domingo, 25 de diciembre de 2011

Navidad




Todo empezaba de nuevo, y ya era el cuarto año tras la pérdida.

Los primeros signos, como siempre, empezaron a mediados de octubre. Empezó a sentir la desazón al contemplar las mesas cargadas de turrones y productos navideños, colocadas en el centro del pasillo principal del supermercado al que solía acudir a comprar. La crisis, de repente, se había eclipsado totalmente ante el demoledor empuje de la Navidad. Los jamones de patanegra colgaban de sus ganchos arracimados por todas partes, junto a los productos de limpieza, o pegados a la sección de zapatería.

A los pocos días, hicieron su aparición las primeras guirnaldas de colores, colgadas de todas partes, soltando esos pelillos plateados ante la acción del aire acondicionado. Decidió entonces acudir al lugar sólo cuando resultara imprescindible, e hizo acopio de productos con la vana esperanza de resistir en su casa hasta que toda aquella locura desapareciera. Resultaba imposible. Cada dos o tres días tenía que volver, cuando se le acababa algo con lo que no contaba o cuando su hijo le pedía algún producto nuevo. Sudaba cada vez que entraba en aquel lugar, del que se había apoderado la locura.

El correo de su ordenador empezó a llenarse de mensajes de paz y buena voluntad, algunos muy bien hechos, como el de esos pitufos de color verde que bailaban espasmódicamente alrededor del árbol, con la cara de unos cuantos compañeros de trabajo. Otros trascendenetes, preciosas presentaciones de power point con lapidarias frases de Paulo Coelho o Jorge Ducay sobre fotografías de un magnífico sol naciente o poniente. De cada cuatro mensajes que le entraban, en tres de ellos le felicitaban las fiestas.

La primera tarde que escuchó “We wish you a merry christmas” le temblaron las piernas. Sonaba estridente, como procedente de una lata, enseñoreándose de toda la atmósfera del lugar, a un volumen diez veces por encima de lo que hubiera sido lo normal. Hasta que alguien se dio cuenta de que aquello no estaba convenientemente regulado, y bajó el volumen. La música pareció constituir el pistoletazo de salida oficial. Al menos, prefería esa tortura a los infumables peces en el río. Se estaba alcanzando un cierto nivel. En algún comercio caro había escuchado el año anterior a Frank Sinatra y Bing Crosby. A todas horas, eso sí, pero lo prefería al tamborilero.

Las cuatro ancianas que parecían vivir en el supermercado, o al menos esa era la impresión que le producían cuando se cruzaba con ellas, que era constantemente, corrieron por los pasillos como gallinas enloquecidas, a la caza de barras de turrón que arrojaban a la cesta entre el manojo de puerros y el detergente en oferta.  Los yogures que él colocó en la banda negra de la caja, parecían acomplejados ante los plateados envoltorios de los alfajores y las bolsas de polvorones que les rodeaban. Las miradas que le dirigían sus vecinos de fila no dejaban lugar a dudas. Sin hablarle, le estaban diciendo “¿no te llevas unas hojaldrinas?”, “¿Agua con gas en lugar de sidra “El gaitero”?”. El paroxismo se transformó en terror cuando le llegó el turno.

—Hola. ¿Tarjeta de cliente?

Miró a la cajera. El a todas luces desproporcionado gorro de Papá Noel que llevaba puesto parecía un alien que le había saltado a la cabeza para apoderarse de su voluntad. Aquella terrible visión le provocó un ahogo en el pecho que le impedía respirar con normalidad.

—N…No, no tengo.

La banda blanca del gorrito destacaba intensamente sobre la morena piel de la mujer. Observó que todas las cajeras llevaban el mismo gorro, adornados algunos con guirnaldas de colores, de esas que soltaban pelillos plateados. Algún inconsciente había colocado cables con luces de colores alrededor de las cajas, despreciando el peligro de cortocircuito que tantos watios procedentes de un producto chino podían provocar.

Corrió a casa con sus cuatro yogures. La sonrisa absurda se había instalado ya en los rostros de las personas con las que se cruzaba. Una sonrisa que duraría hasta el 9 de Enero. No había solución. Sólo le cabía resignarse, agazaparse en un rincón, intentar evitar los recuerdos, y esperar a que toda esta locura se disipara cuanto antes.

Al abrir el buzón se encontró varios sobres. La mayor parte de ellos eran felicitaciones de centros comerciales, seguros de vida, bancos y otros lugares en los que a lo largo de todo el año él se dejaba una buena cantidad de pasta. Ni siquiera las miraba. No había nada que le pareciera más patético que una felicitación de El Corte Inglés colocada encima de la televisión, la misma que esa empresa enviaba a varios millones de clientes más.

Entre felicitaciones y facturas, encontró de repente un sobre, con su dirección y el remitente escritos a mano, en tinta azul. ¿Puede existir algún loco, en el mecanizado mundo actual, que todavía escriba cartas a mano?  

Y entonces cayó en la cuenta. Claro que todavía quedaba algún loco de esos.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro al abrir el sobre y contemplar a un curioso Papá Noel con gafas que se dejaba llevar colgado de una estrella. Abrió la tarjeta y leyó la felicitación. Su hermano y la mujer de su hermano debían de ser de los pocos que quedaban que mantenían la tradición de la felicitación personalizada. Al leerla, se agolparon en su mente los recuerdos, aquellas salidas mañaneras de su hermano al estanco para comprar los sobres y los sellos, y a la papelería “La estrella” para elegir la felicitación de un desvencijado álbum que la dueña del negocio le enseñaba en el mostrador. Recordó la Navidad, otra Navidad, la procedente de las personas a las que amaba, que nada tiene que ver con la Navidad desnatada de los centros comerciales. Recordó aquellas salidas por el centro de Madrid, para contemplar las luces de colores con la boca abierta, y la nariz y las manos de él y sus dos hermanos pegadas al escaparate de una juguetería, y ese “Me lo pido” musical que solía acabar en media trifulca cuando alguno de ellos se pedía un juguete que le gustara a otro. Y recordó las comidas y las cenas en casa de sus tíos y de su abuela, cuando se juntaban todos a asesinar villancicos (aquello no se podía decir que fuera cantar).

Y recordando, recordando, mientras sujetaba en la mano la felicitación que le habían enviado su hermano y su cuñada, la recordó a ella.

Y recordó lo que a ella le gustaba la Navidad, lo feliz que se sentía cuando le enviaba a él al trastero a coger la caja de cartón, ya medio rota, en la que se guardaban las bolas de colores, el árbol, y las figuritas del belén. Y recordó lo feliz que se sentía ella organizando comidas y cenas para la familia, mirando el periódico para conocer el horario de la cabalgata, comprando adornos (cada año caía algo) para el centro de la mesa, o manteles con motivos navideños, o servilletas… Recordó la visita que hicieron en verano del 2008 a una tienda de objetos navideños en un pueblo de Alemania, y el brillo que se instaló en sus ojos al estar rodeada de todo aquello.

Y descubrió por fin, después de algunos años, contemplando aquella felicitación que su cuñada y su hermano habían escrito sólo para él y su hijo, personalizada de verdad, con su nombre escrito a mano y no mediante un programa informático, que la Navidad era ella, y su hermano, y su cuñada, y sus amigos, y su familia, y el reencuentro con todos ellos.

Y gracias a aquella felicitación, a aquel simple papel que encerraba sin embargo todo un aluvión de cariño y de recuerdos, empezó a recuperar de nuevo la Navidad, y a recuperarla a ella.

Feliz Navidad a todos.

Para Leticia y Jose Luis, con todo mi cariño.






jueves, 15 de diciembre de 2011

Cedo la palabra a Rosa

Lo he escuchado esta tarde en la radio. Otra mujer con coraje, que dice las cosas con un estilo claro, incontestable. Sólo quiero comentaros un detalle: al final de su discurso, se ha emocionado. Aquí está el discurso:

"Cualquier ciudadano o ciudadana que formamos parte de esta gran mayoría de víctimas de esta crisis podríamos hablar hoy aquí, en nuestra radio pública y expresar nuestra justa indignación, como voy a intentarlo yo. Cualquiera de los casi 5 millones de parados de España o de los 23 millones en Europa, muchos de ellos rozando la exclusión social, y a quienes los gobiernos de turno sólo ofrecen reformas y más reformas laborales que aumentan el paro, la precariedad y la esclavitud salarial, como es la propuesta última del presidente de la CEOE de los 400 euros para sacar del paro a nuestros jóvenes.

Cualquiera de los pensionistas que ven peligrar el futuro de sus pensiones o de esos jóvenes que ven, desgraciadamente, que hoy mismo ya no tienen futuro. Cualquiera de esos miles de autónomos y pequeños empresarios que cierran porque los bancos no les dan créditos, o los más de 350.000 deshauciados que esos mismos bancos están echando a la calle y perdiendo sus viviendas. Sí, cualquiera de nosotros estamos indignados contra este casino mafioso en el que banqueros y especuladores juegan a la ruleta y siempre ganan, bien inflando burbujas de crédito y de ladrillo o bien, que es muchísimo peor, especulando con las deudas públicas de países que están abocados a la ruina.

Y sobre todo contra estas instituciones europeas y los gobiernos entrantes y salientes que han olvidado que la democracia es el gobierno del pueblo, para el pueblo y que deben gobernar en defensa de los intereses generales y no, como de nuevo ha demostrado esta vergonzosa Cumbre Europea, gobernar en defensa de los intereses de esa minoría que conforman los mercados financieros, los especuladores, y todavía lo que es mucho peor, en beneficio propio como demuestran los escandalosos casos de corrupción de políticos.

Pero la historia confirma que cuando esos pueblos indignados se ponen en marcha se derriban dictaduras, colonialismos y muros raciales y se conquistan derechos laborales y sociales. Hoy, la Primavera Árabe y el movimiento mundial de los indignados del 15M que están desde Wall Street pasando por Londres, por Portugal, por Grecia, por el mundo entero, y se demostró el 13 de octubre, están demostrándonos que otro mundo, que otra economía más justa, solidaria y sostenible con el planeta son posibles. Por lo tanto, hay esperanza."

Estas son sus palabras, pero os invito a escuchar la entrevista completa, en la que Rosa lee este discurso y después nos invita a conocer un poco más de su vida.


Sobran mis palabras. Escuchemos atentamente las de Rosa.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Hasta siempre, Montserrat

El pasado 23 de Noviembre falleció en Barcelona Montserrat Figueras, soprano de voz prodigiosa, musa y esposa de Jordi Savall. Descanse en paz.

No soy un gran entendido en música clásica, pero consigo emocionarme cuando la escucho, y no puedo evitar indagar en todo aquello que me emociona. Dentro de la música clásica existe la parcela de las músicas antigua, renacentista y pre-barroca, todo un universo en el que destaca por encima de todos sus integrantes, tanto nacionales como internacionales, la figura de Jordi Savall, musicólogo, director de su propio sello discográfico (Alia Vox), magnífico intérprete de viola de gamba, y fundador junto a su mujer de los grupos Hesperion XX (ahora Hesperion XXI), la Capella Reial de Catalunya y Les concerts des Nations.

Tuve la inmensa fortuna de adentrarme en el mundo de Jordi Savall a través del cine, en concreto gracias a la película “Todas las mañanas del mundo”, de Alain Corneau, que trata de la relación del melancólico Sainte Colombe con un joven Marin Marais, al que el primero da clases de viola. La música de esta película, con piezas de Colombe, Marais, Lully y otros, se llevó varios premios internacionales por su alta calidad. Con ella descubrí por primera vez el inconfundible sonido Savall, la impronta de buen hacer que el musicólogo impone en todo lo que crea, la “profesionalidad sencilla” de todo aquel que sabe perfectamente lo que hace y domina su oficio a la perfección.

Como no podía ser menos, después de escuchar aquello comencé a bucear en el mundo de la música renacentista y pre-barroca de la mano de Savall, que se ha movido siempre como pez en el agua en ese registro. Tengo pocos discos, lo reconozco, pero los disfruto con pasión cada vez que los escucho. Es un placer que recomiendo a todo aquel que quiera descubrir ese mundo. Las “ensaladas” de Matheo Flecha, “Ludi Music” de Samuel Scheidt, “Cancionero de Palacio”, títulos todos publicados por el sello Auvidis, muy frecuentado por Savall antes de fundar el suyo propio. Hay muchos más títulos, por supuesto, que os invito a descubrir.

La primera vez que escuché la voz de Montserrat Figueras tuve el privilegio de hacerlo con su magnífica interpretación del “Lamento della ninfa”, de Monteverdi, pieza que, a partir de ese momento, consideré como la más importante y bella escrita jamás para una voz femenina. Ya dije antes que no soy un gran entendido en música clásica, así que os dejo el enlace a dicha pieza para que juzguéis por vosotros mismos. La catarata de sensaciones que provoca la voz de Montserrat alcanza cotas inimaginables. Es un tema al que vuelvo recurrentemente cada muy poco tiempo. Precisamente lo estoy escuchando mientras escribo esta entrada.


A partir de ahí, me resultó imposible sustraerme a la belleza de la voz de Montserrat, perfectamente conjugada con la minuciosa labor de investigación sobre música antigua que había emprendido conjuntamente con su marido, Jordi Savall.

En muchas ocasiones, y ahora con más razón, he lamentado profundamente no haberme propuesto asistir a alguno de los conciertos de verano que Savall y su mujer solían hacer en el Castillo de Perelada.

De Montserrat se ha escrito y se está escribiendo mucho estos días por gente mucho más cualificada que yo para hacerlo, más entendida y mucho más comprometida con la música, que la conocían, la seguían y la amaban profundamente. Me apetecía escribir la entrada simplemente para dedicarle mi pequeño homenaje de aficionado, ni siquiera buen aficionado posiblemente, y abrir la puerta de su espíritu inmortal y su buen hacer a los que posiblemente no hayáis tenido la ocasión de cruzaros con ella. Os invito a disfrutar de la perfecta simbiosis Savall-Figueras, a emocionaros con una forma de trabajar y de sentir la música que entra dentro del terreno de la inmortalidad. Para ello, como espoleta de arranque, os invito a ver este magnífico documental:


Atentos a las serenas palabras de Savall, a su modo de hacer, a los sentimientos a flor de piel que transmiten Montserrat y el resto de los músicos, a los escenarios en que se desarrolla ese mundo, a los oficios paralelos, como el magnífico episodio del lutier Bartés. Os aseguro que vais a disfrutar al verlo tanto como lo hice yo.

Montserrat, tu sereno espíritu y tu voz inmortal nos acompañarán para siempre. Descansa en paz allá donde te encuentres.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Adios, tristeza

Enhorabuena, “socialistas”. Y lo pongo, así, entrecomillado, porque lo cierto, queridos amigos, es que vosotros de socialistas no tenéis absolutamente nada.

Ese ha sido vuestro verdadero triunfo, el legado que nos habéis dejado tras unos cuantos años de desgobierno absurdo y rayano en la paranoia: acabar con la verdadera esencia del socialismo, con la filosofía que deberíais haber adoptado desde el principio, y que sin embargo despreciasteis, para emprender esa carrera sin sentido que ha terminado con las ilusiones auténticamente socialistas. Recuperar la ética, la decencia de las ideas y la integridad socialista en las que muchos de nosotros creíamos hasta que vosotros os habéis dedicado a destrozarlas sistemáticamente, va a resultar una labor titánica, de muchos años y varias legislaturas.

Comencemos por el final. ¿Cabe mayor desatino que la patética campaña electoral que habéis llevado a cabo? ¿No se os cae la cara de vergüenza al proclamar, a los cuatro borregos que hayan querido escucharos, que sois vosotros los únicos que tenéis la clave para salir de esta crisis? Si esa afirmación fuera cierta, ¿por qué no la habéis aplicado durante los casi ocho años que lleváis en el gobierno? ¿Cabe mayor desatino, a estas alturas, que hacer campaña ironizando sobre la política del rival, en vez de presentar las propias ideas? Señores, la gente ya no es idiota, o al menos la gente que no se haya dejado abducir por vosotros. Al genio publicitario que se le haya ocurrido imitar grotescamente a una simpatizante del PP para abrir los anuncios, habría que felicitarle públicamente, regalarle una maleta, y embarcarle con billete de ida a un país situado en el otro extremo del mundo, asegurando que no volviera jamás. “Pelea por lo que quieres”… ¿por qué hay que pelear? Yo no quiero pelear. Quiero mantener lo conseguido, y conseguir más, y que no se me escurra entre los dedos, que es lo que vosotros parecéis buscar. Vuestra campaña no ha sido más que la guinda en el pastel de incompetencia, inmadurez política, ignorancia y falta de compromiso que habéis estado elaborando durante todos estos años.

Os aplaudo, amigos. Habéis estado a punto de alcanzar la gloria. Hacía años que no se observaba en un país supuestamente civilizado una masa amorfa de población tan inconsciente, ignorante, cobarde y sumisa como la que, a fuerza de decretazos, campañas y lavados de cerebro, habéis conseguido vosotros. Nunca hasta ahora se habían visto vulnerados derechos tan fundamentales como la libertad de prensa o la libertad de expresión. Y lo habéis conseguido enmascarando vuestras acciones para disfrazarlas de modernidad, cuando obedecen en realidad a planteamientos tan anticuados, retrasados, pacatos y tercermundistas como los que se produjeron en la segunda república, posiblemente válidos entonces, pero en absoluto en los tiempos que corren. La prensa hace unos años libre se ha doblegado sumisamente a vuestros deseos. Cada vez que alguien levantaba la voz para debatir, era acallado de inmediato en aras de ese supuesto bien común que para lo único que ha servido ha sido para levantar ampollas entre grandes sectores de la población.

Lejos de fomentar la necesaria, si es que queremos llegar a algo, reconciliación entre las dos Españas, habéis conseguido agrandar la herida con vuestros planteamientos mentecatos y revanchistas. Vuestro socialismo no ha sido en ningún momento el socialismo de la transición, sino una especie de engendro alimentado por el odio y el afán de enfrentar a unos con otros. Ni una sola de las leyes promulgadas por vosotros ha servido para otra cosa que ralentizar, enfangar y calentar a la sociedad para la que en teoría habían sido dictadas.

Ante vuestra incapacidad manifiesta para controlar nada, desde la política exterior hasta esos jueces que dictan sentencias absurdas y ponen a delincuentes en la calle sin que nadie les pare, habéis vuelto la mirada al pueblo, algo que ha resultado nefasto para él. Os ha importado un carajo no sólo la educación, sino la estimulación del esfuerzo personal, de la capacidad intrínseca del individuo para decidir sobre su propio futuro. Habéis engendrado una juventud completamente desmotivada, ignorante, inútil, violenta, golfa, insolente y perezosa, acostumbrada a la subvención y a que alguien les resuelva la vida. En la búsqueda fanática y obsesiva de sectores de votantes cada vez más numerosos, os habéis olvidado en el camino a los verdaderos demócratas, a los que respetamos la individualidad y el libre albedrío del ser humano por encima de todo. Vuestra política ha sido comparable a esas dictaduras de derechas y de izquierdas, cercanas y lejanas, cuya única pretensión ha sido y será siempre la de anular al individuo y acabar con la clase media, verdadero motor de cualquier sociedad civilizada.

Vuestro ideal ha sido conseguir una masa de población miserable, egoísta y enfrentada a los que vosotros definís como “los que tienen mucho”, en ese paroxismo de ambigüedad y falta de criterio que ha caracterizado cada una de vuestras intervenciones. Una masa de población incapaz de medrar en la vida, de crecer, de pensar, de mantener unos ideales y unos valores que vosotros, por alguna siniestra razón que en realidad se me escapa, os habéis empeñado en eliminar de la forma más burda y primitiva.

Me siento triste, indignado y avergonzado de haber abrazado alguna vez el ideal socialista que vosotros habéis demolido con tanta contundencia. Un ideal al que se unieron en su momento personas y políticos dignos, íntegros y más o menos honrados. Un ideal que propugnaba la educación, la cultura y la honestidad por encima de cualquier otra consideración. Un ideal respetado en el mundo entero por lo que significaba. Un ideal, amigos, que si bien existe todavía en muchos países de Europa, ha muerto por completo en el nuestro. Os habéis rendido tan miserablemente a los dictados de los grupos de presión, engendrados muchas veces por vosotros mismos, que cualquier parecido de vuestra política con los ideales verdaderos, no es más que pura coincidencia. Habéis aplaudido y ensalzado a filibusteros como los señores de la SGAE. Vuestros ediles, ministros y diputados han sido los más incapaces de la historia, preocupados la mayor parte de las veces en sacar tajada o insultar a los rivales, que en reivindicar las necesidades de los electores. Ya, ya sé que a esto me vais a contestar que “los otros también lo hacen”. Jamás se ha utilizado tantas veces esa coletilla como en vuestro gobierno, para justificar miserablemente la vergonzosa costumbre de no hacer absolutamente nada por mejorar las cosas.

Enhorabuena, “socialistas”. Descansad, relameos de vuestras heridas, reflexionad sobre la debacle, pero sobre todo, dormid. Dormid, por favor, y que vuestro sueño dure muchos años.

 

domingo, 13 de noviembre de 2011

"El baile de los vampiros". Un gran musical

Las perspectivas no se presentaban demasiado halagüeñas que digamos. Mi hermana Laura, la misma que nos embarcó a toda la familia a ver “el árbol de la vida” (algo que estuvo a punto de provocar un cisma familiar tan terrible como los que se pueden ver en series como “Gran reserva”, por poner un ejemplo), conoce a un técnico de luces que participa en un grupo de teatro. “Vamos a ver la función, que está muy bien”, decía ella “bueeeennno…”, decíamos todos los demás, hasta que reservó las entradas la muy tunanta y ya no había marcha atrás.
El teatro está en el colegio salesiano San Miguel Arcángel, cerca del Paseo de Extremadura. La sala es grande, con sillas de cuero más o menos deterioradas y una sobria decoración, prácticamente inexistente. Suelo de terrazo, techo de escayola… Prácticamente como el cien por cien de los salones de actos de innumerables colegios, pero con una salvedad, que me extrañó desde el principio: el escenario era magnífico, muy grande. Más grande, me pareció, que muchos escenarios de los teatros de la Gran Vía en que se representan musicales.
Me extrañaron también el programa, y el puesto de venta de camisetas. Todo ello muy cuidado, me pareció, para tratarse de un grupo de teatro de aficionados. La obra era “El baile de los vampiros”, un musical basado en la película de Roman Polanski, una de mis películas preferidas. Eso al menos me proporcionaba cierto consuelo.
Nada más empezar la representación, todas mis malas expectativas se vinieron abajo de inmediato. Al levantarse el telón comprobé que el escenario no sólo era grande, sino profundo, muy profundo. Comprobé también que los decorados no parecían hechos para una función infantil o de colegio, sino que habían sido elaborados de una forma absolutamente profesional. Comprobé también la perfecta coreografía, la indumentaria y las buenas voces de unos actores que eran auténticos profesionales. Las luces se movían de forma profesional, creando una atmósfera muy sugerente. Todo eso lo comprobé desde el primer momento, en un número en el que unos aldeanos de Transilvania cantan las loas del ajo, bueno para la salud y para muchas otras cosas. Dios santo… ¿Qué era aquello? Pensaba encontrarme con una representación de aficionados, y estaba asistiendo a un montaje digno de cualquier teatro de la Gran Vía, o incluso superior en muchos aspectos. Desde el primer momento disfruté profundamente de una magnífica representación, más profesional que muchas de las que he visto, y que son unas cuantas. Me repantingué en mi asiento y me mantuve atento durante las tres horas que dura el espectáculo. En ningún momento me aburrí, en ningún momento decayó la atención, y eso es algo que no siempre se consigue. Todos los números eran perfectos, tanto los individuales de los actores protagonistas, como aquellos en los que participaba un buen número de personas, siempre perfectamente coreografiadas. Descubrí a personajes magistralmente interpretados, como el Barón Von Krolock, el vampiro protagonista cuyas apariciones siempre provocan inquietud, Alfred, el ayudante del profesor, Sarah, la chica de la que se enamora y que es raptada por el vampiro, el profesor Abronsius, siempre despistado y con una simpatía desbordante, Chagal, el padre de Sarah, al que como vampiro no le afectan los crucifijos porque es judío, Magda, su amante y compañera de ataud, Rebeca, la madre de Sarah, y Herbert, un curioso personaje, hijo de Krulock, que protagoniza un par de números que me parecieron estupendos.
El espectáculo transcurrió con todo su esplendor. Los efectos especiales, el humo que no dejaba de salir del escenario, los cambios de decorado, las subidas y bajadas de telón… Quiero hacer especial mención a las luces, magistralmente controladas, de forma más que profesional, por Rafael Justo.
Lo que no me esperaba, ni por lo más remoto, fue lo que sucedió al final. Tras el último número, magnífico, lleno de vampiros perfectamente ataviados con ropajes antiguos que danzaban de forma frenética, el público rompió a aplaudir. A todos nos había encantado, no cabía duda. Habíamos asistido a un musical profesional que además había salido redondo. Después de eso llegaron las presentaciones, primero la gente del coro, luego los protagonistas… Ellos saludaban mientras nosotros aplaudíamos hasta que empezaban a dolernos las manos. Al final, se colocaron todos en un par de filas, y siguieron saludando. Fue entonces cuando mi cuñado me dijo “mira, ese de ahí está llorando”. Me fijé, y era verdad. Uno de los actores estaba llorando a lágrima viva. “Mira, ahí hay otro, en la segunda fila”, dije yo. Y otro, y otro… Era increíble. Me emocioné. Ahora mismo, mientras lo recuerdo, me sigo emocionando. En aquel momento descubrí lo que estaba pasando. Actores llorando en el escenario de pura emoción, de puro sentir el teatro en el alma y en las venas. Eso era. Aquellos chicos y chicas eran actores con mayúsculas, más actores que muchos que se jactan de serlo. Habían disfrutado tanto interpretando, como nosotros al contemplarlos. Se había producido la simbiosis perfecta entre actor y espectador, algo que no suele producirse muy a menudo.
El grupo de teatro se llama “Amorevo”. Para los curiosos, mencionaré, porque lo he leído en su página web, que el nombre procede de “amorevolezza”, el principio que aplicaba para educar Don Bosco, el santo fundador de los salesianos, basado en el amor, nunca en el castigo. Son jóvenes, llenos de ilusión y de profesionalidad, que además, y eso es lo más importante, consiguen transmitir al que los contempla. Después de lo de ayer, creo que son capaces de atreverse con todo, con cualquier representación por complicada que pudiera resultar. El amor al teatro desborda por los poros de todos ellos, y por los de Ignacio Cano, un jovencísimo director que al final nos adelantó lo que viene.  Os dejo el enlace a su página, que es de lo más interesante:


No se les puede perder la pista. A la gente capaz de despertar nuestras emociones, hay que mimarla.

martes, 8 de noviembre de 2011

La madre del cuco y la prensa

Se ha levantado un gran revuelo en los últimos días a consecuencia de la polémica entrevista que le hizo Jordi González a Rosalía García, la madre del cuco, el pasado día 29 de Octubre, en “La Noria”. A pesar de que no veo jamás ese tipo de programas, resulta inevitable que no me vea salpicado al hacerse eco del debate varias emisoras de radio que sí suelo escuchar con una frecuencia prácticamente diaria. A raíz de los comentarios, he podido deducir que la madre de tan polémico personaje no mostró la cara en ningún momento, y además se llevó a su casa la friolera de entre 9.000 y 10.000 euros.
Al parecer, la polémica comenzó en el mismo programa, cuando, tras la entrevista, una de las invitadas, Pilar Rahola, comentó que la madre del cuco no debería haber cobrado nada por acudir al plató. Ni Jordi González ni María Antonia Iglesias habían comentado nada al respecto, porque esa era una de las condiciones que al parecer había impuesto el abogado de Rosalía García para conceder la entrevista.
Todos estos datos los he sacado de Internet. Ya he comentado que no vi la entrevista. La cadena trató de lavar su conciencia in situ, debatiendo la conveniencia de realizar o no la entrevista en nombre de la libertad de expresión, y cuestionando si la madre del cuco debería o no haber ido a que la diseccionaran en directo. He escuchado en algunas cadenas de radio a personas que arremeten contra ella por haber acudido cobrando a “defender” la inocencia de su hijo. Hasta ese punto se ha conseguido de nuevo ese lavado de cerebro comunitario al que nos están sometiendo, o nos pretenden someter, las cadenas de televisión mayoritarias.
No comprendo que la cadena pretenda hacernos creer que la culpable de toda esta historia es la propia madre del cuco por acudir al plató, y encima cobrando. ¿Qué sentido tiene hacer la entrevista, que por cierto al parecer no aportó absolutamente nada al caso, y tratar de demonizar después al entrevistado? Vamos a tratar de ser sensatos. Es imposible pedirle responsabilidad en los actos a una mujer cuyo fracaso como madre se pasea por los juzgados. Si a una mujer que probablemente no tenga ningún tipo de valor, de criterio o de personalidad, se le ofrece una cifra jugosa, lo más normal es que la acepte, y se presente en el plató con sus mejores ropas, con ese tremendo anillo de plata que al parecer lucía, y con las gafas colocadas sobre la cabeza. Así, porque ella lo vale, sin más, a pesar de que su hijo se halle envuelto en uno de los asesinatos más nauseabundos de la historia de nuestro país. ¿Qué le importa eso a ella, cuando le enseñan la pasta?
He escuchado declaraciones de todo tipo. Una de las que más gracia me hizo fue la de una mujer que decía “yo soy madre, y si mi hija se viera envuelta en algo así, sería la primera en denunciarla”. Vamos a dejarnos de tonterías, por favor. Por un hijo matamos, sea o no culpable, y al pensar los padres así, lo más probable es que los hijos salgan más o menos normales, con sus defectos y sus tonterías, pero sin ese grado de bestialidad que tanto el cuco como las otras alimañas que se están riendo de España entera son capaces de mostrar en un momento de ira. Me parece de lo más normal que una mujer como la madre del cuco vaya a un programa a cobrar una pasta. ¿Por qué iba a tener ella más ética que su hijo?
Una vez aclarado que pienso que la culpa no es en absoluto de ella, sino de la perversión de una cadena que no duda en entrevistar a quien sea con tal de ganar audiencia, me planteo la cuestión que da título a esta entrada. No entiendo la polémica. ¿Qué esperamos de una cadena como la que emite ese programa? ¿Ética? ¿Rigor periodístico? ¿Esclarecimiento de la verdad? Vamos, por favor. Creo que ha quedado más que demostrado que lo único que se muestra hoy en día al espectador es el morbo, la bazofia, la inmoralidad, la envidia y el rencor. Eso es lo que los altos directivos piensan que proporciona audiencia, a pesar de que para ello tengan que dañar gratuitamente a familias como la de Marta del castillo.
Se nos está estafando a todos los niveles con la información que nos arrojan los medios. De la noche a la mañana, han desaparecido todos los periódicos independientes y rigurosos de verdad, y los que lo eran se han rendido de la forma más obscena a los oscuros intereses de los grandes grupos que los editan. Resulta sangrante y grotesco que no haya aparecido ni en las televisiones ni en la prensa escrita la  terrible noticia del soldado estadounidense Alvin R. Gibbs, que asesinó impunemente a civiles en Afganistán por el mero placer de asesinarlos. De haber ocurrido en Vietnam hace treinta años, la noticia habría sido portada en los periódicos de todo el mundo. Hoy en día tenemos que enterarnos de una salvajada así, como en mi caso, por la mención que se hizo de ella en un programa de RNE. Podéis recabar más información en el siguiente enlace:
¿Qué está pasando? ¿Es que no existe nadie dispuesto a realizar un periodismo de calidad, a llamar a las cosas por su nombre, como sucedía antes? ¿Es que nos vamos a dejar aborregar con imbecilidades tan flagrantes como las que nos vomitan cada día los telediarios? Creo que ya está bien, que una parte de la población queremos conocer lo que ocurre en el mundo, saber la verdad aunque esta duela, analizar la materia de la que está hecha el ser humano, si es que se le puede llamar así. A todos los niveles, tanto sociales como políticos o económicos. Ya está bien de que nos tomen por idiotas. Nos meten el miedo en el cuerpo, continuamente, logrando exterminar nuestra confianza en nosotros mismos, con lo cual difícilmente saldremos de la crisis. No llegaremos a nada si miramos hacia otro lado, si nos empeñamos en esconder la cabeza cuando sucede una tragedia a nuestro alrededor. Ese proceso de aborregamiento tan perfectamente estudiado concluirá, como ya lo está haciendo, cuando no nos importe en absoluto lo que le ocurra a nuestro vecino, a nuestro amigo e incluso a nuestro familiar más cercano. ¿Es que pretende llegar a eso? Todos vivimos los dramas cercanos de compañeros que pierden el empleo de la noche a la mañana, y no ocurre absolutamente nada. En el fondo de nuestra alma pensamos “suerte que no me ha tocado a mí”. Ese es precisamente el triunfo de esa perversa manera de dosificar la información.
No todo es negrura, por suerte. Buceando en la famosa polémica, he descubierto que gracias al blog de un periodista llamado Pablo Herreros, se consiguió que las marcas patrocinadoras de La Noria retiraran sus anuncios del programa. El enlace a dicho blog es el siguiente:
Os invito desde aquí a echarle un vistazo. Resulta más que interesante la idea de Pablo de implicar a las marcas, que son las que realmente sostienen a la cadena. Esperemos que dentro de dos semanas no se haya olvidado todo. Con la memoria de borregos que se nos está quedando, no me extrañaría nada.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El arbol de la vida

Viene avalada por haber ganado la Palma de oro en Cannes, aunque al parecer cuando se proyectó en tan prestigioso festival los abucheos se produjeron con tanta fuerza como los aplausos, y el director técnico, según informa un medio de comunicación, coaccionó a los miembros de un jurado encabezado por Robert de Niro para que votaran a su favor, aduciendo que “la historia les juzgaría” si no lo hacían. Por ese simple hecho, por esa imagen fija del principio que muestra la concesión del premio, como si eso ya supusiera por sí solo que estamos ante La Palabra o El Verbo, no deberíamos dudar de que nos encontramos ante una verdadera obra maestra, ante una película que marca un antes y un después en la historia del cine.

Y sin embargo, no es así. Ni mucho menos. Después de verla ayer, he leído críticas, comentarios y reseñas, y nadie se pone de acuerdo. He comprobado que algunos sesudos críticos tuvieron la misma sensación que yo, y que toda la parte del big bang, que dura nada más y nada menos que media hora, está auspiciada por el mismo especialista en efectos especiales que se encargó de la maravillosa, y esa sí que lo era, “2001, una odisea en el espacio”.
Al parecer Malick, el director, estudió filosofía en Oxford y Harvard, y eso le marcó. Esta película no tiene nada que ver con las que ha filmado antes. El film consiste en vomitar durante más de dos horas sobre el espectador la empanada mental que debe de tener este buen hombre sobre el origen de la vida, la vida propiamente dicha, y el final de la misma. Voces en off, destellos y reflejos en la escena, el uso abusivo de la steady cam, la visión de un paraíso que parece más bien un anuncio de una compañía de seguros de vida prolongado hasta la saciedad (curiosamente comparto esta similitud con algún comentarista de cine), y sobre todo, y eso sí que es imperdonable, el pegote, el tremendo pegote de media hora del origen del mundo, que me recordaba en su concepto, como ya he comentado antes, a esa escena del monolito de 2001, pero llevada a extremos ridículos de duración, pretenciosidad y solemnidad.

Una de las comentaristas que alaba el film, supongo que porque viene bendecido por el máximo pontífice cinéfilo que reside en Cannes, sugiere que cuando vayamos a verla nos olvidemos de nuestro concepto de lo que debe de ser el cine y, por qué no, de todo nuestro bagaje cultural. Yo iría más allá. No sólo debemos desnudar nuestra alma, sino también cogernos una cogorza monumental antes de entrar, para poder soportar, y disfrutar, si es que ello es posible, de dos horas de delirios infumables.
En serio, amigos: soportamos los anuncios de compresas porque son más o menos cortos, y los documentales del origen del universo cuando nos los ponen en el planetario, porque solo duran un cuarto de hora. Los anuncios de seguros de vida son bonitos, aunque causen cierta inquietud. Pero todo ello, junto, alargado hasta el paroxismo, salpicado de retazos entremezclados en el tiempo y en el espacio que no vienen a cuento, aderezados con piezas musicales que en sí mismas son una joya, pero que acompañando a esta demencia pierden su grandeza, conforma una infumable pesadez, que lejos de ser una sinfonía, como dicen algunos, se convierte en un infierno. Sean Penn, uno de los actores, reconoció que no sabía muy bien cuál había sido su papel, y para rematar la faena dijo lo siguiente: “Una narración más convencional hubiese beneficiado a la película sin restarle belleza ni impacto”. Pero claro, se trata de Sean Penn. ¿Qué sabrá ese indeseable de la altura intelectual más exquisita?.

Pretenciosa, lenta, infumable, inentendible (los comentarios a la salida del cine trataban de buscarle explicación a cosas que no la tenían), delirante, deprimente y rancia. Esos son los adjetivos que me provoca la cinta. Las voces en off absurdas y sin contenido parecen más encaminadas a ir soltando frases de Bucay y otros iluminados gurús, que a aportarle algo al argumento. Un gran anuncio de más de dos horas, un eterno tráiler de sí misma, un vergonzoso intento de manipulación de la conciencia del espectador, al que se le pide desde el principio que “se desnude de prejuicios y valores adquiridos para enfrentarse a la obra maestra que está a punto de ver”. En fin, que no merece la pena gastarse para nada el dinero que vale la entrada. Por ese importe se puede comprar uno una buena botella de vino, bebérsela de un trago, y conseguir más o menos el mismo efecto.
Dicen que “La risa es el homenaje que los idiotas rinden al genio”. Ayer debía estar el cine lleno hasta arriba de necios, porque al terminar la película, el público estalló en una sonora carcajada, supongo que como colofón final al suplicio que acabábamos de vivir.