor, y que tiene un magnífico blog cuya última entrada, "Duelo de titanes", merece ser visitada. Triunfadora es ME, que desde su más íntimo ser ha escrito un monumental homenaje a la vida y a la obra de su padre, alcarreño de alma, que nos dejó también. Triunfadora es M, la chica que conduce el primer autobús del día de la línea 120, el que cogen los rostros grises y apagados que se alegran cuando ella te saluda, día tras día, esté como esté su estado de ánimo, con ese “!!Buenos días!!" Cantado, y esa sonrisa luminosa, que se te mete en el alma y te convierte en buena persona para todo el día. Triunfador es JS, médico de planta en un hospital de niños, que salta de alegría cuando uno de ellos se ríe, y se tiene que ir a llorar a un rincón cuando alguno está triste.
Y triunfadora, por supuesto, es ella, Pilar, la más triunfadora de todas, a la que tres días antes de irse, me la encontré sentada al borde de la cama de una paciente joven a la que le habían hecho una liposucción, que se había sumido en una depresión. Pilar había tomado las manos de ella entre las suyas, y le decía “te vas a poner bien, ya lo verás, eso no es nada”, decía ella, ya lo veis. Pilar, fuerte, con una fortaleza que a veces daba miedo, viajera, curiosa, con criterio, alegre, siempre con una palabra amable, siempre empeñada en alegrar la vida de los que tenía alrededor, inteligente, soberbia como madre y como esposa, soberbia como persona, soberbia como alma. Pilar, cuyo lema era “mientras haya música, yo bailaré”, y que estuvo bailando hasta el último momento y, lo que es más de agradecer, sigue bailando ahora esté dónde esté, nos hizo bailar a todos, y nos hace seguir bailando día a día.
A ella, a los que nombro en esta entrada, y a otros muchos triunfadores que se me quedan en el tintero por motivos de espacio, es a los que yo sigo. Esas vidas son las que me importan, esas vidas son las que me sirven de experiencia, esas vidas son, en definitiva, las que me hacen descubrir las cosas realmente importantes de la vida, las que me hacen vivir, que es de lo que se trata.
Que cada uno mire a su alrededor, pero no en las revistas, ni en los programas del corazón, ni en los reality shows (¡!sobre todo en los reality shows, por Dios!!), ni en el cine, ni en nada de eso. Eso no son más que accesorios para el entretenimiento. No, no miréis ahí. Mirad alrededor, en vuestra casa, en vuestro entorno, en vuestro trabajo. De vez en cuando, mirad a esa cajera, a ese cartero, a ese barrendero con el que os cruzáis todos los días y del que no sabéis nada.
Seguro que encontráis, a poco que os fijéis, muchos triunfadores en los que fijaros.

domingo, 4 de marzo de 2012

Elling


Hace tiempo que aprendí algo que me ayuda mucho en esta afición a la literatura, al cine, al teatro: a no fiarme de las apariencias. En absoluto. La carrera del lector o espectador es ardua, dura, complicada. A veces desasosegante, otras veces agradecida, pero nunca, nunca jamás, debe de estar condicionada por las apariencias, por las críticas, por lo que nos digan los medios. No, amigos, lo siento, la capacidad de descubrir joyas, ese libro que te conmueve el alma hasta dejarte sin habla durante varias horas, esa obra de teatro que te pone la carne de gallina cuando menos te lo esperas, esa película de la que sales con lágrimas en los ojos o la mandíbula dolorida de tanto reír, se la tiene que currar uno mismo, zambullirse de lleno en ella, sin tener en cuenta críticas, apariencias o cualquier otra consideración, como la fama o la parición en revistas. Los críticos profesionales han perdido la capacidad de emocionarse ante algo desde el mismo momento en que se han hecho profesionales, y sus críticas y comentarios valen, por supuesto, pero están influenciadas por compromisos, intereses u otros elementos que nada tienen que ver con el mero disfrute de una obra, simplemente porque ya no tienen esa capacidad. Salvo honrosas excepciones, por supuesto.
¿Y a qué viene todo este discurso? Mirad la fotografía de los personajes durante un momento, por favor. ¿Cabe algo más patético? Aparentemente, Elling es un dislate, un par de “zumbaos” declamando, y posiblemente, gritando incoherencias en el escenario, pensarán muchos. Yo mismo esta tarde proclamaba en una conversación en FB, poco antes de ir al teatro, que iba a ver “a unos zumbaos”, así, literalmente. Elling jamás se hará famosa, jamás saldrá anunciada en ninguna revista que no sea de puro teatro, de las pocas que hay.
Sin embargo, y a pesar de las premisas, había algo que me llamaba la atención de la obra desde el momento que se estrenó, y ese algo es alguien, Carmelo Gómez, del que ya he dicho varias veces que para mi gusto es, con el permiso de Rafael Alvarez, “El brujo”, el mejor actor español de todos los tiempos. ¿Se iba a prestar Carmelo Gómez a interpretar un papel de loco así, sin más? No podía ser, así que me he zambullido, sin red y sin protección, en Elling.
Y os aseguro, amigo, que hacía mucho tiempo que no he disfrutado tanto de una obra de teatro.
Elling procede de la película del mismo nombre de Peter Naess, rodada en el 2001, y procedente a su vez de la tercera parte, titulada “Hermanos de sangre”, de una tetralogía del autor noruego Ingvar Ambjomsen. David Serrano hace una adaptación, que cae en manos de Carmelo Gómez cuando este está finalizando “Días de vino y rosas”, y el actor convence a Javier Gutierrez para embarcarse en la aventura. Estos datos los he sacado de la página oficial de Elling, que os invito a visitar.
No quise leer ninguna crítica, ni siquiera el argumento. Algo me hacía presentir que la obra no me iba a defraudar, como así ha sido. El planteamiento es sencillo: dos pacientes de un manicomio lo abandonan para empezar la vida en el exterior por sí mismos. El erotómano Kjel (impresionante Javier Gutiérrez), al que lo único que parece interesarle en esta vida es encontrar a una mujer con la que acostarse, se une a Elling, Carmelo Gómez, para salir al mundo exterior, después de pasar un par de años juntos en la institución. A Elling le cuesta desprenderse de la pesada influencia de su madre muerta, a la que no puede dejar de invocar cuando algún acontecimiento le supera.
Esta es la base, el punto de partida, la premisa sobre la cual se desarrolla una obra aparentemente surrealista, de esas que, cuando se abre el telón, más de uno murmura “bueeeeeno…Otra gilipollez de gritos y tonterías”, y no es eso, nada de eso. Ni mucho menos.
Elling es la actuación en estado puro. Elling es esbozar una sonrisa al salir, con el espíritu satisfecho por haber contemplado algo grande, muy grande, la esencia del oficio de Actor así, con mayúscula. Es una obra de las que hacen afición, de las que no te duele haberte gastado el dinero para verla, de las que piensas que de habértela perdido, hubieras cometido una especie de sacrilegio. Es una de esas obras en las que sales del teatro y te dan ganas de bajar corriendo por la calle, gritando su grandeza para que nadie se la pierda. ¿No os duele a veces no poder compartir algo bueno con el mayor número posible de personas? Pues ese sentimiento es el que me ha llevado, esta noche, a colocar esta entrada.
La enormidad interpretativa de los dos gigantes, convierte en pequeño el escenario. De los cuatro, en realidad. Chema Adeva y Rebeca Montero, que interpretan varios papeles, son también magníficos actores, así como el pianista Mikhail Studyenov, que a medida que transcurre el drama va tomando cierta preponderancia.
Jamás había escuchado al final, soberbio final, poético y entrañable final, de los que ponen la carne de gallina, exclamaciones de placer y emoción de los espectadores como las que he escuchado esta tarde, incluso antes de que se apagaran las luces por última vez. Jamás me había reído tanto en un momento, y emocionado en el momento siguiente. Elling está llena de matices, de giros, de momentos que te mantienen en vilo, con la atención siempre atenta, durante toda la función.
A veces me siento triste por este vicio mío de no dejarme llevar por las apariencias, y de zambullirme sin red en todo proyecto, ya sea literario, cinematográfico o teatral, que despierte mi interés. En esta ocasión, sin embargo, me siento orgulloso de esa manía mía, porque he salido con la impresión, con la certeza más bien, de que he asistido a algo grande, muy grande.
Amigos, no os dejéis llevar por las apariencias, nunca. Que ni siquiera esta entrada influencie vuestro ánimo, pero eso sí, os animo a descubrir Elling, porque creo que no os defraudará.
Un fuerte abrazo a todos.

domingo, 12 de febrero de 2012

Memento mori

En esta ocasión voy a trabajar poco.  Es un poco largo, pero merece la pena perder unos minutos para leerlo y otros tantos para reflexionar. Con un artículo tan magnífico como el que os presento, sobran las palabras. Os dejo las de David Santos Orcero:

memento mori

Sábado, 23 de Septiembre de 2006
Por mi post anterior en el blog, ya pueden imaginarse mi interés por la ética del periodo republicano de Roma. Este va tambien de lo mismo.
Hablando con unos amigos de una persona que ha llegado hace poco a su cargo de gran responsabilidad en una empresa muy importante en su sector de ámbito nacional, uno de ellos comentó: “fulanito ha comenzado a levitar demasiado pronto”. Curiosa forma de definir la acción de una persona.
Desgraciadamente algunas personas cuando ocupan un puesto de poder o de responsabilidad -la ya comentada potestas-, comienzan a hacer tonterías que ninguna persona en su sano juicio habría realizado. Me recuerda a una viñeta cómica de Brasil, donde un Fernando Henrique Cardoso -ex-presidente de Brasil-, en pleno auge de su mandato, desde el palco y contemplando una manifestación, le pregunta a su vice: ¿Quien es aquel que grita tanto allá al fondo de la manifestación? Es usted hace diez años, le responde su vice.. Por haber mencionado un ejemplo de una viñeta cómica de un político, no debemos pensar que esto es un problema de los políticos: muy al contrario, afecta a las personas independientemente del estrato cultural y del poder alcanzado, y tiene más que ver con el hecho de haber adquirido la potestas sin el periodo de “combate en las trincheras” necesario para adquirir auctoritas. Dale un pito a un tonto, dice el dicho castellano, y tendrás un tirano.
Algunas personas, desgraciadamente -para ellos y para las empresas para las que trabajan- una vez que alcanzado un cargo ejecutivo, comienzan a distanciarse de la realidad; su percepción de esta comienza a alterarse, y comienza a creerse el centro del universo y que sus opiniones, por tener un cargo ejecutivo, son correctas per se. Y los humanos de a pie que lo escuchan ven su disociación de la realidad; pero nadie quiere gritar que el rey está desnudo. Esto es la levitación, que desgraciadamente es una enfermedad que afecta a algunas personas con poder real. Todos hemos tenido al inicio de nuestra carrera profesional algún jefe tipo “Jefe de Dilbert”. Años más tarde, cuando ascendemos en la empresa y conocemos a antiguos colaboradores de sudodicho iluminado, descubrimos que muchas veces este jefe fue una persona inteligente, aguda y competente en algún momento pasado; y su visión comenzó a disociarse de la realidad en algún momento después de adquirir la potestas. Otras veces nos confirman que ya venía imbécil de fábrica, y que lo único que ha pasado es que ha tardado en descubrir su vocación: tengo particularmente en la cabeza ahora a un middle-management de la banca, reconvertido a otro sector, y que vive levitando, mientras que salta de la empresa grande en la que trabajaba y que ha sumergido en el caos a otra pequeña, sumerge en el caos a la pequeña, y retorna a la grande para seguir esparciendo caos. En base a mi experiencia, no es el primero ni el último al que la potestas le sienta muy mal.
También encontramos empresarios, de gran experiencia profesional y valía, muy competentes, que ante una situación de crisis comienzan a creerse su propia propaganda. Y van cantando, victoria tras victoria, hasta la derrota final. Han olvidado que la realidad es terca, y se suele imponer a su propia propaganda.
Algunos pueden pensar que esto es una derivación del principio de Peter, o del más moderno -y más depresivo- “principio Dilbert”. Sin embargo, si vamos un poco más al pasado, veremos que estos dos principios están completamente descaminados: el despegue de la realidad por parte de algunas personas que tienen poder efectivo es tan antiguo como el mundo.
Volvamos a Roma. Porque ya ellos sabían de este problema, y tenían una curiosa forma de plantear una solución. En la época de la república romana, existía una ceremonia, denominada Triunfo, con unas características muy interesantes. Antes de que degenerara durante el Imperio en una ceremonia de exaltación del Imperator, el Triunfo era un evento culturalmente muy interesante para el tema que nos toca. Vamos a hablar de este tema, con el enfoque que supone algo que se hacía hace dos milenios.
En la época republicana, era potestad exclusiva del senado el otorgar el triunfo a una legión; y se notaba en todos sus detalles: el triunfo era una ceremonia en la que se enaltecía el trabajo por la república realizada por una unidad militar, siempre según el principio de la virtus romana. Las condiciones para celebrar un triunfo eran muy estrictas: la primera, que el dux -comandante de las tropas- debía haber adquirido la potestas de consul o praetor; estas son dos potestas que necesitan toda una vida de ejercicio de las virtudes romanas para ser obtenidas. Además, el dux y las legiones aclamadas debían haber ganado una victoria sobre extranjeros: no valía una victoria sobre legiones romanas en una guerra civil, algo que no era visto por los propios romanos como una victoria. Los romanos nunca vieron una victoria de sus legiones sobre los propios romanos como una victoria; sino como una derrota, ganara quien ganara.
La victoria debía haber sido rotunda: al menos, debía haber exterminado a 5000 soldados enemigos. 5000 soldados enemigos, para la época, eran muchos soldados enemigos; sobre todo si tenemos en cuenta que no contaban, por supuesto, víctimas de pillaje ni civiles. Masacrar poblaciones civiles no daba derecho al triunfo. Vencer a una fuerza militar superior sí. Por si fuera poco, solamente se podía celebrar el triunfo si la mayor parte de las tropas propias volvían. Una victoria pírrica, o una batalla sangrienta no daba triunfo. Recordemos que las legiones en la época republicana aún no estaban profesionalizadas, por lo que la muerte de una legión era un daño para muchos sectores de la ciudad. Es curioso, pero si un romano de la época republicana viese uno de nuestros proyectos tipo “marcha de la muerte” los consideraría un fracaso, aunque se terminase el proyecto correctamente: comenzar con veinte programadores, y terminar con seis, de los cuales la mitad no comenzaron contigo, y contabilizando conque dentro del equipo ha habido un divorcio, tres rupturas con novios o novias, dos ex trabajadores con depresión, varios con terrores nocturnos, uno con eccemas cutáneos por estres, tres úlceras de estómago -una sangrante- y todos los programadores completamente quemados, no puede ser considerados por nadie como un triunfo. Ni siquiera por el jefe de equipo que se gana un bonus y es ascendido por su habilidad con el látigo y el mobbing. Los romanos, al menos, no lo considerarían meritorio del triunfo.
El triunfo incluía en la cabecera los símbolos republicanos, incluyendo las ágilas de las legiones homenajeadas -las ágilas eran esos bastones con un águila en la punta, donde ponía S.P.Q.R., que son las siglas de Senatus Populusque Romanus, el senado del pueblo de Roma-. Estos signos simbolizaban que la legión no había ido a guerrear a beneficio del dux, sino en nombre del senado. ¿Cuantos proyectos y cuantas decisiones se toman a beneficio de un cargo intermedio en una empresa, en lugar de por el bien del conjunto? Como representación del senado, la pérdida de un águila conllevaba la ejecución de parte de los soldados. Pero esto es otra historia, de la que ya hablaremos.
Detrás del águila iban todos los recursos que, como parte del tratado de rendición, los rendidos habían “cedido”. Oro, gemas, y otros productos preciosos, que pasaban a pertenecer al pueblo de Roma. Frente a lo que dice la mitología popular, ni el dux ni la legión se beneficiaba del pillaje de las ciudades conquistadas; los legionarios cobraban su paga todos los meses, y al final un interesante paquete de jubilación. Esto permitía evitar que las tropas se diesen al pillaje en lugar de ser disciplinadas cuando no debían serlo. No somos conscientes de la cantidad de batallas que se han perdido porque los soldados se han dedicado al pillaje con las poblaciones civiles, en lugar de a la lucha contra los ejércitos enemigos.
Inmediatamente detrás iban encadenados los prisioneros de guerra y los esclavos. Los romanos tenían la costumbre de que si tomaban una ciudad por rendición o con poca violencia, respetaban a las poblaciones autóctonas. Si la resistencia era especialmente fiera, los más valientes de los enemigos capturados eran prisioneros de guerra, que serían ejecutados. Los supervivientes eran vendidos como esclavos.
Después iban porteadores con grandes pendones con los momentos más críticos de la batalla bordados.
Finalmente, las legiones homenajeadas y el dux.
Muchos pensamos que en este evento encontraríamos una exaltación del dux, y apenas una representación mínima de las tropas, y las tropas apenas para cubrir hueco. De hecho, así era en la época imperial, y en la época moderna: en la actualidad cuando una empresa tiene un éxito, las felicitaciones orales y monetarias suelen ir para los “dux”, no para las legiones. Y las medallas se las cuelgan los “dux”. Pero no era así en la república. En el triunfo de la república, era una fiesta del pueblo de Roma a todos y cada uno de los heroicos legionarios. Todos los legionarios participaban de la celebración.
¿Y el Dux?
El dux no desfilaba en su caballo, lo que hubiese sido razonable -y más heroico-, sino una biga -un carro ligero como los empleados por las unidades de arqueros egipcias, de dos caballos-. Esto no era honroso, ni glorioso.
¿Por qué?
La razón de emplear una biga para llevar al dux es que no podía ir solo en un triunfo jamás. Siempre debía llevar un esclavo en el carro. El esclavo -lo más bajo de la sociedad romana- debía sujetar una corona de laurel encima de la cabeza del dux, que no podía tocar la cabeza del dux, y debía estar repitiendo constantemente en los oidos del dux la frase “Memento mori”. Literalmente: Recuerda que vas a morirte.
Lo del esclavo era un punto más importante y simbólico de lo que puede parecer. La sociedad romana tenía una serie de puntos muy negativos: era muy esclavista, y muy clasista. Lo más bajo de la sociedad era un esclavo. Lo más alto en aquel momento era el dux, además en pleno triunfo. Y era un esclavo, el más bajo de la sociedad, el que repetía insistentemente al dux en lo que probablemente sería lo más alto y memorable de su carrera política que iba a morir. El laurel era el símbolo del triunfo; pero nunca podía tocar la cabeza del dux. Al dux durante el triunfo no se le reconocía el privilegio de portar la corona de laurel; sólamente podía tenerla de forma temporal sobre la cabeza, sin tocarla; y además sujeta por un esclavo, hasta llegar al templo de Jupiter Optimum Máximum, donde se le ofrecía el triunfo a la triada capitolina, como símbolo de que el triunfo realmente le correspondía a los valores romanos, simbolizados por la triada capitolina. El culto a la triada capitolina se confundía con los valores romanos hasta el punto que “impietas” era indistintamente no respetar a los dioses de la triada capitolina, desobedecer al senado o traicionar a los valores de la propia Roma.
Dejando a un lado que ya sabemos de donde viene la costumbre de entregarle el triunfo de la liga de fútbol a una virgen, hay una serie de enseñanzas muy interesantes que podemos extraer. Dejando a un lado la vena salvaje que teníamos hace dos mil años -incluyendo guerras y esclavitud-, hay una serie de valores que debemos aprender del mundo romano; porque independientemente de sus errores, son aplicables al mundo moderno.
La primera enseñanza que podemos extraer de la ceremonia del triunfo es como entendían los romanos el triunfo: el triunfo de una empresa es algo que debe agradecérsele no sólamente al que “manda”; es un esfuerzo de todo el conjunto de la empresa, obtenido gracias a muchos sacrificios de todos sus pertenecientes. El triunfo no es propiedad del directivo, sino es algo de todos y que se ofrece a la empresa y a la sociedad. Para llegar el triunfo, han participado gran cantidad de personas como piezas de un engranaje. Lo que ha marcado el triunfo ha sido el equipo, no el individuo.
La segunda enseñanza es la importancia que tenía el individuo en el mundo romano: el triunfo se podía celebrar solamente si las tropas volvían. Una de las “modas” en “management” es pensar en el equipo técnico ya no como recursos, sino además como recursos fungibles. Quemarlos hasta que se vallan, y confiar en que habrá sustitutos en el mercado. Es cierto que los técnicos son sustituibles, tal y como repite incesantemente una parte del “management” que ha cosificado a sus empleados. Pero ojo: el equipo directivo también es reemplazable. Nadie es imprescindible, aunque el costo de la sustitución por la pérdida de Know-how y por el desgaste de la moral de la plantilla hace que no sea una estrategia inteligente quemar, desgastar y echar a la gente valiosa.
Por último, la enseñanza más importante hasta en el momento más álgido de su carrera, el directivo siempre tiene que recordar “memento mori”. Recuerda que vas a morirte. Ser consciente que quien es el verdadero artífice del triunfo, a quien pertenece este, y que aún en la posición más alta dentro de la cadena de mandos uno es mortal. Esto es imprescindible para no convertirse mañana en el jefe de Dilbert, o simplemente en otro que de un momento a otro comenzará a levitar.
¿Un consejo no solicitado? Evita sufrir la levitación. Evita que se convierta en tu enfermedad laboral. Mucha gente con muchísima potestas no padece levitación, por lo que es posible evitarla: basta con tener la responsabilidad para escuchar a tu equipo, y la humildad para aprender de ellos, especialmente cuando alguno de nuestros empleados nos recuerda que el rey está desnudo. No debemos jamás reprender al que te dice la verdad en lugar de lo que queremos oír. Por el contrario, debemos apreciarlo. Él es el único que tiene el valor, el coraje y la integridad profesional de recordarnos al oído: “memento mori”. Este empleado será nuestro ancla a la realidad.

¿Qué os parece? Creo que esto es aplicable a todos los estamentos de la sociedad, no sólo a los directivos. Me refiero al hecho de levitar. Todos levitamos en algún momento, cuando los tiempos que corren obligan a bajar a tierra, clavar bien hondo los pies en el suelo, y empezar a arrimar el hombro. No podemos seguir soportando que los listos, los pícaros, los fanáticos, los radicales, los racistas, los ladrones, los absentistas laborales profesionales, los vagos, los chulos, los que nos toman por idiotas mientras se lucran con nosotros, los déspotas, los acosadores, los sobornables, los codiciosos, los imbéciles,  los miserables, y todos los que en general levitan y son incapaces de producir absolutamente nada, nos sigan restregando encima por la cara su nauseabunda forma de moverse por la vida.

Os dejo el enlace por si queréis echarle un vistazo en su versión original. merece la pena:


Un fuerte abrazo a todos

martes, 7 de febrero de 2012

EL HOMBRE DE GRAFENECK

 Lorenz Hackenholt, un oficial mecánico con conocimientos de albañilería afiliado a las SS, comienza en Noviembre de 1939, tras una entrevista con Viktor Brack, responsable del programa T-4 de eutanasia compasiva desarrollado por los nazis, su trayectoria como criminal de guerra y constructor de cámaras de gas en lugares tan siniestros como Grafeneck en Alemania, Belzec, Madjanek y Treblinka en Polonia, y San Sabba en Italia.
En Mayo de 2007, con un día de diferencia, son brutalmente asesinados los jóvenes Manuel Merchant en Aínsa, provincia de Huesca, y Roberto Solano en Madrid. La prensa atribuye la muerte de este último a un asunto de drogas. Dos años más tarde, Sandra Limonero, novia de uno de los jóvenes asesinados, conoce a Bernardo Soto, un escritor, famoso en el pasado, que ha perdido la inspiración. Juntos, recorrerán los recovecos de una trama de asesinatos, oscuros secretos, amor y una acción constante, digna de la novela que Bernardo hubiera deseado escribir.
 El hombre de Grafeneck es una novela basada en hechos reales,  cuya parte de ficción transcurre paralela a la trayectoria vital del constructor de cámaras de gas del Tercer Reich. Contiene dos historias: una ambientada en la Alemania nazi, y la otra en pleno siglo XXI, unidas ambas por un hilo conductor que se irá desarrollando de una manera sorprendente y atractiva para el lector. La trama, que logra unificar dos destinos dispares, desembocará en un final absolutamente inesperado.
En el prólogo del libro “Los doctores nazis”, su autor, Robert Jay Lifton, nos cuenta que al hablarle a un superviviente de Auschwitz de los estudios y entrevistas que Lifton había realizado a varios criminales del Tercer Reich que mostraban en ellas su lado humano, este respondió: resulta diabólico que no fueran diabólicos.
A continuación, el superviviente de Auschwitz le formuló a Lifton la siguiente pregunta: ¿Cómo llegaron a convertirse en asesinos?.
El hombre de Grafeneck, novela estrictamente documentada, trata de indagar en esa cuestión, mostrando el lado siniestro de los asesinos nazis, pero también su lado humano, su día a día, sus ilusiones, sus relaciones familiares y amistosas, su forma de pensar, sus grandes y pequeñas miserias, y el mecanismo mental que les llevó a exteriorizar y a asumir como rutina de trabajo la naturaleza más perversa del ser humano.
Probablemente, tal y como daba a entender aquel superviviente de Auschwitz con su afirmación, conocer la naturaleza humana de los hombres y mujeres que participaron en aquello, resulte más terrible que imaginarlos como seres diabólicos.”
Este es el resumen de la novela “El hombre de Grafeneck”, de la que soy autor, tal y como aparece en la página de Amazon.es, lugar en el que se puede comprar a un precio muy asequible (0,89 €) en su versión digital. Os dejo el enlace que os llevará directamente hasta la novela:
También se puede adquirir en Amazon.com, para todos aquellos lectores de habla hispana desperdigados por el mundo. En este caso, además de poderse comprar en dólares, es posible leer un buen número de páginas de la novela haciendo click sobre la fotografía de la portada. El enlace es el siguiente:
Algo está ocurriendo en el mundo de la literatura. Hasta hace muy poco tiempo, quizá incluso menos de un año, el único recurso que nos quedaba a los pocos locos que tratábamos de hacernos un hueco en el mundo de las letras, era enviar nuestros manuscritos a agentes y editoriales, y esperar a que la vista de alguno de ellos se posara sobre la obra que con tanta ilusión, y con indeterminada técnica, habíamos parido. La mayoría de las veces, por no decir todas, el envío resultaba infructuoso. Una carta muy cordial, pero que a nuestra mente le producía el mismo efecto que un mazazo, rechazaba el manuscrito por variopintas razones, como las de “no adaptarse a nuestra línea editorial”, “tener cubierta durante este año nuestra cartera de autores” o, simplemente, “no tener tiempo de leer el manuscrito”. Otros, los menos por suerte (de hecho en este último envío sólo uno), te responden que les pagues una determinada cantidad de dinero, que no suele bajar de tres cifras, por tomarse la molestia de leer el manuscrito.
Ante semejante panorama, el escritor novel empieza a perder la confianza en sí mismo, y, lo que es peor, a pensar que no vale para esto, cuando la mayor parte de las veces no es verdad. Toda obra, con un mínimo de calidad, es susceptible de encontrar al lector al que le agrade. Resulta penoso emprender ese camino de lágrimas, sin que nadie se digne siquiera a leer el resumen (miento. Unos cuantos agentes sí lo han hecho y me han pedido el manuscrito para estudiarlo), así que me he decidido, aconsejado por una buena amiga, escritora de éxito, a emprender otra singladura, con la que nada tengo que perder, y sí mucho que ganar si mi obra es descubierta por la ingente cantidad de lectores de habla hispana que visitan su página.
La guerra no es entre dispositivos. Eso es una tontería. No es entre el libro digital y el libro en papel. Cualquiera que lea un buen libro digital acabará comprándolo en papel. Cualquiera al que lo que de verdad le guste sea realmente leer, usará indistintamente los dos medios, el digital y el impreso, en función de sus necesidades y espacio en la librería. Amazon está revolucionando el mercado por una sencilla razón: descubre a los lectores autores de talento a un precio muy asequible. Tal ha sido el éxito de ventas en esa página de cinco autores concretos, que la editorial B de Books los ha fichado para editar sus obras en papel. El mundo al revés. Las editoriales no están dispuestas a quedarse sin su parte del pastel. Los cinco autores con sus respectivos libros, que os invito a adquirir a un precio irrisorio, son los siguientes:
El enigma de los vencidos, de Armando Rodera
El secretodel tío Óscar, de Fernando Trujillo Sanz
Juicio final. Sangre en el cielo, de César García Muñoz
Realidad Aumentada, de Bruno Nievas
La guerra no es entre dispositivos, sino entre lectores y editoriales. Son los lectores los que tienen la última palabra, los que deciden lo que quieren y no quieren leer. Son los lectores los que eligen la temática, el contenido, el estilo que les gusta. Son los lectores, en definitiva, los que tienen la última palabra, y las editoriales se han dado cuenta de eso.
Algo está cambiando, y tengo la impresión de que va a ser para bien.